Etiqueta: bisutería

  • Artesanías con un toque contemporáneo

    José Luis Rosales

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    Tras residir 25 años en el exterior, el otavaleño Jaime Morales Jimbo retornó a su ciudad para impulsar su propio negocio: Walkas Bisutería.

    Hace un año y medio está al frente de esta firma que elabora productos con un toque étnico y personalizado. Siempre fue su sueño tener una tienda completa, con artesanías y joyería.

    El gusto por los textiles lo heredó de sus padres: Enrique Morales y Zoila Jimbo. Ellos se dedican a la confección de ponchos de lana para los diferentes pueblos y nacionalidades indígenas del país.

    Jaime le apostó por innovar usando su creatividad. Asegura que lo que más le agrada es hacer cosas originales.

    En su permanencia en Italia, Suiza y España tomó algunos cursos sobre sublimación, bisutería y confección en cuero. Le gusta aprender, ver programas en Internet relacionados a lo que hace.

    Una de las líneas que más destaca en Walkas Bisutería son los trabajos personalizados. Con la técnica del sublimado puede plasmar la imagen que un cliente desee en prendas de vestir, llaveros, platos, tazas, cojines, estuches de celulares y edredones.

    En la joyería de acero, en cambio, graba imágenes de fotografías, nombres, dibujos y símbolos que adornan anillos, pulseras, colgantes, entre otros.

    Desde hace varios años empezó a coleccionar fotografías antiguas de Otavalo, que han sido publicadas en redes sociales. Hay imágenes en blanco y negro de la Plaza de los Ponchos, la cascada de Peguche, el lago San Pablo, un músico kichwa tocando una bocina, un rondador, entre otros.

    Esas gráficas las ha replicado en camisetas, buzos, carteras, bolsos. Gustan muchos a los clientes, especialmente extranjeros.

    Una de las cosas que Morales destaca es el servicio de sublimación en gran formato, que permite optimizar tiempo y material.

    El emprendedor señala que la inversión que ha hecho para adquirir la maquinaria para su taller alcanza los USD 60 000.

    Cuenta que uno de los países en el que pasó más tiempo fue en España. Incluso, asegura, tiene maquinaria y herramienta guardada con la que realizaba el mismo oficio en ese territorio.
    Una de las nuevas líneas de trabajo en las que incursionó este creativo es la de fabricación de calzado con telas artesanales, adornadas con íconos kichwas. Hay para damas y caballeros; trabaja en tallas de la 35 a la 43.

    Los zapatos también son confeccionados a la medida y al gusto de cliente. Jaime Morales asegura que puede confeccionar zapatos para una persona y entregarlos en una hora, por que dispone de una amplia variedad de piezas para ensamblarlas.

    Por ahora, los pares llevan la marca Walkas. Sin embargo, analiza la posibilidad de desarrollar un nombre con identidad.

    A clientes como Jaime Cedeño, que llegó desde Quito, le gustaron las zapatillas. Comenta que son ideales para vestir a los integrantes de un grupo de danza del colectivo 60 y Piquito.

    Otra de las especialidades de este establecimiento artesanal es la bisutería. Si bien los anillos, aretes, cadenas, colgantes y otros son importados, Morales asegura que el cliente le pone el toque final. Es decir, letras, figuras, fotos.

    En las vitrinas resaltan colgantes traídos de destinos lejanos como India y Tailandia y de naciones regionales como Colombia y Brasil. De este último país provienen materiales de bisutería en macramé, que es un tejido trenzado manualmente con hilos.

    También se encuentran en el sitio las tradicionales walcas ecuatorianas, que son los collares que lucen las mujeres indígenas de la región interandina.

    Estos artículos son confeccionados con un toque contemporáneo. Las doradas y gruesas esferas, por ejemplo, han sido reemplazadas por delgados y finos mullos de vidrio. “No es tan fácil haber vivido en otros países y retornar a Otavalo a abrirse mercado”, explica Morales. Sin embargo, la creatividad le permite mantenerse a flote en esta población de Imbabura.

    El otavaleño Jaime Morales es el diseñador y fabricante de los artículos de la tienda Walkas Bisutería. Foto: José Luis Rosales/LÍDERES
    El otavaleño Jaime Morales es el diseñador y fabricante de los artículos de la tienda Walkas Bisutería. Foto: José Luis Rosales/LÍDERES
  • Un museo que ofrece artesanías de lujo

    Redacción Quito

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    Prendas de vestir, bisutería, shigras, adornos y más objetos artesanales dan la bienvenida al local principal de Olga Fisch, ubicado en el norte de la capital.

    Olga Fisch fue una mujer húngara-judía que llegó al Ecuador en 1930. Al pisar tierra ecuatoriana se enamoró de la tradición, el folklore y el trabajo de los artesanos que a diario eran arte para sus ojos.

    Al poco tiempo de su llegada, esta mujer diseñadora empezó a coleccionar objetos ancestrales del país, haciendo de su hogar, un museo personal.

    La afición de Olga Fisch por coleccionar artesanías ecuatorianas, convirtió a su lugar de estadía en un paradero obligatorio para extranjeros que tenían la necesidad de conocer las joyas que el país ofrece.

    A partir de esto, en 1945, la emprendedora abrió sus puertas al público en su nuevo almacén. Su marca se posicionó al mercado como ‘Olga Fisch Folklore’.

    El legado del negocio, ahora empresa, se mantiene tras 70 años de su comienzo como emprendimiento. Bernarda Polanco, joven de 29 años es la cuarta generación que se encarga de mantener viva la imagen y marca de Olga Fisch.

    Polanco estudió artes plásticas en Chicago con el objetivo de conocer más acerca del desempeño de la empresa. La joven, junto con su madre Margara Anhalzer, son quienes lideran en la actualidad este negocio sustentable.

    Estas mujeres manifiestan que la misión de la marca es social, al mantener intacta las tradiciones de los ancestros ecuatorianos.

    En la elaboración de sus diseños y productos, la empresa mantiene lazos amigables con el medio ambiente, así lo asegura Anhalzer: “Nos aseguramos de que ningún producto que vendemos dañen el planeta, ya que elaboramos con materia prima orgánica, sin la utilización de plásticos”.

    Es importante recalcar que la elaboración de sus muestras son confeccionados a mano, gracias a su artesanos que colaboran con la fabricación de las mismas.

    La materia prima, con la que elaboran, son netamente nacionales. Provienen de la amazonía, la sierra y costa del Ecuador. De esta manera aportan con el comercio justo dentro del país.
    Su empresa se maneja con 1 000 empleados. Dentro de ellos se encuentran artesanos, diseñadores y confeccionistas.

    Esta marca, desde el desarrollo de la empresa, fue reconocida a escala internacional, principalmente en EE.UU. por la fabricación y el diseño peculiar de sus alfombras. Los precios de estos artículos, varían desde los USD 20 000 en adelante, según el diseño y la dificultad del producto. Sin embargo, Bernarda aclara que en la actualidad, las shigras son uno de sus mejores artículos por su diseño y acogida por parte de sus clientes.

    A pesar de que hace varios años atrás mantenían dos locales en Guayaquil, pero cerraron por el la crisis económica de 1999 y la implementación de la dolarización. Sin embargo, ahora, la marca mantiene cuatro puntos de ventas principales, dos de ellos se encuentran al norte de la capital, uno en Cumbayá y otro en Imbabura.

    La tienda principal, a más de exhibir sus productos, ofrece a los clientes una visita obligada al museo, ubicado en la parte superior del local. Dentro de este se encuentran las piezas únicas que pertenecían a la coleccionista y diseñadora Olga Fisch.  En este lugar se aprecia la historia de cada pieza y las raíces ecuatorianas.

    Bisutería elaborada a mano ofrecen los locales de Olga Fisch. Foto: Tomada de la cuenta Facebook Olga Fisch
    Bisutería elaborada a mano ofrecen los locales de Olga Fisch. Foto: Tomada de la cuenta Facebook Olga Fisch
  • Klayart diseña bisutería con motivos étnicos

    Mayra Pacheco

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    Observar por décadas que las mujeres otavaleñas usaban el mismo diseño de accesorios motivó a Claudia Lema Vásquez, también oriunda de Otavalo, a innovar. Ella decidió elaborar esta bisutería, pero con un toque más moderno.

    Lema, quien es propietaria de Klayart, decidió hace cuatro años, confeccionar hualcas (collares), manillas, aretes, binchas. En cada una de estas piezas incluye elementos que hacen referencia a este grupo étnico de la provincia de Imbabura. Aunque sus diseños son más novedosos tienen el mismo fin: hacer que las mujeres se destaquen y “brillen”. 

    Para confeccionar estos productos, Lema menciona que emplea piedras de fantasía importadas, mullos, cintas. En los diseños priman los colores dorado, turquesa y coral, que son los que caracterizan el atuendo de las mujeres otavaleñas.

    En estos accesorios, esta mujer de 40 años reproduce las formas de los textiles que se hacen en los telares artesanales. Pero, en lugar de utilizar hilos forma líneas y otras figuras con mullos de diversos colores y tamaños.

    Los materiales que emplea para esta bisutería son de mejor calidad. Para ensartar la pedrería, en lugar de hilo ocupa unos alambres delgados que son bañados en oro ‘golfi’. Esto garantiza que las piezas conserven su brillo y color. Lema asegura que no se vuelven oscuras con el paso del tiempo.

    “Pensaba que la bisutería de las mujeres otavaleñas se debía modernizar. Soy otavaleña y sentí que debía hacer algo”, precisa esta emprendedora, quien también elabora alpargatas con tacones.

    El proceso de confección de esta bisutería es manual, por lo que no se hacen diseños en masa. En este proceso participan sus familiares. En total, en Klayart trabajan cuatro personas. Estas joyas de fantasía se encuentran desde USD 8 los aretes. Las hualcas pueden llegar a costar hasta USD 80. Y el precio de las manillas va desde los USD 15.

    En las hualcas (collares) priman los colores dorado, turquesa y coral.  La producción es artesanal, en el proceso participa la familia de Lema. Foto: Cortesía, Claudia Lema
    En las hualcas (collares) priman los colores dorado, turquesa y coral. La producción es artesanal, en el proceso participa la familia de Lema. Foto: Cortesía, Claudia Lema

    La venta de esta bisutería se realiza, principalmente, en Otavalo. La tienda de Klayart funciona en la calle Bolívar, entre Quito y Neptalí Ordónez. La atención es de lunes a sábado, de 09:00 a 19:00, y también se reciben pedidos vía redes sociales: Facebook, Twitter e Instagram. En estas se puede encontrar ejemplos del trabajo que hace Lema.

    Los accesorios de Klayart son apreciados por mujeres otavaleñas, extranjeras y mestizas. Lema define a sus piezas como bisutería moderna con esencia indígena.  Jenny González, cliente de Klayart, comenta que compró hace un par de meses una hualca, porque le llamó la atención el diseño y consideró que sería un complemento perfecto para su vestuario.

    González utiliza esta pieza junto con blusas que tienen diseños étnicos o con ropa casual monocromática. “Cada que uso la hualca causa sensación. Es una joya de fantasía muy bonita, de buena calidad y sobre todo rescata la identidad de los otavaleños”.

    Víctor Hugo Artieda, diseñador de la imagen de Klayart, ha constatado que esta marca tiene mucha acogida. En las ocasiones que ha visitado el local, ha encontrada varias personas interesadas en adquirir estas joyas de fantasía o las alpargatas. “Es un trabajo novedoso en comparación con los accesorios que se utilizan tradicionalmente”.

    Las piezas vienen en soportes de cartón impresos con la marca Klayart, que son fabricados por Artieda. En estos insumos complementarios se emplea cartulinas con texturas y figuras decorativas alusivas a los diseños de la bisutería. De estos materiales, Lema solicita cada mes alrededor de 200 o 300 cartulinas con su distintivo. Cada centena tiene un costo promedio de USD 10.

    Claudia Lema elabora joyas de fantasía inspirada en los accesorios que usan las mujeres otavaleñas. Foto: Cortesía, Claudia Lema
    Claudia Lema elabora joyas de fantasía inspirada en los accesorios que usan las mujeres otavaleñas. Foto: Cortesía, Claudia Lema
  • Ellas elaboran bisutería con lana y semillas

    Mayra Pacheco

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    Creer que las prendas tejidas son aptas solo para los días fríos, ahora no resulta tan cierto. Desde hace cuatro años, Luna Escarlata implementa la técnica del tejido para elaborar bisutería y apliques para prendas de vestir o accesorios que se pueden usar todo el año, sin importar el clima.

    La experiencia de casi 40 años usando el croché o los agujones permitió que las hermanas Margarita Lobato y Olga Lovato innoven en el arte del tejido. Al fin ambas -exceptuando el apellido por cuestiones administrativas- tienen mucho en común: tejen desde que eran jóvenes. Su fuente de inspiración fue su madre.

    Margarita recuerda que su mamá, Manuela Chulca, les confeccionaba la ropa sin emplear ninguna máquina. Sus únicas herramientas eran la tela, el hilo, la aguja y sus manos.
    Esto motivó a estas hermanas a involucrarse en esta actividad desde muy jóvenes. Lo que al principio fue una afición se convirtió en un emprendimiento que involucró a otros miembros de la familia. A Luna Escarlata se incorporaron Katherine y Verónica Haro, hijas de Olga.

    Este grupo de mujeres tejedoras se ha capacitado para elaborar aretes, collares, anillos, pulseras, gargantillas y apliques para bolsos y blusas. Todos hechos totalmente a mano con lana y croché.

    Aparte cada modelo que diseñan es único. Para confeccionar estos accesorios, las socias de Luna Escarlata toman en cuenta las preferencias de sus clientes. Esto permite ofrecer un servicio personalizado.

    Como materia prima se emplea, principalmente, lana sintética y de algodón. Estos productos se adquieren en el almacén Conson, en el Centro Histórico de Quito. La compra se hace cada quince días o una vez al mes. En esto se invierte alrededor de USD 15.

    La fina lana permite que Margarita, Olga, Katherine y Verónica tejan objetos casi diminutos y de formas diversas. Elaboran flores, mariposas, espirales, círculos. El modelo de la puntada sale de su imaginación y de algunas revistas especializadas en este tipo de arte.

    El costo de estos accesorios tejidos a mano es desde USD 1 un par de aretes hasta juegos de gargantillas y aretes en 15. En promedio, al año facturan USD 1 800.

    Además, de la lana, algunos modelos de esta bisutería incluyen semillas de sambo, achira, huairuro, corteza de coco y otros. Así se trata de fomentar el reciclaje. “Nosotras queremos rescatar lo tradicional. No creemos que todo debe ser industrializado. De esta manera cuidamos el planeta”, menciona Olga Lovato.

    Los apliques de lana que se colocan en los bolsos y en las blusas, en cambio, van sobrepuestos sobre prendas de tela. En estos artículos el valor se establece según la talla, el tamaño y el diseño solicitado.

    Las artesanas de Luna Escarlata están en condiciones de recibir pedidos al por mayor y por menor. Cuando se trata de un accesorio el tiempo estimado de entrega son dos días. Y si se tratan de cantidades más grandes, se llega a acuerdos con los clientes para tener a tiempo los productos.

    Hasta ahora, en los pedidos por mayor no han tenido complicaciones. Luna Escarlata ha participado en la elaboración de pulseras para la campaña presidencial de Cynthia Viteri, en el 2006. Entonces trabajaron con mullos en colores amarillo, azul y rojo.

    La experiencia más reciente fue en febrero del presente año. Este último pedido consistió en elaborar unas mallas tejidas para decorar unos centros de mesa para un matrimonio. Fueron 300 de estas unidades. Cada una costó USD 3, por la mano de obra.

    Paula Weiss, quien contrató este servicio, comenta que el producto fue fin al sorprendió a los invitados del matrimonio. Era una idea innovadora y de alta calidad.

    Además, Weiss destaca que a diferencia de otras tiendas con Luna Escarlata tiene la posibilidad de participar del proceso de elaboración y sugerir ideas. “Esto no es usual en otros sitios”.

    Por esto, Weiss menciona que cada vez que tiene un evento especial o compromiso acude donde las hermanas Margarita y Olga para escoger algún tejido como regalo para el homenajeado. Ella considera que este tipo de detalles son únicos y especiales.

    Katherine Haro (izq.), Olga Lovato y Margarita Lobato realizan diseños personalizados para sus clientes. Foto: Julio Estrella / LÍDERES
    Katherine Haro (izq.), Olga Lovato y Margarita Lobato realizan diseños personalizados para sus clientes. Foto: Julio Estrella / LÍDERES
  • Una técnica ancestral se emplea para elaborar bisutería y accesorios

    Redacción Quito

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    El fin de la época de oro del cedazo despertó la creatividad de los artesanos. Ahora, en lugar, de emplear la crin del caballo para elaborar estos utensilios de cocina que tienen poca demanda, diseñan bisutería, accesorios y objetos decorativos.

    Con esta iniciativa, los habitantes de la comunidad de La Toglla, en Guangopolo, mantienen la tradición de los cedaceros. Aunque se ha modificado un poco.

    Rosa Cabrera, propietaria de Sumak Maki, recuerda que cuando bajó la venta de cedazos decidió probar cómo aprovechar esta materia prima. Era febrero de 1987 cuando esta artesana empezó a tejer con crin un guerrero en miniatura. Esa fue su primera creación.

    Desde entonces, Cabrera, su familia y habitantes de La Toglla se dedican a elaborar llaveros, aretes, collares, pulseras, separadores de libros, cinturones, prendedores, cintillos, corbatas, muñecos y otros objetos decorativos.

    Este giro en el negocio motivó a Cabrera a crear Sumak Maki. En este proyecto familiar trabajan ocho personas. Todos aprendieron el oficio de sus antepasados.
    En la elaboración de estas manualidades se emplea una técnica parecida a la del cedazo. Pero el trabajo es más minucioso.

    Para hacer un par de aretes, por ejemplo, se teje la crin usando una hebra a la vez, para las pulseras se forman una especie de cordones y así según el tipo de objeto.

    Hacer un juego de bisutería completo toma al menos 24 horas de manera ininterrumpida. “Es un trabajo que demanda de tiempo y paciencia”, precisa Manuel Paucar, propietario de Sumak Maki.

    Las personas interesadas en comprar esta bisutería u otras manualidades hechas con crin pueden acudir a la plaza Foch, en Quito. Cabrera y su familia atienden ahí los sábados desde las 09:00 hasta 19:00.

    Aparte, estos productos se encuentran en Casa Raíz, en Tumbaco; en el Centro Cultural El Cedacero, en Guangopolo. Los precios van desde USD 3 hasta 25, si son juegos completos de bisutería.

    En estos accesorios, aparte de la crin, se emplean semillas, broches, hebillas. En estos implementos se invierten USD 250 cada mes. Pero no todo se cubre con dinero. Para teñir la materia se emplean raíces, hojas, flores, frutas, semillas y cortezas que ofrecen una variedad de colores.

    En promedio al mes Sumak Maki factura USD 500. Pero, Paucar espera que la demanda aumente en el último trimestre del año por las festividades de Navidad.

    Por ahora tienen ya un pedido grande que será comercializado en Brasil. Piedad Viteri, socia de estos emprendedores, viajará el próximo 2 de octubre a Río de Janeiro con una mercadería de Sumak Maki que suma alrededor de USD 1 500. Esta es la tercera vez que venderán en el exterior.

    Mari Paz Osorio, quien usa estos accesorios, comenta que los diseños son de Sumak Maki originales y modernos. Además, la materia prima se obtiene de manera natural, solo se corta la crin de caballo, no se sacrifica a los animales.

    Manuel Paucar, Nila Paucar y Rosa Cabrera  elaboran artesanías con la crin del caballo. Foto: Mayra Pacheco  / LÍDERES
    Manuel Paucar, Nila Paucar y Rosa Cabrera elaboran artesanías con la crin del caballo. Foto: Mayra Pacheco / LÍDERES
  • Ella elabora bisutería con semillas de aguacate

    Mayra Pacheco

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    Las semillas de los aguacates, consideradas para muchas personas como desechos, adquieren un valor adicional en las manos de Ann Formeller, propietaria de Avocado Seed Jewelry.

    Desde hace cuatro años, esta mujer de doble nacionalidad: estadounidense y ecuatoriana diseña con estos productos collares, aretes, pulseras, dijes y llaveros.

    La inversión inicial para este emprendimiento fue de USD 500. Se invirtió principalmente en herramientas y materiales extras, porque las semillas de aguacate casi no le representan costos.

    La materia prima para elaborar este tipo de joyería se obtiene, mientras Formeller, de 56 años, prepara recetas que incluyen este fruto típico de las zonas cálidas de Ecuador. Ella hace guacamole, ensaladas y otras preparaciones, pero jamás desecha las semillas. Incluso acepta las pepas que le obsequian sus vecinos, propietarios de restaurantes y amigos.

    En estas semillas frescas, Formeller realiza cortes con una navaja. Estos pedazos conservan, en parte, la forma natural de las pepas. Tras este procedimiento que se realiza antes de que la materia prima se seque, se obtienen figuras en formas de corazones, gotas, círculos, óvalos, triángulos, cuadrados, medias lunas y más. Y de ahí se arma de paciencia.

    Para poder manipular las piezas talladas en las semillas de aguacate, esta artesana debe esperar al menos cinco meses. Transcurrido este tiempo las pequeñas figuras se vuelven rígidas y tienen una textura parecida a la madera.

    Sobre estos pedazos de semillas de aguacate, Formeller talla con un aparato especial motivos alusivos a las culturas indígenas ecuatorianas, animales de las Islas Galápagos, flores. Estos dibujos son pintados y, luego se coloca una capa de barniz no tóxico para proteger el diseño de la pieza.

    Para darle el toque final a estas joyas se incluye cintas, cuero, piezas metálicas bañadas en plata y otros materiales para que sus diseños sean funcionales para sus consumidoras. Además, esta bisutería hecha, principalmente, con materia orgánica, va dentro de una caja elaborada con otra fibra natural: la cabuya.

    La encargada de hacer las envolturas para estas joyas es Cecilia Pérez, de 50 años. Esta artesa hace estos paquetes en formas de caja y de sobre para complementar así el trabajo de Formeller. Estos productos se hacen totalmente a mano. Para esto se usa la fibra natural, resinas y gomas biodegradables. El costo de estas se incluye en el precio final de la bisutería.
    En el proceso de elaboración de los diseños de Avocado Seed Jewelry participan en total cinco personas, incluido un joyero.

    Esta bisutería se entrega bajo pedido, pero también los clientes pueden encontrar las piezas de Avocado Seed Jewelry en ferias artesanales, en Casa Raíz, ubicada en Rumihuaico, en Tumbaco; en la Fundación Conservación y Desarrollo, en el sector de La Concepción; en tiendas del aeropuerto Mariscal Sucre, en Tababela; y en Angelique Galería, en Santa Cruz, en las Islas Galápagos.

    Aparte las personas interesadas pueden adquirir estas joyas en el taller de Formeller, ubicado en las calles Gonzalo de Vera, casa 574 y Gonzalo Díaz de Pineda, en la parroquia de Tumbaco.

    Los diseños de Avocado Seed Jewelry son minimalistas. En estos priman los tonos marrones. Pero también se dispone de motivos que son réplicas en miniatura de los aguacates. Los costos de estas piezas van entre USD 2 y 45,90.

    En Santa Cruz-Galápagos, los diseños de Formeller han tenido gran acogida. Los turistas aprecian que estas joyas tengan motivos alusivos a las islas y además que en estas se emplee material reciclado, comenta Angelique Darling, propietaria de la tienda Angelique Galería. “Son piezas son muy lindas y originales. La gente valora la creatividad”.

    Por las características de estos productos, en esta zona turística las personas han pagado, sin problema, entre USD 12 y 18 por un juego hecho con semillas.

    El trabajo que ha realizado Formeller en este tiempo le ha permitido facturar alrededor de USD 1 000. Pero tiene expectativa por abrir nuevos mercados o adquirir un local propio en una zona con alto tránsito de turistas nacionales y extranjeros como por ejemplo, la terminal aérea de Quito.

    Formeller rescata que a diferencia de la joyería tradicional, en la elaboración de los diseños de Avocado Seed Jewelry la materia prima se obtiene de manera natural. En este emprendimiento no se trabaja en minas ni en condiciones precarias.

    Para darle forma a la bisutería, después de degustar este fruto en alguna comida, a las semillas de aguacate solo se les retira los restos del fruto y se remueve una cáscara oscura que recubre la pepa para empezar a hacer los cortes en este producto. Esto es lo único que ella desecha. La cobertura del exterior también la conserva para hacer papel para tarjetería.

