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  • El rompope de cacao cautiva a los clientes

    María Victoria Espinosa

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    Tecao es una microempresa chonense, que rescató el sabor del rompope tradicional manabita, y le agregó nuevos sabores de cacao y a café.

    Carlos Vera, propietario de Tecao, afirma que pese a que rehicieron la receta, el rompope no perdió su esencia ancestral.

    Esos dos productos tienen un ligero sabor a manjar manabita. De hecho, en la planta donde se realizan estos licores, se pueden percibir los olores a leche, canela, chocolate, café y manjar.

    Para dar con la fórmula correcta del nuevo rompope ,Carlos Vera y su esposa Evelia Chávez debieron hacer varias pruebas por más de dos meses. Cuando tuvieron la receta empezaron con una campaña de degustaciones a sus familiares y amigos. En una pequeña copa de plástico, le servían el licor.

    Los emprendedores relatan que además de la opinión sobre el producto, ellos se fijaban en las reacciones de las personas. “Si lo saboreaban, quería decir que les gustó. Pero si hacían caras, entonces había que modificar la receta”.

    En un café internet, Chávez hizo su primera etiqueta. Ella la diseñó, recortó y pegó en botellas de 200 mililitros (ml.).

    Las primeras ventas las hicieron a los clientes de su antiguo negocio. Hace nueve años, ellos vendían chocolate caliente, en unos coches en el centro de Chone.

    Vera recuerda con nostalgia esa época. Había días en los que solo vendía una o dos tazas del Chocolate de la abuela, como se llamaba su primer negocio.

    La pareja había invertido USD 5 000, que reunieron de las liquidaciones luego de dejar sus empleos en el sector privado.

    Ese dinero lo invirtieron en la compra de ollas y utensilios para cocina y de máquinas para tostar, moler y procesar el cacao, recolectado en la zona rural de Chone.

    También elaboraron unos triciclos con almacenamiento para transportar el chocolate caliente. Había días en los que el producto se vendía y las ganancias eran de hasta USD 30. Pero había temporadas en las que solo vendían USD 1, 50 y no les alcanzaba para pagarle a los proveedores. “Los clientes me decían que el producto era rico. Pero que debía innovar”.

    Ellos probaron con varios productos como helados y manjares de cacao, leche y café, pero no lograban obtener un producto con el que se sintieran satisfechos.

    Hasta que en 2015 empezaron a hacer rompope para el consumo familiar y ahí nació la idea de este nuevo producto.

    Cuando empezaban a posicionar este licor manabita, el terremoto del 16 de abril del 2016 afectó la planta y acabó con muchos negocios en los que ellos ya vendían el rompope de café y cacao.

    Para impulsar a los emprendedores manabitas, varias entidades gubernamentales empezaron a instalar ferias y ruedas de negocios. “Esas ferias fueron importantes porque nos permitieron conocer a empresarios y obtener un poco de dinero para pagar deudas y empezar a producir”.
    Desde la Prefectura de Manabí, les ayudaron a mejorar la presentación del envase, de la etiqueta y a obtener el registro sanitario.

    Durante los últimos dos años, Carlos y Evelia han asistido a ferias en más de 15 provincias.
    Eso les permitió ganar clientela en Cuenca. Loja, Guayaquil y otras. También en la cadena almacenes Tía y en gasolineras a escala nacional. Además, los pedidos también se receptan por las redes sociales. Cada mes, los emprendedores venden entre 1 500 y 2 000 botellas de los productos.

    Cuando no tienen feria, los fines de semana arman una carpa en el centro histórico de Guayaquil. Ahí no solo exhiben su producto sino que también le cuentan al consumidor anécdotas sobre el emprendimiento.

    Joaquín Zambrano es uno de los clientes de Tecao. Él señala que conoció el producto en las ferias hace un año. “El sabor es como el que hacían las abuelitas”.

    Hoy en día, Tecao cuenta con cinco productos, el rompope de café y el de cacao, una pasta de chocolate y una edición de licor con sabor a café y a cacao.

    Con los ahorros y un pedido de USD 5 000, que tuvieron para la Navidad del año anterior, lograron construir una nueva planta en el patio de su casa e invertir en nuevas máquinas. “Aún nos falta hacer una oficina de despacho, pero vamos poco a poco”.

