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  • Frutos orgánicos que se cosechan en una hacienda centenaria

    Pedro Maldonado

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    A una hora de Loja, en una zona marcada por los microclimas se encuentra la Hacienda Gonzabal, un lugar con más de 400 años de historia y que desde el 2015 se convirtió en un emprendimiento que produce y oferta alimentos orgánicos.

    Su historia está marcada por haber sido una suerte de granero de la capital lojana, a inicios del siglo XX. La ganadería, así como la cosecha de trigo y cebada, de caña de azúcar y de cítricos, marcaron una etapa de este espacio que también se posiciona como un destino turístico para quienes desean estar, literalmente, desconectados del mundo. Esta iniciativa es parte de la familia Burneo.

    María del Carmen Burneo está al frente de esta iniciativa. Ella cuenta que en el 2015, tras la muerte de su padre, Ramón Burneo, heredó la hacienda. “Yo estaba familiarizada con el trabajo agrícola, pero otra cosa fue hacerse cargo y mantenerla productiva”.

    Esta mujer asumió el reto, investigó el mercado y concluyó que podía darle un giro a la propiedad de la familia mediante la producción orgánica. Para esto se apoyó en Seproyco, la consultora que dirige en Quito y que trabaja asesorando a pequeños productores.

    El trabajo en los sembríos arrancó con la contratación y capacitación a gente. Hoy la tarea la cumple un equipo de cinco personas que se reparten actividades como el cultivo hasta el despacho. Seproyco, por su parte, brinda servicios administrativos y logísticos.

    Uno de los desafíos, según cuenta Burneo, fue el cuidado de los cultivos, lo que dificultaba la productividad. Para lograrlo se estableció un protocolo; además se formaron lotes para un control más efectivo de lo que se sembraba y se cosechaba.

    Hoy en día Hacienda Gonzabal tiene dos hectáreas en las que se producen acelga, apio, fréjol, zuquini, zapallo, zambo, papa, camote, yuca y más alimentos. Todos estos productos agrícolas tienen certificación orgánica. La certificadora es Oko Kiwa.

    Gonzalo Montalvo, inspector, cuenta que Hacienda Gonzabal tiene el certificado y ahora está en proceso de renovación. “Es un sello para el mercado nacional”. La inspección para la renovación se realizó en los primeros días de mayo.

    Burneo tiene una agenda apretada. Ella está radicada en Quito, pero viaja con mucha frecuencia hasta Loja para revisar el trabajo en el campo. Está contenta: “La idea fue generar una canasta de productos para una nutrición equilibrada”, dice en su oficina en el centro-norte de Quito.

    Los productos de esta iniciativa llegan a consumidores de Pichincha y Guayas. En esta última provincia uno de sus canales de venta es supermercados Del Portal, que pertenece a la empresa Liris.

    Allí se venden vegetales, café, manjar y productos envasados de Hacienda Gonzabal, según explica Luis Bonal. “Los productos son de alta calidad y la relación con el proveedor es excelente. Hemos crecido a la par”.

    Pero los retos siguen, dice Burneo. Ganar mercado, armonizar los volúmenes de producción y la demanda, y educar al consumidor son prioridad para la hacienda.

    Datos

    Las ventas anuales alcanzaron los USD 80 000 en el 2017. En ese año los ingresos se duplicaron en relación con el 2016.

    Los ingresos cubren los gastos y se reinvierten en nuevos procesos. La iniciativa ha invertido unos USD 40 000 en una serie de procesos productivos.

    En la actualidad, Hacienda Gonzabal tiene cerca de 25 clientes. De esa cifra unos 20 son supermercados que tienen vitrina para alimentos orgánicos. Los clientes son personas con conciencia ambiental. tiene cerca de 25 clientes. De esa cifra unos 20 son supermercados que tienen vitrina para alimentos orgánicos. Los clientes son personas con conciencia ambiental.

    María del Carmen Burneo dirige Hacienda Gonzabal. La iniciativa se encuentra en el noroccidente de la provincia de Loja. Foto: Cortesía
    María del Carmen Burneo dirige Hacienda Gonzabal. La iniciativa se encuentra en el noroccidente de la provincia de Loja. Foto: Cortesía
  • Los alimentos orgánicos congelados llevan su sello

    Redacción Quito (I)
    redaccion@revistalideres.ec

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    La amistad que las une desde los tres años de edad es el pilar en el que se apoyan Adriana Sáenz y Rosana Cornejo. Ellas levantaron hace dos años Manqa Food, un emprendimiento enfocado en alimentos orgánicos congelados.

