Etiqueta: indigena

  • El traje estilizado indígena es su oferta

    Modesto Moreta

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    Una boutique impone la moda en la vestimenta de las jóvenes en los pueblos Salasaka, Tomabela, Quisapinchas y Pilahuín, en Tungurahua; Puruhá, en Chimborazo; Saraguro, en Loja; y Otavalo, en Imbabura.

    Los diseños estilizados con toques juveniles, manteniendo la esencia andina, son un atractivo de los ejecutivos que trabajan en las empresas, instituciones públicas y las cooperativas de ahorro y crédito de esas localidades. La idea es que los chicos vistan algo moderno, elegante y a la moda.

    Un dato importante que destacar es que en Boutique Jenny los ‘taitas’ y las ‘mamas’ también tienen su espacio. En el local, fundado por Jenny Ainaguano, se comercializan los trajes autóctonos de cada uno de los pueblos.

    Este emprendimiento familiar alzó vuelo hace 12 años, con la idea de que la gente indígena tenga un sitio donde se vendiera cada una de las prendas que identifican a su comunidad. “Antes no había un lugar donde los indígenas pudiesen encontrar su vestimenta original y estilizada, lo que hizo es darles su propia boutique donde la atención sea en el idioma kichwa y no haya discriminación”, explica Jenny Ainaguano.

    El negocio arrancó con USD  2 000. Con el dinero se adquirieron vitrinas, maniquíes y la mercadería se comenzó a comprar a las artesanas de Chibuleo, ubicado en la vía Ambato-Guaranda.

    Boutique Jenny está en el centro de Ambato. En el momento, 30 mujeres trabajan en la elaboración de los bordados de las blusas con contenidos interculturales.

    Según Ainaguano, la finalidad de abrir un local fue darle importancia que se merece el pueblo indígena. “Son prendas hechas a mano y únicas, no ofrecemos nada en serie, por eso es especial. Eso permitió que tengamos demanda de nuestros productos”.

    En el local, en un inicio se comercializaban prendas de los cuatro pueblos de Tungurahua: Salasaka, Tomabela, Quisapincha y Pilahuín. En la actualidad se incrementaron: el Puruhá, de Chimborazo, Saraguro, de Loja. Otavalo, de Imbabura y también, de Cayambe.

    “La mayoría de la vestimenta de los pueblos es estilizada y para todos los gustos, pero que no pierden sus características autóctonas de cada comunidad, como los colores. Hay colores que identifican a cada comuna y los mantenemos. Hay gente que también requiere algo tradicional y sin cambios”, explica Ainaguano.

    A pesar de la crisis económica que vivió el país el año pasado, la emprendedora pensó que era una oportunidad para crecer con un local más grande. Decidió invertir USD 20 000 que consiguió con fondos propios y un crédito a una institución financiera. Con el dinero compró más mercadería, maniquíes, vitrinas e incrementó nuevos diseños en prendas.

    A esto se suma la sección shigras (bolsos) tejidas con cabuya o lana. Estas prendas hacen juego con los trajes. En los próximos días abrirá en su local la venta de artesanías elaboradas en cada una de las comunidades de Tungurahua, Bolívar y Chimborazo.

    Ainaguano dice que lo interesante es que no solo se benefician los propietarios de la boutique, sino también los hombres y las mujeres que tejen y bordan en las comunidades, al pagarles el precio justo, es decir, un comercio justo, por sus artesanías. “Valoramos la labor de la gente con el objetivo de que su trabajo no sea explotado y que este legado continúa vigente en las comunas”.

    Las ventas mensuales bordean USD 10 000. En su almacén oferta a más de la ropa típica estilizada, sombreros, fajas, anacos, blusas, alpargatas, collares, aretes…
    María Sisa es una de los clientes frecuentes de Boutique Jenny. Ella arribó del pueblo Pilahuín. Buscaba las fajas o chumbis para ajustar su anaco. Está alegre porque pudo encontrar estas prendas en diversos colores, contenidos gráficos y tamaños “Es importante que tengamos un almacén donde encontremos nuestra vestimenta, podemos acceder a una serie de alternativas el momento de buscar ropa de nuestra comunidad”.

