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  • Los jóvenes de hoy emprenden más que los de hace 10 años

    Redacción Quito

    (I)
    redaccion@revistalideres.ec

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    Eduardo Raad es un emprendedor guayaquileño enfocado en el mundo del software y en la tecnología. Tiene 37 años, ha dirigido tres empresas y es el fundador de Dátil, un emprendimiento que facilita los procesos de facturación, cobranzas, finanzas y pago de impuestos de empresas. Su propuesta de valor se centra en la simplicidad y la facilidad de uso de esta herramienta digital.

    Para Raad emprender significa mantenerse curioso siempre “y alimentar esa capacidad de crear que tenemos, sea dentro de una compañía o fuera de ella”.

    Este emprendedor forma parte del grupo de jóvenes ecuatorianos que hoy en día emprende, en medio de retos y oportunidades. El reporte Jóvenes Emprendedores en Ecuador, elaborado por la Escuela de Negocios Espae, revela que en Ecuador, cada año, el 32% de los jóvenes con edades entre 18 y 34 años están involucrados en la puesta en marcha de un negocio, o posee uno que ha estado en funcionamiento por 42 meses o menos tiempo.

    Además, dice el estudio, se observan diferencias significativas entre los grupos de 18 a 24, y 25 a 34 años, siendo este último segmento el que registra la mayor actividad emprendedora.

    La tasa de emprendimiento (TEA) de los jóvenes muestra una tendencia decreciente, luego de un repunte en el 2013. Pese a ello, las cifras del país son las más altas entre las naciones participantes de América Latina y Caribe.

    El informe de la Espae, que utiliza datos del Global Entrepreneur­ship Monitor (GEM), añade que existen brechas de género entre la población de jóvenes; las mujeres confían menos en sus capacidades para emprender y muestran mayor temor al fracaso. Aunque la tasa de emprendimiento es similar para jóvenes de ambos sexos, una mayor proporción de mujeres está motivada por la necesidad, produciendo negocios que podrían tener dificultades para superar los 42 meses de vida.

    En contraste con los emprendedores de 35 a 64 años, los jóvenes están más motivados por mejorar sus ingresos u obtener más independencia, y menos por la falta de alternativas de trabajo.

    Franco Lara, de 22 años, emprendió un negocio con berenjenas. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
    Franco Lara, de 22 años, emprendió un negocio con berenjenas. Foto: Galo Paguay / LÍDERES

    Según Raad, los emprendedores deben estar dispuestos a aprender de manera permanente. “Si estás en cero y quieres crear algo, lo primero que tienes que hacer es aprender cómo, y eso requiere tiempo. Adquirir conocimiento rápido es lo más valioso.”

    Virginia Lasio, profesora de la Espae y una de los autores del estudio, junto con Jack Zambrano, cuenta que los jóvenes de hoy emprenden más. En el 2008 la actividad emprendedora temprana de los jóvenes fue de 17,6%, mientras que en 2017 fue de 29,7%.

    Otro dato dice que alrededor del 70% de la actividad emprendedora de jóvenes se concentra en el sector de servicios a consumidores. “Dentro de este grupo, dominan la venta al detalle y los servicios de alimentos y bebidas”.

    Lasio explica que al comparar con otros países latinoamericanos, se observa que en Ecuador suele haber la mayor proporción de jóvenes emprendedores, y que sus negocios, en general, no son de alto impacto. “No está claro si se debería fomentar la creación de más empresas. Sin embargo, sí se debería potenciarse la capacidad de generar negocios de mayor impacto”.

    Una vía para lograrlo es a través de la educación en emprendimiento, que está empezando a desarrollarse, incluso en los niveles de formación básica. Otro punto importante, añade Lasio, es el fortalecimiento de las redes empresariales de los jóvenes, que se ha identificado como punto débil, en comparación con otros países de América Latina.

    Raad está consciente de los desafíos que tiene como emprendedor y por eso tiene una estrategia clara y sencilla: “Hemos optado por una vía un poco más tradicional: simplemente hacer un buen producto, venderlo y crecer al ritmo que crece el mercado”. Además, enfatiza en la necesidad de ser transparente con el cliente y generar retroalimentación.

