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  • La tradición del tejido de muebles aún se mantiene

    María Victoria Espinosa

    Redactora (F)
    Contenido Intercultural

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    Las manos rápidas del artesano Rodolfo Alonso, entrelazan las fibras de papel kraft con el hierro para crear muebles con diferentes estilos de tejidos.

    Lo hace en la vereda de la avenida 10 de Agosto, en Montecristi. Ahí se encuentra el taller artesanal Josue, que se creó hace más de 40 años y que rescata el tejido típico de los muebles manabitas.

    Elaborar un mueble puede tardar entre cuatro y seis días dependiendo del tamaño y el modelo. Alonso afirma que sus manos son veloces y que las horas pasan sin que él se de cuenta cuando teje.

    Eso se debe a que se dedica a este oficio desde que tenía 10 años. La mayoría de su familia se dedicaba ya a este oficio; en la actualidad él y su prima Gloria Mantuano son los encargados de elaborar hasta 10 juegos de mueble al mes.

    De esos, cuatro se venden en Montecristi, no solo a clientes locales sino a dueños de hosterías, o clientes de Manta, Portoviejo, Chone y otros cantones manabitas. El resto se comercializa en Guayas, Pichincha, Loja, Esmeraldas, entre otros.

    Cada mueble se elabora bajo pedido debido a que los muebles son personalizados al gusto del cliente. Unos prefieren tejidos más elaborados con bordes que sobresalen del espaldar o las patas. Otros buscan un modelo menos elaborado, pero que esté reforzado en los asientos y espaldar.

    Mantuano afirma que al menos tres generaciones de su familia se han dedicado a la confección de muebles artesanales. Pero hace dos décadas se cambió el mimbre, que era el material típico del pueblo montuvio, por la fibra de papel kraft, que se importa desde Colombia. “El mimbre ya no se consigue en Ecuador, pero la fibra es parecida y resuelve el problema”, afirmó.

    Esta fibra cuesta entre USD 30 y USD 50. Tras adquirirla, Alonso la procesa en una máquina que hace cabos. Con una torta de ese material se fabrican alrededor de dos muebles. En el taller trabajan ocho personas, entre estos un soldador que se encarga de hacer las estructuras en hierro y un tapicero, quien elabora los cojines de diferentes tamaños y formas.

    La más pedida es la canasta de descanso, que es un mueble tipo hamaca. Estas cuestan entre USD 110 hasta USD 250, dependiendo del tipo de tejido que se use. “La fibra es más resistente que el mimbre por eso buscan este tipo de mueble tipo hamaca”, señaló la artesana manabita.

    Los artesanos señalan que este material es más duradero que el mimbre y que los muebles se pueden utilizar en el interior o exterior de la casa y tienen una vida útil de unos 20 y 30 años, según el cuidado y mantenimiento.

    Los clientes conocen de estos productos a través de recomendaciones de otros clientes o por las redes sociales.

    Pedro Zambrano adquirió tres juegos de muebles para un hotel que administra en Guayaquil.
    Él afirma que los muebles son duraderos y que comprarle a los artesanos de Montecristi es una práctica que ayuda a que las tradiciones típicas continúen.

    La artesana Gloria Mantuano es administradora del taller artesanal Josue, ubicado en Montecristi, Manabí.
    La artesana Gloria Mantuano es administradora del taller artesanal Josue, ubicado en Montecristi, Manabí. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • El tiempo se detuvo en este tallerde tejido

    José Luis Rosales (F)   Contenido Intercultural

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    Las fibras de lana de oveja, alpaca y algodón se transforman en finos tapices, cobijas, abrigos, fajas, bufandas, etc., en Tahuantinsuyo Weaving Workshop.

    En este emprendimiento familiar, que funciona en la comunidad kichwa de Agato, en Otavalo (Imbabura), se conserva la técnica para tejer en telares de cintura.

    A los turistas, especialmente extranjeros, les sorprende conocer el proceso artesanal del lavado, teñido y tejido de los hilos, con los que dan forma a una variedad de prendas de vestir y artículos.

    La historia de Tahuantinsuyo está atada a la familia de Miguel Andrango Concha. El artesano, de 84 años de edad, está al frente de cuatro generaciones de tejedores, que guardan con celo esta técnica ancestral de producción.

    Este kichwa Otavalo se ha encargado de enseñar a hijos y nietos los secretos para hilar, tal como aprendió de su padre, Francisco. Cuando tenía siete años, Miguel alternaba los estudios en la escuela con la labor en el taller familiar.

    Desde hace dos años hay más interés de agencias de viajes por incluir en los itinerarios de sus clientes la visita a este recóndito sitio. Esa demanda está relacionada con la difusión del obraje, a través de la Internet. Hay cinco operadoras que están entre las clientes más frecuentes.

    Andrango se resiste a que este oficio tradicional y antiguo se esfume con la modernidad. Por eso, ha conseguido el apoyo de su hija, Luz María; su yerno, Rafael Maldonado; sus nietos, Fabián Maldonado y Blanca Cabascango y sus bisnietos. También se ha involucrado, José Manuel Andrango, hermano del emprendedor.

    Tahuantinsuyo Weaving Workshop atiende de lunes a domingo. La mayoría de visitantes llegan previo cita, explica Cabascango. Los integrantes de la familia se alternan para realizar las demostraciones en el taller.

    Uno de ellos es Rafael Maldonado. Relata que en un río cercano al inmueble se lava la lana. En el proceso se utiliza hojas de penco, que previamente son trituradas sobre un piedra con un mazo de madera, para obtener un líquido similar al jabón.

    Luego, en un recipiente se ponen las hebras con el limpiador natural y se las deja en remojo varios minutos. Para aprovechar todos los elementos, con las fibras del agave se hacen alpargatas y sogas, indica Andrango, mientras sostiene en sus manos un par de este calzado.

    Después la lana se guarda en canastos de carrizo que son introducidos al agua del río, varias veces. Una vez limpias, las fibras se llevan al taller en donde se secan al sol, colgadas en cordeles.

    En una de las habitaciones del inmueble, de paredes de adobe y techo de teja, funciona el taller, que cuenta con un torno de madera y telares de cintura. Ahí, el tiempo parece haberse detenido. Por eso, para emprender esta iniciativa no necesitaron de una gran inversión de dinero.

    Los tejedores explican el proceso de las hebras desde la fase de cardado. Con una especie de cepillo, que crece en una planta de la localidad, peinan la lana.

    Finalmente, en un torno se transforman en hilos de diferente grosor. Éstos se colocan en la urdimbre, para que luego pasen por la trama y se forme el tejido. Son prendas únicas, pues el laborioso proceso no permite hacerlas en serie, explica Cabascango. Además, los textiles tienen diseños en ambos lados.

    La visita y la demostración que se realiza en esta factoría artesanal no tienen ningún costo. Los ingresos se generan por la venta de artesanías en el salón de exhibición, que funciona en una habitación contigua al taller. Ahí hay artículos desde USD 10.

    La fama de los tejidos de Miguel Andrango y de sus descendientes ha rebasado fronteras. El experimentado artesano tuvo la oportunidad de conocer EE.UU., México, Perú, Bolivia, entre otros.

    En la última semana, Luz María Andrango realizó una visita a Santa Fe, en Nuevo México, EE.UU, a pedido de un grupo de ciudadanos que están interesados en conocer los secretos de esta técnica de tejido autóctona.

    Otros datos

    La dimensión  que tiene el telar permite obtener un tejido tres metros de largo por 90 centímetros de ancho.

    Un tapiz  de este tamaño demanda de un trabajo, de al menos, un mes.
    Los tintes  que emplean para dar color a los hilos son naturales. Para el teñido usan las cortezas de nogal y cochinilla.

    La lana  de oveja la compran en la Plaza de los Ponchos. La de alpaca en Cuenca.
    Para visitas  al taller puede escribir al correo electrónico tallerandrango@gmail.com. O llamar a los teléfonos 0988091055.

    Miguel Andrango es el impulsor de Tahuantinsuyo Weaving Workshop. El sitio desarrolla tejido ancestral. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
    Miguel Andrango es el impulsor de Tahuantinsuyo Weaving Workshop. El sitio desarrolla tejido ancestral. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
  • El tejido de la macana tiene ruta propia para conocerlo

    Redacción Cuenca

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    Más de 25 artesanos elaboran la macana (chal de la Chola Cuencana) en los pueblos de Bulzhún, San Pedro de los Olivos y Bullcay, en el cantón azuayo de Gualaceo. Ellos preservan la técnica de tejido de esta prenda y muestran su trabajo al turista nacional y extranjero.

    Uno de los más reconocidos es José Jiménez, de 58 años, quien aprendió este oficio hace casi cinco décadas. Él ofrece un recorrido por su taller en San Pedro. La visita cuesta USD 1 y la explicación del proceso de elaboración toma más de 30 minutos. En la actualidad, más 30 turistas llegan por semana a esta casona de abobe y techo de teja, cuyo distintivo es una bandera del Ecuador.

    Jiménez es el encargado de explicar todo el proceso que se requiere para tejer el chal de la Chola Cuencana y otras prendas y accesorios como ponchos, carteras, bolsos y hasta zapatos para mujer. Todos son elaborados con la misma técnica denominada ikat, que fue declarada como Patrimonio Cultural del Ecuador hace dos años.

    A más de los telares, este taller cuenta con tiene un espacio para exhibir las prendas. Los precios oscilan entre los USD 45 y 500 dependiendo del diseño. Por ejemplo, las que tienen el escudo del Ecuador valen desde USD 150.

    Este artesano tiene un tablero de madera en el que acomodó cuatro ollas de barro. En su interior hay plantas como alfalfa, retama, entre otras, y el gusano llamado la cochinilla, que se encuentra en el penco. Son tintes naturales para teñir el hilo.

    Él explica a los turistas los usos. Del nogal obtiene un café claro y de la planta del añil el azul. La cochinilla sirve para las tonalidades fucsia, rosado o rojo. “Hace un siglo mi abuelo Miguel Ulloa llevaba estas prendas al Perú y practicaba el trueque. Traía velas, panelas, sal… El viaje en mula duraba más de dos meses. Mis padres vendían en el mercado de Gualaceo”, recuerda.

    En la actualidad, Jiménez tiene un proyecto para resaltar el tejido de la macana. Se trata de un museo que funcionará desde finales de este año en este taller. Allí, exhibirá fotos de los artesanos que enseñaron este oficio en Gualaceo y cerca de 200 macanas antiguas, que son parte de su colección privada.

    José Jiménez se dedica al tejido del chal de la Chola Cuencana desde hace medio siglo. Aprendió de sus padres. Foto: Xavier Caivinigua para LÍDERES
    José Jiménez se dedica al tejido del chal de la Chola Cuencana desde hace medio siglo. Aprendió de sus padres. Foto: Xavier Caivinigua para LÍDERES
  • La vitrina del tejido otavaleño en Quito

    Redacción Quito

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    En Imbabura existe una tradición en la elaboración de artesanías y tejidos. Buena parte de ese trabajo se oferta en Quito.

    El mercado artesanal La Mariscal, ubicado en el centro-norte de la capital, es la vitrina de exhibición del trabajo que realizan los artesanos otavaleños en camisas y blusas, caminos de mesa, ponchos, cobijas, bolsos y billeteras.

    Juan Pablo Isama es oriundo de la comunidad de San Rafael, en Otavalo. Desde hace tres años tiene un local en el lugar.

    Él exhibe sobre todo las blusas -para mujer- bordadas a mano. En la confección utiliza hilos de colores vistosos como amarillo, celeste, azul o violeta. La elaboración de la indumentaria la trabajan en la comunidad de San Rafael. Allí, Isama y su familia hacen los cortes de las prendas. Y al unirlas pasan al proceso de bordado.

