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  • Esta iniciativa rescata un producto de origen inca

    Carolina Enriquez

    redaccion@revistalideres.ec

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    Es parecida al papanabo y tiene múltiples propiedades medicinales. Se trata de la maca, un tubérculo ancestral andino que la empresa Churata Super Foods decidió rescatar y comercializar.

    Churata es un negocio familiar, cuya dirección está a cargo de Katty y Yoly Vargas. La iniciativa arrancó hace tres años como un proyecto social. “Empezamos a trabajar con comunidades campesinas. Queríamos implementar algo nuevo para ellos, un cultivo alternativo a los que tienen, como los de papa, melloco y haba”.

    La maca crece sobre los 3 000 metros sobre el nivel del mar y se adapta, únicamente, a los páramos andinos. Se la considera como el cultivo perdido de los incas, ya que desde la colonización española su uso quedó relegado.

    Hoy se cultiva con fuerza en Perú y Bolivia. Con su proyecto, las hermanas Vargas tratan de rescatarla en Ecuador y que los consumidores la prueben en diferentes presentaciones.

    Churata Super Foods, que le debe su nombre a la voz quichua que significa regalo de los dioses, procesa y distribuye derivados de maca. En su planta, ubicada en la zona de La Victoria, en el sur de Quito, se produce polvo del tu­bérculo para diferentes usos.

    “Se puede mezclar en batidos, agua, jugos, preparaciones para postres, batidos, recetas de sal, entre otros. Es parte de los llamados superalimentos, pues es un multivitamínico; tiene calcio y hierro. Es un energizante natural, antiestrés, antidepresivo, controla el metabolismo”, dice Katty.

    Yoly y Kathy Vargas son las dueñas de este negocio. La iniciativa arrancó hace tres años como un proyecto social. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
    Yoly y Kathy Vargas son las dueñas de este negocio. La iniciativa arrancó hace tres años como un proyecto social. Foto: Galo Paguay / LÍDERES

    El proceso para obtener este producto se inicia en las plantaciones de los páramos de Pichincha y Chimborazo. Cinco agricultores en la zona de los Ilinizas y tres en la Sierra Centro.

    Cada uno tiene, en promedio, 2 hectáreas de terreno. José Cajilema comenzó hace dos meses, como prueba, con el cultivo.

    “Estamos viendo cómo nos va. Si vemos que todo sale bien sembraremos más. Cultivamos en media hectárea. Nos encontramos en la comunidad de Totoras, en el cantón Alausí”, explica.

    El cultivo dura siete meses. Una vez que se cosecha, el tubérculo se seca al sol por dos meses y tras ese tiempo se envía a la planta.

    En ese sitio se lo convierte en polvo que se comercializa en el país desde hace año y medio en presentaciones de 250 gramos, como suplemento nutricional; tiene maca roja, negra y amarilla.

    Es un producto ideal para deportistas, debido a que genera energía. También sirve para quienes tienen otro tipo de dolencias que les restan vitalidad o como regulador hormonal para las personas con dicho problema.

    Una de las compradoras es Elena Cadena, quien adquiere el polvo de maca desde el año pasado. “Lo que más destaco son las propiedades que tiene. Yo tengo un problema de ovarios y me ha ayudado mucho. Lo compro cada mes, lo consumo en la mañana en batidos. Estoy satisfecha”.

    Churata Super Foods también produce hojuelas de maca. La gente puede adquirir la oferta de la empresa en diferentes centros de comercialización como TVentas, Ecuanatu, Punto Natural (farmacias Medicity); en este último está en Quito, Guayaquil, Cuenca, Manta, Ibarra y Riobamba.

    Las emprendedoras también comentan que se dan a conocer en ferias. Por ejemplo, este mes participarán en una por Navidad en el Centro de Exposiciones Quito.

    Para ellas, llegar a este punto ha sido todo un desafío porque cuando empezaron nadie creía en su propuesta. Se financiaron, en un inicio, con la venta de bienes propios para impulsar su negocio.

    Con los agricultores firmaron convenios a través de los cuales se determinó que Churata Super Foods les ofrecía asesoría técnica y ellos ponían la tierra para el cultivo del tubérculo andino. “Investigamos, hicimos estudios, nos capacitamos en Perú, estudiamos y ahora estamos en operación del proyecto”, dice Katty.