    Jenny Ainaguano, con ayuda de su madre, administra Boutique Jenny, en el centro de Ambato, hace 12 años. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Jenny Ainaguano, con ayuda de su madre, administra Boutique Jenny, en el centro de Ambato, hace 12 años. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Zhafra le pone su sello al vestuario kichwa

    José luis rosales  (F)
    Contenido intercultural

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    Los tonos café, beige, ocre… fueron agregados al bordado que decora el vestuario de la mujer indígena en Otavalo.

    Esa es una de las propuestas de Zhafra, una marca de moda kichwa, que incursiona con alta costura en la vestimenta tradicional.

    Las mencionadas gamas de colores son una alternativa a los rojos, violetas, fucsias, entre otros, que se usan en esta cultura andina. Así explica Hilda Males Andrango, propietaria de Zhafra.

    El nombre de la firma proviene del vocablo kichwa zhapra (que significa hojarasca, en español).

    En junio, con el inicio de la celebración del Inti Raymi, los campos se tornan oscuros. Es por eso que también utiliza esos colores, que se han puesto de moda.

    A Males, arquitecta de interiores de profesión, le apasiona el diseño. En su etapa universitaria ganó concursos por sus propuestas de muebles y mobiliario.

    Ahora, si bien no ha abandonado su carrera, dedica más tiempo al diseño de modas. Todo empezó en el 2008 cuando buscaba una camisa con un diseño distinto a la habitual. No encontró en el mercado por lo que decidió armar una a su gusto.

    Las suyas eliminaron los tradicionales encajes anchos en la parte del pecho y las mangas.
    Hilda Males hizo una investigación del atuendo. Halló en varios elementos de la camisa una influencia de la técnica europea.

    Por ello, su propuesta fue mantener algunas líneas tradicionales de la prenda kichwa otavalo, pero sumó toques contemporáneos.

    El resultado fue prendas diferentes, más ceñidas al cuerpo y personalizadas. La iniciativa tuvo una buena acogida. Así nació Zhafra en el 2011. Al inicio, la parte más difícil fue encontrar costureras que se acoplen a sus sugerencias. A ella le gusta la perfección en sus diseños y confecciones.

    La producción se hace bajo pedido. Los cortes y la costura de las prendas se realizan en el Taller Román, en Quito. Mientras que, el bordado, que es hecho a mano, es el valor agregado otavaleño.

    Por eso, la confección de una prenda puede tomar entre 15 días y 2 meses. Todo depende del modelo y los materiales.

    Estos últimos los trae de Europa. En un viaje que hizo a España e Italia entabló contactos con proveedores de telas, especialmente de algodón, hilo de seda y encajes. También de cintas, piedras, perlas, cristales… que es la materia prima que Zhafra utiliza.

    No tiene un almacén. Su mejor vitrina son las redes sociales. Una de las razones es que el 60% de sus clientes son mujeres otavaleñas, que por cuestiones de trabajo están fuera del país.

    Los pedidos aumentan en celebraciones como el Pawkar Raymi, entre febrero y marzo, y el Inti Raymi, en junio… Pero su especialidad son los trajes de novia étnico, que bordean los USD 500.

    El negocio en breve
    Los pedidos
    Se pueden realizar a través de la cuenta de Facebook Zhafra (Fan Page) o al whatsapp 098 7869 525.

    Costos
    Oscilan entre USD 75 a 350. Todo depende del modelo y el material.

    Bordado
    Las figuras, como rosas, aves o geométricas, son elaboradas a mano.

    En Otavalo,  la arquitecta Hilda Males estableció un emprendimiento en torno a las camisas bordadas kichwas. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    En Otavalo, la arquitecta Hilda Males estableció un emprendimiento en torno a las camisas bordadas kichwas. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • Ellos industrializan la moda indígena

    Cristina Marquez

    El edificio de nueve pisos donde hoy funciona Kawsay Cultura Fashion, una empresa que confecciona prendas originarias de cuatro culturas indígenas del Ecuador, no se asemeja al modesto taller donde se inició la marca.