    En él dibujan algunas figuras que representan la idiosincrasia de la cultura indígena. Por ejemplo, las flores bordadas sobre el cuello de la blusa femenina representa la pureza de la mujer explica Isama. También se pueden agregar otros símbolos como el sol, un referente de un ‘dios’ para este pueblo. En el caso de las camisas de hombres, los bordados son de símbolos incaicos y es un poco más formal, según detalla.

    Las ventas en el local en este año han sido positivas. Los principales compradores de sus prendas son extranjeros estadounidenses o europeos. Y en los últimos meses, los ecuatorianos también prefieren vestir las prendas.

    Cada mes vendió aproximadamente unas 100 prendas. La cifra es similar a la del año pasado.
    En cuanto a los caminos de mesa, elaborados en telares, lo compran a comerciantes de la misma comunidad. La idea es apoyar la economía de todos, dice Isama.

    Para el próximo año este artesano ofertará ropa infantil con bordados a mano.

    Otro comerciante del lugar es el otavaleño José Manuel Aguilar. Desde hace cuatro años también ofrece la blusa otavaleña. Utilizan tela en algodón y borda a mano los detalles. Para esto se demora aproximadamente una semana. Una vez listo el producto, desde Otavalo lo trae a su local ubicado en el mercado La Mariscal.

    Este año, la demanda de ponchos fue significativa. Por lo que incorporó a su oferta esta prenda elaborada en tejidos finos y con diseños indígenas. Cada semana comercializa alrededor de 15 ponchos. En cuanto a blusas vende siete prendas a la semana.

    También, ofrece bolsos de cuero confeccionados en Cotacachi. Los accesorios también incluyen los tejidos otavaleños.

    En cambio, Elena Aguilar, de 29 años y oriunda de la comunidad de San Rafael, hace cuatro años ofrece sacos elaborados con lana de oveja, manteles bordados y cobijas. Ella confecciona unas 50 unidades en Peguche y las ofrece en el mercado de La Mariscal.

    Lo que más se vende en su local, ubicado en la mitad del mercado, son los sacos. La calidad de la lana -para protegerse del frío- y los modelos modernos llaman la atención de los compradores. En promedio, Aguilar vende unos 20 sacos al mes.

    Pese a que este año las ventas han bajado en un 2% para su negocio, la mujer es optimista para el próximo año. Por eso planea incorporar las mochilas con tejidos otavaleños en su local.
    Roberto Larco, administrador del mercado artesanal La Mariscal, comenta que existen 194 locales en los que no solo se incluyen a comerciantes otavaleños. También se exhiben artesanías de la Sierra centro y de la Costa. E incluso también de otras nacionalidades como Cuba y Venezuela.

    La producción del norte del país predomina en el lugar. El 60% de los establecimientos comerciales vende tejidos otavaleños.

    La idea de construir el mercado artesanal tuvo el objetivo de formalizar la venta de los comerciantes, que antes se ubicaban en la av. Amazonas para promocionar sus tejidos, explica el administrador.

    Larco también cuenta que la administración del mercado, calculan que cada día llegan 100 visitantes, en promedio, en especial turistas extranjeros de Estados Unidos, Europa y Asia. Afirma asimismo que este espacio es tan conocido como lo es el Centro Histórico de la capital.

    Sacos elaborados con lana de oveja, blusas  con bordados a mano y más artículos se venden en el lugar. Foto: Diego Pallero/ LÍDERES
    Sacos elaborados con lana de oveja, blusas con bordados a mano y más artículos se venden en el lugar. Foto: Diego Pallero/ LÍDERES
  • Catelina, la marca que innova el bordado

    José Luis Rosales  (F)
    F- Contenido intercultural

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    El bordado es como la escritura, cada persona tiene sus propios rasgos, asegura la ibarreña Teresa Casa Ponce.

    Esta mujer ha dedicado 35 de sus 55 años de vida a preservar esta tradición artesanal, que ha dado fama a la comunidad kichwa de Zuleta, en el suroriente de Ibarra.

    Inicialmente estos tejidos se utilizaban únicamente en la ropa de las mujeres indígenas de la zona

    Al igual que la mayoría de bordadoras, Casa heredó esta habilidad artística, considerada una tradición ancestral de sus mayores.

