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  • ‘La teoría o la práctica en el campo laboral’

    Arturo Castillo

    Era solo cuestión de tiempo para que las empresas cayeran en la cuenta de que algunos de sus trabajadores estrellas, considerados la reserva de conocimiento, la élite pensante de la organización, no siempre tienen la respuesta para todo; que no son tan buenos ejecutores, que carecen de pragmatismo, de capacidad resolutiva.

    Suena contradictorio, pero es explicable: hay un abismo de diferencia entre teoría y práctica. Efectivamente, el conocimiento sin la posibilidad de ejecución, sin una aplicación que lo haga viable, es solo un cúmulo de datos.

    Bajo esta nueva comprensión, surge también un nuevo paradigma: el conocimiento formal, académico, tiene un valor germinal, pero lo que realmente cuenta son sus resultados prácticos.

    En tal sentido, los individuos teóricos no siempre hallan un camino que desemboque en lo concreto, donde la información halle un ámbito de aplicación, donde alcance a materializarse.

    Sin embargo, todo esto debe manejarse con pinzas, pues se corre el riesgo de ceder campo a lo empírico más allá de lo deseable. En la práctica, toda organización requiere de los dos elementos; toda empresa se sustenta en los conocimientos adquiridos, en su bagaje experiencial y en el conocimiento emergente, nuevo, cuya vertiente es el saber científico.

    Vana es la discusión respecto de qué debiera tener preeminencia, cuál de los dos conocimientos. Lo apriorístico, lo inmediato, basado en la experiencia de todos los días, y lo científico, que se esfuerza en explicar los fenómenos que operan detrás de tal o cual conocimiento son mutuamente convergentes y sirven para la dinámica de toda organización.

    Bajo estas consideraciones, la nueva tendencia para reclutar personal es tomar en cuenta, prioritariamente, las habilidades prácticas de los candidatos, sin limitarse a sus conocimientos, su trayectoria académica, lo que cuente su currículum vitae. Es decir, se aplica aquello de que ‘no importa de qué color sea el gato, lo que importa es que cace ratones’.

    La experiencia es producto de la práctica, de la exposición cotidiana a situaciones diversas. En ese sentido, el mejor de los teóricos puede verse superado por quien ha desempeñado un oficio durante años de forma empírica.

    Finalmente, a las empresas no les preocupa de dónde provienen las habilidades de sus trabajadores; todo lo que pide de ellos es eficiencia, buenas ejecutorias.

    De otra parte, las fuentes y recursos de aprendizaje de la presente era son infinitos, y si alguien se aplica en absorberlos, enhorabuena.

  • Freelance, ¿eufemismo o desocupación?

    Arturo Castillo. Motivador y Profesor de técnicas psicorrelajantes

    No es precisamente porque aman la libertad que muchos individuos eligen ganarse el pan de cada día como trabajadores ‘freelance’. No se debe a que se saturaron del encierro, de los horarios rígidos, de los jefes insufribles, de los salarios injustos, que optaron por trabajar independientemente.

    Hay, sin duda, gente con prestigio profesional, con excelentes contactos; carismática, que sabe cómo ‘venderse’; individuos que están listos para trabajar por su cuenta. La mayoría son ‘desterrados’ del mercado laboral, gente que rebasó la edad prohibida de los 40, cuyas plazas fueron ocupadas por jóvenes encantadores, poseedores de una o más maestrías, con dominio de alguna lengua extranjera, informáticos hasta la médula, con ambiciones de conquistar el mundo.

    Algunos ‘freelancers’ son hombres y mujeres ‘obsoletos’, que el sistema los quiere fuera de circulación, ‘porque ya cumplieron su ciclo’.

    Ellos se esfuerzan por encubrir esa ‘vergüenza’, argumentando independencia, libertad de horarios, mejores ingresos. Están prácticamente desocupados, pero aparentan que están comprometidos con asesorías, investigaciones, consultorías.

    Detrás de la supuesta autonomía laboral hay, muchas veces, precariedad, la tensión de no contar con un ingreso seguro; sentimientos de desprotección y desorientación, incertidumbre. Obviamente, existen muchos casos de éxito, de ‘freelancers’ que se arriesgaron a trabajar sin las ataduras de la dependencia, que confiaron en que su talento podía pagarles mucho más. Para ello establecieron una inteligente y efectiva estrategia; fueron construyendo pacientemente una cartera de clientes, se hicieron de un prestigio mientras estuvieron en relación de dependencia. No se lanzaron al vacío, confiando en las casualidades del destino; corrieron un riesgo calculado y tuvieron el carácter necesario como para esperar por los frutos, aunque en el ínterin afrontaron toda clase de penurias.

    Desde luego, no todos tienen las cualidades para ser un ‘freelancer’: sana osadía, suficiencia profesional, conocimiento pleno del mercado laboral, en el área específica; fe inquebrantable, capacidad negociadora, persuasión, habilidad emprendedora, espíritu innovador, creatividad. En algunos casos, el ‘freelancer’ es un emprendedor en ciernes. Efectivamente, esa independencia le dará la confianza para, finalmente, animarse a construir algo propio. Pero aun los trabajadores autónomos más audaces no siempre se atreven a ser ‘totalmente’ libres, prefieren depender de jefes ocasionales.

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  • Ejecutivos que se desvelan por su empresa

    ARTURO CASTILLO Motivador y prof. de técnicas psicorrelajantes

    La globalización ha hecho del tiempo y el espacio convenciones relativas. El mercado global trabaja 24 horas, 365 días al año. Y falta tiempo… En ninguno de los hemisferios se duerme a pierna suelta; siempre hay alguien vigilante de las máquinas, del mercado de valores, de la superproducción, del abastecimiento de objetos, de las estrategias publicitarias, de la innovación de los productos.

    Inmensas corporaciones ocupadas en devorar los tibios intentos de pequeñas empresas que quieren emerger; transnacionales que manejan imperios, pero que se resienten cuando la economía da signos de riesgo, cuando en algún punto del planeta se produce un «aleteo de mariposa» financiero. Entonces los dueños de escalofriantes fortunas se ponen nerviosos y hacen jugadas -no muy ingenuas-, que suelen provocar depresiones, crisis, recesiones y otras «patologías» económicas.

    Claro, detrás de esta frenética actividad hay gente que se desvela, que se encarga de que todo fluya con normalidad. Es común, por ejemplo, que los ejecutivos de compañías internacionales, responsables del manejo local o regional, estén sujetos a horarios inusuales, alineados con la matriz.

    Su dinámica es distinta, no solo en lo referente al horario, sino debido a la influencia operativa, al estilo laboral de la oficina principal. El gerente ‘overseas’ debe estar disponible a tiempo completo, por ello, la tecnología es su mejor aliada.

    A la postre, la fuerza del hábito hará lo suyo: las reuniones virtuales de directorio, de madrugada, ya no serán un problema.

    Diluidos el tiempo y el espacio, otras barreras, como el idioma, las idiosincrasias locales, los mercados y productos, se resuelven eficazmente. Los ejecutivos trasnochadores o madrugadores son puentes que allegan culturas, que salvan particularidades y facilitan el flujo de iniciativas empresariales a nivel mundial.

    En lo concreto, la pregunta es si los horarios extremos no restan efectividad a los ejecutivos; sea porque su sueño es incompleto y probablemente sobresaltado, o porque tienen que hacer clics mentales y emocionales que les permita fluctuar «entre dos mundos».

    arturocastillo1@yahoo.com «estos profesionales Son flexibles con los husos horarios,  pero más, son psicológicamente flexibles»

  • Arturo Castillo: ‘Un tiempo en el que el vértigo lo es todo’

    Arturo Castillo Motivador y prof. de técnicas psicorrelajantes

    La sensación que frecuentemente deja el acelerado avance de la tecnología es que el futuro no es una cuestión futura sino algo que está aquí, ahora, permanentemente.

    La transición presente-futuro ocurre con tal vértigo que apenas resulta perceptible. A diferencia del pasado reciente, cuando el tiempo parecía moverse con lentitud, con suficiente pausa que permitía percibir los cambios, hoy los acontecimientos rebasan la posibilidad de asimilarlos e integrarlos plenamente, conscientemente.

    Es evidente que la Generación Y vive y experimenta el tiempo de forma completamente distinta a como lo hacían las generaciones precedentes. La parsimonia con que los individuos afrontaban la vida resulta sencillamente impensable para los amantes de los dispositivos electrónicos.

    Los ‘Millennials’, también llamados así porque alcanzaron la mayoría de edad con la entrada al nuevo milenio, juzgan el mundo por la velocidad (todo debiera ocurrir con simplemente hacer un clic…).

    Por eso, seguramente, ellos son incapaces de esperar pacientemente, de aplazar lo que desean; quieren devorarse el mundo, probar todo lo que está a su alcance, como si la vida estuviera a punto de agotarse el minuto siguiente.

    Las máquinas son las aliadas naturales de la Generación Y en el ámbito laboral, lo cual no significa, necesariamente, que la calidad del trabajo y el desempeño profesional estén marcados por la excelencia, por la creatividad.

    Una cosa son los instrumentos, otra muy distinta, la actitud. En ese sentido, los imberbes profesionales tienen que aprender a comunicarse con habilidad y eficacia, a trabajar en equipo, a respetar reglas y normas, a observar jerarquías, como en su momento debieron hacerlo los trabajadores de épocas remotas, cuando las tareas debían hacerse manual y mentalmente, sin el auxilio de máquinas ‘inteligentes’.

    Son ambiciosos y tienen un intelecto brillante, actitud desprendida y escaso interés por la estabilidad laboral. Se avienen con la tecnología y su visión del mundo es global e integrada, sin embargo, afrontan los dilemas de siempre: ¿Cuál es el sentido de la laboriosidad humana? ¿Qué hay más allá del disfrute material del trabajo? «¿Cuál es el sentido de la laboriosidad humana?  ¿Qué hay más allá del disfrute material del trabajo?».