    Con el paso del tiempo en el negocio se ha invertido USD 30 000, que incluyen la planta procesadora, equipamiento, etc.

    La compañía tiene planes para el futuro entre los que está la producción y venta de píldoras de maca. También busca exportar.

    Hay la expectativa de ofrecer productos en los que se combine maca con otros superalimentos como chía, amaranto, etc.

    Una imagen de dos trabajadoras de la planta de Churata Super Foods, en el sector de La Victoria, en el sur de Quito. Todo el procedimiento es manual. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
    Una imagen de dos trabajadoras de la planta de Churata Super Foods, en el sector de La Victoria, en el sur de Quito. Todo el procedimiento es manual. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
  • Él rescata el uso de las plantas medicinales

    Marcel Bonilla

    Contenido intercultural

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    Con una inversión de USD 10 000, se promueve en Esmeraldas el cultivo de plantas maderables, acuáticas, ornamentales y, especialmente, las que utiliza la población afro para curar el espanto, el mal de ojo y malaire.

    De acuerdo a los antiguos, estos males solo se curan usando plantas como el chivo, cuando son salpicadas en el cuerpo de las personas. Estas dolencias del alma, que causan síntomas físicos, se conoce popularmente que son “ocasionados por los difuntos”. 

    Promover la medicina ancestral es parte del propósito del emprendimiento de Jacob Saavedra, quien forma parte del Centro Agrícola Cantonal de Esmeraldas.

    El vivero, en el que existen 10 000 plantas, se llama Jireth y está ubicado en el kilómetro 1 de la vía Atacames, el sur de la ciudad de Esmeraldas. Este se ha convertido en una parada obligada para los turistas, que se detienen a conocer las variedades de plantas que cuestan desde USD 1 hasta 100.

    En ese emprendimiento, que funciona ya dos años, trabajan 10 técnicos. Ellos están encargados de sembrar y dar mantenimiento al vivero de una hectárea, que limita con un brazo del río Teaone.

    Los amantes de la naturaleza encuentran en el sitio plantas ornamentales y medicinales como ruda, toronjil, sábila, hierba buena, dulcamara, menta, paico, llantén, espíritu santo, discansel, chivo, entre otras.

    Obdulia Nazareno, de 70 años, conserva la tradición de preparar los purgantes usando plantas como el paico y espíritu santo. Con esos productos desparasitó a sus hijos y ahora a sus nietos.

    En la población de Maldonado, en el norte de la provincia de Esmeraldas, las familias como la de Nazareno siembran plantas medicinales en las llamadas canoeras, que son unos viveros caseros.

    Estos se ubican en las azoteas de las casas o al costado, a una altura de metro y medio para que las plantas no sean destruidas por las aves de corral u otros animales. Cuando uno de los miembros de la familia presenta alguna dolencia, se cortan las plantas del sitio para elaborar una ‘cura’.

    A través del emprendimiento se busca mejorar el medio ambiente. El vivero genera oxígeno y rescata las tradiciones esmeraldeñas.

    Al trabajo en el sitio se han sumado las unidades educativas del sector sur de la ciudad, que tienen clases de etnoeducación. El uso de la medicina tradicional es parte de las clases que se imparten.

    María Luisa Hurtado, líder de proceso etnoeducativo, explica que los estudiantes realizan visitas al vivero como parte del conocimiento ancestral, por la variedades de plantas y el uso que históricamente se les ha dado para aliviar dolores.

    Como parte del desarrollo de Jireth se preparan ferias botánicas, en las que participan ciudadanos, y colegios con etnoeducación.

    Kelly Vásquez y Jordy Tenorio son dos de los técnicos que trabajan en el vivero. Ambos señalan que los turistas siempre buscan información de las plantas medicinales.

    “El vivero no solo ha sido un emprendimiento para vender plantas, sino para que haya mayor conciencia del uso que se les puede dar, como lo hicieron nuestros ancestros”, señala orgulloso Tenorio.

    Para el nuevo año lectivo se estima que al menos unos 5 000 estudiantes visite Jireth con la guía de técnicos y maestros.

    Algunas de las plantas que se comercializan en el sitio también se usan para la preparación de diferentes comidas e infusiones.