    Financiamiento, el reto para emprender

    Redacción Quito (I)

    Las horas del día se hacen cortas. Entre las actividades de la universidad hay que hacer espacio para las que demanda la agenda de un emprendedor. Nicolás Serrano, de 23 años, y Franco Lara, de 22, viven esta rutina a diario.

    Serrano, que estudia en Yachay Tech, es el creador de Innomaps, una plataforma que recopila data para que micro, pequeñas y medianas empresas obtengan un análisis sobre las mejores opciones para abrir un negocio; es decir, vende estudios de mercado usando georeferenciación.

    “Mi mamá emprendió tres veces y fracasó, a pesar de las ganas y sus capacidades para la cocina. Me di cuenta que, como ella, muchos emprendedores fallan porque no tienen las herramientas necesarias para poner un negocio sabiendo en dónde funcionará mejor”, cuenta.
    Serrano cree que los negocios relacionados a tecnología y data son los que tienen más potencial.

    Uno de los beneficios de emprender en tecnología, añade este estudiante de ciencias computacionales, es que se requiere poco capital para arrancar. Actualmente, para ahorrar costos, la empresa no paga sueldos a sus colaboradores, sino que les otorga un porcentaje de participación del negocio.

    Lara, en cambio, estudia ingeniería industrial en Quito y decidió que no quiere tener jefes. “Por eso emprendo desde ahora que estoy joven, para equivocarme, aprender y seguir intentando si es necesario”, dice.

    Hace 10 meses, Lara usó una receta de la familia para crear, junto con su mamá, Nora Moscoloni, la marca Conservas Moscoloni, que ofrece berenjenas y pimientos rojos en conservas.

    Hay varios obstáculos que el joven ha sorteado. El primero es que en el país, la berenjena no es un producto de alto consumo. Desde que comenzó, el joven cuenta que ha escuchado comentarios como ‘nunca he comido berenjena’, ‘¿a qué sabe?’ . Por eso, la labor de posicionar el producto ha sido en lo que más se ha concentrado.

    Alexandra Aguirre, de 32 años, crea sales de baño para tinas. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
    Alexandra Aguirre, de 32 años, crea sales de baño para tinas. Foto: Galo Paguay / LÍDERES

    Otro reto ha sido la tramitología. Los permisos que debe sacar en varias entidades demandan USD 3 000. “Arranqué con una inversión de USD 500 y hasta ahora no hay ganancia porque todo se reinvierte, pero es un proceso y como emprendedor, uno se vuelve soñador, y lo intenta todo”, dice.

    Alexandra Aguirre, de 32 años, en cambio, divide su agenda entre la tarea de ser mamá de una niña de 3 años y la de crear sales de baño para tinas. Con su negocio Nua Bath Bombs, Aguirre da empleo a madres solteras. “A veces hay mamás que quieren trabajar conmigo pero no tienen con quién dejar a los niños, yo les permito que vengan con ellos”, cuenta.

    El negocio comenzó con una inversión de USD 3 000. Aguirre cuenta que conseguir financiamiento fue complejo, por los requisitos que piden los bancos y por el temor a endeudarse en su primera experiencia como emprendedora, pero un familiar aportó con los recursos.

    Aguirre sabe que su idea es arriesgada, porque en Ecuador no hay una cultura generalizada de usar tina de baño, pero apostó por algo innovador que tiene menos competencia en el mercado.

    Gary Flor, presidente de Ceforcom, explica que es común que los emprendedores busquen los ahorros y a la familia para conseguir recursos. De ahí que las instituciones financieras tienen el reto de desarrollar productos que no exijan garantías muy altas y tengan plazos más largos para que más jóvenes accedan.

    Dátil es un emprendimiento que facilita los procesos de facturación, cobranzas, finanzas y pago de impuestos de empresas. Sus oficinas se encuentran en Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes / LÍDERES
    Dátil es un emprendimiento que facilita los procesos de facturación, cobranzas, finanzas y pago de impuestos de empresas. Sus oficinas se encuentran en Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes / LÍDERES
  • Los campesinos emprenden con la tuna

    Fabián Maisanche

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    La rentabilidad de la tuna asoció a 10 productores del caserío La Esperanza, en Ambato. La zona árida y desértica de la zona es ideal para la producción de este fruto que no requiere de una gran cantidad de agua ni terreno húmedo.

