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  • Un amante de la poesía y los textos policiales

    Alexander García

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    La librería Compte, regentada por su padre -Florencio Compte Andrade- durante 64 años en Guayaquil y la propia biblioteca con la que la familia contaba en casa, hicieron de Florencio Compte un lector precoz que a los nueve años leía una obra monumental como ‘Cien años de soledad’, del escritor colombiano Gabriel García Márquez, armado claro con un árbol genealógico para no perderse y seguir la historia familiar de los Buendía.

    “Nunca hubo límites sobre lo que se podía leer o no. Y la librería de mi papá era como ‘una forma de paraíso’, como dice Borges”, cuenta Florencio Compte Guerrero, decano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil.

    El profesor e investigador guayaquileño aprecia cierto tipo de poesía -la metafísica, dice- y el humor, a los autores que son capaces de reírse de sí mismos, además de novelas policiales, como las decenas de libros de la británica Agatha Christie. También menciona los cuentos detectivescos de Honorio Bustos Domecq, el autor ficticio de la colección ‘Seis problemas para don Isidro Parodi’ , escritos en colaboración entre los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

    Además es un seguidor de la poesía de Borges, ha releído colecciones de poemas como ‘La cifra’ y recita algunos de sus versos de memoria. “El propio Borges dice que hay dos tipos de poesía, la sonora y la poesía metafísica, aquella en la que no hay un solo referente sino que todo son conceptos, en la que se inscriben autores como Francisco de Quevedo”.

    Compte, quien leyó la obra íntegra de García Márquez y buena parte de autores latinoamericanos como del peruano Mario Vargas Llosa, destaca libros menos conocidos del ‘boom’ literario regional. “‘El jardín de al lado’, un libro muy divertido del chileno José Donoso , habla de un intelectual de segundo orden que durante la dictadura se autoexilia para aparecer como que es perseguido, una forma de burlarse de sí mismo. Igual de ameno es ‘Un tal Lucas’, álter ego del argentino Julio Cortázar, una especie de libro autobiográfico, con cuentos independientes que leídos en conjunto forman una suerte de novela”.

    El catedrático, formador de generaciones de arquitectos, recomienda en su rama títulos como ‘¿Quien teme al ba haus feroz?’, donde Tom Wolfe, maestro estadounidense del ‘nuevo periodismo’, hace una crítica al abandono de la originalidad en la arquitectura a causa de las modas. También pondera la fineza de los ensayos del español Oscar Tusquets, arquitecto ateo que en ‘Dios lo ve’, dice “hagamos de cuenta como que si Dios existiera y volvamos a hacer una arquitectura para enaltecer a Dios, como en el pasado”. 

    Los mejores frisos del Partenón casi no se alcanzan a ver. Y Miguel Ángel se tomó la misma molestia en tallar partes de esculturas que ahora están pegadas a una pared, apunta Compte. ¿Por qué lo hicieron?, pregunta Tusquets. Se tomaron esas molestias porque tenían una noción superior de estética y consideraban sagrado su trabajo.

    Mi libro de cabecera

    Argentinos.  Entre los libros de cabecera de Florencio Compte está el poemario ‘La cifra’, de Jorge Luis Borges. Y ‘Un tal Lucas’, de Julio Cortázar, que intercala cuentos sueltos diversos junto con capítulos sobre la vida de Lucas, álter ego del propio Cortázar.

    Florencio Compte Guerrero junto a la estantería de libros de su oficina.Foto: Enrique Pesantes / LÍDERES
    Florencio Compte Guerrero junto a la estantería de libros de su oficina.Foto: Enrique Pesantes / LÍDERES
  • Prolipa aporta a la educación con sus textos

    Leonardo Gómez Redacción Quito / LÍDERES

    Luis Calderón no puede disimular la emoción cuando se da cuenta que más de tres generaciones aprendieron a leer con el libro que él y sus esposa, Blanca de Calderón, diseñaron: El Patito Lee.

    Esteban Salas, por ejemplo, recuerda que hace 22 años, cuando cursaba el primer grado, imprimió en el Patito sus primeros garabatos. «Era un texto muy didáctico y me llama la atención que ahora lo utilizan también mis sobrinos».

    Lo que Salas desconoce es que el Patito inició como un cuaderno de trabajo que Calderón y su esposa diseñaron para Cristian, el primero de sus cuatro hijos, quien sufría de osteomielitis y le impedía asistir regularmente a la escuela, a causa de los cuidados médicos que recibía.

    Los esposos se formaron en la docencia y cuentan que para la década de 1970 solo existían textos de lectura y no de trabajo. «Los maestros perdíamos mucho tiempo dibujando en cada cuaderno las muestras de cada letra del abecedario, para que los estudiantes pudieran hacer sus deberes», recuerda Alexandra Tapia, una maestra de primaria retirada.

    Era 1979, cuando con un préstamo de 5 000 sucres los esposos Calderón imprimieron la primera edición de Patito, nombre que escogieron en honor a su tercer hijo: Patricio. «De ese tiraje, 4 500 libros se repartieron gratis en todas las escuelas que había en la Costa y Sierra», recuerda Calderón. Seis meses después tuvieron que imprimir 25 000 libros adicionales, pues las escuelas comenzaron a solicitar el texto para su malla curricular.

    Calderón y su esposa se encargaban del diseño y contenido, pero no tenían una imprenta, por lo que imprimían sus textos en Gráficas Mediavilla Hermanos, propiedad de los hermanos de Blanca.

    En el 2000 invirtieron USD 300 000 para comprar una imprenta y consolidar Grafitex, que actualmente gerencia su primogénito en el sector de Calacalí (norte de Quito). Tres años más tarde crearon Prolipa y confiaron la gerencia a José Luis Calderón, su segundo hijo. Desde el 2003, ampliaron su producción con textos de Ciencias Naturales, Estudios Sociales, Matemáticas y Lenguaje.

    La oferta se amplió a 25 títulos, manteniendo como producto estrella: El Patito Lee. En el 2004, comenzaron a exportar sus libros a Costa Rica, Guatemala, Panamá y El Salvador, lo que les genera ventas de un promedio de USD 50 000 a 70 000 al año.

    Con 90 personas en la nómina, en el 2012 Prolipa facturó USD 5,1 millones.

    Uno de los distribuidores más antiguos es Armando Solórzano. Vende esos libros en Azuay. «Fui docente y distribuyo desde hace 28 años porque confió en la calidad de los contenidos».

    LA INSIGNIA

    ‘El crecimiento benefcia a todos’

    María Rosa Obando, Gerenta Administrativa Comercial.

    Estoy a cargo del control adnministrativo y la gestión de calidad y trabajo en Prolipa desde hace siete años. Algo que llama mucho la atención en esta empresa es que la gente realmente está puesta la camiseta, es casi como una familia y muestra de eso es que la rotación de personal es realmente baja.

    El trabajo es exigente y quizás no tenemos los salarios más altos del mercado, pero el trato y el buen ambiente hace que la gente se quede. Además, en ciertas áreas existe un plan de carrera.

    El crecimiento económico es sostenido y de eso se benefician todos en la empresa, desde la parte directiva como en el personal operativo. Uno de los factores para eso es que todo el tiempo se está innovando.