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  • Ellos innovan en el sector textil

    Redacción Quito

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    La innovación para enfrentar retos es una de las características de Textiles Padilla. Esta empresa familiar, fundada a inicios de los años 70 por Manuel Vicente Padilla y María Virginia Teresa Pozo enfrenta desde marzo pasado un nuevo desafío con covid-19.

    Con su planta de producción ubicada en San Carlos de Alangasí, al oriente de Quito, en el valle de los Chillos, la empresa venía despuntando en la producción de telas. El enfoque estaba en los textiles de microfibra, muy demandados para la elaboración de ropa deportiva. “Ese era el segmento del mercado en el que nos movíamos con fuerza”, explica Christian Padilla, gerente Comercial.

    Con esa tela la compañía se había posicionado y contaba con distribuidores en ciudades como Portoviejo. Marita Cedeño, de la empresa Selenita, en la capital de Manabí, cuenta que trabajan con Textiles Padilla desde hace 14 años y tienen una relación comercial muy buena. “Siempre están innovando y por eso sus productos son de calidad”.

    Cedeño añade que mensualmente le compraban a Textiles Padilla entre 7 000 y 10 000 kilos de tela. “La microfibra para ropa deportiva es muy buena y nuestros clientes estaban satisfechos”. Las compras se suspendieron por la emergencia sanitaria que vive el país y Cedeño espera que las actividades productivas se reactiven para seguir comprando.

    En la planta de producción de Textiles Padilla, las actividades se suspendieron a mediados de marzo. El gerente Comercial cuenta que si bien existió inquietud, el equipo de investigación y desarrollo empezó a pensar en nuevos productos .

    Antes de la emergencia la empresa ya escuchaba a clientes que preguntaban si elaboraban mascarillas y telas para repeler líquidos. “Con la llegada de covid-19 tuvimos que adecuarnos, aprovechar la tecnología y el conocimiento del mercado para preparar una nueva tela antifluído, que sirva para mandiles y mascarillas. Pensamos en la protección de personal médico y de consumidores en general”.

    La investigación arrancó. Este proceso incluyó cerca de 50 pruebas hasta dar con el producto adecuado. Una vez que se desarrolló el tipo de tela, fue necesario contar con los permisos de las autoridades que la avalen.

    Desde abril pasado, la empresa cuenta con la línea Medical para uso no quirúrgico. Este desarrollo sirvió para que la empresa enfrente la crisis.

    Hasta febrero pasado Textiles Padilla producía unos 200 000 kilos de tela al mes, pero con covid-19 el negocio se frenó y ahora la producción mensual está en alrededor de 40 000 kilos.

    El equipo de trabajo también se redujo de 120 personas a unas 60, hoy en día. Sin embargo, la familia Padilla está optimista y espera que la producción crezca en lo que queda del año.

    El ánimo viene dado por desafíos que ya enfrentó la compañía en tiempos pasados . Uno de los más grandes fue competir con telas extranjeras y con el contrabando.

    Christian Padilla es parte de la segunda generación de esta empresa familiar. Su hermano Santiago es el gerente General. El primero recuerda que cuando asumieron responsabilidades, hace 20 años, la producción mensual era de 20 000 kilos de tela.

    El crecimiento, explica, se dio gracias a la colocación de capital efectuada en nuevas tecnologías y en capacitación del personal. “Hemos invertido para innovar y destacar en el mercado. La inversión más reciente fue de USD 600 000 en maquinaria de baños, laboratorio automático para tinturar telas, por ejemplo”.

    En esta temporada la empresa se ha apoyado en confeccionistas que aportan en la elaboración de mascarillas. Alexandra Camacho tiene un taller de costura en el centro de Quito y con otras cinco mujeres cumplen con los pedidos que hace Textiles Padilla.

    “Desde hace un mes elaboramos mascarillas con las telas que la familia Padilla nos entrega. Confeccionamos unas 5 000 a la semana y puedo decir que la calidad del material que se usa es excelente”, dice Camacho.

    Los planes pare el corto y mediano plazo incluyen reforzar la línea Medical. Padilla cuenta que ahora están desarrollando un semi-impermeable y overoles con estampados. “Estamos reinventándonos, con nuevos productos, creando y viendo cómo movernos en medio de todo”.

    Una vez que la situación se estabilice Padilla confía en reforzar el equipo y volver a los niveles de producción de inicios de año.

    La planta de producción se encuentra en San Carlos de Alangasí, en Los Chillos. Hoy en día trabajan allí cerca de 60 operarios.
    La planta de producción se encuentra en San Carlos de Alangasí, en Los Chillos. Hoy en día trabajan allí cerca de 60 operarios. Foto: Cortesía
  • Artesanías de madera destacan en Alangasí

    Valeria Heredia

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    Una familia de artesanos de la parroquia de Alangasí emprendió un negocio de elaboración de cajas de madera. No son cajas comunes, ya que tienen impregnados paisajes ecuatorianos, adornos y logos. Su objetivo es rescatar lo nacional.

    Entre los diseños que se pueden observar en las cajas están la cúpula de la Catedral de Cuenca o los paisajes andinos del Ecuador.

    El emprendimiento se llama Jarrín Arte y Madera y el taller está ubicado en la calle Simón Bolívar, en la parroquia rural de Quito.

    El emprendimiento arrancó hace 20 años cuando Juan Jarrín apostó a la realización de cajas de madera, aunque el negocio se levantó años antes con su padre, quien es carpintero.
    Jarrín ayudaba en la elaboración de muebles para los clientes, sin embargo, eso no le llenaba. Por ello decidió dar un giro a su negocio y hacer cajas para todas las ocasiones: regalos de cumpleaños, bodas y fechas especiales.

    Antes de tomar esta decisión, Jarrín estudiaba en la universidad, pero por falta de dinero tuvo que abandonar su carrera. Se quedó en primer año.

    Esto no fue un impedimento para continuar con su vida y emprender su negocio. Tampoco fue ron un obstáculo sus problemas de audición, que le acompañan desde el año de edad.

    Su taller está dentro de su casa. En este espacio tiene el material que trae desde Guayaquil. Cuenta con las herramientas que le ayudan a dar forma a la madera.

    En este negocio trabaja junto con su hermana Verónica Jarrín, quien es la encargada de realizar las láminas de madera. Para ella, el ‘plus’ de sus cajas es que se trabaja en familia y se realiza una labor artesanal para resaltar lo ecuatoriano o “lo nuestro”. “Queremos exaltar nuestros paisajes andinos y lo intercultural, no solo dentro de Ecuador sino fuera”, dijo ella.

    Este año, asegura la mujer, esperan encontrar nuevas empresas y más clientes para entregar las cajas de madera. “Esperamos que se concrete el negocio con otras compañías, incluso, para exportar las artesanías fuera del país”.

    Para este alangaseño trabajar junto con sus seres queridos es una ventaja porque puede conversar y disfrutar de un tiempo agradable con ellos.

    El proceso de elaboración de las artesanías depende de la forma de la caja. Hay algunas que son rectangulares y demandan menos tiempo. Otras son hexagonales y se requiere más horas, porque implica hacer moldes y cortar.

    El primer paso es sacar el diseño del paisaje. Se corta en una máquina para que el resultado final sea impecable, dice el emprendedor.

    En el taller Jarrín Arte y Madera se elaboran entre 130 y 150 cajas de madera a la semana para empresas con las que trabajan y para personas particulares. Los clientes resaltan este tipo de artesanías.

    El trabajo en este emprendimiento demanda tiempo y trabajo arduo de los siete integrantes que lo conforman.

    Levantar este negocio fue un reto para Jarrín y su familia. Implicó tiempo y dinero. El monto inicial fue de USD 8 000, que incluyó la maquinaria y las herramientas necesarias para hacer las cajas.

    El dinero salió de un negocio adicional que emprendió Juan Jarrín: la elaboración de juguetes de madera, juegos didácticos, marcos para cuadros y otros. Dejó de fabricarlos porque la competencia empezó a crecer y no había espacio para todos.

    Ahora, las ventas de las artesanías alcanzan los USD 3 500 mensuales. Los precios de las cajas son económicos, ya que alcanza un precio de USD 9 en adelante, dependiendo del modelo y la complejidad de las cajas.

    Este año está lleno de retos para Jarrín, ya que entrará con fuerza en la elaboración de cajas con más paisajes ecuatorianos. Sacará diseños con lugares típicos de cada región del Ecuador. “Esta es una de las estrategias que utilizaré para posicionar el negocio”.

    En el tema de ventas también buscará mejorar porque quiere ampliar su portafolio de clientes.
    En Alangasí, Jarrín es conocido como el maestro Juan. Sus amigos más allegados resaltan que es un ejemplo de admiración, de constancia en su trabajo, porque sus inconvenientes auditivos no han sido un impedimento para seguir imaginando, diseñando y construyendo las artesanías de madera, según comenta Henry Quimbiulco, vicepresidente de la Junta Parroquial. “Es un emprendedor que coloca alma, mente, manos, vida y corazón”. Destaca que este tipo de emprendimientos de su parroquia son valorados porque rescatan lo típico de la localidad.

    Juan Jarrín elabora cajas de madera hace 20 años. Ayudaba a su padre en la confección de muebles. Foto: Galo Paguay/LÍDERES
    Juan Jarrín elabora cajas de madera hace 20 años. Ayudaba a su padre en la confección de muebles. Foto: Galo Paguay/LÍDERES
  • 150 artesanos moldean el carrizo

    Redacción Quito

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    Los canastos, las pajareras, las lámparas, los portarretratos y los muebles son algunos de los productos que comercializan los artesanos de Alangasí, quienes tienen un reto: mantener la elaboración de artesanías con carrizo, así como lo hacían sus ancestros.

    La tradición de estos artesanos data de decenas de años atrás, cuando sus padres y abuelos les enseñaron a confeccionar productos como las canastas o las esteras; estas últimas eran utilizadas como colchones por las familias de esta parroquia rural de Quito.

    Nelly Umaquiza es una de las artesanas de la comunidad. Cada 15 días compra la materia prima en Guayllabamba para elaborar las artesanías, que le han servido para sacar adelante a sus tres hijos y a su esposo. “Con la elaboración y la venta de estos productos logré que todos mis hijos se gradúen, también ayudé a mi esposo”, explica la mujer de 47 años.

    Ella compra 300 carrizos al mes y le sirven para elaborar seis juegos de canastas, esteras y demás productos que le pidan. La diferencia, asegura Umaquiza, es que elaboran esteras rectangulares y no cuadradas como hacen en otras provincias del país.
    Para levantar su negocio, Umaquiza destinó un monto de USD 35, que es el costo de la materia prima. El material restante lo tiene en su casa, por lo que evita gastos innecesarios, dice.

    Los juegos de muebles están entre los USD 25 y 40. La elaboración de estos objetos es una de las tareas más complicadas, pero con práctica logra terminar en dos días. Todo depende del diseño y el modelo que pidan sus clientes.

    La elaboración de los muebles es una actividad que la realiza junto con su esposo, quien perdió el trabajo y decidió apostarle a esta tradicional actividad de Alangasí.

    El próximo año Umaquiza tiene nuevos retos: uno es abrir un local en El Tingo, lugar en el que actualmente reside. Para ella es una necesidad, ya que, hoy en día, deja sus productos en los locales de Santa Clara, en el norte.

    Días atrás los artesanos de esta localidad se organizaron para realizar una feria y mostrar sus productos. Incluso, Umaquiza presentó sus productos estrella: las casas y camas para perros y gatos. “Es nuestro valor agregado, lo que nos diferencia”, asegura.

    Actualmente esta emprendedora tiene un ingreso de USD 600 al mes, que le sirven para mantenerse y para comprar más carrizo.

    La feria tuvo el apoyo de la Junta Parroquial de Alangasí, que apoyó con el espacio y las comparsas para alegrar la feria.

    Su vicepresidente Henry Quimbiulco explica que esta actividad vuelve a tomar impulso por la conciencia ambiental y por la identidad. “El uso de artículos elaborado con productos biodegradables como el carrizo, en reemplazo del plástico, no solo protege la naturaleza sino que impulsa el trabajo artesanal y dinamiza la economía comunitaria”.

    Para Quimbiulco, el apoyo a los artesanos es importante porque consolida la identidad de los pueblos de la zona rural de Quito.

    Carmen Cevallos es una asidua compradora de este tipo de artesanías. Ella considera que es crucial apoyar a los artesanos quiteños que viven del arte.

    “Es importante que los compradores apoyemos los productos nacionales y más aún si son realizados por artesanos. Debemos ya aprender a valorar lo nuestro”.

    En esto coincide Laura Guamán, quien recuerda que en su niñez, su familia acostumbraba a comprar esteras o muebles de este material. “Cuando veo estos productos recuerdo mi infancia, por lo que prefiero comprarlos”.

    En Alangasí se cuentan alrededor de 150 canasteros, que trabajan el carrizo, según la Junta Parroquial. La mayoría son de avanzada edad. “Es una actividad que tradicionalmente se ha heredado de abuelos a padres y de estos a sus hijos. Esperamos que se mantenga”, dice Quimbiulco.

    En la Feria de Carrizo se presentaron los productos de los artesanos de El Tingo, en la parroquia de Alangasí. Fotos: cortesía GAD Alangasí
    En la Feria de Carrizo se presentaron los productos de los artesanos de El Tingo, en la parroquia de Alangasí. Fotos: cortesía GAD Alangasí