Luis Alberto Picuasi es uno de los últimos tejedores de tapices de la comunidad San José de Cerotal, en el cantón Antonio Ante, en Imbabura.
Este indígena Otavalo lleva la mayoría de sus 46 años en esta actividad. Recuerda que cuando tenía 9 años su padre falleció, por lo que vio la necesidad de emprender en un oficio.
Los secretos del cardado, hilado, urdido y tejido los aprendió de su primo Daniel Picuasi.
El taller, situado junto al estadio de la comunidad, está equipado con cinco telares de madera de eucalipto. Recuerda que estas máquinas artesanales las fabricó el maestro Segundo Picuasi, ya retirado del oficio.
Antes, en esta parcialidad había un tejedor en cada casa. Sin embargo, tras la dolarización la mayoría de vecinos optó por ocuparse en otras actividades.
En el telar más grande, Picuasi confecciona tapices de 2,10 metros de alto por 1,60 de ancho.
Los artículos, algunos con diseños étnicos, son utilizados para decoración de paredes, pisos, muebles, entre otros.
Como varios indígenas otavaleños que viajan al extranjero, Picuasi probó suerte en Bélgica, Holanda, Alemania; en estos países se dedicó a la venta de artesanías y a la música. Interpreta la guitarra, el violín, el bandolín y la quena.
Luego retornó al país y se casó. Tiene 10 hijos. Inti, uno de los mayores, le ayuda en el taller.
Para la fabricación de cada diseño se apoya en imágenes impresas o digitales. El proceso se inicia con la selección de los hilos. Para obtener la imagen deseada realiza un cálculo de cada lienzo.
La semana pasada, Luis Alberto Picuasi elaboraba un lienzo, en tonos blanco y negro, con la imagen de cuatro mujeres indígenas que están sentadas en el campo mirando al horizonte.
Sus creaciones las comercializa en la Plaza de Ponchos de Otavalo, cada sábado. Hay tapices desde USD 15 hasta 85.
Entre sus clientes también están comerciantes otavaleños que residen en Europa y Norteamérica.
El artesano kichwa Luis Alberto Picuasi ofrece estas artesanías al por mayor y menor. Los telares de madera son el puntal de su obraje. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
El taller de Toribio Masaquiza es colorido. Está adornado con una serie de tapices con diversas figuras que teje en los telares de madera. El emprendimiento lo instaló hace 10 años, pero esta habilidad la practica hace 30.
Los conocimientos los heredó de sus abuelos y padres. Sus obras de arte las comercializa en Otavalo, Galápagos, Quito, Salasaka y otras ciudades.
El local de Toribio funciona en la comunidad Manzanapamba, a cinco minutos del centro poblado de esta parroquia localizada en la vía Ambato–Baños. En sus tres telares da rienda suelta a su creatividad. Este indígena gráfica en los tapices paisajes, la vida andina como las chismosas, el volcán Tungurahua y la gente de su pueblo, Zamora, la Pacha Mama (Madre tierra en español) y la fauna de Galápagos, este último es uno de sus principales mercados.
Tiene como protagonistas a lobos marinos, piqueros de patas azules, tortugas, focas, fragatas y otros. Mensualmente envía por correo entre 15 y 20 tapices. Además, dos docenas de bolsos tejidos en telares. Las ventas anuales ascienden bordean los USD 5 000.
Él recuerda que en la instalación de su taller invirtió USD 1 500 para la compra de los cuatro telares y de la materia prima que es la lana de borrego para el hilado. Una de las principales conexiones para la comercialización son sus hermanos y familiares que están radicados en las ‘islas encantadas’. Ellos reciben la mercadería y la venden a los turistas.
Toribio cuenta que la venta de sus productos se redujo en un 40%, en los últimos tres años, debido a que antes el mercado principal era el otavaleño. Sin embargo, dice, les copiaron sus diseños y ahora se elaboran en grandes telares eléctricos. Sin embargo, cuenta que la calidad de sus productos es un valor agregado, porque están hechos a mano.
Elaborar una de estas prendas que sirven para decorar la sala, la oficina o el comedor, le lleva entre dos y tres meses, todo depende de la complejidad de los dibujos y del diseño. Los artesanos deben pasar sentados hasta seis horas diarias.
Sus telares son rudimentarios, armados con madera atados con sogas de cabuya. Los finos hilos son templados y sujetados por largueros del mismo material. Luego se cruzan de un lado a otro los hilos de colores y se da forma al paisaje o figura. Se ajusta con otro madero que baja y golpea para unir las hebras.
Los salasakas mantienen la técnica que se basa en el uso de herramientas ancestrales de madera. En el emprendimiento familiar también trabajan sus dos hijos que luego de asistir a clases y realizar sus tareas se sientan a tejer. “Con su ayuda por horas logramos cumplir con los pedidos que se realizan desde Galápagos y otras ciudades del país. Mis hermanos, que también son artesanos, nos ayudan en la comercialización del producto en las islas”.
A Luis Baltazar, ecuatoriano radicado en Suiza, le gustó el colorido y el contenido de los tapices porque reflejan la cotidianidad de esta comunidad indígena. Al mirar los diseños de Toribio, se quedó sorprendido por la técnica que aplica, puesto que sin un patrón puede dan forma a un sinnúmero de figuras y con precisión. “Es un trabajo cuyo contenido es hermoso; por eso compré algunos de estos tejidos para obsequiarles a mis amigos en Suiza”.
En Galápagos José Masaquiza comercializa los tejidos que Toribio envía desde Salasaka, en Ecuador. Cuenta que la técnica y la complejidad de los tejidos, al ser netamente a mano es lo que más aprecian los turistas de todo el mundo que visitan las islas. “Es un trabajo de calidad y resistente, por eso los tapices y bolsos tienen una gran demanda”.
Hay más de 50 diseños que se tejen. Los contenidos son llamativos y en la mayoría se representa la naturaleza, la flora, la fauna y el paisaje de Galápagos. Asegura que antes en la isla había varios talleres de artesanía, pero se dedicaron a otras actividades. Por eso ese venden los 20 tapices y las dos docenas de bolsos que envía Toribio cada mes.
Más diseños
Los gráficos. En los tejidos también se puede encontrar la representación de jardines con abundantes flores, colibríes y otras especies animales. También se grafica la minga que es la reunión de más de 8 figuras humanas y con herramientas trabajando en el campo.
Turistas. De Estados Unidos, Alemania, Suiza, España, Chile, Argentina y más países compran sus artesanías. Ellos, tras conocer esta técnica de tejido, la adquieren. Un tapiz puede costar de USD 30 a 600. Todo depende del tamaño y de su contenido. En los paisajes se incluyen las figuras humanas, vasijas, animales y utiliza colores café, amarillo, azul, blanco verde, azul, negro y más.
Toribio Masaquiza, en su taller, teje en los telares los tapices que luego envía a Galápagos y a otras ciudades. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES