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  • Una franquicia que nació como ‘food truck’

    Patricia González

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    Emprender era una meta común. Con 26 y 30 años, Pablo Alarcón y Carlos Sierra ya han tenido por su cuenta emprendimientos de comida. Fue en esas andanzas que se conocieron en una plaza de ­‘food trucks’, en Quito, y se hicieron amigos.

    Sierra, administrador gastronómico, tenía un negocio de crepes. Alarcón, quien es ingeniero en Administración de Empresas y Negocios, vendía parrilladas en la misma plaza.

    De la amistad y los intereses en común nació la idea de asociarse para formar un negocio apuntando a franquiciar. Los dos conceptos de comida, en que venían trabajando por separado, fueron presentados como proyectos a la plaza Boho Park, de puestos de comida, en el norte de la ciudad. Allí aceptaron la propuesta de crepes.

    El primer concepto de Sierra se renovó para el nuevo negocio, que se inauguró en mayo del 2017. Cambió de nombre a Crepes City y se amplió el menú para incluir una línea salada. La inversión requerida fue de USD 18 000.

    Por el resto de ese año se mantuvieron únicamente en esa plaza y a la par fueron desarrollando los manuales para la franquicia, que incluyen la parte administrativa y de cocina, los contratos de franquicia y de empleados, el diseño de imagen, entre otras áreas.
    En diciembre, publicaron las ofertas en sus redes sociales y a mediados de enero ya habían concretados tres ventas.

    “Los franquiciados están comprometidos con la marca. Estamos abiertos también a sus iniciativas. Tenemos buena retroalimentación”, dice Alarcón.

    Hoy la marca cuenta con cinco locales: dos propios y tres franquiciados. Cuatro se localizan en Quito y uno en Guayaquil.

    En la línea dulce ofrecen crepes o waffles rellenos de queso y arequipe, mousse de maracuyá, cheesecake, entre otros. En salados, también hay crepes o waffles, tienen de lomitos de pollo y vegetales, camarones salteados y otras variedades. El precio promedio de los platos es de USD 5.

    El menú también incluye milk­shakes de diversos sabores: Oreo, Nutella, maracuyá, algodón de azúcar, etc. Recientemente, sumaron dos nuevas líneas: cocteles y helados en copas con frutas.

    La marca cuenta con unos 15 proveedores para todos los locales. Para los aderezos dulces y crema chantilly trabajan con Alimatec, que les provee de cerca de 13 sabores, como chocolate, chicle, manzana verde, mora y sandía. Al mes, le entrega cerca de USD 600 en productos, detalla Víctor Zapata, socio comercial de la firma.

    Para obtener la licencia de la franquicia, la inversión está entre USD 18 000 y 25 000, según la ubicación del local. Los dueños de Crepes City cobran un valor inicial por el uso de marca y mensualmente, el 5% de las ventas como regalías y un 2% para publicidad.

    Ángelo Padilla y su esposa Anays Lugo, dos médicos venezolanos que residen desde hace tres años en el país, invirtieron en la franquicia y abrieron un local en Quito, en un sector universitario.

    “Decidimos apostar parte de nuestros ahorros en esta franquicia, como una forma de invertir en el país, porque tenemos miras a estabilizarnos”, comenta Padilla. El tiempo lo dividen entre la administración del local y el ejercicio de su profesión, en el Hospital Gíneco-Obstétrico de Nueva Aurora Luz Elena Arismendy.

    Sobre el modelo de franquicia destaca que hay un plan de negocio bien organizado. “Carlos y Pablo son responsables”.

    María José Pino es una de las clientes asiduas de Crepes City. Ella conoció de la marca gracias a que ganó un concurso que hicieron en redes sociales, que ofrecía de premio un milkshake de Oreo.

    Desde entonces, hace unos siete meses, ha regresado a sus locales una o dos veces al mes. Suele ir con su novio, familiares o amigos. “El milkshake de algodón de azúcar es mi favorito. También me gusta la crepe de cheesecake”.