    Delia Muñoz y su esposo Francisco Guamán bordaban a mano coloridas blusas puruhaes para venderlas en los mercados artesanales de Riobamba en el 2000, cuando iniciaron su negocio. Hoy distribuyen prendas para puruhaes, cañaris, salasacas y otavalos en todo el país; en ocasiones hacen envíos al extranjero.

    Kawsay Cultura Fashion, un término que fusiona tres idiomas, describe el concepto creativo de las prendas que se elaboran en la empresa: vivir la cultura de un modo elegante y ‘fashionista’.

    La ropa de la marca se caracteriza por los escotes, las transparencias y las decoraciones hechas con piedras brillantes y mullos de colores para crear un efecto fresco y moderno que capte la atención de las jóvenes, sin perder identidad.

    “Veíamos que las jóvenes de las comunidades utilizaban su anaco pero con camisetas de la cultura occidental y cuando investigamos, nos dimos cuenta que las telas hechas con fibras de lana de borrego ya no se ajustaban a la vida moderna”, cuenta Muñoz.

    Así, decidió cambiar su pequeño negocio de prendas tejidas, por una tienda de blusas juveniles. Ella y su esposo lograron hacer cuatro blusas con los rasgos de a vestimenta de Colta, pero con un corte y tela diferentes.

    Su idea tuvo acogida en los mercados locales y al poco tiempo los pedidos se multiplicaron. Para el 2002 el negocio había crecido. Invirtieron USD 300 en la compra de máquinas de costura e iniciaron una investigación para identificar las particularidades de la vestimenta de otras culturas.

    Para el 2005, el incremento de ventas y el listado de clientes les motivó a modernizar los procesos en la empresa. Así, invirtieron cerca de USD 40 000 en una máquina bordadora industrial que les permitió triplicar la producción.

    Las escuelas interculturales bilingües de Chimborazo, los miembros de los coros evangélicos y los funcionarios de organizaciones indígenas se convirtieron en sus principales clientes. Sus prendas también son solicitadas por mestizas amantes de la moda andina.

    El que personalidades públicas lucieran diseños con motivos andinos también catapultó su negocio. “La moda indígena se volvió una industria”, cuenta Delia Muñoz, la propietaria del negocio.

    En el 2008 Kawsay Cultura Fashion se convirtió en una empresa familiar e incrementó el menú de opciones. Los bolsos, fajas y otros accesorios tejidos por los artesanos de Cacha, una parroquia conocida por su tradición artesanal, se incorporaron al catálogo.

    Actualmente se ofrecen blusas bordadas para las cuatro culturas que cuestan entre USD 10 y 80. También hay camisas para caballeros, desde los USD 15, calzado decorado con cintas tejidas y mullos, joyería y otros accesorios.

    La empresa también cuenta con un departamento de diseño e investigación de la cosmovisión andina. Según la creencia indígena, los colores y las figuras de los trajes tienen distintos significados que cuentan la historia de las nacionalidades kichwas y la relación del hombre con la Pachamama.

    De hecho, las prendas de cada cultura se diferencian entre sí por los colores, los estilos y los bordados con figuras de la cosmovisión andina. Los diseños que incluyen pequeñas líneas simétricas que forman figuras como triángulos, ‘churos’, rectángulos y otras formas, por ejemplo, caracterizan a la vestimenta puruhá.

    “Las líneas que forman picos que se unen entre sí representan la herencia. Significa que los conocimientos, la sabiduría y los valores se transmiten a cada generación de una familia”, dice Martha Guamán, responsable de ese departamento

    Las blusas salasacas, en cambio, se caracterizan por las tonalidades fuertes y sobrias como los azules, verdes y amarillos, además se bordan flores y el escote en el cuello es más pronunciado. “Para nosotros es importante entender las diferencias en la vestimenta de cada cultura, porque así diseñamos prendas exclusivas para cada nacionalidad”, dice Francisco Guamán.

    Delia Muñoz y Francisco Guamán empezaron el negocio en el 2000. Hoy suma clientes en cuatro provincias. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Delia Muñoz y Francisco Guamán empezaron el negocio en el 2000. Hoy suma clientes en cuatro provincias. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Rosa Guamán: ‘Un líder siempre se preocupa por el bien de los demás’

    Pedro Maldonado

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    En las afueras de Riobamba, en el barrio Santa Cruz, se encuentra la sede de Jambi Kiwa, una asociación de mujeres campesinas que cultiva, procesa y vende plantas medicinales.

    Este trabajo se cumple desde 1999, utilizando los conocimientos que cada madre de familia de la zona rural tiene sobre la hierbaluisa, el cedrón, el jengibre, la menta, la malva, la manzanilla, el matico

    En la planta de almacenamiento y procesamiento de las plantas medicinales el trabajo es permanente. Los aromas de las distintas hierbas y plantas que se procesan cautivan el olfato de todo visitante.

    Jambi Kiwa agrupa hoy en día a 145 microempresarios dedicados a las plantas medicinales. Los productos se comercializan en Ecuador en locales de economía solidaria y cadenas de supermercados; también se exportan a Francia y Canadá.

    Esto es resultado de un proceso organizativo de muchos años y su responsable es Rosa Guamán, una mujer campesina que desde su adolescencia se mostró solidaria y rebelde al mismo tiempo.

    Ella es la responsable de haber organizado a decenas de campesinas de pequeñas comunidades repartidas por Chimborazo. Madre de cinco hijos y separada hace 25 años, Guamán empieza su día a las 05:00. A esa hora desayuna y alimenta a los animales que cría en su casa ubicada en Licto, una pequeña comunidad chimboracense.

    Guamán valora a la mujer campesina y su trabajo está enfocado -desde hace más de 40 años- en defenderla y en apoyarla para que se convierta en “sujeto activo de desarrollo”.

    Las ganas de ayudar a otras campesinas surgieron en la adolescencia de Guamán.

    “Protestaba por la clasificación que se hacía de blancos, mestizos, cholos, cutos, urcos… En Chimborazo siempre hubo una explotación muy marcada contra el indígena y en especial contra la mujer que sufría abusos y violaciones”.

    Guamán fue a trabajar en Milagro (Guayas) a los 12 años y regresó a Chimborazo poco antes de cumplir 18. Entonces empezó, con otros jóvenes, a organizar a comunidades y barrios para hacer respetar los derechos de los campesinos, de las mujeres, en especial las analfabetas.

    Su propuesta se esparció desde Licto a todo Chimborazo. “No podíamos quedarnos solo en las palabras, teníamos que crear espacios y proyectos productivos”.

    En 1998 Guamán organizó una feria de salud y un mes después con un grupo de campesinas empezó a vender las plantas medicinales que sembraban y cosechaban en sus casas. Así surgió Jambi Kiwa.

    Lo que empezó como una lucha política se convirtió en un emprendimiento social. Guamán es clara: “La mujer dejó de someterse a la sociedad y nos empezamos a sentir bien, siendo útiles por nuestros conocimientos. Somos microempresarias”.

    El punto de todo este trabajo, resume esta mujer que hoy tiene 60 años, es pensar en el pequeño productor. “Podíamos habernos reunido unos pocos, comprar un terreno y producir.

    Pero, ¿qué hay de los demás?, ¿qué hay de la gente que no tiene nada? Siempre me pregunto: qué pasa en las comunidades, en su día a día. Jambi Kiwa trata de dar sentido social y que las compañeras mejoren su vida, que no causen lástima y que se dejen ver como personas productivas”.

    Rosa Guamán convirtió la lucha por los derechos de las mujeres en un emprendimiento social. Hoy dirige la asociación Jambi Kiwa que agrupa a 145 microempresarios. Foto: Armando Prado/ El Comercio
    Rosa Guamán convirtió la lucha por los derechos de las mujeres en un emprendimiento social. Hoy dirige la asociación Jambi Kiwa que agrupa a 145 microempresarios. Foto: Armando Prado/ El Comercio
  • ‘La tecnología facilitó la inclusión bancaria indígena’, dice Fernando Peña

    Redacción Quito

    La inclusión financiera de los sectores más pobres es un tema que se analiza en la región con detenimiento. Fernando Peña, presidente ejecutivo del Grupo Financiero Banrural, con sede en Guatemala, estuvo este mes en Ecuador para participar en un encuentro de bancos centrales de la región; allí compartió cómo esta entidad incluyó a la población indígena.

    En ese proceso destaca el uso de la tecnología y la responsabilidad de las mujeres campesinas. Con esas estrategias se registró un notable crecimiento en número de clientes y de agencias. En la actualidad, la entidad tiene una cartera de crédito cercana a los USD 4 000 millones.

    ¿Por qué Banrural empezó el programa de inclusión financiera del sector indígena de Guatemala?

    Banrural tiene 15 años en el mercado. Antes de iniciar sus operaciones elaboró un diagnóstico para conocer la manera en la que la población guatemalteca (entonces de alrededor de 10 millones de habitantes), era atendida por el sector financiero. Es decir analizamos los guatemaltecos accedían o no a agencias o a distintos servicios bancarios en general.

    ¿Qué se detectó entonces con el diagnóstico efectuado?

    Guatemala vivió 30 años de guerra civil y el indígena tenía mucho temor de acercarse a las agencias bancarias, porque veía personal armado y se alejaba. Además, la gente tenía miedo de ir al banco, porque no se le hablaba en su idioma. Guatemala tiene 21 idiomas mayas y los bancos solo se dirigían a sus clientes en español. También advertimos que se contrajo el número de agencias bancarias en zonas rurales, por la guerra civil y por la situación económica afectada en 1997 por la contracción de los precios del café. Así empezamos a entender cómo pensaba la gente; entonces nos reunimos con organizaciones mayas, organizaciones no gubernamentales, cooperativas… y empezamos a generar productos que se adaptaran a la gente. Por ejemplo, edificamos las agencias de Banrural de acuerdo con el gusto de la gente, mucho más sencillas, más adaptadas a sus realidades.

    ¿Al generar productos pensados en los campesinos qué ocurrió? ¿Cuántas agencias tenían entonces y cuántas tiene Banrural en la actualidad?

    Empezamos con 37 agencias y hoy tenemos 952. Lo que la gente quería era ser atendida en su lugar de trabajo, los analfabetos se empezaron a sentir cómodos en los bancos. Hace siete años implementamos el uso de la huella dactilar digitalizada como documento, así el usuario presentaba su cédula y tomábamos su huella. La gente no firmaba y se sentía cómoda al cumplir sus trámites en nuestras oficinas. Fue una innovación tecnológica clave en la entidad. Se demostró que a pesar de que en Guatemala teníamos un 60% de personas analfabetas se ha logrado penetrar a través de la tecnología.

    ¿Este sistema que adoptaron fue determinante para el crecimiento de Banrural?

    Sí. Hace siete años teníamos 1,8 millones de cuentahabientes; hoy son 5,6 millones. Fue fundamental facilitar el uso de la tecnología a la gente, adecuarla, adaptarla a su pensamiento.

    Usted señala que se enfocaron en un segmento que no era atendido por la banca. ¿Cómo se encuentra segmentada hoy en día la población en Guatemala?

    La capital, Ciudad de Guatemala, tiene alrededor de tres millones de personas y los más de 15 millones se habitantes se reparten en 22 departamentos. Del 100% de la población, el 60% es de origen indígena y el 40% restante es mestizo. El 33% habla 12 idiomas, el resto solo uno. Estos datos sobre la población del país nos hacen ver que la gente del área rural de Guatemala no se encuentra cubierta por los servicios de la banca tradicional.

    ¿Cómo replicar la experiencia en otros países de la región, como Ecuador, Perú o Bolivia que también tienen un importante porcentaje de población indígena?