    Detalles

    Guía.  La visita al vivero forestal dura una hora y tres técnicos se encargan de acompañar a los ciudadanos durante el recorrido. En ese tiempo se conoce sobre la importancia de las plantas medicinales.

    Interculturalidad.  La población afroesmeraldeña que conserva la tradición de curar con plantas, acude al vivero Jireth, para adquirirlas.

    Procesos.  La propuesta de emprendimiento abarca la entrega de información a través de trípticos que se entregan a turistas y estudiantes.

    El vivero, en el que existen 10 000 plantas, se llama Jireth y está ubicado en el kilómetro 1 de la vía Atacames, al sur de la ciudad de Esmeraldas. Foto: Marcel Bonilla / LÍDERES
    El vivero, en el que existen 10 000 plantas, se llama Jireth y está ubicado en el kilómetro 1 de la vía Atacames, al sur de la ciudad de Esmeraldas. Foto: Marcel Bonilla / LÍDERES
  • El chef César Bohórquez rescata los menús tradicionales

    José Luis Rosales

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    Cebiche de jícama, cuy caramelizado, tuétano del hueso de res, etc., son algunos platillos que recrea César Bohórquez. Este máster chef internacional, quien nació en Otavalo hace 36 años, trabaja en lo que denomina cocina fusión: rescata platos ancestrales, pero les da un toque gourmet.

    Se formó en alta cocina en Europa. Comenta que ha laborado en restaurantes afamados de España, Francia, Rusia, Japón, China y el territorio de los EE.UU.

    No olvida el establecimiento madrileño de Hípica de Tres Cantos. Ahí conoció al chef Manuel Gómez, de quien aprendió todo.

    Sin embargo, heredó la pasión por la cocina de su madre, Silvia Monteros. La dama, de 55 años, tenía un restaurante que se distinguía por ofrecer menús caseros y nutritivos. César siempre colaboraba en este negocio.

    Cuando Bohórquez retornó al país, hace cinco años, tenía previsto hacer una pausa en su actividad profesional. Pero se dedicó a asesorar a emprendedores turísticos y a formar nuevos chefs en su ciudad natal y en varias del país.

    El chef considera que Otavalo es un bastión turístico, en donde se debe impulsar los aspectos rurales y la gastronomía ancestral.

    Uno de los entes que ha recibido su guía es la Asociación Coraza Ñan, que está ubicada en la parroquia San Rafael de la Laguna, a seis kilómetros de Otavalo.

    Urcu Huasi (Casa de la Montaña, en español) es una de las 12 iniciativas familiares que conforman la organización. Su propietario, Sebastián Caiza, es uno de los guardianes del cultivo de jícama.

    Por eso con el fruto de esta planta leguminosa, similar a una papa y con sabor parecido a una manzana, el chef les planteó algunas formas alternativas de preparación.

    Así surgió el cebiche que está hecho sobre una base de jugo de tomate riñón y aderezado con zumos de naranja y limón, vinagre, cebolla, cilantro, mostaza, azúcar y pimienta. La jícama, que es cortada como bastones de papa, es curtida en los ácidos del cebiche.

    Caiza incluyó este bocadillo en la carta de su establecimiento ubicado en la comunidad de Tocagón. Asegura que varios de los clientes la prefieren por sus propiedades nutricionales.
    También se elabora postres como pastel de mora y jícama, con rayaduras de limón, mermelada o en almíbar. El próximo paso es hacer snacks y deshidratados.

    Este año, en el restaurante Casa César, que funciona cerca al nuevo Mercado 24 de Mayo, el plato estrella es el tuétano de hueso de res. Para el singular platillo emplea las extremedidades de los bovinos, previamente cortadas en la mitad.

    Luego, en el proceso de cocción, retira las grasas y aprovecha las proteínas. Una vez que se adereza el producto se lo hornea.

    El singular platillo se lo sirve con una guarnición de papas cocidas, rodajas de pan a la plancha y una ensalada de legumbres.

    Con este menú, al que añadirá un globo de azúcar de helio y aromas particulares que prefiere mantenerlos en secreto, se presentará en el Congreso Gastronómico Pachamama, que se efectuará en marzo próximo, en Otavalo. El plato va acompañado de un coctel de mishky, una bebida alcohólica hecha del agave.

    En esta cita, organizada por la Cofradía de Máster Chefs, participarán expertos de EE.UU., Corea, Perú, Colombia, México, Japón, entre otros.

    En la edición anterior, Bohórquez presentó un plato de medallones de cerdo en salsa de mortiño con esferificaciones moleculares de uvilla y verduras.

    El especialista siempre apuesta a ofrecer menús tradicionales, pero con un toque gourmet y con precio asequible para todos.

    Esa idea también la compartió con las integrantes de la Asociación de Mujeres de la Cultura Pasto de la Reserva Ecológica El Ángel, en Carchi. Este grupo, que labora en las lagunas de El Voladeros, a más de gastronomía ofrece artesanías de paja de páramos, tejidos, alfarería y bisutería.

    Gabriela Íñiguez, una de las socias, explica que Bohórquez les enseñó variadas recetas para preparar el cuy y la trucha. Uno de ellos es el cuy caramelizado, que ya ofrecen a los turistas.

    El chef César Bohórquez ha ingeniado platos tradicionales con toque gourmet como el tuétano de hueso de res. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    El chef César Bohórquez ha ingeniado platos tradicionales con toque gourmet como el tuétano de hueso de res. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • Una pareja enseña y rescata ritmos típicos de Ecuador

    Redacción Quito

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    La música y el baile unieron a dos jóvenes de Tumbaco. Ambos se conocieron, se casaron y levantaron Wiñay Pakary, un emprendimiento que rescata la danza y la música tradicional andina.

    Los dos emprendedores son Viviana Rodríguez y Armando Alomoto, quienes decidieron conformar un grupo de danza para niños desde los 5 años hasta jóvenes de 22 años. La idea surgió de la necesidad de enseñar a las nuevas generaciones sobre la danza y la música tradicional del Ecuador y de Latinoamérica.

    Vivir del arte es complicado porque aún falta más cultura en el país. Sin embargo, estos dos apasionados del arte disfrutan de enseñar al grupo de niños y jóvenes.

    Una clase de dos horas cuesta USD 10, es decir, 300 por semana. A esto se suma el costo de las presentaciones que es de USD 350. El show es completo, ya que incluye la música y la danza y tiene una duración de 40 minutos.

    Los ritmos de la Sierra ecuatoriana o la saya boliviana son parte del espectáculo que brinda esta agrupación musical.

    Pese a que la facturación no es alta, la inversión sí lo es porque los trajes para las presentaciones oscilan entre USD 90 y 200, explica Rodríguez de 29 años. “Brindamos un espectáculo de calidad”.

    Esta agrupación ha recorrido varias provincias del país e, incluso, ha realizado presentaciones en el exterior como Colombia, donde participaron en un concurso regional.

    Danila Mina es una de las integrantes del ballet. Ella decidió vincularse al grupo, ya que la danza es una forma de expresión maravillosa con la que puede liberarse y enseñar a los demás las actividades propias del país.

    “Me gusta enseñar a mis compañeros sobre la importancia de la danza en nuestra vida”.
    Actualmente este grupo nacido en la parroquia rural de Tumbaco tiene 15 integrantes y se complementa con un grupo de música llamado Jicara, encabezado por Alomoto, esposo de Rodríguez.

    El hombre recuerda que el emprendimiento surgió con la preparación de un desfile para las fiestas de la localidad. Rodríguez pidió a Alomoto que tocara en la presentación y ella bailó. “Fusionamos las dos cosas y surgió el grupo”.

    Para esta pareja de ingenieros, los retos son grandes, ya que apostarán a potenciar su grupo. El objetivo es llegar a más personas con el arte que aprendieron desde jóvenes. Entre sus proyectos están conquistar otros países para mostrar lo mejor de Ecuador.

    La agrupación está conformada por niños y jóvenes, que rescatan la música y la danza andina y de Latinoamérica.  Foto: cortesía Wiñay Pakary
    La agrupación está conformada por niños y jóvenes, que rescatan la música y la danza andina y de Latinoamérica. Foto: cortesía Wiñay Pakary
  • En su taller rescata los juegos tradicionales de Quito

    Redacción Quito  (F)   Contenido intercultural

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    Trozos de madera, herramientas, tornos son parte de los materiales que se encuentran en el taller de Jorge Rivadeneira, de 86 años de edad.

