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  • Avestruces o champiñones, los pioneros sacuden la agricultura palestina

    Agencia AFP

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    En la localidad palestina de Dar Salah, al pie de un edificio de viviendas, Abdel Rahman Abu Tir ha instalado una pequeña granja. A priori, nada original en la Cisjordania ocupada, si no es porque cría avestruces. Este ingeniero, cuyo nombre en árabe significa ‘pajarero’, volvió de Gran Bretaña hace una década.

    Ahora, en su pueblo, es un pionero y espera conseguir que los palestinos aprecien la carne de avestruz.

    En sus dos hectáreas de tierra, cerca de 200 avestruces picotean la hierba, mientras que un poco más allá, los polluelos se pelean por salir de detrás de una red. La idea surgió hace muchos años. «Empecé a comprar avestruces en las granjas israelíes que cerraban las autoridades», recuerda.

    Cuando el Estado hebreo decidió en 2010 prohibir completamente la cría de avestruces, una especie protegida para el consumo de carne, las puertas se le abrieron a Abu Tir. Tenía el camino expedito para inundar con carne, plumas y huevos de avestruz los mercados israelí y palestino. Sin contar con los pedidos que dice recibir del Golfo y la vecina Jordania. Por el momento, solo vende por encargo.

    Lo más difícil, reconoce, será hacer despegar el mercado palestino. «Se necesitará tiempo para introducir la idea de consumir avestruz en el mercado local, ya que para los palestinos, es una carne extraña y relativamente cara», explica a la AFP.

    De hecho, «entre los palestinos, que cocinan más bien carnes grasas, el pavo ha tardado» en llegar a la mesa. Abu Tir sostiene que la carne de avestruz «es mejor para la salud y su cría causa menos daños ambientales que los bovinos«. Para convencer a sus compatriotas dice que echa abajo los precios. «Normalmente, el kilo de carne de avestruz se vende entre 35 y 40 dólares, pero yo lo vendo por USD 20».

    Ahora quiere agrandar su granja. Sus dos hectáreas solo le bastarán un año y después necesitará diez veces más ya que espera tener en dos años «1 000 ó 2 000 avestruces» y en cinco sacrificar «10 000 avestruces por año» por su carne. Para dar a conocer la carne de avestruz, Abu Tir ha organizado una gran barbacoa con responsables del sector de la agricultura. «Les ha encantado», asegura.

    Consumir productos palestinos
    Con degustaciones gratuitas, se han dado a conocer los champiñones «100% palestinos» de cuatro pioneros de la agricultura palestina. En varias tiendas de Ramalá, la sede de la Autoridad Palestina en Cisjordania ocupada, han llegado a regalar paquetes.

    El champiñón, contrariamente a la avestruz, está ya presente en la cocina palestina, pero hasta ahora, había que contentarse con los que cultivaban los israelíes, en particular en las colonias. Y es que la agricultura palestina se ha llevado la peor parte del conflicto. Hace 20 años, el sector agrícola representaba el 77% del PIB palestino, pero actualmente se sitúa en el 5% debido a la colonización de las tierras y a la restricción de movimientos impuesta por Israel.

    A raíz del boicot de productos israelíes, los jóvenes emprendedores del proyecto ‘Amuru’, el nombre del champiñón, han decidido abandonar sus puestos de ingenieros informáticos y aprender a cultivar champiñones.

    Ahora, en su impresionante granja en Jericó, en el este de la Cisjordania ocupada, los cuatro amigos producen mensualmente entre cuatro y cinco toneladas. Pese a los importantes costes para importar equipos, aseguran que venden sus champiñones a entre 1,7 y 2,3 dólares los 250 gramos, contra los 2,5 dólares de los israelíes.

    «Solo Ramalá consume entre 2,5 y 3 toneladas al mes». dice Mahmud Kahil, uno de los fundadores de Amuru, que espera ampliar su mercado a Gaza y a los países vecinos. «El objetivo, es 15 toneladas mensuales», explica. La idea es reemplazar definitivamente los champiñones israelíes «en las casas, hoteles y restaurantes» palestinos, asegura por su parte Samir Samara, el jefe de la administración de la agricultura en Jericó. 

    es un pionero y espera conseguir que los palestinos aprecien la carne de avestruz. Foto: Eduardo Terán/ LÍDERES.
    es un pionero y espera conseguir que los palestinos aprecien la carne de avestruz. Foto: Eduardo Terán/ LÍDERES.
  • Invedelca lleva más de tres décadas en el cultivo de champiñones

    Redacción quito

    Cerca de 87 días dura el proceso de producción de champiñones. Para cosechar un hongo de calidad, que sea digno de la receta de un plato gourmet o tan solo de una pizza, se requieren procedimientos rigurosos.

    Adentrarse en el cultivo del agaricus bisporus (nombre científico del champiñón) es ingresar a cuartos oscuros y fríos, llenos de compartimentos de madera, conocidos como camas, donde en un período de 17 días crecen pequeños brotes redondos y blancos.

    Todos estos conocimientos forman parte de la tradición de Invedelca, una firma quiteña que desde hace 34 años se dedica al cultivo de este producto.

    En la década de 1960, el champiñón era desconocido para los ecuatorianos. La compañía estadounidense Amcesa decidió instalar su planta en el país, debido a las condiciones climáticas favorables para la producción.

    Así, en 1967 esta firma extranjera abrió su plantación y área de empacado en Alóag (al sur de Quito). En esa época su producto estrella era el champiñón en conserva. La producción anual llegaba 45 450 kilogramos de hongos frescos y 363 600 de enlatados; de esa cantidad, más del 90% iba a EE.UU. y Europa.

    Sin embargo, la empresa dejó el país en 1974. Cinco años después, el grupo Izurieta Mora Bowen decidió comprar la planta que en ese entonces se encontraba abandonada. Así, en 1979 nació la empresa familiar Invedelca. Este grupo invirtió unos USD 5 millones en el terreno de 4 hectáreas y la maquinaria.

    Invedelca comenzó a comercializar champiñón con la marca Güipi; desde el principio sus canales de venta fueron la cadena Supermaxi, así como restaurantes y hoteles. La firma se dedicó a la venta de champiñones frescos y dejó a un lado los hongos enlatados. En esa época la producción anual llegaba oscilaba entre 30 000 y 40 000 libras.

    En la década de 1980 comenzó a dinamizarse el mercado del champiñón con la aparición de otras empresas nacionales de este segmento.

    Para la década de los 90, la empresa se consolidó debido a la ampliación de sus canales de distribución; la creciente presencia de supermercados del país le permitió llegar a más consumidores.

    Gustavo Riquetti, gerente de Invedelca, cuenta que Güipi se convirtió en una marca tradicional en las perchas de los autoservicios gracias a sus décadas de trayectoria. Pero quedaba un asunto pendiente: llegar a mercados internacionales. Por eso, en el 2006 comenzaron a vender a Costa Rica y en el 2010 a Panamá.

    El año pasado la firma exportó 64 000 libras a estos dos destinos. En el 2011, la cantidad fue de 160 000 libras. La caída fue porque bajó la materia prima y se priorizó el mercado local.

    Beatriz Ortíz distribuye Güipi desde hace 26 años en Cuenca. Ella reparte los hongos a hoteles, restaurantes y pizzerías de esa ciudad. A la semana entrega 750 kilos. «La calidad y el sabor son claves».

    Ramiro Armas, jefe de Compras del Alameda Hotel Mercure (Quito), señala que trabajan con Invedelca desde hace 27 años. A la semana adquieren entre 20 y 30 kilos. Armas sostiene que la calidad de los champiñones es excelente. En esto coincide Luis Janeta, propietario de JM Catering Services, quien adquiere el producto desde hace ocho años.

    La producción Meta del 2013. Para este año la meta total de producción es cultivar y empacar 2 200 000 libras.

    Duplicar las metas. Para el 2016, la firma prevé llegar a un pico de producción de 4 000 000 libras. La empresa prevé ampliar su planta y estrategia para conseguir este objetivo.

    Sello de calidad.  Actualmente, el proceso de producción cuenta con el sello de calidad ISO 9001.