    Es un reto generar servicios para el sector indígena en Guatemala y en toda la región. Hay que invertir para recuperar esa inversión. Muchas veces la banca lo que hace es invertir y trata de recuperar inmediatamente. Lo correcto es generar un proceso, por eso somos el banco más rentable de Centroamérica. En Banrural nos apoyamos en 5,6 millones de clientes de la escala media y media baja, que no eran sujetos de crédito de la banca tradicional. Con el paso del tiempo nuestros clientes recibían créditos con tasas de hasta el 10% mensual; hoy, es una tasa del 12% anual. Entonces, facilitamos el servicio y también influimos en el precio el dinero. Nos dimos cuenta que la gente trabajaba para pagar la deuda, y no ahorraba, no tenía capacidad de ahorro. Todo eso nos permitió acercarnos más a la gente.

    Entonces, la tecnología fue clave. ¿Hubo otros factores que apuntalaron los servicios de Banrural?

    Mucho del éxito de Banrural es que del 100% de ahorristas, las mujeres representan el 54%. Otro dato es que el 58% de quienes solicitan crédito son mujeres. El éxito fue tomar en cuenta el pensamiento de las mujeres que, con todo respeto, son más disciplinadas que los hombres. Las campesinas se convirtieron en microempresarias, dejaron el campo e incursionaron en actividades productivas.

    ¿Qué actividades son las que más se financian en Banrural?

    Tenemos créditos desde USD 25. Este se dirige a la gente que no ha sido atendida por la banca tradicional y que necesita financiamiento para micronegocios. Por ejemplo, ese capital sirve para que las mujeres compren molinos de maíz y para elaborar tortillas. Luego pasamos a actividades asociativas de mujeres que cultivan arveja o brócoli, por ejemplo. También hay crédito corporativo para empresas medianas y grandes, pero el préstamo promedio de Banrural es de USD 3 000, en la actualidad.

    Luego de aplicar estas estrategias, ¿qué dicen los indicadores financieros?

    El índice de morosidad no supera el 1% de casi USD 4 000 millones en cartera de créditos. Eso nos indica que la gente que no era atendida por la banca tradicional es la más cumplidora.

    Con lo que cuenta se nota una similitud entre Banrural y lo que practican Muhammad Yunus y el Grameen Bank…

    De hecho, tenemos una alianza con el Grameen Bank desde el 2007 y una octava parte de nuestra cartera se trabaja con la metodología de la entidad fundada por Yunus.

    ACERCA DE FERNANDO PEÑA

    La economía agrícola y la educación son sus fuertes

    • Su formación. Ingeniero agrónomo con una maestría en economía agrícola rural.
    • Experiencia. Fue Director de la Asociación Latinoamérica de Instituciones Financieras para el Desarrollo.
    • Cátedra. Fue profesor rural y cumplió labores de alfabetización. Dio clases en la U. San Carlos de Guatemala.

  • La canasta se llena con emprendedoras

    Cristina Márquez. Redacción Sierra Centro / LÍDERES

    En Riobamba, 30 mujeres entre indígenas y mestizas que migraron de los campos a la ciudad, se asociaron para integrar la Fundación Guamán Poma. Ellas reúnen los productos orgánicos que cosechan en sus huertas y los expenden cada sábado en canastos que contienen entre 16 y 18 vegetales, frutas, hortalizas. Este producto se denomina La Canasta Comunitaria y su precio es de USD 10.

    Cada sábado, el centro donde funciona la Coordinadora Política de la Mujer, ubicado en el centro de la urbe, se convierte en un espacio donde las risas y el trabajo se conjugan. Desde las 09:00, las agricultoras se reúnen para armar las cestas con los vegetales limpios y listos para consumirse, que se cosechan durante la semana en Punín, San Martín, Columbe, Licto, San Luis y otras comunidades.

    «Todos nuestros productos son muy limpios y saludables, porque evitamos el uso de químicos para combatir las plagas. Además, como valor agregado, entregamos los vegetales lavados, desgranados y seleccionados, tal como podrían encontrarlos en un supermercado, pero a menos precio», cuenta Ana María Guacho, una de las fundadoras del grupo.

    Las cestas contienen acelgas, papas, tomates, cebollas, zanahorias, lechugas y otras hortalizas de temporada. Pero por un valor adicional de USD 2 se pueden adquirir huevos de campo, habas tostadas y harinas de cereales tostados como trigo, cebada, quinua, entre otros.

    La organización se inició en el 2010. En ese año, Guacho logró un acuerdo con el Ministerio de Inclusión Económica y Social para distribuir los productos a los centros infantiles del buen vivir en Chimborazo y reunió a otras mujeres.

    Sin embargo, su labor por motivar a las familias a asociarse se inició en 1990. En esa época, los indígenas de Chimborazo sembraban en tierras propias después de la disolución de las haciendas, pero el intermediario pagaba precios demasiado bajos por sus productos. «Monseñor Leonidas Proaño nos enseñó a unirnos para luchar por lo justo. Por eso, encontramos en la asociatividad un mecanismo para conseguir beneficios y precios justos», dice Guacho, de 68 años.

    En un inicio, los productos se entregaban a instituciones y empresas comercializadoras, pero este año las mujeres se propusieron convertirse en emprendedoras autónomas y fundaron el programa La Canasta Comunitaria en abril.

    La primera semana solo se elaboraron tres canastas y fue difícil venderlas en el mercado abierto; otra dificultad fue acordar los precios de los productos para que fueran competitivos. Pero después de varias reuniones de asesoramiento que les dictaron los técnicos del Ministerio de Agricultura, desarrollaron un mecanismo de organización. «Las socias no comprendían que los precios no podían manejarse volubles, como en el mercado, sino que debían ser estables. Cuando logramos comprender este principio de la economía solidaria nuestra microempresa se consolidó», cuenta Azucena Aucancela, presidenta de la organización.

    Blanca Rodríguez, oriunda de Puela se integró hace seis meses. «En la Fundación no solo encontré una oportunidad para obtener ingresos, sino también el apoyo de mis compañeras. Muchas somos madres solteras o viudas».

    La oferta

    La venta.  La Canasta Comunitaria se expende los sábados en la Coordinadora Política de la Mujer, ubicada en las calles Olmedo y 5 de junio, de 09:00 a 15:00. Para adquirirla se puede comunica al teléfono 098 806 9841.

    El grupo.  Las socias recibieron capacitaciones sobre el manejo de alimentos. Para el 2015, la meta es desarrollar una granja integral.

    Clínica que ‘atiende’ a negocios

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    Perú es uno de los países en la región que tiene altos índices de emprendimientos; sin embargo, es uno en donde los emprendedores tienen el menor acceso a la información técnica, lo que hace que muchas de las iniciativas empresariales mueran.

    Considerando esta realidad, desde hace dos años, la Corporación Financiera de Desarrollo (Cofide) ha desarrollado la Clínica de Negocios, una iniciativa que juega con la idea de una atención médica.

    Los emprendedores asisten a la clínica, indican sus preocupaciones y se les asigna un especialista (vestido como médico), quien le hace un diagnóstico de la situación y le entrega una receta a seguir.

    Luis Terrones, gerente de Desarrollo de Cofide, indica que la clínica tiene tres ediciones al año y se realiza en las instalaciones de Cofide; no obstante, se implementa en la Feria del Emprendedor, que se realizó en octubre, en Lima.

    La Clínica de Negocios atiende en su mayoría temas relacionados con marketing, costos, tributación, contabilidad y comercio exterior, aspectos que son los más consultados por los ‘pacientes’.

    Los especialistas (doctores) son voluntarios con mucha experiencia y que forman parte de la red de voluntariado que tiene la entidad financiera. Terrones explica que desde que se inició el proyecto se han dado más de 2 130 atenciones. En la última edición se dieron 452 atenciones a emprendedores.

    El ejecutivo indica que se espera hacer de este proyecto una actividad itinerante de manera que la clínica también pueda atender en provincias, considerando el alto nivel de satisfacción que ha tenido la experiencia, según lo revelan las encuestas que se realizan en cada edición. Según Luis Terrones, gerente de Desarrollo de Cofide, la idea de la Feria del Emprendedor es ayudar al microempresarios en temas de financiamiento y de gestión.

  • Las prendas indígenas ganan mercado local

    Modesto Moreta (I) (F-Contenido Intercultural)

    Atuendos estilizados con llamativos diseños, una variedad de telas y además bordadas son parte de la nueva tendencia de la moda para los jóvenes y los adultos de los pueblos indígenas, en Tungurahua. Este boom se inició con la apertura, hace tres años, de dos boutiques en Ambato.

    Desde entonces, los ejecutivos, empleados de las cooperativas de ahorro y crédito, estudiantes y niños son los principales clientes de estos negocios. Sus propietarios Jenny Ainaguano e Isaías Caluña atienden a su clientela en español y en kichwa. En los dos almacenes el servicio al cliente es la estrategia principal en estos negocios.

    Los dos fundaron sus propias marcas: Jenny Boutique y Native Boutique, respectivamente. En estos locales se ofrece la vestimenta de las etnias Chibuleo, Pilahuín, Salasaca, Tomabelas, entre otras, pero con ciertos toques juveniles. El objetivo es que los chicos vistan algo moderno, elegante y estén a la moda.

    Hace dos años, Jenny Ainaguano, decidió ampliar su local comercial que lo inició en el 2006 su madre María. El negocio funcionaba en un pequeño local. Las ventas no superaban los USD 800 mensuales. Sin embargo, Ainaguano pensó que el pueblo indígena debía tener su propia boutique, en donde la atención sea sin ningún tipo de discriminación.

    Así fundó Jenny Boutique localizado en la avenida 12 de Noviembre y calle Castillo, en el centro de Ambato. «La finalidad es dar la importancia que se merece nuestro pueblo. Queremos que cada persona que adquiera nuestras prendas, pueda demostrar que las raíces indígenas todavía siguen vivas. Para diseñar hacemos una investigación del significado», explica Ainaguano.

    Ese es el caso de Cecilia Quisintuña. La joven llegó a la boutique buscando un par de aretes de coral. Dice que es una alternativa para evitar la discriminación. «Tenemos ganado un espacio importante. Esto permite mantener nuestra vestimenta», cuenta Quisintuña.

    La inversión inicial para montar el negocio fue de USD 35 000. Los recursos los consiguió a través de un crédito en una cooperativa de ahorro local. El dinero se invirtió en la compra de vitrinas, maniquíes y mercadería.

    Con el auge de las cooperativas de ahorro y crédito, las ventas se incrementaron, puesto que una de sus principales características es que sus empleados y ejecutivos utilicen los atuendos que identifican a las comunidades. En el almacén, además de la ropa típica de Chibuleo, se pueden encontrar atuendos y complementos de Pilahuín, Salasaca y Tomabela, entre otros artículos.

    Otro de los emprendedores es de Isaías Caluña, gerente de Native Boutique. El sitio funciona desde el 2010. El emprendedor cuenta que en los inicios del emprendimiento, las ventas fueron bajas. Por eso decidió aplicar como estrategia distribuir hojas volantes. Las repartió en las cooperativas, negocios y almacenes indígenas. Eso le dio resultados. Las ventas subieron de USD 700 hasta 3 000 mensuales. Hace unas semanas abrió una nueva sucursal en Quito. En la oferta de su local se vende ropa típica estilizada, sombreros, fajas, anacos, blusas, alpargatas, collares, aretes…

    El mercado

    Los precios. Un conjunto para mujer, que incluye una blusa blanca con encajes bordados a mano, falda de lino negro, anaco, bayeta, faja con colores típicos y sombrero blanco, cuesta USD 200.

    La oferta. En el caso de la vestimenta para un hombre, el conjunto que tiene pantalón y camisa blanca, chaqueta negra, zapatos de cuero o alpargatas y sombrero vale USD 130.

    Inversiones. Isaías Caluña en su local invirtió USD 20 000 con un préstamo. El crédito logró cancelarlo en dos años y medio. Efectuó otro de USD 35 000 para instalar la sucursal de Quito.