    En la planta trabajan a diario cuatro personas para producir 150 litros de rompope. Pero para fechas especiales como Día de la Madre o Navidad deben contratar por horas hasta a 10 personas más para cumplir con los pedidos.

    De las ganancias de ventas- que sobrepasan las 1 000 botellas- y de las ferias, Carlos y Evelia han hecho una caja de ahorros para poder ayudar a los emprendedores manabitas a mejorar sus marcas o a patentar el producto. “Es una retribución a las ayudas que ha nosotros nos han brindado”.

    Evelia Chávez y Carlos Vera  elaboran rompope y licor de cacao y café, artesanalmente y con productos orgánicos.
    Evelia Chávez y Carlos Vera elaboran rompope y licor de cacao y café, artesanalmente y con productos orgánicos.
  • El Verdecito cautiva a Ibarra con el toque de la sazón esmeraldeña

    José Luis Rosales

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    El patacón loco es uno de los platos recientes en la carta de la Cafetería El Verdecito, en Ibarra. Este bocadillo es una especie de tortilla de plátano verde, previamente frita y aplanada, que va acompañado de carne, pollo, queso y guacamole.

    Esa es una de las delicias inspiradas en la gastronomía esmeraldeña con la que Carmen Cortez y sus hijas, Karina y Tatiana Riera, cautivan a los ibarreños.

    Dos décadas antes, Cortez se había mudado de su natal San Lorenzo hasta la capital de Imbabura, para buscar un futuro mejor para sus hijas. En su memoria traía recetas de comidas típicas de la ‘Provincia Verde’, que le cautivaron durante su niñez. Pero, ni siquiera sospechaba que eso sería la llave para instalar el negocio familiar.

    Antes de abrir este establecimiento, la carismática matrona, de amplia sonrisa, trabajó en una fábrica de libros, que luego cerró sus puertas. Tras perder su empleo y ante la necesidad de mantener el hogar montó laCafetería El Verdecito, que funciona desde hace nueve años en la avenida Jaime Roldós, en el norte de la urbe, junto a la residencia de la familia.

    La iniciativa empezó tras una sugerencia que les hizo Irene Riera, familiar de las emprendedoras, tras saborear unas exquisitas empanadas a la usanza esmeraldeña.

    Esa fue la semilla de esta micro-empresa, que se especializa en diferentes platillos que tienen como base el plátano verde. Incluso, los saberes de la gastronomía afroesmeraldeña inspiraron la tesis de ingeniera en contabilidad, con la que se graduó Karina Riera, en la Universidad Técnica del Norte.

    La innovación ha permitido un crecimiento constante de comensales. En el menú ahora resaltan manjares nuevos como pizza, hamburguesa y bolón de verde, señala Karina, administradora del establecimiento.

    Los bocadillos tienen nombres picarescos como bolón ‘arrecho’, bolón con sombrero y bolón cobijado. El primero, que lleva carne de cerdo, tocineta y queso, está inspirado en el plato esmeraldeño ‘tapao arrecho’, que es un caldo de carnes rojas y pescado.

    Sin embargo, la especialidad de la casa son las empanadas de verde que pueden ir rellenas de queso, pollo, camarón o concha. Las dos últimas, agrega Carmen Cortez, las implementó para dar más alternativas a los golosos.

    Al inicio hacían solo de queso o pollo. Vendían entre 10 a 15 unidades diarias. Pero, en cuatro meses el local cobró fama, comenta Tatiana Riera, socia del emprendimiento y abogada de profesión.

    Ahora ofertan entre 250 y 300 empanadas cada día. Los precios de estas delicias crocantes fluctúan entre USD 1,25 a 1,75.

    La mayoría de clientes ha quedado cautivado con la sazón de El Verdecito, como el quiteño Juan Pillalaza, que llegó respondiendo a una recomendación. “Los productos tienen el mismo sabor que los preparados en la Costa”.

    Aunque la microempresa creció no han perdido el trato personalizado con la gente. Este negocio que comenzó con dos mesas, en un pequeño salón, ahora se amplió a 17 mesas en dos plantas, que siempre están repletas. En la infraestructura y equipamiento han invertido USD 15 000. Los recursos provienen de varios créditos.

    Por ahora, el plátano verde llega desde Santo Domingo de los Tsáchilas. En cuatro meses obtendrá la primera cosecha de su finca.