    Los campesinos con el apoyo de técnicos del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), Prefectura y Junta Parroquial de Montalvo buscan darle un valor agregado al producto.

    Los trabajos iniciaron en enero y los resultados fueron presentados en la Gobernación de Tungurahua el pasado lunes. Allí ubicaron sobre las mesas los frascos con la mermelada de la tuna, vasijas con la pulpa y cajones de madera con la fruta. Los emprendedores entregaron a los visitantes galletas con la mermelada para su degustación.

    “Nos organizamos para tener ganancias con el producto. No solo vamos a vender la tuna sino sus derivados que lo estamos elaborando de manera artesanal”, explica Beatriz Núñez.

    La campesina, de 38 años, cuenta que la tuna siempre fue cultivada en la zona de Montalvo, Huachi Grande y parte del cantón Cevallos pero los bajos precios en la comercializan provocaron que algunos productores se desanimen en continuar produciendo.

    Por ejemplo en el mercado Mayorista de Ambato, la caja de frutas puede llegar a costar entre USD 8 y USD 15, dependiendo de la temporada y la variedad.

    Otros cambiaron los cultivos o los tienen abandonados como en los caseríos San José y El Empalme, ubicadas al sur de Ambato.

    “El precio es una ventaja para los revendedores y un daño al productor. La tuna tiene buena aceptación en el mercado y eso nos motiva para continuar con el proyecto y seguir asociándonos”, indica Núñez.

    El caserío cuenta con 20 hectáreas de las 50 que se cultiva en los cantones del sur de la provincia de Tungurahua. Las tunas blancas representan el 90% de la producción seguido de las moradas y amarillas.

    Los técnicos de la dirección provincial del MAG de Tungurahua explican que los campesinos del caserío La Esperanza prefieren la blanca por considerarle dulce y apetecida en el mercado local.

    Mientras que los agricultores de Cevallos y Huachi Grande cosechan la nopales amarilla por el tamaño y el rendimiento que representa el producto.

    “Las propiedades nutricionales y energéticas son altas. Ayudan a reducir el colesterol, regenerar el estomago y cicatrizar las heridas al consumirlas”, indica la ex asambleísta Betty Jerez.

    La indígena del pueblo Salasaka fue una de las asistentes a la feria de emprendedores. Ella adquirió las ocho tunas frescas en USD 1 por sus propiedades curativas.

    “Muy pocas personas la consumen porque las cáscaras tienen espinos pequeños y es incómodo pelarlas. Los médicos me recomendaron consumirla”, cuenta Jerez.

    La tuna es considerada un cultivo no tradicional en Tungurahua y por eso no cuenta con la maquinaria necesaria para procesarla. Los técnicos del MAG y del Gobierno Provincial realizan estudios para tener un manejo adecuado, valor agregado, producción y costos que beneficien a los campesinos. Por el momento se vende el frasco de 250 gramos con mermelada a un costo de USD 3.50, la sidra en USD 5 y la pulpa USD 3.

    El presidente del junta pro mejoras de La Esperanza, José Bayas, explica que los funcionarios están analizando el real costo de producción y cuánto se produce en el año en la provincia. Los datos permitirán adquirir una máquina que les ayude en el proceso de limpieza a los campesinos.

    “Los precios decaen y ahí es cuando aprovechan los revendedores. Ahora estamos dándole valor agregado con las presentaciones en mermeladas, néctar, helados y sidras que pueden ser utilizados en ensaladas o salsas”, indica Bayas.

    Otro de los temas que trabajan es en el fortalecimiento de la asociación, posicionamiento de la marca y búsqueda de mercados.

    Los campesinos mostraron las tunas, en el edificio patrimonial de la Gobernación de Tungurahua.  Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Los campesinos mostraron las tunas, en el edificio patrimonial de la Gobernación de Tungurahua. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Dos hermanas emprenden asociadas con un artesano

    Redacción Guayaquil

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    La pasión que desde pequeñas comparten las hermanas Amy y Dayana Monroy, de 22 y 26 años por los zapatos de punta las hizo emprender y crear su propia marca: Calzado Monroy.