    Entre todos los locales, la marca factura entre USD 30 000 y 40 000 al mes y genera empleo directo a cerca de 15 personas. Los planes a mediano plazo son extender la franquicia a ciudades de provincia y entrar con islas en centros comerciales, con inversión propia o en franquicia.

    Pablo Alarcón y Carlos Sierra son los fundadores. Tienen cinco locales, dos propios y tres franquiciados. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
    Pablo Alarcón y Carlos Sierra son los fundadores. Tienen cinco locales, dos propios y tres franquiciados. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
  • El sabor de Esmeraldas está en este ‘food truck’

    Redacción Quito

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    Nueve años les tomó a Johanny Quiñones y a Elías Hanze dar un giro a su negocio de recetas tradicionales de Esmeraldas. En marzo del 2008 empezaron a ofrecer servicio a domicilio de comida esmeraldeña en Quito.

    Pero decidieron innovar. Por eso, en octubre del año pasado estrenaron un ‘food truck’, que lleva el nombre La Tierrita y que está ubicado en el Bunker Food Park, un espacio para estos emprendimientos en el norte de Quito.

    El lugar ofrece desde el tradicional seco de pollo o guatita -con sazón esmeraldeña-, hasta el refrito de camarón, pescado frito y distintas variedades de bolones. A estos platos se suman la receta secreta que permanece hace más de 20 años en la familia de Johanny Quiñones, y también usan el ingrediente especial: el chiyangua.

    Esta especie es una hierba aromática utilizada para condimentar caldos y platos fuertes.
    Pero la historia de estos emprendedores en la preparación de platos esmeraldeños surgió cuando ambos llegaron a Quito en el 2003, para estudiar la universidad.

    Elías Hanze estudió psicología industrial, mientras que Quiñones se especializó en ingeniería comercial en la Universidad de las Américas (UDLA).

    Cuando ambos tenían 21 años se casaron. Desde entonces empezaron a ver otras fuentes de financiamiento para sustentar sus estudios, educar a su hijo y para el hogar detalla Quiñones.

    “En ese momento vi la oportunidad de tener mi propio negocio; y mi familia siempre estuvo vinculada a la gastronomía. Mis padres tenían una heladería en Esmeraldas y desde pequeña aprendí los secretos de la cocina esmeraldeña”, dice la emprendedora.

     Por eso, en un inicio invirtió USD 300 para preparar en su casa el encocado de camarón.
    También tuvo el apoyo de su tía, Marcia Calapucha, quien es la chef de La Tierrita. La esmeraldeña de 52 años menciona que sus recetas tienen secretos aprendidos de su familia de Esmeraldas.

    En agosto del año pasado y luego de trabajar en la preparación de los platos esmeraldeños para entregar a domicilio todos los fines de semana, Quiñones menciona que vieron la publicidad de un lugar para ubicar ‘food trucks’ en el norte de Quito.

    Por lo que decidió abrir su nuevo establecimiento con la finalidad de dar a conocer la sazón esmeraldeña y el sabor de la chiyangua en Quito.

    Para el ‘food truck’ se invirtieron USD 17 000; el dinero ayudó a comprar la concesión en el Bunker Food Park, el local, los equipos y otros detalles claves.

    La compra de ingredientes para preparar los alimentos lo hacen en supermercados, con la consigna de ofrecer productos de calidad. Sin embargo, la chiyangua es lo único que se trae de Esmeraldas.

    Manuel Cedeño, distribuidor de la bodega Sancho Exprés, provee de pescado picudo, camarón, aceite y arroz a La Tierrita. El comerciante afirma que hace un año concretaron la entrega de estos productos para el emprendimiento.

    Desde que esta pareja esmeraldeña, de manera formal, montó este negocio recibe aproximadamente 50 clientes por día. Y la capacidad de producción de su cocina es de 20 encocados diarios, explica Elías Hanze.

    El sabor que ellos ponen en cada receta, como el coco gratinado para los platos fuertes es lo que atrae a sus clientes.