    Su abuela Dolores Chacha perfeccionó esta técnica en un taller que instaló ‘Doña Rosario’, esposa del exmandatario Galo Plaza.

    Hace ocho décadas, la dama abrió ese plantel en la Hacienda Zuleta, para aprovechar las habilidades del bordado que poseían las indígenas zuleteñas.

    El objetivo fue, con la producción de mantelería, de hilos de colores vistosos, proporcionarles un ingreso adicional para los hogares.

    Con una visión similar, Casa abrió, hace 22 años, su primera tienda a la que bautizó como Cosas Lindas. Ahí ofrecía elegantes manteles, blusas, tapetes y toallas, con laboriosos brocados.

    En los últimos años la demanda por estos artículos elaborados a mano creció. Una de las razones, considera la artesana, es la tendencia que impuso Rafael Correa, con las camisas bordadas. Incluso, Casa diseñó algunas de las prendas que vistió el Mandatario.

    Eso fue una oportunidad de crecimiento para este negocio. Desde hace tres años, Teresa Casa y su hija, Laura Sánchez, trabajan juntas.

    Las hábiles mujeres consideran que son un buen complemento. Sánchez destaca que a su madre le apasiona el bordado y posee buen gusto por dibujar y crear. Por eso es reconocida como una de los 500 mejores maestros del arte popular de Iberoamérica, mención dada por el Fondo Cultural del Banco Nacional de México.

    Laura Sánchez aprendió de su madre a hilvanar, dibujar, sacar moldes, combinar colores, etc.

    Casa, en cambio, reconoce que su hija tiene propuestas innovadoras. Hace una década, Sánchez le apostó a la confección de blusas casuales con detalles andinos.

    Pero la joven alternaba la actividad manufacturera con su profesión. Ella es experta en Desarrollo Integral de Destinos Turísticos. Durante seis años laboró en la Hacienda Zuleta.
    Sin embargo, tras renunciar a su trabajo se dedicó por completo al emprendimiento familiar.
    En su cabeza siempre le rondaban ideas para darle un valor agregado al bordado.

    Una de ellas se plasmó en la línea de calzado para damas. Los zapatos, diseñados en modelos muñeca y en botines, tienen figuras de flores, ramas, aves, entre otros, en el frente y los costados.

    El nuevo reto de la pareja es darle un giro al negocio. Ahora, fortalecerán la producción de prendas, especialmente femeninas.

    “Para preservar el arte popular es necesario mantener diseños exclusivos, con materia prima óptima que garantice la calidad y buena presentación del producto”.

    En mayo presentarán la marca Catelina que reemplazará al anterior sello Cosas Lindas.

    El nombre es un juego de palabras, entre Cate que son iniciales del apellido y nombre de la emprendedora. Y, lina proviene del linaje de esta familia de artesanos.

    Teresa junto con sus hermanas Lilian, Magaly y Consuelo pertenecen a la tercera generación de bordadoras de la familia.

    La elaboración de la nueva marca estuvo a cargo del estudio Dezain Creativo. Mientras que Daniela Ramírez se encargó del área de marketing digital.

    El creativo Darío Cruz explica que además de diseñar la nueva marca se definió el mercado objetivo al que aspira llegar.

    El ícono de Catelina es una letra C rodeada de flores multicolores bordadas. “Tiene un aire zuleteño”, explica Cruz. A eso se incluyó el logotipo: Bordados con Alma.

    Catelina también diversificó la producción. Ahora abrirá una nueva línea de elaboración de blusas, zapatos, bolsos, carteras, ropa de niña, chalecos, entre otros.

    Imbabura

    La tradición de diseñar figuras con hilos de colores permitió a Teresa Casa y a su hija Laura Sánchez crear su microempresa. Elaboran ropa, calzado, carteras…

    8 000 dólares se invirtieron en la creación de la nueva marca.

    Datos del negocio

    La ubicación
    Estas prendas se venden en una isla del centro comercial Quicentro Shopping, en el norte de Quito.
    El horario 
    El local comercial atiende de lunes a domingo, entre las 09:00 y 21:00.
    Los costos
    Hay artículos desde los USD 8, como los monederos, hasta 400 que cuestan los manteles.
    El calzado
    Los bordados en modelos de muñecas valen USD 49. En botines, 59.
    Los contactos
    Las ventas también se realizan a través de la página Web www.catelina.com.ec. El correo electrónico info@catelina.com.ec.

    Teresa Casa y Laura Sánchez tienen el apoyo de 40 bordadoras indígenas de varias comunas del sur de Ibarra. Foto: Francisco Espinosa / LÍDERES
    Teresa Casa y Laura Sánchez tienen el apoyo de 40 bordadoras indígenas de varias comunas del sur de Ibarra. Foto: Francisco Espinosa / LÍDERES
  • El tejido artesanal da abrigo a este negocio

    Redacción Quito

    En la parroquia Libertad, en Carchi, el tejido artesanal es una actividad que se hereda en las familias. La familia de Rosa Elvira Quelal es parte de esa tradición.

    Ella tejía desde pequeña y conocía a otras artesanas que hacían lo mismo. Con ellas fundó la Asociación Nuevo Impacto de Jóvenes, en la que colaboraban 14 tejedoras, con ella a la cabeza.

    A finales del 2009, en busca de financiamiento, presentó -como persona natural- un proyecto para la elaboración de ropa artesanal; participó por los fondos concursables que otorgaba entonces el Ministerio de Cultura. Un año más tarde, Quelal recibió USD 6 000 para comenzar su emprendimiento.

    Así, en enero del 2011 fundó Nortexma. El dinero que recibió lo usó para comprar una computadora, una máquina recubridora, una cosedora overlock y una máquina recta, que sirve para la confección de prendas de vestir. Ese mismo año empezó a participar en ferias artesanales del Carchi. Los pedidos empezaron a llegar.

    Entre ellos, recuerda una primera venta de 900 pares de mitones (guantes sin dedos) a un canadiense. «Ese fue un buen impulso para mi negocio. El tejido a mano es apreciado por los turistas».

    Con las ventas en las ferias de artesanía llegó a facturar USD 8 000 en el 2011, por lo que buscó ampliar su catálogo de productos. En este proceso se asoció con su tía, Mónica Ortiz, que tenía cuatro máquinas de tejido.

    Tras esa asociación, el negocio abrió un taller en Ibarra. Las prendas de lana y algodón se siguen fabricando en Carchi.

    Mientras el negocio crecía, esta emprendedora ingresó en el Instituto Tecnológico Superior José Chiriboga Grijalva para estudiar Diseño, Moda y Pasarela. Con los conocimientos adquiridos se animó a comercializar ropa de trabajo como chaquetas, overoles y chalecos bordados para empresas; también empezó a confeccionar uniformes escolares, gorras… Entre sus clientes figuran los colegios Eloy Alfaro y Albornoz Sánchez, en Ibarra; también la Mutualista Imbabura, que compra chaquetas del uniforme, según cuenta Víctor Hugo Navarrete, vocero de la entidad. «La calidad de los productos es muy buena», dice.

    En enero de este año Nortexma incursionó en la confección de ropa formal para instituciones. Esta sería su tercera línea de productos, luego de la confección de uniformes y las prendas de lana. Todo se fabrica bajo pedido y la venta de sus productos le han permitido facturar hasta USD 12 000 al mes en lo que va de este año.

    Las prendas de lana siguen siendo una línea importante en Nortexma y representan el 30% de las ventas. La calidad del trabajo de las artesanas que laboran con Quelal fue reconocida también en Cuenca, por lo que tendrán un espacio para su comercialización en el Centro Interamericano de Artesanía del Ecuador (Cidap), en la feria que organiza el centro durante las fiestas de noviembre.

    Cayetana Estrella, del Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (Cidap), en Cuenca, destaca también el trabajo de esta empresa. «La confección de tejido artesanal es una actividad que hay que rescatarla. Por eso es importante contar con una empresa que elabore estos productos».13 artesanas son parte del equipo de este negocio