Etiqueta: horno

  • El horno inteligente es su oferta

    Cristina Marquez

    Un horno inteligente equipado con una pantalla táctil, que le permite a los panaderos y chefs configurar ciclos de vapor, temperatura y almacenar hasta 99 recetas con un código, es el producto estrella de Inox, y también es el resultado de una investigación de las necesidades de las panaderías ecuatorianas.

    Ese horno, denominado H 10 pro, también es el producto más novedoso de esa empresa riobambeña. Salió a la venta en octubre pasado y la alta tecnología con la que está equipado le permitió a sus creadores competir con otras empresas extranjeras que ofertan equipos similares, pero con costos más elevados.

    La meta de la empresa para este año es posicionar sus productos en el mercado internacional e Inox ya se alista para exportar estos equipos a dos países de Latinoamérica. El trabajo de internacionalización está en desarrollo.

    “Nos tomó cerca de dos años desarrollar el horno. Armamos un equipo de ingeniería que investigó cómo era el proceso de la panificación en las panaderías locales y también en las grandes cadenas. Ellos estudiaron los diferentes tipos de panes, los grados de calor y vapor que necesita cada uno para alcanzar un punto perfecto de cocción, e incluso estudiaron la rutina de ventas”, explica Liliana Velasteguí, gerente de la marca.

    Ella recuerda que su empresa se inició como un pequeño taller de mecánica en el garaje de su casa. En el 2006 su esposo, Alonso Cajo, acababa de obtener su título como ingeniero mecánico en la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo y tras dos años de viajes por el extranjero, se sintió listo para iniciar un negocio de proyectos mecánicos enfocados especialmente el sector agrícola.

    “Había dos opciones para las panaderías. Podían adquirir un horno importado de Italia o Brasil, que son muy costosos, o pedir en los talleres de metalmecánica que les fabricaran uno artesanal”, recuerda Cajo.

    Ese mismo año llegó a su taller un grupo de panaderos de Riobamba, quienes pedían el desarrollo de un horno seguro y accesible. Así Alonso descubrió una necesidad insatisfecha y un nicho de mercado en el país, por lo que decidió concentrar sus esfuerzos e investigación en los hornos especializados para pan.

    El objetivo era desarrollar hornos que simplificaran las tareas de la panificación. Los primeros resultados tuvieron una alta acogida en el sector al que apuntaban, y eso motivó a la pareja, que en esa época acababa de contraer matrimonio, a llevar el negocio a otro nivel.

    En el 2008 obtuvieron un crédito de la Corporación Financiera Nacional e invirtieron USD 200 000 en la compra de una nave para la planta de producción, que está situada en el Parque Industrial de Riobamba.

    Con el dinero también adquirieron equipos básicos para la manufactura de los hornos. Ese año desarrollaron las primeras versiones de los equipos que denominaron Gavilán y Harpía, como un homenaje a las aves endémicas del país.

    Esos primeros hornos estáticos y rotativos, de convección a diesel o a gas, se diseñaron en cuatro tamaños distintos que le permiten a los panaderos hornear entre cinco y 20 bandejas de pan cada hora. Hasta el 2012 se producían 12 hornos cada mes, y se enviaban a panaderías de todo el país.

    Para el 2012, la marca ya estaba posicionada y las ventas se incrementaron. Los esposos invirtieron cerca de USD 1 millón en la compra de nuevos equipos para la planta de producción, como una cortadora láser de alta precisión y otros materiales.

    La inversión no sólo mejoró la calidad de los productos, sino que también se incrementó paulatinamente la capacidad producción. Actualmente producen 50 hornos cada mes, y eso corresponde al 70% de la capacidad instalada de la fábrica.

    Otra ventaja que lograron con los nuevos equipos fue la ampliación del público objetivo. Los hornos son multifuncionales y versátiles, por lo que también tienen una alta demanda en cafeterías, hoteles y restaurantes.

    Uno de los clientes es Marco Palacios, dueño de una panadería en Riobamba. “Estamos muy contentos con los resultados de los equipos Inox, son ideales para el trabajo diario”. Palacios añade que la gente disfruta del pan fresco y caliente. “Cuando adquirimos el horno cambiamos la rutina de horneado y ahora tenemos pan caliente cada 30 minutos. Y las ventas subieron”.

    La planta de producción está situada en el Parque Industrial de Riobamba. Un crédito de la banca pública permitió levantarla y equiparla. Fotos: Glenda Giacometti / LÍDERES
    La planta de producción está situada en el Parque Industrial de Riobamba. Un crédito de la banca pública permitió levantarla y equiparla. Fotos: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • En Machachi se fusionan el horno de leña y la sazón del chagra

    Redacción Quito

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    Machachi tiene una tradición gastronómica: la preparación de platos “chagras”, como el cocinado chacarero, que lleva papa chaucha, choclo, habas, mellocos y queso.

    La receta de este y otros platillos los acogió La Posada del Chagra. El emprendimiento familiar prepara -desde hace cuatro generaciones- platos tradicionales de esta población, que es parte del cantón Mejía; su valor agregado es que todos alimentos se preparan en horno de leña, explica Rafael Centeno, gerente general del establecimiento.

    Él se unió al negocio familiar hace cuatro años, luego de dejar su profesión como ingeniero en Sistemas. Las recetas que se elaboran en La Posada del Chagra tienen una tradición familiar que se inició hace casi un siglo, en 1920, explica María Inés Altamirano, gestora del emprendimiento y madre de Rafael Centeno.

    Ella detalla que en ese año, su abuela, Carmen Aymacaña, empezó a preparar papas cocinadas para venderlas en el parque central de Machachi. La tradición la siguió su hija María Masapanta.

    Cuando María Inés Altamirano tenía 8 años, dice, también apoyó a este negocio familiar y aprendió los secretos de las recetas ­gastronómicas de su abuela y de su madre.

    En 1988, cuando Altamirano cumplió 25 años, puso su primer local de comida típica de Machachi llamada La Marujita. En ese mismo año, su esposo sufrió un accidente, por ello sus ansias de ayudarle a él y a su familia la obligaron a trabajar arduamente en el negocio. “Cocinaba hasta la una de la mañana detallando las recetas”.

    La demanda de sus platillos fue aceptable, por eso en julio de 1988 abrió un nuevo restaurante con el nombre de La Posada del Chagra. El capital inicial para el emprendimiento fue de 100 000 sucres, detalla María Altamirano.

    Este dinero sirvió para equipar el local que a la fecha se ubica en el centro de Machachi, y durante los 29 años que está en el mercado la familia ha expandido el restaurante. Incluso hace cuatro años estos emprendedores abrieron una sucursal en las afueras del cantón.
    Los otros platos fuertes del establecimiento son el caldo de gallina, el yahuarlocro, la fritada, el caldo de patas, las empanadas, entre otros.

    Para eso compra gallina de campo o la carne de cerdo y cordero a productores de Latacunga o Machachi; también utiliza productos importados, dice Centeno.

    Ángel Moreno, de la distribuidora MB, les entrega desde hace cinco años piernas, cuero y la lonja del cerdo para el chicharrón.

    David Altamirano, socio de la firma Genua Ecuador, es proveedor de carne de cordero desde hace cinco años. Cada semana entrega 70 kilos. Él explica que esto es para la preparación de platos fuertes y del yahuarlocro.

    Con este y otros insumos, el establecimiento prepara más de 200 platos por semana; y el número aumenta en el fin de semana.

    En todos estos años, el emprendimiento familiar trabaja para mejorar la calidad de sus productos. Por eso fue reconocido con algunas certificaciones desde el 2012 como el distintivo Smart Voyager, el de Patrimonio Gastronómico y de Reconocimiento Patrimonial, del Municipio de Quito y del ­Ministerio de Turismo, respec­tivamente.

    En este año, La Posada del Chagra tiene algunos proyectos, como la idea de convertir a la marca en una franquicia; así podrá abrir una sucursal en Quito. También innovará las recetas.

    La Insignia

    María del Carmen Chiguano, cocinera

    Trabajo en La Posada del Chagra desde el 2008, cuando tenía 17 años. Ya conocía a la familia de Rafael Centeno y cuando me contrataron empecé en el cargo de posillera, es decir, me encargaba de lavar la vajilla.

    Mi desempeño y ganas de aprender acerca del negocio también crecieron a través de capacitaciones. Y después de obtener buenos resultados, me ubicaron en otros cargos como mesera. Cuando me desempeñé en esa tarea aprendí algo muy importante: que el servicio al cliente es la primera carta de presentación de un negocio. Por eso me enfoqué en demostrar a todos nuestros clientes un trato cordial y les explicaba que los platos que preparamos con mucha dedicación y calidad. Mi esfuerzo me llevó a que desde hace un año me desempeñe como ayudante de cocina; ahora soy jefa de esta área en la matriz. Mi aspiración profesional es convertirme en la chef del establecimiento. Para eso estoy estudiando un curso.

    Rafael Centeno y a su madre, María Inés Altamirano, exhiben los principales platos que preparan en la Posada del Chagra. El establecimiento se inauguró hace 29 años en Machachi. Fotos: Armando Prado / LÍDERES
    Rafael Centeno y a su madre, María Inés Altamirano, exhiben los principales platos que preparan en la Posada del Chagra. El establecimiento se inauguró hace 29 años en Machachi. Fotos: Armando Prado / LÍDERES
  • De este horno salen nuevos emprendedores

    Redacción Guayaquil

    Con el objetivo de formar microempresarios en el área de la pastelería nació Casita Bombón en Guayaquil, en el 2005. La idea la tuvo Alexa Saa, quien en ese año había regresado al país, luego de instruirse como chef en el instituto Le Cordon Bleu, de Perú.

    El emprendimiento se inició en su domicilio, ubicado en el sur de Guayaquil. De ahí surgió el nombre. La inversión necesaria fue de USD 10 000. El valor lo financió con un préstamo de sus padres y lo invirtió en la compra de utensilios, batidoras, mesas de trabajo y refrigeradoras. También importó un horno de Brasil.

    Debido a la demanda de los alumnos, dos años después, se mudó a un local en el norte de Guayaquil. Luego, en el 2010, se trasladó al local actual, en la ciudadela Kennedy Nueva, en el mismo sector.

    Casita Bombón ofrece clases de pastelería, panadería, decoración y administración. “La idea es que los alumnos salgan listos para emprender un negocio”, dice Saa. Los cursos tienen una duración de seis meses y las clases se imparten dos veces a la semana, en sesiones de dos horas.

    En la empresa trabajan tres personas: una en limpieza, otra en el área administrativa y un ayudante de cocina. Además, siete instructores certificados, incluyendo la propietaria, dictan las distintas clases.

    Uno de ellos es Alberto Martillo, medio hermano de Saa, quien se involucró en el negocio desde hace dos años. Él dicta la materia de pastelería. Martillo afirma que en Casita Bombón los alumnos se divierten aprendiendo. “Las clases son interactivas y prácticas. Esto permite que los alumnos se involucren realmente en todo el proceso de preparación”, comenta.

    Los cursos tienen un valor mensual de USD 80 y se paga USD 10 por la matrícula. El valor incluye los ingredientes que se utilizan en la preparación de dulces. Elaboran cupcakes, galletas, tortas, bocaditos de dulces, panes y más golosinas.

    Saa comenta que estudian unos 25 alumnos en cada semestre. Por esto, Casita Bombón factura cerca de USD 2 000 mensuales. Los alumnos son en su mayoría hombres y mujeres jóvenes, entre 18 y 30 años. También asisten amas de casa.

    Al finalizar el curso, los estudiantes reciben un certificado. El mismo es avalado por la Asociación de Chefs del Ecuador, la Academia Culinaria de las Américas y el Foro Panamericano de Asociaciones Gastronómicas Profesionales.

    Cristhian Barrera es estudiante de Casita Bombón. Él inició en mayo y espera poder iniciar una microempresa al terminar el curso. “En un mes he aprendido diversas técnicas. Lo más importante son los conocimientos adquiridos sobre el manejo del negocio”, asegura Barrera.

    Otra alumna es María Sojos. Ella vive en Naranjal, a una hora de Guayaquil y se traslada a la ciudad dos veces por semana para recibir los cursos. “Valen la pena por el precio y el buen contenido”, dice. “Además, los instructores tienen dominio de los temas que imparten”. Sojos espera empezar un negocio a finales de este año.