    Noris Navarro es una funcionaria pública y cuenta que es cliente de Quiñones, desde hace nueve años. Ahora que la emprendedora tiene su propio espacio, acude semanalmente para consumir bolones de queso. Navarro cuenta que la sazón de La Tierrita la transporta a su natal Esmeraldas por la sazón que tiene.

    En este año, esta iniciativa fortalecerá el manejo de redes sociales. También, incluirá las entregas a domicilio y trabajará en otros platos esmeraldeños como el tapao, el caldo de res, y otros con chancho, pollo y chorizo.

    El equipo de La Tierrita elabora bolones de camarón, cerdo o platos fuertes como encocado de pescado. Foto: Julio Estrella/ LÍDERES
    El equipo de La Tierrita elabora bolones de camarón, cerdo o platos fuertes como encocado de pescado. Foto: Julio Estrella/ LÍDERES
  • Un local y un ‘food truck’ son sus canales

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    Hamburguesas con diferentes sabores, alitas bbq, costillas y papas fritas son parte de la oferta de Chios Grilled Burguer, un negocio que saltó del local tradicional a la oferta variada a través de tres canales de venta.

    Este negocio familiar nació de la mano de Rocío González y Daniel Chamorro. Primero funcionó en un local en la av. Tufiño y luego pasó a otro en la av. Real Audiencia en los que la oferta, a diferencia de ahora, era demasiado amplia.

    “Había humitas, sánduches, pinchos, etc. Poco a poco se fue reduciendo la oferta gastronómica y se quedaron con hamburguesas, papas, alitas y costillas”, explica Johanna Narváez, otra de las socias de este emprendimiento.

    Ella llegó al negocio cuando Rocío, creadora de la idea, decidió cerrarlo. En ese momento Daniel y Johanna, que son novios, le convencieron de mantenerlo y darle un giro a toda la operación.

    Levantaron la marca y se enfocaron cada vez más en mejorar sus productos estrella. Asimismo, se cambiaron a otro local en la Real Audiencia con una imagen novedosa: madera, plantas, colores llamativos, mesas exteriores.

    Cuando el negocio empezó, la facturación diaria de lunes a viernes era de USD 100 y el fin de semana de 200. Pero, con las mejoras consiguieron pasar hasta USD 800 de lunes a viernes, mientras que en fines de semana oscila entre 1 000 y 1 500.

    “Dejó de ser un negocio estrictamente familiar y se convirtió en otro con una proyección empresarial. Se tiene un control estricto sobre la nómina y proveedores, selección de personal mejorada, un mismo diseño en locales, etc.”.

    Con esto último se refiere a que hace seis meses pusieron en operación un ‘food truck’ que, principalmente, se ubica en la calle Whymper, en el norte de Quito. La oferta es la misma que en el local, excepto las costillas.

    Para esto invirtieron alrededor de USD 45 000, según explica Narváez. Allí venden a diario de lunes a jueves entre USD 200 y 300, mientras que en los fines de semana la cifra llega hasta 600. Narváez cree que estas ventas deben levantarse, aunque entiende que la situación económica actual ha impactado a los negocios.

    El ‘food truck’ les ha permitido darse a conocer más fácilmente en la ciudad e ir captando cada vez más clientes.

    Con el camión acuden, además, a diferentes eventos de más 50 personas. Uno de los últimos fue en Riobamba, en donde, según Narváez, tuvieron una amplia demanda.

    Chios es un negocio que busca que sus clientes sean fieles a la marca. “Siempre tratamos de afianzar a los que van por primera vez para que vuelvan al local o puedan visitarnos en otros”.

    Fernando Enríquez es uno de los clientes frecuentes de este negocio. “Cada sábado que les invito a mi esposa y a mis hijos a comer hamburguesas venimos acá. Lo que más me gusta es que son jugosas y que tienen diferentes sabores como la tex mex. También hay combos y alitas”, indica este empleado privado quien es cliente del negocio desde el 2011.

    Él está expectante por conocer el nuevo local que abrieron hace dos meses en La Mariscal. Allí González franquició la marca a un sobrino.

    Narváez detalla, sin embargo, que ahora la dueña original no quiere franquiciar el negocio a personas que no sean de la familia. Los trabajadores también incluyen a familiares como Viviana González, en el local de La Foch,

    El sitio en el que se instaló el local era un área desolada, pero ahora cobró nueva vida y lo que llama la atención son la decoración con madera, luces, color, etc. “En este sitio hay afluencia de gente que viene y se va. Aunque comienzan a tener clientes que se quedan”.

    Chios tiene un nuevo proyecto. Instalará una caseta en La Rambla, jardín gastronómico.

    Johanna Narváez es una de las tres socias de Chios, un negocio que oferta hamburguesas, papas, alitas y costillas, así como bebidas. Foto: Patricio Terán / LÍDERES
    Johanna Narváez es una de las tres socias de Chios, un negocio que oferta hamburguesas, papas, alitas y costillas, así como bebidas. Foto: Patricio Terán / LÍDERES

    Redacción Líderes

  • El ‘food truck’ llegó a la concesionaria

    Cuando una nueva tendencia que se vuelve rentable se apodera del mercado, no solo los actores más próximos ganan, sino también los demás participantes de la cadena; es como un efecto dominó.

    Esto ocurre con los ‘food trucks’, la nueva moda en el consumo de alimentos. Luego de que emprendedores decidieran apostar por este nuevo modelo de negocio, empresas automotrices y otros negocios comenzaron a ofertar pequeños restaurantes motorizados, listos para rodar y comercializar hamburguesas, tacos, helados, platos típicos, etc.

    Cinascar es una de las compañías que se ha sumado a esta propuesta. Marco Bucheli, gerente regional de la marca, cuenta que el proyecto nació con el fin social de apoyar al emprendimiento. “Incluso en nuestro sector hemos sentido el desempleo y nosotros creamos este proyecto para dar oportunidad a los emprendedores, dice Bucheli.

    Al ser una iniciativa social, explica el ejecutivo de Cinascar, los precios de los vehículos buscan ser más convenientes para los microempresarios. Además, la firma automotriz ha realizado alianzas con entidades financieras para que los emprendedores accedan a un crédito para este
    tipo de negocio.

    Cinascar ha difundido su propuesta en varias ciudades del país, como Quito, Santo Domingo de los Tsáchilas, Ambato, Otavalo, entre otras.

    Con el Municipio de Otavalo, la firma suscribió un acuerdo para proveer de los ‘food trucks’ -que se decorarán con diseños indígenas de la zona- a los emprendedores que se reunirán en un sitio de la ciudad para que se convierta en un atractivo turístico. Para este proyecto, Cinascar ha vendido 15 ‘food trucks’ terminados.

    Antes de lanzar la iniciativa, la firma calificó a tres talleres para que realicen las adecuaciones a los camiones para que se conviertan en un ‘food truck’. “En cada una de esas empresas hay un ingeniero que asesora al emprendedor y, de acuerdo con el negocio que quiera emprender, se diseña el automotor”, explica el gerente regional de Cinascar.

    El costo inicial del camión es de USD 19 990 y de acuerdo con las adecuaciones -que pueden ser cocinas, parrillas, etc.- el precio varía. En total, dice Bucheli, el ‘food truck’ terminado puede ascender a unos USD 30 000.

    En Quito, dice Bucheli, la firma no ha hecho mucha publicidad debido a que esperan que el Municipio dicte las normas de funcionamiento de estos negocios. Hasta el momento, la firma ha vendido 10 unidades en la capital.

    Hyundai también incursiona en este nuevo segmento. Oferta tres modelos de camiones para convertirse en un ‘food truck’. José Ávila, gerente de Marketing de Neohyundai, asegura que la firma también decidió ingresar en este nicho debido a la oportunidad de negocio que presenta el mercado.

    Sin embargo, uno de los inconvenientes, según la Asociación Ecuatoriana de Food Trucks (AEFT), sobre todo en Quito, es que no está lista la normativa. David Maldonado, vocero de la AEFT, sostiene que se espera que en la normativa se fije un cupo para que solo un número de estos negocios puedan incursionar en estas actividades. Por lo que el negocio de las firmas automotrices podría verse restringido.

    Maldonado cuenta que, en principio, las personas que buscaban implementar un camión de comida acudían a cerrajeros y, debido al ‘boom’ de los últimos meses, se ha creado una pequeña industria que se dedica a adecuar o comercializar los vehículos.

    En octubre, según Maldonado, se registraron cinco ‘food trucks’ en Quito y ahora ya se contabilizan unos 80. Para fines de año se espera que la cifra suba a 150.

    También, en sitios de ventas en línea se pueden encontrar ofertas para equipar o vender de estos ­vehículos. En MercadoLibre.com o en OLX, hasta la semana pasada, se registraban más de una docena de anuncios.

    Cinascar ofrece estos vehículos para emprendedores que quieran incursionar en el negocio. El costo de este ‘food truck’ puede ascender a USD 30 000, de acuerdo con las adecuaciones. Fotos: Paúl Rivas / LÍDERES
    Cinascar ofrece estos vehículos para emprendedores que quieran incursionar en el negocio. El costo de este ‘food truck’ puede ascender a USD 30 000, de acuerdo con las adecuaciones. Fotos: Paúl Rivas / LÍDERES
  • Tres socios ponen a rodar a la comida mexicana

    Redacción Quito

    En ciudades de Estados Unidos, cuando el camión de los helados aparece por alguno de los barrios, los niños se emocionan y se aglutinan a su alrededor para conseguir la golosina que este distribuye. La idea -no tan novedosa- es llevar el producto hacia el cliente. Pero el valor agregado es que los alimentos sean de alta calidad.

    Esta estrategia inspiró a tres emprendedores a implementar su negocio. Luego de verificar qué tipo de alimentos tenían mayor aceptación en el mercado capitalino apostaron por fabricar un «food truck» (camión de comida).

    Así, Xavier Almeida, Carlos Portero (quiteños) y Gianni Suasnavas (guayaquileño) iniciaron su negocio gastronómico motorizado, especializado en comida mexicana. Almeida y Suasnavas se conocieron mientras estudiaban en la Universidad Católica de Quito; Portero, de la Universidad de las Américas (UDLA), se unió para el proyecto.

    Estos profesionales en agroindustrias, negocios y administración, aún trabajan para diferentes compañías, sin embargo se abrieron un espacio para su iniciativa.

    Para cumplir su objetivo, a finales del año pasado, invirtieron unos USD 35 000. El monto sirvió para la compra e implementación de un camión.

    Para conseguir su objetivo diseñaron una pequeña cocina que debía caber en el remolque del automotor. El lugar tenía que contar con equipos que mantengan calientes los alimentos precocidos, un lavabo y una refrigeradora. Luego de seis meses de fabricación, y con la ayuda de una metalmecánica, consiguieron su objetivo. Así, en julio pasado nació Pinche Burro, un restaurante rodante que ofrece burritos y nachos, acompañados de bebidas gaseosas.

    El camión de Pinche Burro se moviliza en el sector del parque La Carolina (norte de Quito), entre las 11:00 y 19:30. Antes de movilizarse dentro de esa zona anuncian el lugar específico a través de sus cuentas de Facebook y Twitter.

    El restaurante móvil circula por ese sector debido a que busca cautivar a oficinistas en la hora de su almuerzo. Aunque los fines de semana su target cambia y acuden a eventos familiares y corporativos. En estos meses, el promedio de facturación mensual asciende a USD 4 500.

    Gonzalo Aguilar, propietario de la empresa Macrosonido, que ofrece servicios de amplificación, contrató a Pinche Burro para una fiesta de cumpleaños a finales de julio. Aguilar destaca el buen servicio que ofrece y el sabor de la comida. Mientras que la empresa Alpina ha contratado sus servicios por varias ocasiones. Pinche Burro ha estado presente en mañanas deportivas de la empresa.

    La preparación

    La cocción. Todos los alimentos son precocidos en su base de operaciones, que está ubicada en Cotocollao (norte de Quito).

    La producción. Preparan unos 100 burritos diarios; 400 el fin de semana.