    Otros datos:
    Atención. El Verdecito abre de lunes a sábado, desde las 17:00 hasta las 21:00.
    Ampliación. Las emprendedoras analizan instalar una sucursal y ampliar el horario.
    Registro.  En el Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual se tramita la marca.
    Producción. En San Lorenzo, en una finca de su propiedad, empezaron a cultivar el verde.

    Las hermanas Karina (izq.) y Tatiana Riera (centro) junto con su madre Carmen Cortez, instalaron la cafetería con sazón esmeraldeña. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    Las hermanas Karina (izq.) y Tatiana Riera (centro) junto con su madre Carmen Cortez, instalaron la cafetería con sazón esmeraldeña. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • Esta bisutería étnica de Otavalo cautiva al turista

    José Luis Rosales

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    Aunque nunca le interesó aprender cómo se elaboraban las hualcas (collares, en español), para Verónica Campo esta actividad se convirtió en su oficio.

    Ha dedicado los últimos seis de sus 29 años a diseñar y confeccionar los elegantes colgantes típicos, que son elementos infaltables en el atuendo de la mujer kichwa.

    Ella pertenece a la segunda generación de su familia dedicada a esta tarea. Comenta que heredó la habilidad de su madre, Zoila Tixicuro, para unir los mullos de vidrios bañados en oro. Es la única de seis hermanos en continuar con esta tradición manual.

    Campo creció en medio de una costumbre en la que antes las damas indígenas mostraban su poder económico y prestigio en el grueso de estas gargantillas.

    Sin embargo, hoy las jóvenes prefieren los collares más delgados, a diferencia de las matronas mayores. Incluso, eso le ha permitido fusionar en un mismo colgante los dorados mullos con corales, muranos o cristales. Todo depende del gusto del cliente, asegura.

    Los nuevos modelos tienen buena acogida, comenta Cristian Yaselga, esposo de Campo. Él resalta la destreza y el esmero que pone para elaborar cada colgante.
    Una sarta de cuatro filas de mullos gruesos cuesta USD 90. Los más delgados, en cambio, 60.

    También hace pulseras con mullos rojos o corales finos, que las damas portan en las muñecas. Antes, para las mujeres esta no era una prenda decorativa sino que les permitía tener fuerzas en sus manos para trabajar la tierra. Así dice la tradición.

    El emprendimiento al que bautizaron como Aly Maky (Buena Mano) también les impulsó a retornar al país. Cuando recién se casaron, la pareja viajó a Venezuela y a México a probar suerte, con la venta de artesanías. “Decidimos volver para trabajar y creo que nos ha ido mejor”.

    En Otavalo los locales de ropa y de artesanías indígenas cautivan el interés de los turistas. Kristi Mahoney, de Estados Unidos, no resistió probarse uno de los finos collares que confecciona Campo. Con un español con acento inglés aseguró que le gustaba mucho.

    La artesana comenta que este tipo de bisutería cautiva más a los extranjeros. Por eso, decidió instalar su local en el Mercado Centenario o más conocido como la Plaza de los Ponchos, ubicado en el centro de la ciudad de Otavalo.

    Sus trabajos también los promociona en ferias de Quito, Cuenca, Guaranda, Riobamba y Manta. En esta última urbe participa en una exposición periódica que promueve la Dirección Municipal de Turismo de esa urbe por el arribo de cruceros. La temporada inició en octubre del año pasado y concluirá en abril próximo.

    Con un tono de orgullo, la diseñadora de bisutería étnica comenta que también tiene pedidos de estas joyas de Francia, Italia, Bélgica y Estados Unidos.

    La artesana ha puesto a prueba su habilidad con la confección de colgantes que usan mujeres del pueblo kichwa Saraguro, que habitan en el sur del país. Son brillantes, con mullos de diversos colores, que cuelgan desde el cuello hasta el pecho.

    Aly Maky también tiene una línea de productos textiles. Ofrece sacos, bolsos, cobijas y cojines, que son elaborados por Yaselga. Este artesano otavaleño recuerda este emprendimiento lo inició con USD 2 000. Los recursos provinieron de sus ahorros.

    En Otavalo, Verónica Campo diseña una variedad de collares   y manillas que ofrece en ferias como la de la Plaza de los Ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LIDERES
    En Otavalo, Verónica Campo diseña una variedad de collares
    y manillas que ofrece en ferias como la de la Plaza de los Ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LIDERES