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  • La fritada de cajón es una herencia kichwa

    Washington Benalcázar

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    Al igual que lo hacía su abuela y su madre, Nancy Cotacachi tomó la posta para elaborar fritadas de cajón, una de las delicias de la gastronomía indígena de la capital de Imbabura.

    Este plato de carne de cerdo se ofrece acompañado de papas cocinadas con cáscara y maíz tostado. El ají, molido en piedra y sazonado con cebolla larga, es el compañero infaltable del manjar.

    Según Hugo Benalcázar, director de la Escuela de Chefs GTH, es un plato de origen popular que ahora encanta a todos.

    Una de las características de este negocio es que los alimentos se guardan, hasta que son solicitados por los comensales, en pequeñas urnas de madera y vidrio. De ahí el nombre de fritadas de cajón.

    El local de Nancy Cotacachi lleva el nombre de Fritadas Eloy Alfaro N° 2. Es uno de los cinco últimos locales que aún quedan en la ciudad de Ibarra.

    La emprendedora, de 40 años de edad, instaló la picantería en el 2015, en un costado de la avenida Eloy Alfaro, antiguamente conocida como la Calle Larga.

    En este ramal se concentran la mayoría de este tipo de negocios. Cotacachi explica que varias propietarias de los lugares de expendio de las fritadas ibarreñas, como también se les conocen, son parientes que heredaron la receta de Rosa Elena Maiga, su abuela materna, que hoy tiene 93 años.

    Juan Carlos Morales es un cliente frecuente. Comenta que le atrae el sabor de la carne, que es sazonada con achiote molido en piedra.

    Otra característica es que, a comparación de otras fritadas, la carne es totalmente seca.
    Curiosamente los locales, de venta de las fritadas de cajón, atienden en horario vespertino. Nancy Cotacachi, que tiene su local frente a la Empresa de Movilidad del Norte, abrió en la mañana, para atraer al público.

    Sin embargo, no pudo romper la tradición de este platillo, que se ha constituido en una sobremesa de la tarde y noche.

    Desde ahí, Cotacachi abre las puertas de su emprendimiento de 16:00 a 19:00. El local, que tiene un diseño arquitectónico rústico, acoge masivamente a los amantes de esta golosina. Su propietaria calcula los ingresos diarios en aproximadamente USD 250.

    Ese monto incluye el capital para la compra de materia prima (carne, papas, maíz..), el pago del arriendo del local y utilidades.

    Para montar el negocio, Nancy Cotacachi, invirtió USD 6 000. Para ello recurrió a créditos en instituciones financieras.

    Está satisfecha porque tiene un negocio propio, que le permite mantener a su familia, y porque ha podido preservar viva esta tradición, que caracteriza a los kichwas de la ‘Ciudad Blanca’.
    Los indígenas de Ibarra son, en su mayoría, descendientes de migrantes que llegaron hace un siglo de localidades rurales, como Quinchuquí, cantón Otavalo.

    Las mujeres mantienen aún los trajes tradicionales del pueblo Otavalo, matizado con blusas blancas bordadas con figuras de colores, y los anacos (faldas) de tonos oscuros.

    De acuerdo con las crónicas históricas, los recién llegados se instalaron en los alrededores de la actual avenida Atahualpa, en Azaya y la avenida Eloy Alfaro.

    La mayoría eran carniceros expertos en la comercialización de cerdo y sus derivados.
    Algunas mujeres kichwas optaron por elaborar la fritada de cajón. La idea de guardarla en una urna era que la carne y sus guarniciones permanezcan calientes y libres del polvo.

    Nancy Cotacachi no es una improvisada. Hace dos años ganó el primer lugar durante la Feria Gastronómica Saberes y Sabores de Imbabura, organizado por la Dirección de Turismo y Cultura del Municipio de Ibarra.

    Comenta que la mayoría de sus clientes son imbabureños, de lunes a viernes, y turistas o ibarreños que han migrado, los sábados.

    Muchos le han recomendado abrir una sucursal. Está estudiando la posibilidad de instalar un nuevo local en Otavalo. Comenta que posiblemente el nombre será fritadas de cajón de Ibarra.

    La ibarreña Nancy Cotacachi inició su emprendimiento gastronómico familiar hace dos años, con préstamos. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    La ibarreña Nancy Cotacachi inició su emprendimiento gastronómico familiar hace dos años, con préstamos. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • En cuatro décadas su paila le ayudó a levantar un palacio

    Redacción Quito (I) 
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    Con una paila prestada y la ayuda de su hija adolescente, María Albertina Oña comenzó su negocio de fritadas en 1974. El trabajo consistía en vender comida a los obreros de construcciones y la reciente creada Cervecería Nacional en Cumbayá, uno de los valles aledaños a Quito.

