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  • Troncos, raíces y ramas se transforman en este taller

    Mayra Pacheco

    Los pedazos de madera, que resultan inservibles para algunas personas, son transformados en muebles en Tre Estudio Ecuador.

    En este taller, los troncos, raíces, ramas de árboles y otros retazos de madera sin tratar son convertidos en comedores, sillas, peinadoras, aparadores, esquineros, mesones, objetos decorativos y más.

    Desde hace cinco años, Luis Sánchez, gerente y diseñador de Tre Estudio Ecuador, es el encargado de crear este mobiliario con las piezas de árboles que tiene disponible en su taller, ubicado en Guangopolo, en Los Chillos. Para iniciar este proyecto invirtió alrededor de USD 30 000.

    Para este emprendedor de 28 años unir grandes raíces con retazos de tronco es como jugar con legos. Debe asegurarse que cada pieza calce de manera perfecta.

    En este proceso de creación de muebles con madera cruda, se conservan las características propias de la materia prima. En los mesones, por ejemplo, se pueden apreciar las curvas o vetas que tienen los troncos.

    Estos detalles hacen que los muebles sean únicos, debido a que ningún árbol es igual a otro.

    Además, el acabado final depende de los requerimientos que planteen los clientes. Ellos deciden si quieren sus muebles lacados, pintados o si se fusiona la madera con vidrio, metal, cuarzo importado, grafito, mármol u otros. El trabajo es personalizado.

    Esto permite, según Sánchez, crear ambientes diferentes en los hogares o locales. Y, sobre todo, se aprovecha la madera natural, que a veces termina convertida en leña, aserrín o botada.

    La materia prima que emplea Tre Estudio Ecuador proviene de talas autorizadas de árboles del Oriente, Imbabura u otras zonas.

    Pino, laurel, seike son algunas de las variedades utilizadas.

    Marco Freire, propietario de la empresa Freire y Asociados, menciona que cada tres meses entrega alrededor de 21 metros cúbicos de madera que no es atractiva para otras firmas. Pero esta adquiere un valor agregado con Tre Estudio Ecuador. En promedio, cada metro cúbico cuesta USD 70.

    Sulimar Vasco distribuye, en cambio, lacas, pinturas, selladores y otros insumos de carpintería. Los pedidos se hacen cada mes, estos suman USD 3 000.

    Pero también se usan palets. Con este material, en el 2016, Sánchez y su equipo construyeron 22 ‘stands’ para la feria de la Conferencia de las Naciones Unidas Hábitat III, que se realizó en octubre en el 2016 en Quito.

    Con estas estructuras de madera se construyeron las cabañas y el mobiliario básico, donde se vendían ‘souvenirs’ a los visitantes.

    Esta experiencia permitió a estos emprendedores conocer que están en el camino correcto. “Usar material reciclado para construir mobiliario es la tendencia actual en Europa”, expresa Sánchez.

    La venta de estos muebles se realiza en las oficinas de Tre Estudio Ecuador. Estas funcionan en la avenida República del Salvador y Portugal, en Quito; en la avenida Ilaló y Alondras, en Los Chillos; o a través de la página web www.treestudioecuador.com.

    En la web las personas pueden conocer el catálogo de productos que se fabrican en Tre Estudio Ecuador y hacer pedidos. Las entregas en Quito se realizan sin recargos adicionales y para provincias solo se cobra el precio correspondiente al transporte.

    Los precios varían en función del tamaño y las características. En promedio, un juego de comedor para cuatro personas para el exterior cuesta USD 280. También se pueden encontrar mesas pequeñas desde USD 80. En promedio, esta empresa factura alrededor de USD 60 000 al año.

    Por ahora los clientes son principalmente propietarios de locales, pero en dos meses está previsto presentar una colección de muebles para el hogar.

    Ramiro Terán, propietario de Munchis, comenta que junto con Sánchez crearon el mobiliario y ambiente y de su local. Terán buscaba algo diferente y personalizado. “Logró materializar lo que tenía yo tenía en mente y la inversión de USD 3 000 fue razonable”.

    Alexander Romero, propietario de la cadena The Lovers, compra también el mobiliario en Tre Estudio Ecuador, porque son de calidad, únicos y tienen un precio competitivo, que justifica la calidad del trabajo.

    Carolina Sánchez (der.), Libia Basantes y Luis Sánchez son parte de esta empresa. El taller funciona en la parroquia de Guangopolo, en Los Chillos. Foto: Patricio Terán / LÍDERES
    Carolina Sánchez (der.), Libia Basantes y Luis Sánchez son parte de esta empresa. El taller funciona en la parroquia de Guangopolo, en Los Chillos. Foto: Patricio Terán / LÍDERES
  • Los diseños de Quichua Marka no abandonan sus raíces

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    Puntada tras puntada, Enrique Males y su esposa Lucila Lema lograron consolidar Quichua Marka (Pueblo Quichua, en español), una de las firmas de elaboración de ropa más reconocidas de Otavalo, provincia de Imbabura.

    El almacén de estos emprendedores del pueblo kichwa está ubicado frente al tradicional Mercado de Ponchos, uno de los íconos turísticos de la Sierra Norte.

    Los modelos de las coloridas prendas de vestir se pueden admirar en las perchas, vitrinas y maniquíes del local comercial, ubicado en la esquina de las calles Salinas y Modesto Jaramillo.
    Son diseños innovadores y modernos, que se fusionan con los trajes típicos. En la mayoría de prendas resaltan los bordados a mano de flores y de figuras de las culturas ancestrales andinas. También los tinturados artesa­nales. “Nos especializamos en ropa de verano, elaborada en tela de algodón y con diseños exclusivos”. Así resume Lucila Lema la línea de producción.

    Quichua Marka lleva 23 años en el mercado. Los diseños nacen de las ideas de Enrique Males, su esposa y Luis, el último de los cuatro hijos de la pareja, que hoy apoya
    la microempresa familiar.

    No se puede desconocer la influencia del patriarca de la familia, que ahora tiene 63 años. Durante su juventud recorrió, como muchos otavaleños, Norteamérica y Europa. Luego participó en cursos de diseño de modas, en Colombia, en donde vivió varios años. Eso le ha permitido ampliar la perspectiva de producción.

    A Males siempre le gustó confeccionar blusas y camisetas. Inicialmente se especializó en el estampado. Pero tras la capacitación decidió poner su toque personal. Ahora ofrece pantalones flojos y entallados, blusas escotadas o discretas y también vestidos para toda ocasión.

    Con los años, han desarrollado actividades puntuales. Enrique Males se encarga del área de corte, costura y detalles de la confección de cada prenda. Mientras que Lucila Lema es la responsable de los trabajos de bordado y del tinturado manual. La emprendedora los elabora según el diseño y el modelo de cada blusa, falda o vestido.

    Entres sus clientes están ciudadanos nacionales y extranjeros. Muchos de ellos mantienen nexos comerciales por años, como Rosa Cotacachi, vinculada al grupo de música tradicional Charijayac, que reside en España.

    Lema comenta que periódicamente Cotacachi adquiere cientos de camisas, para atender los pedidos de clientes europeos. Otros pedidos llegan de Quito, Guayaquil, Cuenca y de Estados Unidos, Francia e Italia.

    Cada año, antes de empezar el verano, se elaboran las nuevas colecciones. Aunque permanentemente Quichua Marka está innovando, hay diseños que no pasan de moda, afirman estos emprendedores imbabureños.

    También aseguran que los compradores difícilmente pueden conseguir productos similares entre los 3 000 comerciantes de textiles artesanales de la vecina Plaza de Ponchos. Eso se debe a que en el taller de Quichua Marka se hace hincapié en el control de calidad, principalmente de la materia prima y los terminados.

    Varios diseños también provienen de ideas y sugerencia de los amantes de este estilo de ropa, que llegan a la tienda.

    La firma no ha estado libre de los intentos de copia de sus diseños. A eso se debe que innovan permanentemente. Prefieren ser discretos en la presentación de los nuevos modelos. Es por ello que ni siquiera tienen una página Web, explica Luis Males.

    El taller de producción está ubicado en la segunda planta del almacén. Sin embargo, cuentan con colaboradores externos. Hasta hace ofrecían trabajo a 20 personas encargadas de la confección de los trajes y 30 bordadoras, a los que se les enviaba el material.

    Sin embargo, tras una paulatina baja de las ventas se quedaron con cuatro costureras y cuatro bordadoras. Males y Lema confían en que los diseños exclusivo de Quichua Marka les mantendrá a flote en su negocio.

    Francisco Espinoza / para LIDERES
    Lucila Lema y su esposo, Enrique Males, levantaron esta microempresa que tiene fama dentro y fuera del país. Foto: Francisco Espinoza / para LIDERES
  • Una cadena con raíces chilenas

    Sebastián Angulo

    Es hora de almuerzo en un centro comercial del norte de Quito y una larga fila -que se confunde con la de un banco- ocupa uno de los pasillos. No son personas que buscan hacer un depósito o retiro, sino que aguardan por una mesa de Vaco y Vaca.

    Durante nueve años, esta cadena de restaurantes ha consolidado su marca en el mercado quiteño. En ese período ha abierto seis locales en centros comerciales de la ciudad y su intención es expandirse por todo el país.

    El secreto de la expansión de este negocio de comida, a decir de David Naranjo, gerente de Vaco y Vaca, se debe a esta ‘receta’: excelente calidad de sus platos y buenos precios. “Que algo sea bueno no significa que deba pagar mucho”, dice Naranjo.

    El éxito del negocio es su fachada, que se cimienta en una historia y tradición de más de 30 años. Transcurría la década de 1970 cuando Hugo Salazar migró de su natal Chile a Ecuador, motivado por la dictadura militar que se vivía en ese país durante esos años.
    En principio, Salazar trabajó en varios restaurantes de Quito y emprendió varios negocios de comida por su cuenta.

    Luego de 10 años de su estancia en el país -a inicios de la década de 1980- el chileno decidió abrir una cafetería en el ese entonces flamante Centro Comercial El Bosque (norte de Quito).

    Naranjo asegura que era una de las primeras cafeterías de la ciudad que ofrecía una café expreso, con las máquinas especializadas para este tipo de bebidas.

    La Cafetería Capuchino -como se llamaba- contaba además con una carta de sánduches locales y del país austral. Con el paso de los años, el sitio se convirtió en una cafetería concurrida con una fiel clientela que buscaba, por ejemplo, tomar el café de la tarde. “Acompañaban su café o té con un sánduche de jamón y queso”, asegura el gerente.
    Toda esa tradición buscó ser capitalizada por la nueva generación. Naranjo, quien es yerno de Salazar, junto a su cuñado Christian Salazar, buscaron ampliar el negocio y convertir a la cafetería en un restaurante.

    En el 2007, Naranjo y Salazar, que en ese entonces tenían 22 y 30 años, comenzaron a ofrecer carnes asadas en la cafetería. La propuesta tuvo buena acogida y el sitio comenzó a ser identificado como ‘las carnes del chileno’.

    Los jóvenes emprendedores buscaron crear una nueva marca y cuentan que fue un largo proceso para reflejar la identidad del negocio en un nombre y logo.

    Tras analizar decenas de opciones se decidieron por Vaco y Vaca, que reflejaba la venta de carne del restaurante, una de sus líneas con mayor potencial y que la mayoría de clientes identificaba.

    Todo este proceso implicó una inversión aproximada de USD 30 000, que también se destinó a la adecuación del local en El Bosque y la compra de nuevos implementos de cocina y otros enseres.

    Un año después, Vaco y Vaca abrió otro local en el patio de comidas de El Bosque. La expansión implicó que Naranjo y Salazar, junto con sus esposas, deban administrar los establecimientos y a la vez realizar tareas de meseros o atender la cocina.

    Un año clave para la cadena fue el 2010. En esa época, los socios decidieron probar el mercado más allá de El Bosque -que se había convertido en su fortín- y abrieron un local en el Quicentro Sur, recién inaugurado.

    El restaurante tuvo buena acogida y desde ese entonces han abierto a un ritmo de casi un local nuevo cada año. En el 2011 llegaron al San Luis Shopping; al año siguiente abrieron un tercer local en El Bosque especializado en eventos. En el 2014 llegaron al Quicentro Shopping (norte) y el año pasado inauguraron otro restaurante en el Condado Shopping.

    Ahora, Vaco y Vaca tiene una carta consolidada que no se encasilla en un tipo de comida: va desde carnes hasta mariscos, pasando por desayunos de todo tipo.

    Jenny Ponce, abogada quiteña, es clienta de Vaco y Vaca desde que se inició. Ella comenta que le gustó ese lugar porque era “una cafetería muy acogedora”. Ponce todavía acude al restaurante y destaca los productos clásicos, como el capuchino y el sánduche.
    Mientras que Samantha Villegas, economista, es clienta de la cadena desde el año pasado. Ella acude con su novio vegetariano y asegura que también encuentra opciones. “Él pide un sánduche de aguacate con champiñones”, cuenta Villegas.

    David Naranjo, gerente general; Jéssica Moreno, gerenta de Operaciones; Rosa Prieto, contadora general; y Germán Castillo, jefe de Talento Humano. Foto: Pavel Calahorrano / LÌDERES
    David Naranjo, gerente general; Jéssica Moreno, gerenta de Operaciones; Rosa Prieto, contadora general; y Germán Castillo, jefe de Talento Humano. Foto: Pavel Calahorrano / LÌDERES
  • Un artesano da forma a las raíces de los árboles

    Redacción Quito

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    Las formas que moldea la naturaleza en la corteza de los árboles y en sus raíces enamoraron a Víctor Mosquera, un quiteño que vive en el valle de Tumbaco.

    El hombre es un emprendedor y, a la vez, un artista que tiene la habilidad de convertir las raíces en hermosas mesas, sillas, lámparas, portaplatos y más.

    Mosquera dejó atrás el volante y lo cambió por cuchillas, espátulas y otras herramientas para nivelar la madera. “Fui chofer durante unos 40 años para sostener a mi familia: mi esposa y mis tres hijos”, afirma el quiteño.

    Durante ese tiempo, el hombre de 78 años, imaginaba las formas que tendrían sus muebles, la materia prima que utilizaría y otros detalles para sus obras.

    Los años pasaron y su sueño se hizo realidad. Levantó su taller, lo decoró con frases referentes a la madre naturaleza y ahí pasa horas elaborando su producto.

    Uno de sus primeros muebles fue una mesa, que tenía un tablero en forma de corazón; pero lo que destaca es la parte inferior, ya que las patas son de la raíz de un cedro. “Es la madera más noble”.

    Mosquera se considera una persona perfeccionista, que busca que sus productos salgan de lo mejor. Por ejemplo, años atrás, hizo una silla y la sigue perfeccionando, pero dice que aún le faltan correcciones por realizar.

    Lo positivo de este emprendimiento es que la materia prima no cuesta nada, porque la naturaleza provee de madera y raíces. Usualmente, Mosquera viaja con destino a la Amazonía ecuatoriana , en el sector de El Chaco, para buscar más raíces y madera. En sus viajes encuentra una serie de raíces con diferentes formas, tamaños, colores. Lo único que hace el artesano es colocar barniz para que sus muebles brillen. “No coloco pintura, porque los colores de la tierra son fascinantes”.

    La inversión de este negocio no es alta. Llega a unos USD 60. Lo que importa es la inversión física, que deposita en cada pieza.

    En el taller de Mosquera se observan obras en proceso como las lámparas pequeñas, que son ideales para las habitaciones o la sala. O, también, hay portaplatos para la cocina, que se usa para acomodarlos sobre el mesón.

    En este camino como artesano de la madera, Mosquera no estuvo solo, ya que contó con el apoyo de su esposa Beatriz Arroyo, quien tiene 80 años. Ella no sabe tallar la madera, pero siempre le apoyó anímicamente. “Le atiendo en lo que él me pida, le ayudo y más”.
    Asegura que varias personas han venido a aprender de su arte y a comprar sus piezas, sin embargo, no muchos lo valoran. “Es un trabajo fuerte, ya que las raíces se traen del Oriente y, en ocasiones, se lo hace en bus”.

    Los precios de las mesas oscilan entre USD 50 y 60. El monto mensual supera los USD 100.
    Hace un año, Mosquera decidió dar un paso importante. Se involucró en un grupo de personas, que buscan recuperar los saberes ancestrales: Raiz.ec. “Es una oportunidad para crecer como artesanos y rescatar estos saberes valiosos, que conocemos las personas de la tercera edad”.
    Jairo Calupiña, representante de Raiz.ec, una casa hospedaje en el que se viven experiencias ancestrales, señala que lo que más le gusta de Mosquera es que elabora sus obras con un inmenso amor a la naturaleza. “Es de las personas que aman y disfrutan de la naturaleza. Además, fomenta la unidad en el grupo de Raíz”.

    Otro aspecto positivo del emprendimiento de Mosquera es que no corta los árboles para sacar la materia prima. Al contrario, utiliza los que otros tumbaron o los que se cayeron de forma natural. “No talo árboles sino busco lo que mi madre naturaleza me deja”
    .
    Fernando Torres es un amante de las esculturas en madera y gusta comprar muebles o adornos con este material. Le encantan.

    Él ha recorrido varios sectores del país en busca de artesanos que trabajen en madera. “Me encantan los trabajos y los apoyo”.

    Víctor Mosquera, de 78 años, se dedica a la bioescultura, es decir, a la elaboración de productos con raíces y cortezas de madera. Foto: Julio Estrella / LÍDERES
    Víctor Mosquera, de 78 años, se dedica a la bioescultura, es decir, a la elaboración de productos con raíces y cortezas de madera. Foto: Julio Estrella / LÍDERES
  • La construcción también se apuntala desde sus raíces

    Redacción Guayaquil

    casas fabricadas con tableros de bambú, cubiertas con materiales ignífugos y con pinturas ecológicas son avances locales en la investigación científica para desarrollar viviendas con este producto. Esta planta se autoreproduce, en el Litoral.

    Sin embargo, la investigación no se aprovecha al faltar fábricas de producción que masifiquen subproductos del bambú, como tableros para pisos, paredes, muebles, puertas, etc. La opinión la comparten especialistas del bambú que realizan investigaciones sobre esta planta.

    Jorge Morán es el director del proyecto de investigación de nuevos materiales de construcción de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (UCSG). Dice que deben existir 18 000 hectáreas (ha) de caña guadúa, autóctona del país. Otras 3 000 ha son de otra especia gigante, introducida al país en los últimos 10 años. Esta llega hasta los 30 metros de alto.

    Morán indica que cerca de 12 firmas se dedican a la investigación, producción y a realizar otras aplicaciones con la planta. La Red Internacional del Bambú y Ratán (Inbar) y la UCSG son instituciones que realizan capacitaciones sobre este tema.

    El desarrollo del segmento del bambú se motiva por su uso en la construcción, pero también para evitar problemas como la erosión de los suelos o la protección de cuencas hidrográficas. Así lo comenta Fausto Quelal, propietario del vivero forestal Bambunet, ubicado en Quevedo (Los Ríos), en el sector La Cima.

    En Bambunet se venden cerca de 60 especies de bambú. Pero las más comercializadas son la guadúa y el bambú gigante; al año venden cerca de 600 000 plantas a las empresas agrícolas, de fomento agrario públicas, de cooperación y otras. “Este auge en la demanda comenzó hace dos años. Ahora se están descubriendo más bondades de esta planta y su adaptación a los climas con altas y bajas temperaturas”.

    El método de reproducción del bambú es autónomo y ofrece ventajas para quienes se dedican a su cultivo. Así lo afirma Marco Erazo, presidente de Ecuabambal, una cooperativa de artesanos, ubicada en el kilómetro 27 de la vía a Daule, en Guayaquil. La entidad se formó con asesoría de la Misión Taiwán hace seis años.

    Erazo explica que el bambú se reproduce por medio de rizomas o raíces que producen los brotes. Dice que entre las ventajas del bambú está que absorben hasta cuatro veces más el anhídrido carbónico del ambiente y emiten mayores concentraciones de oxígeno. “Se puede cosechar desde los tres años siendo una alternativa a los árboles de madera. De hecho, del bambú se puede crear tipos de madera”. Ecuabambal produce muebles, estructuras y hasta artesanías de bambú.

  • El negocio de los bienes raíces se fortalece con la universidad

    Redacción Cuenca

    La Universidad del Azuay (UDA) y la Asociación de Corredores de Bienes Raíces del Azuay (Asocobira), firmaron un convenio para dictar cursos de corredores inmobiliarios.

    Esta formación incluye derecho notarial, régimen municipal, administración de negocios inmobiliarios, legislación tributaria, avalúos y catastro, marketing y ventas inmobiliarias, y ética en la administración de bienes. En este ciclo, que se inició en octubre pasado y culmina en enero del 2013, se inscribieron 40 estudiantes.

    Para el director de Educación Continua de la UDA, Xavier Ortega, esta capacitación permite formalizar el mercado de los corredores de inmuebles y mejorar el servicio. Esto, porque quienes cursan esta capacitación entienden cómo el efecto migratorio que vive la provincia influye en los precios de terrenos y casas; conocen el entorno del negocio y las zonas de expansión y valorización. “Con estos conocimientos asesoran mejor a sus clientes”, dice Ortega.

    Para uno de los miembros de Asocobira e impulsor de este curso, Álvaro Álvarez, esta formación profesionaliza al sector y beneficia al cliente que tendrá una asesoría concreta, no solo en la compra o alquiler de un inmueble, sino en el momento de realizar los trámites del pago predial o el traspaso de un bien.

    El mercado de los bienes inmuebles está creciendo en el país, ya que el sector de la construcción se ha beneficiado por los créditos otorgados por el Banco del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (Biess) y otros actores privados. Esa misma realidad se evidencia en Cuenca, en donde el metro cuadrado construido bordea los USD 700.

    Para el analista de mercados Miguel Serrano, la oferta de la UDA y de Asocobira genera confianza, que es clave para dinamizar este mercado.

    Deysi Vargas, una de las estudiantes, indica que está satisfecha con los módulos que ha estudiado hasta ahora. Esta cuencana es contadora pública y con esta formación en la UDA espera ampliar sus horizontes laborales para incursionar en la comercialización de casas, terrenos…

    “La venta de bienes inmuebles permite disponer de tiempo para atender a la familia y generar ingresos según la capacidad de cada uno”, dice Vargas.

    Para el presidente de Asocobira, Marco Rodríguez, esta formación es completa, para obtener la licencia y ejercer esta profesión. “No es solo vender propiedades, cada transacción tiene un componente ético para negociar y eso es lo que se inculca en este curso”.

    Los requisitos para inscribirse es tener el título de secundaria, como mínimo, dice Ortega. Si el interesado tiene título universitario y maestría es mejor, porque se enriquece el curso. En este espacio hay administradores, abogados… que identificaron en la compra y venta de inmuebles una forma de generar sus ingresos.

    Asocobira tiene previsto realizar estos cursos una vez al año, según la demanda de estos profesionales.