    En la calle Rocafuerte, ubicada en el centro de Quito, se encuentra Rivadeneira, este artesano muestra el trompo que lleva en su bolsillo y lo hace bailar de formas diferentes, cada vez que recibe a un cliente o turista.

    Su taller se llama Tecni-torno y se dedica a la elaboración y moldeado de figuras de madera a detalle. Desde los 12 años Rivadeneira empezó a utilizar el torno y otras herramientas para darle forma y moldear la madera.

    Él recuerda que los primeros trompos los hacía en un torno manual de su padre. Con su hermano mayor se turnaban para empujar el torno. Una vez terminado el juguete los hermanos salían a vender los trompos a sus compañeros en la escuela.

    Ahora, casi ocho décadas después, Rivadeneira es conocido como el Señor Macizo, porque el material con el que elabora los trompos y otros productos son hechos con maderas resistentes como pujín, roble, chanul, guayacán blanco y negro, entre otras.

    El artesano aclara que el trompo siempre ha sido elaborado con madera. “Los trompos de plástico no son los tradicionales y no bailan igual”, asegura.

    El proceso de creación inicia con la selección de madera, luego se pasa al modelado del trozo de madera en un torno con la ayuda de una punta. Finalmente los lija y los pinta con líneas negras. La identificación del trompo macizo es el ‘sombrero’ que tiene el juguete en su parte superior.

    Además de la elaboración de este juego tradicional el emprendedor también enseña a sus clientes a hacer bailar el trompo.

    Rivadeneira cuenta que conoce alrededor de 40 formas diferentes de hacerlo: en la mano, en su cabeza, en una cuchara, como el teleférico, entre otras.

    Por varios años el trompo ha sido uno de los juegos representativos de Quito, es por eso que varias personas lo compran para llevar a sus hijos o seres queridos en el exterior. Algunas personas se llevan a España , Italia o Estados Unidos.

    Para Daniel Silva, uno de los clientes, es importarte que se rescaten las tradiciones y que se siga difundiendo los juegos tradicionales. “No he visto más lugares que elaboren trompos iguales a estos, los precios son asequibles”.

    Por otro lado, Andrea Sánchez piensa que es importante rescatar los juegos tradicionales “para poder compartir con nuestros hijos y enseñarles nuestras habilidades”.

    Tecni-torno ofrece una variedad de tamaños de trompos: existen desde los miniatura hasta los de 16 centímetros.

    De igual forma los costos varían según el tamaño y el tipo de detalles. Los pequeños están desde los USD 3 y los más trabajados pueden costar 85.

    Además de la elaboración de trompos, Rivadeneira crea otros juegos tradicionales a base de madera como por ejemplo: baleros, perinolas, entre otros juegos.

    También, brinda demostración del baile del trompo a los turistas, en cumpleaños y eventos artísticos. El costo aproximado de una presentación de este artesano una hora bordea los USD 100.

    El fuerte de Jorge Rivadeneira es la elaboración de trompos de madera  y cacho de toro. Su local está ubicado en el sector de San Roque. Foto: Christian Tapia / LÍDERES
    El fuerte de Jorge Rivadeneira es la elaboración de trompos de madera y cacho de toro. Su local está ubicado en el sector de San Roque. Foto: Christian Tapia / LÍDERES
  • Una pareja que rescata el arte y las tradiciones

    Redacción Quito

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    Un ecuatoriano y una estadounidense se unieron con un deseo: recuperar el arte en la parroquia Tumbaco, ubicada al oriente de Quito.

    La historia de emprendimiento de Ann Formeller y Orlando Díaz comienza hace cuatro años, cuando apostaron a la elaboración de artesanías con productos típicos de la zona.

    Los aretes, las cadenas y los collares con la pepa de aguacate son la especialidad de Formeller, quien es oriunda de Filadelfia (Estados Unidos). Ella aprovechó esta fruta típica de la localidad para transformarla en artesanías.

    El proceso de elaboración de sus productos tarda cuatro o cinco días, ya que realiza de forma artesanal con una maquinaria regalada por su abuela. “El trabajo con las manos es importante, porque rescato lo que me enseñó mi fa­milia en Estados Unidos”.
    Los precios de sus productos van de USD 9 en adelante y su inversión alcanza los USD 500.