    “Mi gran motivación era trabajar para que mis seis hijos no tengan necesidades. Mi esposo nos dejó a mis 32 años; entonces, no me iba a dar por vencida”, explica Oña, propietaria del Palacio de la Fritada en Cumbayá.

    En 1979, tras cinco años de visitar a sus clientes con sus platos de comida, Oña decidió ponerse un restaurante. Realizó un préstamo de 30 000 sucres, USD 1 200 de la época que, con una inflación total del 246,84% al 2015, representarían USD 4 200 en la actualidad. Este dinero le permitió construir una casa de madera en el terreno donde sigue hasta el día de hoy el Palacio de la Fritada.

    “Mamá nos hacía regar la calle con mangueras, porque como era de tierra se levantaba el polvo. Para ella, la limpieza y el ambiente que recibe el cliente siempre han sido claves”, comenta Olga Mullo, una de las hijas que trabaja con Oña. Ella se encarga de la cocina del restaurante y la producción.

    Junto con sus hijas trabajaban hasta las 24:00 y se despertaban a las 03:00 todos los días, para preparar la comida nuevamente. “Fueron tiempos duros para todas”, afirma Oña. El negocio continuó creciendo paulatinamente, pero los grandes cambios ocurrieron hace 12 años.

    En el 2003, remodelaron y modernizaron el restaurante, al adquirir equipo industrializado de cocina y adecuando el primero y segundo piso con una inversión total de USD 800 000.
    El local tiene capacidad para 600 comensales. Los fines de semana son los días con más movimiento: llegan a vender un promedio de 700 platos diarios. Para poder cumplir con la demanda tienen un personal de 40 empleados que entre semana se reduce a 20.

    La última contratación se realizó hace dos años y el resto de empleados no tienen menos de cinco años en el restaurante. “Aprecio mucho la lealtad y para mi la gente que trabaja con nosotros son como familia”, agrega Oña.

    Sus platos han sido premiados por el Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, Ekos y la Universidad de las Américas (UDLA), entidad que le adjudicó un reconocimiento en el 2013 por su fanesca típica. Además, la “calidad de la comida” ha sido reconocida por la Asociación de Chefs del Ecuador.

    Oña también recibió una condecoración por parte de la Junta Parroquial de Cumbayá por los aportes a las escuelas Carlos Aguilar y Carmen Hidalgo.

    En la actualidad, el restaurante ha duplicado su facturación mensual comparada con el 2012. En ese año cerraron con una facturación total de USD 950 000, un año después, con 1,5 millones y el 2014 con 1,7 millones. Para lo que va del 2015 han facturado USD 900 000.
    “Vendemos más que años pasados, pero la utilidad es menor. La comida y los implementos están más caros, porque muchos tenemos que importar”, afirma Rocío Mullo, hija de Oña, y encargada de la administración del restaurante.

    Aunque Oña nunca tuvo la idea de expandirse, la opción de abrir un local en Quito está siendo analizada para el próximo año por sus hijas. Pero eso es algo en que esta emprendedora ha decidido no se involucrará, ya que a sus 78 años comenta riendo, “está feliz de haber cumplido sus objetivos”.

    Insignia

    “Este lugar es más que un trabajo para mí”

    Manuel Reyes. Cocinero

    Entré a trabajar hace 14 años en el restaurante. Mi hermano me trajo para que aprenda, porque a él le gustaba como le trataban los jefes y el ambiente de trabajo. Cuando ingresé no sabía nada de cocina, pero aquí tuvieron mucha paciencia y me enseñaron poco a poco todo lo necesario y así he seguido creciendo.

    La señora María es como mi madre, porque ella siempre me ha ayudado a sobrepasar mis obstáculos. Cuando nos ve con problemas nos ayuda a solucionarlos. Por eso en este trabajo no solo he aprendido mi oficio sino cómo tratar a las personas y ser más responsable en todo lo que hago. Hasta en mis días libres me gusta visitar el restaurante, porque para mí es un segundo hogar. En la cocina me he ganado el respeto de mis compañeros y de los jefes. Algo que considero importante en este tipo de negocios es siempre mantener el orden y la limpieza. De esta manera uno siempre puede brindar un producto de calidad, que sea el mismo sin importar el día.

    Fritada Cumbayá
    Rocío Mullo, María Albertina Oña y Olga Mullo trabajan de lunes a domingo en el restaurante, cada una se encarga de una tarea diferente para continuar el legado de su madre. Foto: Julio Estrella/LÍDERES