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  • La adicción al trabajo afecta a mente y cuerpo

    Diana Serrano

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    “Eran las dos de la mañana y seguía, sin preocuparme, frente al computador de mi oficina”, cuenta Sandra Valdivieso, diseñadora gráfica de 32 años, que durante aproximadamente tres años dedicó gran parte de su tiempo a obligaciones laborales, sin quejas y, por el contrario, con mucha satisfacción.

    Este comportamiento se denomina adicción al trabajo o ‘workaholic’ y se caracteriza por una necesidad incontrolable de trabajar de forma constante.

    Un artículo publicado en diciembre del 2017 por el Foro Económico Mundial, cita un estudio de la consultora española Randstad el cual afirma que el 39% de los trabajadores no se desconecta de su trabajo durante sus vacaciones, por voluntad propia.

    Esta actitud puede responder a una adicción por el trabajo. Según Esteban Prado, psicólogo clínico y psicoterapeuta, la adicción no solo se define por la intensidad de un comportamiento, sino por el impacto negativo en otros aspectos como la familia o las relaciones interpersonales. El experto la califica como un comportamiento autodestructivo.

    Para José Luis Naranjo, socio de la consultora de recursos humanos Newlead, existen tres factores que pueden desencadenar en adicción al trabajo.

    El primero es por las motivaciones y aspiraciones que tiene el trabajador. Si su deseo es comprar una casa o dar mejor educación a sus hijos, no le importará destinar más horas de trabajo para aumentar sus ingresos, dice Naranjo.

    El segundo factor es la pasión que un trabajador puede sentir por lo que hace. En este caso, el dinero queda en segundo plano y lo importante es alcanzar el desarrollo profesional.

    La tercera causa es la dependencia al trabajo, que muchas veces se relaciona con aspectos emocionales que no le permiten a la persona sentirse bien en otros ambientes.

    El alto rendimiento y el trabajo sin límites de tiempo, le pasaron la factura a la diseñadora Valdivieso, quien a los pocos meses de trabajo, empezó a padecer de insomnio, inapetencia y dolores musculares.

    En numerosas ocasiones, y cada vez más, tanto los adictos al trabajo como las personas que no lo son, reciben comunicaciones fuera del horario laboral por parte de sus jefes. Según el estudio de Randstad, un 56% de empleados señala que no se desconecta porque sus superiores esperan que siempre esté pendiente del teléfono o del correo electrónico.

    Esto genera dos tipos de estrés, según explica al Foro Económico Mundial el psicólogo clínico, Fernando Mansilla.

    “Sufren por un lado por el trabajo, porque las demandas pueden ser a cualquier hora y no se tiene control sobre ellas; eso es estrés laboral. Pero además se sufre estrés familiar porque cada vez que llaman al trabajador, este se tiene que marchar y puede darse un problema con su familia”.

    Hay países que están regulando la llamada desconexión digital como es el caso de Francia, donde a principios del 2017 entró en vigor una ley que no exige apagar el teléfono ni prohíbe el envío de correos electrónicos, pero sí insta a buscar soluciones negociadas entre jefes y empleados.

    Esta legislación pone sobre la mesa un problema que se ha incrementado en los últimos años y que cada vez afecta a un mayor número de trabajadores.

    En Estados Unidos, en 1983, se creó la fundación Workaholics Anónimos, para brindar apoyo grupal a adictos al trabajo. Sus integrantes coinciden en que esta adicción les produjo pérdida de amigos y problemas en sus relaciones sentimentales.

    Problemas psicológicos y físicos son las principales afecciones del adicto al trabajo.
    El psicólogo Prado recomienda preguntarse ¿qué estoy desatendiendo en mi vida por dedicarme a esta actividad? Si la respuesta es extensa, lo mejor es tomar acciones para superar la adicción.

    Una de ellas es buscar apoyo grupal, en la que la persona se pueda sentir identificada con otras personas que atraviesen la misma situación.

    Prado también recomienda que estas reuniones se conviertan en un hábito de vida, que le permita a la persona adicta encontrar un soporte para no recaer.

    El ambiente laboral donde se desenvuelve el trabajador es clave para evitar o ayudar a sobrellevar un adicción. Por eso Naranjo recomienda que las empresas mantengan políticas y campañas para equilibrar la vida personal y profesional, como por ejemplo el Family Day, en el cual el trabajador disfruta de un día laboral de esparcimiento para compartir con su familia.

    Foto: Ingimage
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  • En Japón habita una nueva generación de jóvenes adictos a Internet

    Agencia AFP

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    Desde que se despierta, Sumire, una joven de 18 años, habla con sus amigas por internet, ya sea durante las clases, mientras se baña e incluso en el retrete. Como la mayoría de jóvenes japoneses, está las 24 horas conectada, lo que preocupa cada vez más a los profesionales de la salud.

    «En cuanto tengo un momento durante el día, me conecto, desde que me levanto hasta que me acuesto. Supongo que me siento sola cuando no estoy en internet, como desconectada», explica a la AFP. En todas partes y en cualquier circunstancia, «diálogo con amigos en Line«, una aplicación de mensajería instantánea en la que el 90% de los estudiantes de secundaria japoneses tienen una cuenta.

    Según una investigación gubernamental de 2013, el 60% de los alumnos de secundaria, que han tenido contacto con el mundo digital desde una edad muy temprana, mostraban señales fuertes de adicción a internet, cuando se ha disparado el uso de la red y se han multiplicado las pantallas (teléfonos inteligentes, tabletas, etc.).

    El problema preocupa a los profesionales de la salud. Estas prácticas tienen un impacto neurológico comparable al de la dependencia del alcohol o de la cocaína, según reveló un reciente estudio del centro de investigación sobre salud mental de Shanghai, que analizó datos cerebrales de jóvenes tecnoadictos.

    E incluso se ha creado una especialidad para desenganchar a los jóvenes de este opio digital. La dependencia es más difícil de detectar. «Con los ‘smartphones’, ya no es necesario encerrarse en una habitación [para acceder a un ordenador]. Así que resulta más difícil darse cuenta de que alguien tiene un problema», explica el psiquiatra Takashi Sumioka.

    El número de casos tratados por este especialista se triplicaron entre 2007 y 2013. Sumioka ofrece un programa de ‘desintoxicación digital’ a los pacientes. Les pide que redacten un diario «para ver hasta qué punto están sometidos a su ‘smartphone’ y a su conexión a internet». Se necesitan unos seis meses para lograr una «curación», asegura.

    ‘Una persona totalmente distinta’

    «Este tipo de obsesión está provocado por el temor de ser dejado de lado o incluso acosado en un grupo si no se responde con suficiente rapidez a los mensajes», advierte el doctor Sumioka.

    Según él, la necesidad irreprimible de comprobar su pertenencia a un grupo y de seguir sus reglas muestra una característica de la cultura japonesa, que tiende a rechazar las disonancias y no anima a distinguirse de los demás.

    «Japón es una sociedad conformista: la gente no defiende necesariamente sus opiniones, sino que simplemente sigue al grupo», estima Sumioka. Esta sociabilidad «electrónica» no equivale sin embargo a las interacciones humanas de la vida real, advierten los expertos, que alertan del riesgo de privilegiar casi exclusivamente los contactos en línea.

    Muchos japoneses se sienten ahora mucho más cómodos en las comunicaciones por internet que fuera de pantalla, subraya Miki Endo, una profesora de informática que organiza desde 2002 cursos sobre las adicciones a internet.

    Recuerda el caso de una alumna de 22 años. «Después de la clase, me pidió permiso para navegar en internet, ya que sus padres le prohibían hacerlo en casa», cuenta Endo, que vio a la joven transformarse delante de sus ojos. «Durante 10 minutos, era una persona totalmente distinta.

    En cuanto se conectó a las redes sociales, empezó a hablar en voz alta y a reír. Ella, que solía ser muy introvertida, parecía haberse olvidado de mi presencia».

    Nunca salía de mi habitación

    En el espacio de una década, la adicción a las nuevas tecnologías cambió completamente de naturaleza. Antes afectaba a los adeptos de los videojuegos, como Masaki Shiratori, quien con 11 años dedicaba su vida a luchar en internet contra monstruos imaginarios.

    A diferencia de los jóvenes de hoy, sin embargo, él quería huir de la realidad y de las obligaciones de la vida en sociedad. Enganchado al mando de su consola hasta 20 horas diarias, encadenaba combates en el juego en línea ‘Arado Senki’ (‘Dungeon Fighter Online’), no iba a clase, apenas dormía, atrapado en un universo mucho más acogedor para él que su entorno escolar.

    «Nunca salía de mi habitación, salvo para ir al baño», recuerda. Sólo consiguió apartarse de su mundo virtual y recobrar cierta vida social a los 14 años, cuando sus padres lo hospitalizaron. Tras años de terapia y su paso por un instituto especial, el joven, que hoy tiene 20 años, estudia informática en una universidad cerca de Tokio. Le gustaría poder vivir de sus conocimientos… en el mundo real. 

    La nueva adicción de los jóvenes japoneses es el celular. Foto: AFP
    La nueva adicción de los jóvenes japoneses es el celular. Foto: AFP
  • Adicción electrónica: ¿quién se salva?

    Arturo Castillo. Motivador y Profesor de técnicas psicorrelajantes

    Sumariamente, la negación es un mecanismo psicológico de defensa orientado a evadir la realidad. Este fenómeno, que a veces puede ser inconsciente, se manifiesta a nivel individual y colectivo. Es bien conocido, por ejemplo, que muchas personas niegan aspectos de su propia existencia que les resultan dolorosos, como una manera de preservar su equilibrio emocional y psicológico.

    Un ámbito frecuente de la negación son las adicciones. La persona afirma que está en control de la situación, que puede dejar la dependencia cuando se lo proponga. En cuanto a las adicciones colectivas, algunas de ellas se justifican, más aún, pasan por normales.

    Concretamente, las adicciones electrónicas no se aceptan como tales, pues socialmente se las ve como algo inocuo. Después de todo, se piensa, ¿quién no es ‘adicto’ al Internet? ¿Quién no padece de algún grado de fijación hacia su celular?

    Esta declaración irónica, ‘humorística’, soslaya a gravedad del asunto; lo niega y racionaliza. Tal trivialización empieza a pasar factura. Ya hay, concretamente, empresas que se declaran impotentes, que no saben cómo lidiar con ciertos trabajadores, cuya adicción a los dispositivos electrónicos incide en el cumplimiento de sus responsabilidades laborales.

    En algunos casos, el problema tiene tintes dramáticos, pues las empresas poco o nada pueden hacer para controlar a los compulsivos usuarios de aparatos ‘inteligentes’. Hasta hace poco bastaban las restricciones de acceso a la Red, el bloqueo de ciertos sitios; pero actualmente, cualquier persona puede contratar un paquete de datos para su celular, lo cual le da libertad adictiva.

    Antes, el inconveniente radicaba en la saturación, que hacía colapsar la Red, a más de la obvia pérdida de tiempo y desenfoque de la atención. Hoy preocupan el despiste, el absentismo psicológico, la desconexión emocional con el empleo, la improductividad. Aparte de ello, la generación de estrés por no poder leer y responder los insistentes mensajes, el ansia de no poder chatear, empobrecen la comunicación, el contacto con personas reales. Obviamente, no corresponde a las empresas lidiar con estos sujetos. De poco servirán los llamados de atención; ellos reincidirán. Como se mira el asunto, quizás los jefes deban asegurarse de que los postulantes a trabajar en sus compañías no padecen de adicción electrónica. La pista podría estar, justamente, en las redes sociales. Aparte de ello, un cuestionario bien hecho, con preguntas claves, sobre la utilización de los dispositivos electrónicos, podría revelar datos interesantes.

    Contacte a Arturo Castillo