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  • Promueve el sentido cooperativo entre la población indígena

    Cristina Marquez

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    La pobreza, los abusos de los chulqueros y la segregación que vivían los migrantes de las comunidades indígenas en las ciudades marcaron la juventud de Pedro Khipo. Él se propuso desde temprana edad reivindicar a su gente y promover un mecanismo de desarrollo comunitario.

    Khipo es el fundador y gerente de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Fernando Daquilema, una entidad que agrupa a 93 000 socios, la mayoría migrantes. Esta institución tiene una amplia oferta de productos financieros, algunos de ellos, desarrollados especialmente para las personas que trabajan en los mercados.

    Según un estudio que realizó la cooperativa, en estos sitios se concentra gran parte de la población que salió de las comunidades. Ellos se convirtieron en presa fácil de los prestamistas ilegales, quienes cobraban sus deudas hasta con un 20% de interés.

    Para ellos se desarrolló el Daquimóvil, un servicio que les permite hacer depósitos y pagar sus créditos en sus puestos de trabajo. La idea es ofrecer las facilidades que la gente requiere para ahorrar u obtener microcréditos para impulsar sus emprendimientos.

    Ese servicio llegó a más de 20 000 familias y recaudó cerca de USD 81 millones en el 2017. Es la estrategia más eficaz para combatir la presencia de los chulqueros, “Estudiamos cómo actuaban los chulqueros, madrugábamos para ver qué hacían, a qué hora estaban ahí y porqué sus servicios tenían acogida. Notamos que el horario de trabajo de las personas les impedía acudir a una entidad financiera. Además, según los parámetros bancarios, no calificaban para los créditos y eso los volvía vulnerables a los préstamos ilegales”, cuenta Khipo.

    Los servicios de la cooperativa se inspiran en la realidad que Khipo conoció en su juventud. La migración dejó vacíos los pequeños poblados de Cacha, parroquia de Chimborazo. De los casi 12 000 habitantes solo quedaban 3 000 para el año 2005, cuando la entidad empezó a operar.

    Es que la tierra de esa parroquia ya no era productiva, estaba erosionada y no había agua. La manufactura de prendas de vestir, que era la principal actividad económica, decayó debido a la aparición de industrias textiles. La migración se volvió la única opción para los padres de familia.

    Khipo sólo tenía 18 años cuando se involucró en la Federación de Cabildos del Pueblo Puruhá Cacha, donde surgió la idea de asociarse para apoyar el desarrollo conjunto. Pero los primeros intentos de la organización fallaron debido a la falta de conocimiento.

    Los confusos estados de cuenta y los conflictos que surgían en las reuniones, cuando no se entendían los informes financieros de la organización, le incentivaron a estudiar contabilidad y auditoría .

    Al graduarse tomó las riendas de la iniciativa y con el apoyo de otros jóvenes, fundó la cooperativa. Luego se especializó en ingeniería comercial, en la Universidad Estatal de Bolívar.

    “Convencer a la gente de reunir un capital para apoyarnos todos y ser solidarios con los demás, fue la primera tarea. Eso no fue difícil porque en las comunidades hemos sido solidarios siempre, faltaba encaminar esos esfuerzos”.

    Luego surgió la necesidad de difundir la educación financiera en las familias, lograr que la gente empezara a ahorrar y que así accediera a microcréditos para emprender. Además, faltaba acompañamiento profesional a los emprendimientos que ya empezaban a surgir en las ciudades.

    Un 70% de la población de Cacha pertenece a la Iglesia Cristiana Evangélica, por lo que las capillas y centros de reuniones en las comunidades de la población indígena, se convirtieron en sitios clave para difundir la creación de una nueva cooperativa.

    “Las Iglesias se volvieron una fortaleza. Y debido a que nuestra cooperativa se formó con esos valores cristianos, rápidamente nos ganamos la confianza de la gente”.

    Uno de los desafíos que enfrentaron fue la falta de recursos humanos capacitados y con experiencia. Es que en esa época acceder a la educación en las comunidades también era complejo, no sólo por la falta de dinero y la distancia, sino también por la discriminación en las ciudades.

    Khipo recuerda que, para culminar sus estudios, tenía que caminar cerca de tres horas, todos los días, desde Cacha hasta el Instituto Intercultural Jaime Roldós. Su madre, María Pilco, elaboraba y vendía fajas; su padre Miguel Khipo trabajaba en los mercados como cargador.

    El pastor Manuel Huilcarema lo conoce desde su niñez. “Siempre fue una persona responsable y trabajadora. Desde muy joven él creía en la igualdad, en que no hubiera ni ricos ni pobres”.

    Los Datos

    Formación. Ingeniero en contabilidad y auditoría en la Espoch, e ingeniería comercial en la Universidad Estatal de Bolívar.

    Experiencia. Se inició como jefe del Registro Civil en su comunidad. Ha sido gerente de la Cooperativa por 13 años.

    Logros por su gestión, la cooperativa ascendió al puesto 27 en el ranking de la SEPS. Recibió varios galardones en el 2017.

    La empresa Agroalina abrió su planta de producción de alimentos a base de quinua en Tabacundo. Es una de las firmas que aprovechó los incentivos tributarios por estar fuera de Quito. Foto: Archivo / LÍDERES
    La empresa Agroalina abrió su planta de producción de alimentos a base de quinua en Tabacundo. Es una de las firmas que aprovechó los incentivos tributarios por estar fuera de Quito. Foto: Archivo / LÍDERES
  • Una iglesia de 481 años acoge sus artesanías

    Cristina Marquez

    Una iglesia de 481 años de antigüedad, la primera capilla católica construida en el Ecuador, inspiró a los artesanos de Colta, en Chimborazo, a iniciar un negocio comunitario. La Asociación de Artesanos La Balvanera está integrada por 12 personas de seis comunidades de Chimborazo, Cotopaxi y Tungurahua.

    Ellos fundaron la Plaza Artesanal Balvanera, ubicada en la antigua plazoleta de piedra, junto a la laguna de Colta, a 30 minutos de Riobamba. Allí se ofrecen recuerdos de viaje de todo tipo, manufacturados por las familias de los emprendedores, también hay prendas originarias y las ventas se acompañan con relatos sobre la cultura Puruhá.

    La historia que relatan sobre la iglesia es la que más llama la atención de los turistas. Los detalles constructivos de la fachada muestran la simbiosis entre la cultura Puruhá, la cosmovisión andina y la imposición religiosa que trajeron los colonos españoles.

    Esos detalles también están impregnados en las pinturas que vende Manuel Ilaquiche, un artesano oriundo de la comunidad Tigua, en Cotopaxi. “Decidí venir a iniciar un negocio aquí porque me contaron sobre esta iglesia. Estaba vacía y casi nadie vendía artesanías aquí. Lo vi como un mercado virgen”.

    Cuando él llegó a Colta en el 2009, la plaza estaba casi vacía. Los pocos artesanos que llegaban con sus mercancías lo hacían por su cuenta y no estaban organizados. Eso se consideró una desventaja pues había desorden en la ubicación para las ventas.

    En enero de este año decidieron integrar una asociación comunitaria y así plantearon objetivos comunes que fortalecieron el turismo e incrementaron las ventas. “Desde que nos organizamos nos hemos capacitado en varias áreas, como turismo, atención al cliente, mejora de procesos y otros temas. Ahora tenemos metas más grandes”, dice María Naula, presidenta de la Asociación.

    Cada día llegan en promedio 50 visitantes, pero en temporada alta esta cantidad se duplica. En algunos de los locales se ofrecen tejidos hechos con lana de borrego, alpaca y llama, procesados al estilo antiguo.

    Las mujeres son hilanderas expertas. Cardan y limpian las fibras de lana, para luego torcerlas con sus dedos en un wango (palo delgado para hilar), y formar hilos de distinto grosor. Los turistas pueden mirar cómo se realiza ese proceso antes de comprar los ponchos, bayetas y sacos tejidos.

    “Les explicamos cómo nos enseñaron a tejer nuestras abuelas y también la diferencia entre una prenda de tejida a mano y otra hecha en una máquina industrial. Así pueden valorar más las mercancías que ofrecemos, pero también difundimos nuestra cultura que ya se estaba perdiendo”, cuenta María Chimbolema, una socia.

    Desde que se inició la organización las ventas se incrementaron. Ahora incluso se ofrecen recorridos por el centro de interpretación turística para explicar más acerca de los puruhaes y sus prácticas culturales.

    Artesanos de seis comunidades venden sus productos en la plaza La Balvanera, en Colta. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Artesanos de seis comunidades venden sus productos en la plaza La Balvanera, en Colta. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES