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  • Las flores secas toman una nueva vida en sus artesanías

    Redacción Quito

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    Colibríes, loros, diablos humas, la Mitad del Mundo, el volcán Cotopaxi, imágenes de las nacionalidades Salasaca, Saraguro, Otavaleña, Tsáchila, Afro…Esos son algunos de los diseños utiliza Judith Campaña para sus artesanías elaboradas con flores secas.

    La idea es darle una nueva utilidad a las flores y lograr un presente que perdure. Sin embargo, las flores que utiliza Campaña no son las que usualmente se pulverizan con el tiempo, ya que el proceso de secado es diferente, permitiendo que los pétalos sean manejables para trabajarlos sin que se destruyan.

    Campaña empezó con esta labor, que bautizó como “Arte en Flores Secas”, luego de una ‘mala racha’ en los negocios: le robaron un bar, le quitaron un local donde vendía comida rápida y no resultó otro negocio de la misma línea en su natal Baños.

    Ella regresó a Quito pensando qué hacer y recordó su experiencia en arreglos con flores secas, pero decidió darle un valor agregado. Por ello se autoeducó para empezar con un emprendimiento que ya lleva tres años en el mercado. Hasta definir la técnica adecuada, invirtió cerca de USD 300 haciendo pruebas en cantidades pequeñas.

    Entre los productos que oferta se cuentan aretes, imanes, cajas con juegos de portavasos, tarjetas y hasta cuadros. En sus diseños busca plasmar la identidad ecuatoriana y la dualidad, por ejemplo si elabora un trabajo con la imagen de dos otavaleños, una figura es masculina y otra femenina. “Venimos de eso y tenemos que mantenerlo”, asegura, al comentar que además los productos que reflejan la cultura nacional atraen a los clientes, sobre todo extranjeros.
    Para su trabajo Campaña compra rosas blancas para tinturarlas con una mezcla de colorantes, agua y aceite de glicerina, en un proceso que dura ocho días. Con este último ingrediente consigue que las flores sean manejables y no se rompan.

    Luego, con una técnica especial sigue el secado que lleva otros ocho días y pasa a una prensa donde el pétalo permanecerá 15 días. Con el material listo inicia la elaboración de las figuras que se forman con los pétalos cortados y armados de acuerdo al diseño, en un trabajo hecho 100% a mano. También, utiliza madera, cartón, metal, cristal líquido, asas para los aretes y magnetos.

    Un cuadro de 30 x 40 cm le toma ocho horas (bajo pedido y con un precio a convenir); en las cajas con portavasos tarda unas cuatro horas y en los aretes o imanes de 30 minutos a una hora y media, según el diseño.

    Cada mes invierte en materiales alrededor de USD 200, obteniendo (luego de recuperar la inversión), una ganancia de entre el 40 y 60%. Estos ingresos son variables ya que su método de comercialización es principalmente en la feria artesanal de los sábados en la plaza Foch, aunque también asiste a otras ferias.

    Con la ayuda de sus hijos está en Facebook e Instagram para promocionarse, pero lo habitual es que sus clientes la refieran a otros y nacen los pedidos. Produce alrededor de 10 docenas de pares aretes, una docena de portavasos y dos docenas de imanes al mes.

    Judith Campaña busca difundir las imágenes representativas de la cultura ecuatoriana en sus artesanías hechas 100% a mano. Foto: LÍDERES
    Judith Campaña busca difundir las imágenes representativas de la cultura ecuatoriana en sus artesanías hechas 100% a mano. Foto: LÍDERES
  • Los cultivos se toman las metrópolis

    Agencia EFE

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    En la terraza de su edificio, la tailandesa Orapan Phonchan cultiva sus propias verduras y legumbres orgánicas, uno de los incipientes casos de agricultura urbana en la jungla de hormigón del gran Bangkok.

    Orapan sembró su huerto urbano junto con su marido con el fin de autoabastecerse de lechugas, guisantes o tomates con la certeza de que no han sido tratados confertilizantes o herbicidas o manipulados genéticamente.

    “(Antes) solía comprar muchas verduras y no me podía comer todas. Es una pena tirarlas en la basura”, explica la tailandesa en la terraza, situada en la quinta planta de un edificio en el distrito de Bang Na, en el sur de capital.

    “Este huerto en la azotea también sirve para relajarme y hacer ejercicio”, afirma tras regar las lechugas plantadas en botellas de plástico recicladas.

    En la terraza, de unos 30 metros cuadrados y techada con cañas de bambú, también hay diferentes macetas con tomateras, guindillas o hierbas aromáticas tailandesas.
    Oropan y su marido, de nacionalidad estadounidense, gastaron unos 3 000 bat (unos USD 84) y utilizaron materiales reciclados, como un trozo de tejado y hasta la barandilla de una escalera para montar su huerto.

    La artífice del huerto procede de Nongpok, una aldea rural en la provincia de Roi Et, en el noreste de Tailandia, donde se crió entre campos de arroz y plantaciones, y tras estudiar inglés montó una academia de idiomas en Bangkok.

    En unos años espera volver a su provincia para gestionar su granja ecológica. El tailandés Nakhorn Limpacuptathavon, de 34 años, es uno de los fundadores de The City Farm Project, una de las primeras ONG tailandesas que promueven la agricultura orgánica.
    Nakhorn puntualiza que, aunque no hay datos oficiales sobre el número de huertos urbanos en Tailandia, cada mes una media de 30 personas acude a los talleres que imparte desde hace siete años sobre agricultura urbana.

    El tailandés estudió Ingeniería Agrónoma y realizó prácticas en Austria antes de obtener una maestría en la Universidad de Thammasat en Bangkok sobre agricultura sostenible.
    En el 2009, decidió empezar su propio huerto urbano en una vivienda propiedad de su familia en el distrito de Lad Phrao, en el norte de Bangkok, al que luego añadió un pequeño corral con diez gallinas. En un área de unos 240 metros cuadrados, cultiva una variedad de 20 verduras y frutas como espinaca de Ceilán, rábanos, cebollas, boniato o plátanos.

    “Todos los días desayuno verduras con mi esposa”, dice, en medio de los vegetales y hortalizas de su huerto capitalino.

    Nakhorn defiende la agricultura sostenible y orgánica como una “forma de vida” y asegura que los huertos urbanos son también una buena forma de fomentar el espíritu de comunidad con otros vecinos. En su opinión, los fertilizantes y herbicidas rompen el equilibrio que existe en el entorno natural y aconseja evitar la “comida sintética” que se vende en muchos supermercados.

    “Yo no he ido al médico en siete u ocho años”, afirma Nakhorn, quien atribuye su salud a la higiene de los alimentos que él cultiva.

    La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) respalda la agricultura urbana como un sistema de suministro que genera empleo, recicla residuos y aumenta la seguridad alimentaria, sobre todo en tiempos de crisis.

    Según publica la FAO en su página web, un microhuerto de un metro cuadrado puede llegar a producir unos 20 kilogramos de alimentos al año.

    Los primeros casos de agricultura urbana comenzaron en Europa durante la Revolución Industrial en el siglo XIX para compensar las carencias alimentarias en los barrios obreros.
    La producción agrícola a pequeña escala en las ciudades se incrementó más tarde durante la Segunda Guerra Mundial y en los años 1970 con el auge de los movimientos ecológicos y comunitarios. En los últimos años, la crisis financiera, el cambio climático y la concienciación alimentaria han espoleado los proyectos agrícolas urbanos en países tan diversos como EE.UU., Cuba o Tailandia.

    En la terraza de su edificio, la tailandensa Orapan Phonchan cultiva sus propios vegetales y legumbres orgánicas, en pleno centro de Bangkok. Inició sus sembríos hace un mes. Fotos: Gaspar Ruiz-Canela / EFE
    En la terraza de su edificio, la tailandensa Orapan Phonchan cultiva sus propios vegetales y legumbres orgánicas, en pleno centro de Bangkok. Inició sus sembríos hace un mes. Fotos: Gaspar Ruiz-Canela / EFE
  • Más de 40 ideas de negocios toman forma en este centro

    Redacción Esmeraldas

    Los alumnos de la Universidad Técnica Luis Vargas Torres tienen 40 ideas de negocios registradas. Las iniciativas fueron presentadas ante el Centro de Desarrollo de Emprendimientos, según Paola Lastra, coordinadora.

    Las ideas son apoyadas por la universidad. Con esa visión se creó la Asociación de Recicladores Esperanza y Fe, liderada por estudiantes de este centro de estudios superiores.

    La asociación lleva cinco años en el mercado, con más de 50 personas dedicadas al reciclaje. Al mes reciclan 35 toneladas de plástico fino, cartón, papel y plástico grueso, generando un ingreso de USD 5 000 mensuales. Ellos cuentan con ocho centros de acopio, donde se compacta el producto reciclado.

    Esta organización de recicladores cuenta con un sistema integrado de reciclaje que involucra al Colegio Sagrado Corazón, Nuevo Ecuador, Universidad Católica Sede Esmeraldas, Universidad Luis Vargas Torres, Multiplaza y Refinería Estatal de Esmeraldas.

    Ese no es el único proyecto que recibe el respaldo de la universidad. Jimabel Ponce es estudiante de Administración de Empresas. Desde hace dos años trabaja en su propia empresa dedicada a la producción de miel de abejas, jalea y polen. Los cultivos están en Quinindé, de donde obtiene la producción que es comercializada en Esmeraldas.

    En cambio, Janeth Tenorio -también estudiante de la universidad- montó su microempresa de producción de manjar de plátano. La particularidad es que lleva canela y leche condensada.

    Esta idea de negocio surgió en los primero ciclos de la carrera de Admi­nistración, pero tomó fuerza en los últimos seis meses.

    Esta iniciativa surgida en las aulas de la universidad produce hasta 500 unidades al mes con un costo de USD 1,50 y USD 1,25. «La experiencia ha sido buena porque genero mis propios ingresos y doy empleo a tres personas que me ayudan en la producción», señala la estudiante universitaria.