    Actualmente produce cerca de 200 pares al mes, que comercializa en ferias de la ciudad o en su taller ubicado en el centro de Tumbaco. Además, tiene en su cartera de productos tarjetas elaboradas en papel reciclado y plantas.

    En el taller trabaja junto a Díaz, con quien comparte el gusto por el arte. Él es un artista local, que convierte la madera, el papel, el yeso y otros materiales en obras de arte, como paisajes en cortezas de madera o tallados de madera.

    Lo importante es que esta pareja no solo ofrece su arte, del que ganan unos USD 150 mensuales, aproximadamente, sino que le apuestan por dar talleres a niños y adolescentes para promover la cultura en esta parroquia.

    Es así como nace el Centro Cultural de Tumbaco, frente al parque central. En este espacio, la pareja ofrece talleres de pintura, arte reciclado, música y más.

    Díaz comenta que la idea surgió de la necesidad de revivir las artes en la localidad. “Uno sobrevive con el arte y se trata de que otros compartan la misma afición”.

    Este quiteño, quien desde niño vivió en Tumbaco, tiene obras desde USD 1 hasta USD 200. Los precios son módicos, pese a que se trata de productos de un artista, asegura el hombre.

    El taller con mayor número de niños es el de música, que tiene como objetivo formar una orquesta para niños, que se llama Arco Iris de Colores. El profesor es Julio Guaccha, quien es docente y se encarga de 17 niños. Ellos tocan piano, guitarra, bongos y otros instrumentos. Además hay tres adultos que acuden a los talleres, que tienen un costo de USD 5.

    “Los niños se motivan y dejan fluir su creatividad por medio de los colores, las melodías que interpretan, el modelado y más”, asegura Díaz. Las adecuaciones del Centro Cultural, los materiales y otras herramientas alcanzaron los USD 5 000.

    Guaccha es quien se encarga de enseñar a los niños y adolescentes teoría musical y melodías. “La idea es que el curso sea gratuito y puedan acceder de forma abierta al taller”.

    Carmen López tiene un niño de 8 años a quien le gustan la música y el dibujo. Ella optará por inscribir a su hijo en este espacio, con el objetivo de que aprenda nuevos
    conocimientos. “Es importante que los niños de hoy aprendan nuevos saberes y puedan desenvolverse frente al mundo”, asegura la mujer, quien es oriunda de Tumbaco.

    La mayor parte de talleres se abre entre julio y agosto, por las vacaciones escolares de los estudiantes del sector.

    Orlando Díaz y Ann Formeller son dos artistas que fomentan el arte en la parroquia de Tumbaco. Ellos venden sus productos y dictan talleres. Foto: Valeria Heredia / LÍDERES
    Orlando Díaz y Ann Formeller son dos artistas que fomentan el arte en la parroquia de Tumbaco. Ellos venden sus productos y dictan talleres. Foto: Valeria Heredia / LÍDERES
  • La agricultura urbana rescata lo ancestral en Quito

    REDACCIÓN QUITO  (F)
    Contenido intercultural

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    La siembra de especies vegetales andinas y el rescate de técnicas de cultivo ancestrales son algunos de los objetivos que tiene el programa de Agricultura Urbana Participativa (Agrupar).

    Esta iniciativa pertenece a la Agencia de Promoción Económica (ConQuito) y existe desde el 2002. La idea es producir alimentos sanos en huertos orgánicos.

    Alexandra Rodríguez, responsable del proyecto, explica que ConQuito brinda capacitación y asesoramiento técnico sobre la producción orgánica de hortalizas, plantas medicinales, frutas y crianza de cuyes, conejos, cerdos, abejas, gallinas o codornices, etc.

    Todo lo que generan los agricultores sirve para su alimentación. Si quedan excedentes lo pueden vender en las 17 bioferias que se organizan tanto en parroquias urbanas como rurales de Quito.

    Estas operan toda la semana y los días difieren de acuerdo al sector. “Todo es a precios justos, no fluctúan con la especulación. Son circuitos alternativos de comercialización porque son alimentos sanos, frescos y se venden directamente por el productor”.