    La idea nació luego de que Dayana, quien es periodista, se contactara con un artesano del calzado para una entrevista. Ella le compró unos zapatos y él le ofreció trabajar juntos con sus productos.

    El proyecto estuvo rondando la cabeza de la comunicadora y se lo comentó a Amy y a su mamá Teresa Tapia. Ellas, al observar la excelente calidad de los zapatos que Dayana compró, decidieron probar suerte en este negocio.

    Con una inversión cercana a los USD 600 empezaron solicitando 15 pares de zapatos para vender bajo pedido. Poco a poco fueron incrementando la producción para cubrir la demanda que tenían.

    Los primeros modelos que elaboraron fueron los zapatos puntiagudos que tanto les gustan a las dos jóvenes y los flats. Al inicio solo le vendían a familiares y a amigos hasta que después se promocionaron en las redes sociales donde lograron desarrollarse.

    Luego Amy, estudiante de comercio exterior, logró cerrar un contrato con la Asociación de Trabajadores del Banco del Pacífico entidad donde ella había trabajado. “Nosotros somos sus proveedores y le vendemos nuestros calzado con descuentos”.

    Debido a la alta demanda de clientes decidieron realizar una inversión mayor de USD 20 000. Además, tuvieron que a abrir un local en la ciudadela Garzota, en el norte de Guayaquil, para que sus compradores pueden acudir a adquirir lo que ofrece la marca.

    Esta tienda va a ser cerrada para en los próximos días abrir un local en la calle principal de Urdesa también en el norte de la urbe. Entre sus objetivos están que sus modelos puedan ser adquiridos en diferentes boutiques del país.

    Suggey Gaviria, de 22 años, compro calzado Monroy para ella y su familia porque le gustan y son económicos. “Me gustan los modelos, son muy cómodos y utilizan una plantilla especial”.

    Gaviria también adquiere estos zapatos para regalos entre sus amigas. “Los recomiendo sobre todos los de puntas porque los modelos son increíbles”.

    Amy explica que los diseños de los zapatos son entregados por ella o por su hermana para que el artesano, Eduardo Beltrán, quien es lojano, pero tiene su taller en el Puerto Principal, los elabore.

    “Nosotras elegimos los modelos y el material que se va a utilizar y ‘Don Edu’ los confecciona”, dice Amy. El primer calzado que es el de muestra siempre se lo prueba ella. “Me encargo de probar que no haya molestias al caminar y luego damos el visto bueno para que confeccione los demás”.

    En la actualidad, Monroy tiene cuatro modelos de zapatos para mujeres aunque aspiran luego extender su marca y crear también calzado para hombres y niños. Los precios de los zapatos de punta van desde los USD 45, los flats, 35; las sandalias, 28; y las plataformas 45.

    El emprendimiento ha generado varias plazas de empleo. En su taller Beltrán da trabajo a más de 20 jóvenes quienes se encargan de elaborar principalmente los zapatos Monroy y de otras marcas.

    Amy Monroy, de 22 años, es una de las creadoras de calzado Monroy.  Trabaja con su hermana Dayana; la tienda está en el norte de Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes / LÌDERES
    Amy Monroy, de 22 años, es una de las creadoras de calzado Monroy. Trabaja con su hermana Dayana; la tienda está en el norte de Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes / LÌDERES
  • 72 mujeres emprenden con cabuya y lana

    Cristina Marquez

    (F – Contenido Intercultural)

    Las artesanías que elaboran las mujeres de la Asociación Pulinguí Razcuñan son coloridas y tienen aceptación entre los turistas y los amantes de la moda de estilo étnico. Ellas manufacturan bolsos y carteras con fibras de cabuya, y elegantes chalinas, bufandas, gorros y guantes con lana de alpaca y borrego.

    Sus creaciones cuestan entre USD 5 y 35, y se ofertan en ferias artesanales de Riobamba, en la sala de exhibiciones del centro comunitario de Pulinguí y, esporádicamente, también acuden a ferias de Quito, Ambato y Cuenca.

