Etiqueta: mascaras

  • Las máscaras generan ganancias en Cotopaxi

    Red. Sierra Centro
    redaccion@revistalideres.ec

    Relacionadas

    Las mujeres de la comunidad indígena de Tigua, en Pujilí, aprenden de a poco una actividad que antes era más común entre los hombres de este cantón. Se trata del tallado y pintura de las máscaras que para fiestas locales.

    Esta labor la realizan en los pequeños talleres familiares que funcionan en las salas o patios de sus viviendas, ubicadas en la vía Pujilí – La Maná, en Cotopaxi.

    En las mismas casas, las artesanas adecuaron tiendas donde exponen las máscaras hechas con madera, cuadros elaborados en cuero de oveja y ropa hecha con lana de borrego o llama.
    Ana Umajinga es oriunda de la comunidad de Zumbahua, ubicada a 15 minutos de la comuna de Tigua. Ella elabora las máscaras con el apoyo de su esposo, Alfonso Toaquiza. Entre las caretas que se encarga de crear están las que tienen forma de perro, lobo, leopardo, colibrí, mono, la del tradicional diablo huma, entre otras. A estas se suman los payasos, demonios y catrinas o calaveras.

    Las figuras de los animales propios de los Andes y de la Amazonía son parte de las fiestas ancestrales que se desarrollan en las comunidades indígenas de esa zona. Los participantes que las usan, hacen bromas con los asistentes.

    Su atuendo se complementa con todo tipo de vestimenta colorida y llamativa. Umajinga confiesa que su familia y vecinos del barrio desconocían del tallado de la madera hace varios años atrás.

    A los 16 años contrajo matrimonio con Alfonso, hijo de Julio Toaquiza y uno de los impulsores del arte de las comunidades del occidente de Pujilí. “En los primeros años no me llamaban la atención estas obras de arte. Las necesidades del hogar y el apoyo para mi esposo me obligaron a aprender del tallado”, cuenta.

    Las primeras máscaras que talló las hacía con ayuda de herramientas como sacabocado, tachuelas, suelas y otras. Ahora tiene varios instrumentos sobre su escritorio junto a las pinturas. Su esposo Alfonso le asesoró al inicio, ahora dice que talla máscaras ella sola.

    Este trabajo lo empezó en una mesa de madera de su taller en Tigua, que aún conserva.
    El intenso frío le obligó a migrar con su pareja y dos hijos al centro de Pujilí. En la urbe abrió un pequeño taller donde realizaba el tallado de la máscara con los procesos de enyesada, pulida y pintada. Al principio le tomaba entre cuatro y seis horas pintar una máscara y ahora solo una hora.

    “El pintado me resultó un poco demoroso y aburrido. Pero el arte requiere de estos dones y eso lo aprendí con el paso de los años. La primera máscara que vendí en Otavalo me motivó para seguir”.

    Al igual que Umajinga, son varias las mujeres que habitan en Tigua que también aprendieron a hacer las máscaras y a venderlas.

    Una de las más jóvenes talladoras es Magdalena Toaquiza Ugsha. La artista indígena aprendió a los 8 años las técnicas de pintura de su padre, Julio Toaquiza.

    La joven cuenta que su progenitor le transmitió los conocimientos junto a sus siete hermanos. “La elaboración y pintura de estas máscaras no va a desaparecer. Hay muchos jóvenes indígenas que aprendieron y están revalorizando este arte, no solo de mi comunidad, sino de otros sectores de Cotopaxi”, asegura Toaquiza.

    Las máscaras que están a la venta son de diferentes tamaños y precios. El costo va desde los USD 20 hasta los 100. El valor de la careta aumenta dependiendo del acabado y los detalles que tenga.

    La mayoría de máscaras tiene tres agujeros que representan los ojos y la boca. Cada detalle la hace diferente de las demás, como el tallado de orejas, cachos, etc.

    Judith Castro adquirió una máscara pequeña en USD 30. La turista junto con sus amigos visitaron esta zona y se admiraron del trabajo de los indígenas. “Algunas máscaras tienen detalles que las hacen muy vistosas”, dice Castro.

    Las representaciones de los animales son ampliamente valoradas por los turistas extranjeros, que llegan hasta la comunidad de Zumbahua. Foto: Fabián Maisanche  / LÍDERES
    Las representaciones de los animales son ampliamente valoradas por los turistas extranjeros, que llegan hasta la comunidad de Zumbahua. Foto: Fabián Maisanche / LÍDERES
  • Una fusión para dormir tranquilos

    Redacción Quito

    ‘Si no puedes contra ellos, úneteles». Esta conocida frase refleja la estrategia de ciertas compañías cuando, en el ‘cuadrilátero’ del mercado, existen dos fuertes contendores.

    En el ámbito de las multinacionales es común que las más prestigiosas tengan un ‘archirrival’, que compitan palmo a palmo cada uno de sus clientes.

    Las fusiones y adquisiciones de empresas son parte de la estrategia corporativa. Esta táctica la aplicó Tempur, una compañía especializada en la industria del descanso. Esta firma se dedica a la manufacturación de colchones, almohadas, cojines para viaje, máscaras para dormir, entre otros. Su valor agregado es que sus colchones no están fabricados de cualquier esponja, sino de tempur.

    La historia de este material se remonta a principios de la década de 1970, cuando la NASA desarrolló un material para que absorba y amortigüe la presión y brinde un mejor apoyo a los astronautas durante el despegue de los transbordadores espaciales.

    Esta idea pronto fue adquirida por la compañía sueca Espumas Mundial Fagerdala, una firma que se especializaba en la fabricación de esponjas especiales.

    Fagerdala pasó años perfeccionando su fórmula y, una vez completa, el nombre que decidió para su versión de consumo masivo fue Tempur. Así ocurrió la introducción del primer colchón denominado ‘Tempur-Pedic’, en 1991.

    En esa década creció la industria del descanso, apuntalada con productos de alta tecnología.

    En el otro extremo de esta historia se encuentra Sealy Corporation, una compañía que nació en Texas (EE.UU.), en 1889, y que patentó el algodón comprimido para su uso en colchones. Gracias a ese producto, en ese entonces innovador, se posicionó como una marca representativa en colchones, y así permaneció durante el siglo pasado.

    En septiembre del año pasado, Tempur-Pedic International anunció un acuerdo para comprar Sealy, por aproximadamente USD 229 millones.

    Esto representa la combinación de las dos mayores empresas que fabrican colchones que cotizan en bolsa.

    Actualmente, Tempur-Pedic, que tiene su sede en Lexington, Kentucky, (EE.UU.) asumirá la totalidad de una deuda pendiente de Sealy, por un monto de USD 1 300 millones.

    Juntas, las dos empresas poseen seis marcas: Tempur, Tempur-Pedic, Sealy, Sealy Posturepedic, Optimum y Stearns & Foster. Su plan es llegar a más países con los productos de Seally, que se concentraba en el mercado estadounidense.

    En Ecuador, Tempur llegó hace cuatro años. Daniel Chang, gerente de Marketing de Tempur en Ecuador, señala que con esta alianza esperan que los productos de Seally lleguen a la región y el país próximamente; «todavía no hay un pronunciamiento oficial de la firma».

    Al momento seguirán comercializando y promocionando su línea de colchones Tempur, en sus locales de Quito, Guayaquil, Cuenca y Ambato.