    Por año participan unas 4 000 personas de las cuales el 84% son mujeres, principalmente jefas de hogar. El proyecto también atiende a niños, adultos mayores, personas en rehabilitación social, centros de acogida, etc.

    Para acceder se deben conformar grupos de mínimo cuatro personas y solicitar a la agencia ConQuito. El requisito es tener entre un metro cuadrado de terreno hasta
    7 500 metros cuadrados para sembrar. Desde este año cada persona debe pagar USD 1, excepto ciertos grupos sociales vulnerables.

    Una vez que las personas se inscriben se asigna un técnico para el grupo; él les da una charla de motivación y se consensúa para arrancar la capacitación. El curso contempla la preparación del terreno, la elaboración de abonos, el manejo del cultivo, la cosecha, la poscosecha, entre otros aspectos.

    Rodríguez explica que como parte del proyecto se busca “incluir en la biodiversidad del huerto los cultivos andinos. Se quiere rescatar nuevas especies de papa e impulsar la siembra de quinua, amaranto, jícama, mashua, etc.”.

    Esto es lo que ha hecho Laura Parada desde el 2009 en su huerto en San Isidro del Inca. Allí trabaja junto a su esposo. “Cultivamos tomate riñón, babaco, tomate de árbol, remolacha, jícama”.

    Sobre esta última, que es poco conocida, señala que es un tubérculo parecido a la papa que tiene propiedades curativas el evitar el estreñimiento por tener fibra.

    Conocimientos de este tipo también se rescatan a través del programa. Otro de los objetivos es que no desaparezcan productos andinos y que se respete información ancestral como el uso del calendario de siembra de acuerdo a las fases de la luna, qué plantas se asocian mejor con otras, etc.

    Los cultivos del proyecto a escala urbana casi siempre se orientan al autoconsumo, mientras que los rurales, por el espacio de producción, tienen mayor capacidad para comercializar los excedentes.

    Hay comerciantes que no solo venden en las ferias sino en las tiendas de barrio y en sus propias casas. Elvira Pérez, quien tiene hace 10 años un huerto en Guápulo, vende sus productos (uvilla, tomate de árbol, mora, babaco, mandarina, aguates, etc.), en la feria de la Cruz del Papa y en el mercado de La Floresta y en su huerto.

    Históricamente a través del programa se han implementado 2 755 huertos. Los fines pueden ser seguridad alimentaria, terapia ocupacional, educación, negocio o emprendimiento, entre otros.

    Actualmente, están activos 1 300 huertos. Elvia Sangucho tiene su terreno de 1 200 metros de cultivo en San Francisco de Miravalle desde hace 10 años. “Trabajo con toda mi familia. Producimos tomate riñón, mora, hortalizas. También, tenemos gallinas de campo, chivos, conejos, etc.”.

    Una imagen de los huertos del programa Agrupar. En estas zonas de cultivo hay productos andinos y se aplican técnicas ancestrales. Los agricultores también pueden tener animales en estos lugares. Foto: Cortesía: Conquito
    Una imagen de los huertos del programa Agrupar. En estas zonas de cultivo hay productos andinos y se aplican técnicas ancestrales. Los agricultores también pueden tener animales en estos lugares. Foto: Cortesía: Conquito
  • Este restaurante rescata los sabores típicos del Perú

    Redacción Quito (I)

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    redaccion@revistalideres.ec

    Para Juan Andrés Castro, la gastronomía y su restaurante no son solo un trabajo, ambos se convirtieron en un estilo de vida. El joven emprendedor, de madre peruana y padre ecuatoriano, es propietario de Mar & Luna Restaurant, negocio familiar que se especializa en la comida peruana.

    “Mi objetivo principal era, junto con mis padres y hermanas, mostrar a los quiteños los sabores típicos del Perú”, comenta Castro.

    Su pasión por la gastronomía comenzó a los 19 años, cuando viajó a Estados Unidos para trabajar en un programa de intercambio. Al regreso, en 2009, tras terminar sus estudios de Marketing, decidió viajar a Chimbote en Perú para trabajar en el restaurante de sus tíos maternos. Por tres años aprendió de cocina y administración y a sus 23 años decidió abrir un restaurante propio en Quito.

    “Mis tíos me apoyaban pero me dijeron que yo busque cómo financiar el proyecto”, agrega Castro. Así que aplicó a un préstamo de USD 200 000 en la Corporación Nacional de Fomento (CFN). Los estudios previos de factibilidad le tomaron 11 meses, pero logró obtener la cantidad solicitada y la construcción comenzó.

    El local de 482 metros cuadrados se ubica en la esquina de la av. Coruña y Rafael León Larrea, en el norte de Quito. La casa pertenecía a sus padres y tuvo que remodelarla completamente. Fue ahí cuando el dinero se agotó.

    “Vimos un gran potencial tanto en el negocio como en mi hijo, así que junto con mi esposo decidimos apoyar el proyecto y pedimos otro préstamo de USD 200 000 a la CFN”, afirma Ana Cruz, madre de Castro, quien se encarga de la contabilidad y los trámites legales del restaurante.

    Con una inversión inicial de USD 400 000, Castro inauguró su restaurante en 2012 con la presencia del cuerpo diplomático peruano y casa llena. Pero el primer año fue difícil, la facturación total fue de USD 170 000 y apenas se cubrieron los costos fijos, que se promedian en los USD 25 000. “Aparte tuvimos problemas con el menú.

    La comida peruana tiene mucho picante y condimentos, algo que no están acostumbrados los ecuatorianos”, afirma Castro.

    El menú fue reestructurado y a través del boca a boca el restaurante empezó a tener más clientela. El segundo año (2014) cerraron con una facturación de USD 260 000. De igual forma lograron afianzar alianzas estratégicas con tarjetas de crédito y bancos locales. Pero uno de los logros más grandes fue la aceptación y apoyo de la comunidad peruana en Ecuador.

    “Los platos son muy originales pero los sabores típicos están ahí. El restaurante es un lugar muy frecuentado por la comunidad peruana ya que el ambiente y la comida nos recuerdan a nuestro país”, comenta Estela Gálvez, de la Asociación de peruanos residentes en Pichincha.
    Para Castro, el éxito del restaurante se debe al esmero que tiene el personal de cocina y el de servicio. “Hemos formado un buen grupo en Mar & Luna desde el dueño hasta la persona que cuida los carros, todos nos sentimos parte del proyecto”; comenta José Cedeño, cocinero.

    La última contratación la realizó en enero del 2015, reduciendo la rotación de personal un 80%.
    En la actualidad el restaurante tiene una capacidad para 130 comensales. Castro planea afianzarse en el mercado quiteño pero ya tiene pensado abrir otro local en Guayaquil.


    EL INSIGNIA

    ‘La atención al cliente es primordial’

    Ramón Moya. Mesero. 39 años. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.
    Ramón Moya. Mesero. 39 años. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.

    Empecé a trabar en el restaurante hace dos años. Soy de España y junto con mi esposa, que es ecuatoriana, llegamos al país sin trabajo asegurado. En España laboré como mesero por casi 13 años así que el trabajo se viene natural. Mi experiencia hizo que Juan Andrés Castro me contratara. Adaptarme fue fácil pero me costó un poco acostumbrarme a las jornadas de trabajo que se manejan en Ecuador.

    En Mar & Luna, soy el empleado más antiguo pero constantemente busco seguir creciendo y aprendiendo. Nos capacitamos conjuntamente, el personal de servicio con la cocina, porque siempre es necesario aprender sobre todas las áreas de este negocio. Tal es el caso que cuando ingresé tuve que familiarizarme con la gastronomía peruana; fue complejo dominar todos los sabores y platos, pero fue muy rico aprender. El contacto con los comensales es lo que más me gusta de trabajar como mesero. Por lo que brindar la mejor atención al cliente siempre ha sido mi objetivo.

    En este restaurante trabaja toda la familia de Juan Andrés Castro. Su madre, Ana Cruz, se encarga de la contabilidad y su padre, Juan Castro Ortiz, es el pianista oficial de Mar & Luna. Foto: Julio Estrella/ LÍDERES.
    En este restaurante trabaja toda la familia de Juan Andrés Castro. Su madre, Ana Cruz, se encarga de la contabilidad y su padre, Juan Castro Ortiz, es el pianista oficial de Mar & Luna. Foto: Julio Estrella/ LÍDERES.