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  • La mashua es la estrella de su negocio

    Cristina Marquez

    (F)
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    El yogurt que manufacturan las 16 socias de la organización Mushuc Kawsay tiene un sabor dulce, un toque frutal y el particular sabor de la mashua, un tubérculo andino similar a la oca. Ellas fundaron una empresa comunitaria para mejorar la calidad de vida de sus familias y simultáneamente cuidar el ambiente y rescatar el cultivo andino que estaba cerca de desaparecer en el mercado.

    Las socias son oriundas de la comunidad indígena Shobol Calerita, situada a 45 minutos de Riobamba, en las faldas del volcán Chimborazo. Allí, además del negocio comunitario, se dedican a la agricultura y a la crianza de especies menores.

    “Las mujeres aquí siempre han sido menospreciadas incluso por sus mismos esposos. Pensaban que solo tenían que dedicarse al cuidado de la casa y de los hijos, por eso un día decidimos fundar una organización de mujeres”, recuerda María Cutiupala, presidenta de la Asociación de Mujeres Indígenas Mushuk Kawsay.

    Eso ocurrió en el 2000. Según las mujeres, la asociatividad fue la antesala al emprendimiento que hoy tiene acogida en tres provincias del país.

    En un inicio, ellas tejían prendas con fibras de alpaca. Lo hicieron por casi 14 años, pero las ventas no eran rentables y el mercado era muy limitado debido a la distancia que hay entre su comunidad y los sitios estratégicos para el turismo en la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo.

    En el 2016, durante una reunión, empezaron a explorar otras opciones de negocio. La idea de rescatar la mashua y darle valor agregado surgió tras una conversación con los adultos mayores de la comunidad y la sugerencia de un técnico del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG).

    “Antes todos los campos de la comunidad tenían mashua. Pero debido a que nadie compraba el producto en el mercado, la gente dejó de sembrarlo desde hace casi una década”, dice Cutiupala.

    Los primeros experimentos que hicieron con el tubérculo fracasaron. “El yogurt se cortaba, no sabíamos cómo esterilizar los recipientes, el sabor no nos convencía”, cuenta otra socia.

    Para mejorar el sabor y la calidad del producto la asociación solicitó apoyo de capacitadores de varios organismos. El Gobierno Provincial y el MAG no solo les dotaron de capacitación, sino que también les entregaron equipos para mecanizar la producción.

    La asociación recibió ollas pasteurizadoras, una refrigeradora y una cocina, recipientes y mesas de acero inoxidable, entre otros enseres para equipar su planta de producción. Además, aprendieron todo sobre el manejo adecuado de la leche y cómo convertirla en yogurt, y prácticas de higiene.

    El primer éxito que alcanzaron juntas fue la compra de una infraestructura propia donde cuentan con un espacio para la fabricación del yogurt, sala de reuniones y una pequeña bodega. Por el buen mantenimiento de la fábrica y las prácticas higiénicas adecuadas, ellas obtuvieron el registro sanitario para su producto.

    La primera semana elaboraron de manera artesanal los primeros cinco litros de yogurt. El sabor agradable y diferente cautivó de inmediato al público, y pronto la cantidad se volvió insuficiente para la alta demanda.

    “Esos equipos marcaron un avance importante en nuestro emprendimiento. No podíamos creer que ese producto tan menospreciado nos iba a convertir en empresarias”, cuenta Carmen Borja, otra de las socias.

    Hoy producen cada semana 150 litros que se comercializan en Chimborazo, Azuay y Cañar. Las materias primas como la leche y las ocas se compran a las mismas socias, e incluso a otras mujeres de las comunidades cercanas a la planta de producción, que no forman parte de la organización.

    “Nuestro yogurt es especial para nosotras no solo por la ayuda económica para nuestras familias, también tiene parte de la herencia de nuestros abuelos, está muy relacionado con nuestra identidad cultural”, dice Cutiupala.

    El yogurt se envasa en recipientes de tres presentaciones. Ofrecen desde envases pequeños para consumo personal, hasta envases de 2.5 litros, y cuestan entre USD 0,50 y 3,50.

    Los planes para este año incluyen una nueva presentación para comercializar el yogurt en los bares escolares de la zona, y nuevos productos hechos a base de mashua como helados. La meta es duplicar las ventas.

    Las socias del emprendimiento se turnan para elaborar el yogurt. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
    Las socias del emprendimiento se turnan para elaborar el yogurt. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
  • La mashua, tubérculo que mueve a mujeres de varias comunidades

    Cristina Marquez

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    El yogurt que elaboran las 16 socias de la organización Mushuk Kawsay tiene un sabor exquisito y cualidades medicinales. El ingrediente principal es la mashua, un tubérculo andino similar a la oca que estuvo cerca de desaparecer por el poco valor que tenía en el mercado.

    “Este producto nos representa. No solo nos está ayudando en nuestro progreso económico, sino que también tiene parte de la herencia de nuestros abuelos”, cuenta orgullosa María Cutiupala, presidenta de la organización.

    Dice que la mashua dejó de cultivarse hace casi una década y que las semillas se estaban perdiendo. En el mercado era un producto menospreciado y a veces hasta lo dejaban saquillos llenos del tubérculo abandonados en las esquinas para no traerlo de regreso a casa después de una mala venta.

    La organización que agrupa a mujeres de varias comunidades de San Juan, una parroquia situada a 30 minutos de Riobamba. Ellas se asociaron en el 2010 para emprender en otra área: la producción de papas y la crianza de cuyes. Cuando la agrupación se fundó tenía 40 socias, pero muchas se retiraron en el inicio.

    El primer éxito que alcanzaron juntas fue la compra de una infraestructura propia donde cuentan con un espacio para la fabricación del yogurt, sala de reuniones y una pequeña bodega. Por el buen mantenimiento de la fábrica y las prácticas higiénicas adecuadas, ellas obtuvieron el registro sanitario para su producto.

    La idea de preparar un yogurt de mashua surgió tras un acercamiento de la organización con la Unidad de Emprendimientos del Gobierno Provincial de Chimborazo. Un grupo de técnicos de esa entidad realizó un estudio de las potencialidades del producto y diseñó una estrategia para introducirlo en el mercado.

    “Al principio fue muy difícil, sobre todo al momento de convencer a las compañeras de invertir en un nuevo emprendimiento. Pensábamos que, si nadie quería las mashuas en los mercados, menos las iban a querer como yogurt”, recuerda Cutiupala.

    Sin embargo, las emprendedoras decidieron apostar por el producto y en el 2015 empezaron a capacitarse. Ellas aprendieron sobre el manejo adecuado de la leche y cómo convertirla en yogurt. Además, prácticas de higiene.

    La primera semana elaboraron de manera artesanal los primeros cinco litros de yogurt. El sabor agradable y diferente cautivó de inmediato al público, y pronto la cantidad se volvió insuficiente.

    El año pasado, las mujeres recibieron una donación del Gobierno Provincial para mecanizar el proceso de elaboración. Ellas recibieron ollas pasteurizadoras, recipientes y mesas de acero inoxidable, entre otros enseres para equipar su planta de producción.

    Hoy la producción se incrementó a 80 litros semanales, que se envasan en recipientes de tres presentaciones. Ofrecen desde envases pequeños para consumo personal, hasta envases de 2.5 litros, y cuestan entre USD 0,50 y 3,50. “Esos equipos marcaron un avance importante.

    María Cuyupala, Mercedes Borja, Melisa  Álvarez son parte de Mushuk Causai. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    María Cuyupala, Mercedes Borja, Melisa Álvarez son parte de Mushuk Causai. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Máchica, mashua y trucha, en la receta ganadora

    Redacción Cuenca

    Locro de mashua (una especie de tubérculo), cebiche de trucha y brownie de máchica. Los tres platos conformaron el menú con el que tres estudiantes del Instituto Superior San Isidro, en Cuenca, ganaron el primer lugar, en la categoría senior, del Primer Festival de Cocina Ecuatoriana que se realizó, en marzo , en la sede de la Escuela Politécnica del Ejército (Espe), en Latacunga.

    Carlos Molina, María Eugenia Molina y Alicia Peláez, estudiantes de sexto ciclo de Gastronomía, tardaron un mes para idear este menú que presentaron en el certamen. Su motivación fue usar ingredientes poco usuales para diversificar la cultura gastronómica del país, señala Molina.

    Geovanny Acosta, director de la carrera de Ingeniería en Administración Turística y Hotelera de la Espe, señala que la participación de los jóvenes fue profesional y por eso obtuvieron el reconocimiento.

    Algo similar opina el director de Proyectos del Instituto Superior San Isidro, Juan Diego Villavicencio. Él cree que el desempeño de los tres estudiantes en el concurso, que albergó a unos 70 participantes, fue importante, porque demostraron la formación que reciben en San Isidro en cuanto a la valorización de los ingredientes ecuatorianos, la creatividad para preparar las recetas, la presentación de los platos, etc.

    Para Villavicencio, la formación de la academia se conjuga con la actitud de los estudiantes. En este caso, los integrantes del equipo ganador son proactivos y curiosos. “Buscan aprender nuevas formas de hacer gastronomía”.

    Para el gerente del catering Eventos y Bodas (Cuenca), Daniel Carrión, el trabajo de estos jóvenes fue estupendo, porque con ingredientes nacionales crearon platos que podrían servirse y posicionarse en cualquier restaurante de otro país.

    Carrión cuenta que su empresa de catering ha contratado a estudiantes egresados del Instituto San Isidro. De ellos destaca su proactividad y el conocimiento adquirido en las aulas.

    Para Molina, la experiencia que ha obtenido en la institución es clave, porque ha aprendido a sembrar y cultivar vegetales y frutas para utilizar en sus recetas. También conoció términos de cocción, tácticas reposteras, marketing y administración de restaurantes y hoteles.

    El pénsum de Gastronomía en San Isidro incluye clases prácticas donde aprenden a cocinar en horno de leña, estufa de gas o eléctrica, indica Villavicencio.

    Esa versatilidad en la enseñanza es clave para que los estudiantes, una vez graduados, tengan la capacidad de desempeñarse en restaurantes, hoteles, lodges ecológicos… asegura el director de proyectos.