    El proceso de elaboración de joyas con semillas es relativamente fácil, por eso esta artista que aún mantiene su acento extranjero no tiene complicaciones para enseñar a otras personas su técnica. Para ella el idioma no es una limitación. Formeller vive ya en el país desde hace más de 20 años y su español es fluido.

    Los talleres se realizan en su vivienda ubicada en Tumbaco. Los horarios se establecen en acuerdo con las interesadas. Cada hora de curso cuesta USD 5. Además, la artesana proporciona los materiales básicos. El tiempo de aprendizaje depende de cada persona. Para mayor información se pueden comunicar al 099 105 0525.

    A la final, el diseño definitivo de una joya hecha con semilla de aguacate depende de la creatividad de cada artista. No se pueden hacer juegos en serie, porque la labor es manual en todo el proceso. En promedio, un juego de bisutería se podría diseñar en un par de días, siempre y cuando se tenga ya las semillas secas en su totalidad.

    Las pepas de los aguacates son la materia prima de esta artista. Con esto  elabora figuras diversas para formar aretes, pulseras, cadenas, y llaveros. Foto: Mayra Pacheco / LÍDERES
    Las pepas de los aguacates son la materia prima de esta artista. Con esto elabora figuras diversas para formar aretes, pulseras, cadenas, y llaveros. Foto: Mayra Pacheco / LÍDERES
  • Esta bisutería étnica de Otavalo cautiva al turista

    José Luis Rosales

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    Aunque nunca le interesó aprender cómo se elaboraban las hualcas (collares, en español), para Verónica Campo esta actividad se convirtió en su oficio.

    Ha dedicado los últimos seis de sus 29 años a diseñar y confeccionar los elegantes colgantes típicos, que son elementos infaltables en el atuendo de la mujer kichwa.

    Ella pertenece a la segunda generación de su familia dedicada a esta tarea. Comenta que heredó la habilidad de su madre, Zoila Tixicuro, para unir los mullos de vidrios bañados en oro. Es la única de seis hermanos en continuar con esta tradición manual.

    Campo creció en medio de una costumbre en la que antes las damas indígenas mostraban su poder económico y prestigio en el grueso de estas gargantillas.

    Sin embargo, hoy las jóvenes prefieren los collares más delgados, a diferencia de las matronas mayores. Incluso, eso le ha permitido fusionar en un mismo colgante los dorados mullos con corales, muranos o cristales. Todo depende del gusto del cliente, asegura.

    Los nuevos modelos tienen buena acogida, comenta Cristian Yaselga, esposo de Campo. Él resalta la destreza y el esmero que pone para elaborar cada colgante.
    Una sarta de cuatro filas de mullos gruesos cuesta USD 90. Los más delgados, en cambio, 60.

    También hace pulseras con mullos rojos o corales finos, que las damas portan en las muñecas. Antes, para las mujeres esta no era una prenda decorativa sino que les permitía tener fuerzas en sus manos para trabajar la tierra. Así dice la tradición.

    El emprendimiento al que bautizaron como Aly Maky (Buena Mano) también les impulsó a retornar al país. Cuando recién se casaron, la pareja viajó a Venezuela y a México a probar suerte, con la venta de artesanías. “Decidimos volver para trabajar y creo que nos ha ido mejor”.

    En Otavalo los locales de ropa y de artesanías indígenas cautivan el interés de los turistas. Kristi Mahoney, de Estados Unidos, no resistió probarse uno de los finos collares que confecciona Campo. Con un español con acento inglés aseguró que le gustaba mucho.

    La artesana comenta que este tipo de bisutería cautiva más a los extranjeros. Por eso, decidió instalar su local en el Mercado Centenario o más conocido como la Plaza de los Ponchos, ubicado en el centro de la ciudad de Otavalo.

    Sus trabajos también los promociona en ferias de Quito, Cuenca, Guaranda, Riobamba y Manta. En esta última urbe participa en una exposición periódica que promueve la Dirección Municipal de Turismo de esa urbe por el arribo de cruceros. La temporada inició en octubre del año pasado y concluirá en abril próximo.

    Con un tono de orgullo, la diseñadora de bisutería étnica comenta que también tiene pedidos de estas joyas de Francia, Italia, Bélgica y Estados Unidos.

    La artesana ha puesto a prueba su habilidad con la confección de colgantes que usan mujeres del pueblo kichwa Saraguro, que habitan en el sur del país. Son brillantes, con mullos de diversos colores, que cuelgan desde el cuello hasta el pecho.

    Aly Maky también tiene una línea de productos textiles. Ofrece sacos, bolsos, cobijas y cojines, que son elaborados por Yaselga. Este artesano otavaleño recuerda este emprendimiento lo inició con USD 2 000. Los recursos provinieron de sus ahorros.

    En Otavalo, Verónica Campo diseña una variedad de collares   y manillas que ofrece en ferias como la de la Plaza de los Ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LIDERES
    En Otavalo, Verónica Campo diseña una variedad de collares
    y manillas que ofrece en ferias como la de la Plaza de los Ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LIDERES
  • Iniciativas ecuatorianas de comercio justo llegan hasta el extranjero

    REDACCIÓN QUITO (F) 
    (F-Intercultural)

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    En un pequeño taller ubicado en el sector de La Planada, en el norte de Quito, Alberto Espín, su esposa Magdalena López y un grupo de 14 mujeres trabajan con tagua. Este material, que lo adquieren de proveedores en Esmeraldas, Mindo y Chontal, pasa por sus manos y equipos, para convertirse en bisutería de exportación.

    También utilizan pambil y vísola, dos variedades de la madera. Con estos materiales y con la ayuda de Camari (el sistema de comercialización del Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio), la producción de este taller llega hasta el mercado europeo.

    La pareja de emprendedores conoció la tagua hace 20 años, cuando trabajaban en una empresa italiana que procesaba el material. Esa firma dejó de operar y ellos decidieron aprovechar lo aprendido. Viajaron a Esmeraldas, en donde vivieron cuatro años; el negocio de tagua que habían planeado no funcionó en principio, pero hicieron un contacto que con el tiempo les abrió las puertas de los mercados extranjeros. Así empezó el taller M & A.

    Camari decidió apoyar la iniciativa desde entonces. Así, empezaron a producir figuras en tagua. En principio, elaboraban 30 al mes y “siempre estuvimos enfocados en llegar al extranjero”, aclara Espín.

    La actividad en el taller es dinámica. El proceso es completamente artesanal y empieza con la recepción de la tagua; continúa con una suerte de corte y lijado. Después, viene el tinturado, para terminar con el diseño y elaboración de collares, pulseras, aretes y otros artículos de bisutería.

    “Es un sueño colectivo y lo hemos logrado con el apoyo de Camari”, resumen estos microempresarios. El taller elabora hoy en día 3 000 piezas al mes y para septiembre tiene previsto mudarse a nuevas instalaciones en las que se han invertido USD 70 000, en espacios y maquinaria.

    Desde 1981, Camari trabaja con pequeños productores y artesanos. El apoyo está en la comercialización de sus productos, explica Vilma Allauca, gerenta de Exportaciones. “Somos miembros de la Organización Mundial de Comercio Justo y trabajamos bajo sus conceptos y valores”.

    Las primeras exportaciones de pequeños productores y Camari fueron en los años 80, con shigras de cabuya y textiles. Hoy, las líneas incluyen cerámica, paja toquilla, hoja de plátano, tagua…

    En la actualidad Camari apoya a unas 7 500 familias que elaboran y producen bajo el modelo de comercio justo.

    En ese grupo se encuentra la Unión de Productores de Mazapán de Calderón, también con sede en el norte de Quito. Uno de sus socios fundadores es José Lanche, quien recuerda que esta asociación surgió el 2 de mayo de 1990. “Empezamos 26 socios, ahora somos 18. La migración de hace 15 años hizo que algunos de los artesanos dejaran el Ecuador”.

    “La Unión surgió con la idea de evitar a intermediarios. Camari fue la primera organización en darnos la mano y en hacernos pedidos directos”, recuerda Lanche. “Con su soporte, nuestro trabajo llega a Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos y otros países. Trabajamos juntos 24 años y sus representantes están pendientes de todos los socios, en lo personal, así como en lo productivo”.

    La Unión de Productores de Mazapán de Calderón elaboró el año pasado 35 000 figuras, cantidad que se convirtió en un récord. Para Lanche, lo alcanzado en este tiempo es un logro de equipo.

    Los representantes de Camari revelan la estrategia utilizada para crecer juntos: en los primeros años de apoyo se exportaba lo que los artesanos proponían. Ahora se toma en cuenta lo que exigen los mercados internacionales en cuanto a diseño, materiales y el cumplimiento de las normas de comercio justo, explica Allauca.

    Sagrario Angulo, también de Camari, añade que el mayor desafío es mantener el equilibrio entre la sustentabilidad de los artesanos y de la organización. “Un escenario es el mercado local y otro es el internacional. Por eso nos enfocamos en que la calidad y el comercio justo son el eje”.

    El camino para Camari y su red de pequeños productores continúa. En la actualidad, las exportaciones representan el 30% de las ventas de Camari. La meta prevista para este año es elevar los ingresos un 10%, siempre trabajando en equipo.

    comercio justo
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  • La bisutería se convirtió en la inspiración para emprender

    Redacción Guayaquil

    El gusto de Ana Andrade por la moda y los colores, la llevó a iniciar la producción de bisutería en el 2009. Su madre Johanna Rhor recuerda que en ese año, tras graduarse del colegio, le regaló a su hija algunos collares que le habían pertenecido y estaban sin uso. “Cuando se los entregué, los desarmó e hizo nuevas creaciones con las piezas”, afirma.

    De esta manera comenzó la afición de la emprendedora de reutilizar materiales en la creación de diseños para su uso personal. El mismo año entró a estudiar Psicología en la Universidad de Especialidades Espíritu Santo de Guayaquil (UEES).

    Pronto, sus amigas, familiares y compañeras de la universidad, empezaron a hacerle pedidos. Por este motivo, en el 2010 realizó una inversión de USD 50 y compró tagua, cadenas y otros materiales en el Mercado Artesanal de la ciudad.

    Sin embargo, no tenía una técnica y elaboraba únicamente collares. “Decidí investigar en Internet y consultar revistas y libros especializados en bisutería, para lograr un mejor acabado”.

    En el 2011 y con el conocimiento adquirido diversificó los materiales y también los modelos. La oferta de sus productos se amplió a collares, aretes, pulseras y llaveros. Además, ese mismo año, le dio el nombre de Artesandía a sus creaciones. “Escogí ese nombre porque me inspiro en los colores de las frutas. Se me ocurrió que una mezcla de las palabras artesanía y sandía podía funcionar”, dice.

    La emprendedora vende aproximadamente USD 200 mensuales en productos de bisutería. “Siempre me ha gustado tener cosas originales. Por eso nunca repito un diseño; cada pieza es única”, dice.

    María José López es compañera de Andrade en la universidad. Comenta que los artículos que adquiere de la emprendedora son diferentes a las que encuentra en el mercado. “Esto lo logra, porque es muy creativa y tiene muchos años trabajando con bisuterías”.

    López asegura que en muchos casos personaliza sus creaciones, de acuerdo con los pedidos del comprador.

    Daniela Quiñónez también ha comprado bisuterías elaboradas por Andrade. Ella conoce a la emprendedora desde la época del colegio y destaca que siempre tuvo una faceta de innovadora. También ha adquirido unas seis pulseras en precios que oscilan entre los USD 5 y 8. Además, destaca la originalidad de los objetos. “Lo que más me gusta es el colorido”.

    Para Andrade, los collares son los accesorios que tienen más demanda. Asimismo, indica que no tiene un grupo objetivo definido, sus creaciones son adquiridas por mujeres de diversas edades.

    Aunque esta emprendedora tiene los diseños de los accesorios previamente desarrollados, también elabora nuevas piezas, de acuerdo con los pedidos al gusto y preferencia de cada uno de sus clientes.

  • La bisutería finlandesa llegó a la capital

    Redacción Quito

    Collares, aretes, anillos, pulseras, cadenillas, cepillos, bufandas… son parte de la oferta de la franquicia finlandesa Ninja. Los artículos diseñados por esta firma, presente en el país desde el 2010, son para mujeres y hombres.

    Ninja es una empresa que abrió su primer local de bisutería en el centro comercial Lahteen Trioon, en Finlandia, en 1992. Actualmente cuenta con 11 locales en el país europeo; de esa cifra, nueve tienen oferta mixta y dos están dedicados solo al público masculino.

    Ecuador es el primer país en el que Ninja se expande bajo el modelo de franquicia. El finlandés Seppo Pietarinen y su esposa, la ecuatoriana Bolivia Erazo, trajeron la marca al país. “Nos conocimos y nos casamos en Ecuador, luego vivimos en Finlandia por cerca de seis años. De regreso abrimos el primer local en el Quicentro Sur, que se inauguró en agosto del 2010”, cuenta la ecuatoriana.

    La licencia de la marca y una primera importación de productos requirió una inversión de USD 100 000. Además, el franquiciado paga por regalías el 4% de las ventas anuales.

    Pietarinen asegura que con las ventas de los primeros cuatro meses se pudo abrir un segundo local en el centro comercial Condado Shopping (Quito) el 4 de diciembre del mismo año, también bajo el modelo de franquicia. La pareja tiene la franquicia para el territorio ecuatoriano.

    Para la adecuación de ambos locales, en los que trabajan ocho personas, invirtieron USD 200 000. El dinero sirvió para comprar estantes que, de acuerdo con las exigencias de la firma, deben ser de color negro con espejos de fondo para resaltar el color de los productos. Cada artículo debe estar ordenado en los estantes por tipo y color, de tal forma que facilite al cliente encontrar combinaciones. En los estantes de Ninja existe una variedad de más de 1 500 piezas.

    El nicho al que se dirige Ninja incluye jóvenes, adultos y personas de la tercera edad. El producto se caracteriza por no utilizar materiales que puedan producir alergias, como el níquel y el plomo. Sofía López, cliente de Ninja, lo confirma “Yo no puedo usar cualquier arete porque se me irritan las orejas, solo puedo usar oro o plata. Pero con los aretes de acero de Ninja no he tenido ningún problema”.

    Este es un negocio familiar. Junto con Pietarinen trabajan sus dos cuñados, Tania y Boris Erazo, este último figura como gerente de Ninja en Ecuador.

    En su primer año en el país, Ninja facturó USD 400 000. El siguiente paso para la franquicia, según explica Boris Erazo, es abrir este año un tercer local en el centro-norte de Quito y, de esa manera, consolidar su área de cobertura en la capital. Posteriormente, tienen previsto expandir su mercado en otras provincias.