    La iniciativa salió a la luz en el garaje de la casa de los papás de Sáenz, en Tumbaco. Esta emprendedora decidió incursionar en el negocio de la comida orgánica por un tema de salud. “Siempre he comido de todo y lo sigo haciendo, pero luego de un quebranto en mi salud decidí apuntar a un nuevo modo de alimentarme”, cuenta en la pequeña planta procesadora que desde hace cuatros meses funciona en el centro de Cumbayá, al nororiente de Quito.

    Sáenz se inclinó por alimentos orgánicos; además dejó de lado las harinas blancas. Con la ayuda de su familia y la guía de Cornejo -quien sumó experiencia en firmas de alimentos- empezaron a surgir las primeras recetas de alimentos orgánicos congelados.

    Camarones encocados y pulpo fueron dos de los primeras fórmulas que probó este emprendimiento que apunta a convertirse en el mediano plazo en una B-Corp, es decir una empresa certificada como socialmente responsable.

    Sáenz y Cornejo apuntaron a los alimentos orgánicos congelados por varias razones: los nutrientes se mantienen, la facilidad en la preparación, las posibilidades de jugar con los tamaños y las presentaciones, entre otras.

    En el proceso, una de las personas claves fue Julio Avendaño, ex esposo de Sáenz y chef de profesión. Él ayudó en la elaboración de cerca de 50 recetas que hasta la fecha permiten tener una canasta de diez productos que se ofrecen en línea, en canales como una página web y un perfil de Facebook.

    Tentáculos de pulpo, canelones de quinua, masas para elaborar pizza, gratín de zanahoria y hasta pasteles de chocolate son parte de la oferta con la que este negocio suma clientes.
    Para arrancar, las emprendedoras invirtieron alrededor de USD 30 000 que sirvieron para las primeras pruebas, ingredientes, equipos, etc. Un ultracongelador es la máquina más preciada de este emprendimiento.

    Este equipo, que se asemeja a un horno industrial, permite congelar los alimentos a una velocidad sorprendente y es el ‘corazón’ de Manqa Food. “Lo que un congelador normal se demora unas 12 horas, el ultracongleador se toma unos 40 minutos”, explica Sáenz, mientras se asegura de que esté limpio y radiante en su exterior.

    Con el tiempo los pedidos fueron creciendo y las responsabilidades también. Para cubrir todos los frentes y mantener la calidad de los productos, las dos socias manejan una estructura de negocios muy organizada en la que cuentan todos los detalles: desde la recepción de la materia prima, el tipo de materiales para empacar, el trato con los clientes y el cumplimento de los pedidos. “Solo así nos aseguramos crecer de manera ordenada”, dice Sáenz.

    Una de las clientas de este negocio es Macarena Bustamante. Ella llega cada semana hasta la planta de procesamiento para comprar distintos productos. “Estos alimentos son fáciles de preparar, son de alta calidad y son muy nutritivos. En mi refrigeradora hay un espacio solo para Manqa Food”, dice esta madre de familia.

    Entre los retos que enfrenta esta microempresa está el cumplir con los pedidos. La iniciativa entrega sus productos en minimercados de Cumbayá y Tumbaco, en especial, pero también llega con pedidos a domicilio. La entrega la hace la propia Sáenz con ayuda de los padres de Cornejo, quien vive en España, pero se mantiene al tanto de la evolución del negocio.

    Adriana Sáenz es la cofundadora de Manqa Food. El negocio nació en Tumbaco y ahora opera en Cumbayá, donde tiene una pequeña planta para elaborar alimentos congelados. Foto: Alfredo Lagla / LÍDERES
    Adriana Sáenz es la cofundadora de Manqa Food. El negocio nació en Tumbaco y ahora opera en Cumbayá, donde tiene una pequeña planta para elaborar alimentos congelados. Foto: Alfredo Lagla / LÍDERES
  • Jabones con eucalipto, lavanda, canela…

    Redacción Cuenca

    Mezclas de miel, cardamomo, jengibre, canela y chocolate se huelen en el taller Lupuna. No es una dulcería, sino una iniciativa que elabora jabones artesanales orgánicos.

    En el 2011, María José Trujillo y Silvia Chiva Sánchez identificaron una oportunidad de mercado porque los jabones que veían en los locales comerciales se caracterizaban por las esencias artificiales y los colorantes. Por esa razón, estas cuencanas invirtieron USD 200 en la compra de moldes y plantas medicinales como eucalipto, lavanda, altamisa, canela, hierbaluisa, entre otras, para extraer los aceites y esencias.

    Con glicerina e imaginación comenzaron a moldear jabones en forma de corazones, flores, figuras de buda, paletas y cualquier forma que pedían los clientes. Al inicio, la facturación era de USD 50 al mes; ahora subió a 200.

    Las ferias ecológicas y los mercados artesanales son sus vitrinas para exponer los productos. Otra estrategia fue mezclar esencias como limón y té, chocolate con menta, leche y canela. Estas combinaciones no se realizan al azar, dice Sánchez, sino que son funcionales.

    Por ejemplo, para exfoliar la piel se recomienda un jabón de café; para el rostro de avena, para los pies de piedra pómez… «Nuestros jabones son orgánicos, con esencias naturales, por lo que no producen excesiva espuma, sino que cumplen una función de limpieza, sin maltratar», señala Trujillo.

    Carolina Salinas compró los productos en octubre pasado y se siente satisfecha. Además, destaca las fragancias y formas decorativas como frutas, animales…

    Lo que más disfrutan de su trabajo es la exploración de nuevas hierbas, frutas y flores para crear productos como el jabón para perro con altamisa.

    María del Carmen Montezuma conoció este año, los productos de Lupuna. Lo que más compra son los jabones de coco y maracuyá por su fragancia y porque no maltratan su piel.

    La oferta

    El mercado. Silvia Sánchez y María José Trujillo, desde hace un año, atienden compromisos sociales. Elaboran jabones en forma de bebés para baby showers, rosas para matrimonios…

    La materia prima. El taller está lleno de tallos, flores y especias con las que estas emprendedoras elaboran sus creaciones.

  • Lo orgánico abre las puertas de Europa

    Redacción Quito

    Una barra de chocolate de Ethiquable es el punto de encuentro del cacao fino de aroma de Ecuador y de Costa de Marfil, de quinua de Bolivia y azúcar orgánica de Paraguay. Pero no son los productos los que se fusionan, sino el sueño de pequeños agricultores de alcanzar los mercados europeos.

    Ethiquable es una empresa francesa especializada en comercio justo que busca alianzas desde el 2003 con pequeños campesinos de América Latina y África para vender sus productos en supermercados y tiendas de Francia, Bélgica y Alemania. El trabajo de esta firma empezó con seis asociaciones y una línea de 16 ítems. Uno de los primeros fue el café orgánico de pequeños agricultores de Loja, Zamora y El Oro asociados en la Federación Regional de Pequeños Cafetaleros Ecológicos del Sur (Fapecafé).

    A este se sumaron quinua, aguas aromáticas y, recientemente, chocolate y pulpa de frutas de otras organizaciones ecuatorianas. Ethiquable trabaja solo con productos orgánicos.

    El compromiso de esta empresa con los agricultores es pagar un precio en condiciones de comercio justo. «Respetamos un precio mínimo, aun cuando este supere al del mercado. Y damos un premio si es producto orgánico», anota Nicolás Eberhart, de Ethiquable en América Latina.

    Así, si el precio del quintal de cacao está en USD 140 en el mercado internacional, la firma paga USD 40 adicionales por ser orgánico y 20 más como incentivo por participar en el comercio justo. Otra característica es que la firma francesa no compra más del 50% de la producción a fin de obligar a los productores a buscar otros clientes en el mercado nacional o internacional para que no dependan de un solo comprador.

    La firma tiene presencia en más de 4 000 supermercados solo en Francia, pero a partir del 2008 abrió dos filiales en Alemania y Bélgica para diversificar su mercado. Hoy, la empresa trabaja con organizaciones de agricultores de 20 países como Perú, Colombia, El Congo, etc.

    Sebastián Castillo, presidente de la Federación de Organizaciones Negras y Mestizas del suroccidente de Esmeraldas, Atacames y Muisne (Fonmsoemam), es uno de los agricultores beneficiados de la alianza, que le deja ingresos de unos USD 1 600 al año.

    «Nos pagan un mejor precio que los intermediarios por el cacao». Sin embargo, comenta que conseguir clientes nuevos ha sido uno de los principales problemas de la asociación. La falta de recursos y de apoyo estatal les obliga a entregar el resto de su producción a intermediarios que se llevan su utilidad.

    Los ingresos

    Las ventas. En el 2003 Ethiquable vendió 300 000 euros y en el 2012 alcanzó los 15 millones de euros (USD 19,5 millones). Entrega cada año 9 millones de productos (incluye barras de chocolate, frascos de mermeladas, entre otras).

    El trabajo en Ecuador. Ethiquable trabaja con seis organizaciones de agricultores.

    Los empleados. La firma tiene un equipo de 62 empleados que se encargan de la producción, comercialización y desarrollo de productos. Los trabajadores son los accionistas mayoritarios.

    La cartera de productos. La firma tiene hoy un listado de 120 productos, de estos entre el 30 y 40% es chocolate, 20% café y el resto son té, jugos, etc.