    La meta es mejorar la calidad de sus productos y enviar sus prendas al extranjero, donde la lana de alpaca es apetecida por su textura suave y sus cualidades térmicas. Para lograr ese objetivo ellas se capacitan una vez a la semana en su centro comunitario.

    “Soñamos con ser grandes empresarias. Actualmente ganamos poco con la venta de las prendas, pero estamos ahorrando y mejorando nuestro trabajo para encontrar nuevos mercados en el extranjero”, cuenta la presidenta, Escolástica Guzmán.

    La agrupación se inició en la manufactura de prendas de vestir en el 2014, cuando sus integrantes notaron la acogida que los productos de otras comunidades tenían entre los turistas. Sin embargo, la asociación surgió en 1996.

    Hasta ese año, las 72 integrantes se dedicaban únicamente a la agricultura, a la crianza de los animales domésticos y al cuidado de la casa. “Decidimos asociarnos porque vimos que las organizaciones tenían más respaldo de las ONG y de las instituciones gubernamentales”, dice Guzmán.

    El primer año, las mujeres emprendieron una microempresa de abonos orgánicos. Ellas construyeron en sus casas camas de lombricultura para obtener humus, un tipo abono rico en nutrientes orgánicos. Sus primeros clientes fueron administradores de estadios y parques de Riobamba. Con los recursos que obtuvieron, unos USD 4 000, construyeron un centro comunitario y adquirieron un espacio para mejorar la producción del abono.

    Sin embargo, la organización atravesó problemas de comunicación y algunas socias desertaron. “Fue difícil al principio, porque estábamos aprendiendo a ser líderes. Antes las mujeres no teníamos participación en los asuntos de la comunidad”, cuenta Manuela Guzmán, expresidenta de la agrupación.

    Las mujeres también incursionaron en la siembra de quinua orgánica, que se vende a la empresa Sumak Life. Ellas se unieron para sembrar al menos 14 hectáreas de este cereal, lo limpian y lo venden listo para el consumo. En el futuro incluso aspiran comercializar productos procesados y derivados de la quinua.

    Hoy la prioridad es impulsar la producción artesanal. Las socias de la agrupación recibieron apoyo de Trias, una organización no gubernamental que les dotó de equipamiento de oficina, materia prima para las artesanías, dos máquinas de coser y mostradores para sus mercancías.

    Esos enseres fortalecieron la organización y les motivaron a mejorar la calidad de los acabados de sus tejidos e incluso a incrementar su producción. Hoy tienen telares para la elaboración de ponchos y shigras, que pronto se incluirán en su menú de productos.

    “La asociatividad se volvió nuestra estrategia más efectiva para progresar. El objetivo del proyecto es mejorar las condiciones de vida de las mujeres y sus familias, involucrar a los jóvenes y nuevas generaciones en este trabajo y fortalecer nuestra identidad cultural”, dice Olmedo Cayambe, técnico de Trias y dirigente comunitario.

    Las mujeres también forman parte de la Corporación de Turismo Comunitario de Chimborazo, (Cordtuch). Ellas ofrecen servicio de alimentación, actividades de convivencia con la comunidad y una visita a la sala de artesanías, donde los visitantes pueden verlas trabajar.

    Otros detalles

    Las socias reciben invitaciones para compartir su experiencia. Dos representantes próximamente viajarán a dos encuentros en Perú y Cuenca.

    La organización les entrega todos los materiales necesarios para fabricar las prendas. Ellas ganan entre USD 1 y 5, por cada una. Los fondos se reinvierten en otros proyectos .

    Escolástica Guzmán, Manuela Guzmán y María Juana Pacheco son de la directiva. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
    Escolástica Guzmán, Manuela Guzmán y María Juana Pacheco son de la directiva. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
  • 18 mujeres emprenden con buena sazón

    Cristina Márquez  (F)
    F-Contenido intercultural

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    La música de Julio Jaramillo suena en la cocina de la Asociación Sumak Micuykuna Karanakuy cada vez que se inicia una nueva jornada de trabajo. Las risas, las bromas y los secretos culinarios heredados por las abuelas también son parte del ambiente.

    Las socias de esa agrupación son 18 amas de casa de Riobamba, Chambo, San Juan y Gatazo. A ellas las unió la necesidad de aportar económicamente a su hogar después de que perdieran sus empleos en diversas instituciones educativas, centros de cuidado infantil y fundaciones, en el 2012.

    “Pensábamos que por nuestra edad nadie nos iba a contratar. Estábamos muy tristes”, recuerda Gloria Bonifaz, administradora de la microempresa.

    Las mujeres, de entre 42 y 58 años, se conocieron en una capacitación dictada por el Instituto de Economía Popular y Solidaria (IEPS). El objetivo del taller era analizar las capacidades y potencialidades de cada una para promover la integración de emprendimientos comunitarios.

    Fue entonces cuando descubrieron que la asociatividad y la buena sazón eran una oportunidad para emprender. Los conocimientos que adquirieron en la capacitación sobre manejo administrativo de empresas, higiene alimentaria, salud y nutrición, se convirtieron en su primer capital.

    Cuando el emprendimiento se oficializó en febrero del 2014, ninguna estaba en posibilidades de aportar un capital monetario. Por eso contribuyeron con las hortalizas y legumbres de sus huertos familiares, las ollas y otros utensilios de sus propias cocinas, entre otros materiales, para iniciar un servicio de bufé.

    De hecho, esa iniciativa inspiró el nombre de la agrupación. Sumak Micuykuna Karanakuy es un término kichwa que significa, buena comida y buena alimentación, y está relacionado con la idea de ofertar comida sana y deliciosa para eventos institucionales, refrigerios para niños, talleres.

    Toda la comida del menú está pensada en la nutrición y en el uso de los productos ancestrales como la quinua, la oca, el chocho y los cereales andinos, que “mantenían fuertes a los abuelos para las tareas del campo”, pero con un toque gourmet para atraer a las nuevas generaciones.
    Los productos estrella son los que se recogen en las huertas orgánicas de sus comunidades, y se complementan con frutas y verduras frescas que adquieren de otros agricultores. Los desayunos, almuerzos y refrigerios nutritivos son su especialidad.

    “No teníamos capital cuando empezamos a ofrecer nuestros servicios. Cada una tuvo que aportar con sus ahorros y sacar pequeños préstamos cuando tuvimos nuestro primer pedido”, cuenta Bonifaz.

    Los 40 niños de un centro infantil fueron los primeros clientes. El desafío para las amas de casa fue convertir un listado de vegetales en platos atractivos a la vista y de excelente sabor para agradar a los pequeños.

    Las recetas de cocina que probaron tuvieron tanto éxito que después de unos meses, recibieron pedidos de más centros educativos. Hoy, ellas proveen cuatro comidas diarias a 200 niños de Riobamba y Chambo.

    Las mujeres se organizaron en comisiones para realizar las compras, planificar el menú diario y para las diversas tareas de cocina. Todas colaboran por turnos en varias funciones.

    Narciza Manzano, de 51 años, es la encargada de la nutrición. “Nunca nos imaginamos que después de estar desempleadas, nos convertiríamos en nuestras propias jefas. Es como un sueño hecho realidad”.

    Para las emprendedoras, equipar mejor su cocina para incrementar el menú de servicios es la principal prioridad. Por eso, ahorran la mayor parte de sus ingresos para reinvertir en menaje de cocina, como ollas, vajilla, cuchillos y otros implementos. Otro objetivo es capacitarse en alta cocina para ampliar y ofrecer banquetes.

    Más información
    Las emprendedoras
    Reciben el salario básico cada mes. El resto de sus ingresos se reservan en una cuenta de ahorros.
    Los insumos
    Los productos que utilizan para sus comidas son orgánicos y se cosechan en los páramos de la provincia.
    Los precios
    El servicio de catering cuesta entre USD 2,50 y 5, por persona. Se ofrece desde cafetería, bocaditos y refrigerios ligeros hasta almuerzos y platos fuertes.
    Planes
    Piensan en una empresa grande y crear fuentes de empleo para más personas.

    Laurita Ichiglema, Gloria Bonifaz, Elsa Narváez, Juana Huebla y Narciza Manzano pertenecen a la Asociación. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
    Laurita Ichiglema, Gloria Bonifaz, Elsa Narváez, Juana Huebla y Narciza Manzano pertenecen a la Asociación. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES