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  • Ella innova apoyada en la fibra de totora

    José Luis Rosales

    (F – Contenido intercultural)

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    Martha Gonza Chicaiza tiene una filosofía de respeto al ambiente. Por eso propone el uso de la fibra de totora, que crecen en las orillas de los lagos de Imbabura, para confeccionar artículos para el hogar y accesorios.

    Creció mirando estas fibras doradas en la comunidad de Pijal, parroquia González Suárez, Otavalo (Imbabura) en donde vive su familia. Ella se autoidentifica como kichwa Kayambi.

    Tiene 36 años. Considera que la mejor estrategia para enfrentar la competencia es la innovación. El mes pasado se graduó de ingeniera en Contabilidad y Auditoría.

    Durante ocho años ocupó la gerencia de la empresa comunitaria Totora Sisa. Ahí también aprendió a entretejer las largas fibras.

    Gonza recuerda que en una ocasión llegó un grupo de turistas norteamericanos por lo que improvisó una demostración de la elaboración de la estera, porque el artesano de la firma estaba de vacaciones. La idea funcionó.

    Desde ese momento, cuenta, empezó a diseñar artículos como cestas, cofres, individuales, lámparas, entre otros.

    Luego decidió instalar su propio negocio llamado Totora Wasi (Casa de la Totora, en español). Para ello empezó con un capital inicial de USD 5 000. El dinero, que se utilizó en la adquisición de insumos y herramientas, provino de un crédito bancario.

    Su establecimiento opera en San Rafael en donde están la mayoría de tejedores de esta fibra. El almacén funciona como bodega, taller y tienda.

    Una de las innovaciones fue incluir colores en los artículos de acuerdo a las tendencias. La mayoría de clientes prefiere los tonos café, caoba y negro, que son similares a la madera.

    Totora Wasi cuenta con una docena de colaboradores. Los artesanos trabajan en sus casas. Uno de los compromisos es su lealtad con la microempresa, para evitar copias de los diseños.

    Uno de los clientes frecuentes es Sebastián Chiriboga. Este diseñador de productos utiliza la totora en un proyecto de iluminación.

    Los compradores que más valoran la fibra provienen de Quito, Ambato y Cuenca. También hay propietarios de sitios de hospedaje del lago San Pablo.

    Totora Wasi es un paso obligado para los turistas. Entre los visitantes hay grupos de aventureros, especialmente extranjeros, que llegan atraídos por conocer la técnica del tejido de la totora.

    El recorrido empieza desde el corte de los totorales, traslado, secado y clasificado del material. En el taller les explican que hay diferentes formas para entrelazar las cañas y diseñar un producto.

    Una de ellas es la mazorca, que está inspirada en el crecimiento del maíz. La trenza, en cambio, hace relación al peinado que distinguen a los kichwas de Otavalo.

    Una de las actividades que más agrada a los viajeros es elaborar su propio recuerdo. En la tienda se puede encontrar artículos desde USD 1 hasta 1 500. Estos últimos corresponde a muebles.

    Hay cestas desde USD 2, su precio depende de la dimensión, el color y el tejido. Venden al por mayor y menor. Entre sus distribuidores están tiendas de Quito.

    Otra de las líneas de trabajo es el teñido de la fibra con tintes. La materia procesada se ofrece también a otros artesanos locales.

    La totora que utiliza esta firma llega desde la vecina laguna de Yahuarcocha, en Ibarra.

    Ha apoyado campañas como la confección de ramos de totora para la Semana Santa en reemplazo de la palma de cera.

    Hoy prevén confeccionar coronas mortuorias y navideñas. Se busca fabricarlas con fibra de totora y de paja toquilla, como alternativa a las de plástico.

    Esa idea surgió en un intercambio de experiencias en que el participó Gonza en Uruguay. Busca el apoyo de entidades públicas para poder exhibir esos productos.

    Totora Wasi es parte de la Asociación de Turismo Rural Coraza Ñan, de San Rafael. Hay establecimientos de hospedaje, restaurante y cafetería. La organización tiene varios paquetes turísticos.

    Martha Gonza, propietaria de Totora Wasi, ha trabajado en varios proyectos artesanales en San Rafael. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
    Martha Gonza, propietaria de Totora Wasi, ha trabajado en varios proyectos artesanales en San Rafael. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
  • Totora y cabuya sirven para emprender

    Cristina Marquez

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    Hace 10 años la manufactura de esteras de totora sostenía la economía de San Gerardo, una parroquia situada a 10 minutos de Guano, en Chimborazo. Pero en la actualidad es un oficio que está en vías de extinción.

    Los productos hechos con plásticos son más económicos y reemplazaron a las esteras, que se utilizaban en la construcción para impermeabilizar los techos y paredes, para armar carpas, para secar granos y otros usos.

    “Ya nadie puede subsistir de la totora. Antes, todas las familias de la parroquia se dedicaban a cosechar y procesar las plantas para hacer esteras. Casi toda la mercadería la llevaban a Guayaquil, el mercado era amplio”, recuerda Luis Aulla, un artesano que aún trabaja con esta fibra natural.

    Antaño, todas las familias de la parroquia dependían de los tallos de totora, una planta acuática que crece en los sitios pantanosos de las comunidades aledañas al pequeño poblado. Pero en la actualidad solo unos 10 artesanos conservan su trabajo.

    La fabricación de esteras implica todo un proceso, desde el cuidado de las plantas, la cosecha, el secado y el tejido con los tallos. Pero en el mercado los productos finales se pueden adquirir hasta por USD 3. “Ya no es rentable. Todo el trabajo que hacemos no se compensa con el precio”, dice Aulla. Él proviene de una familia de artesanos y aprendió todo sobre el tejido de las plantas desde los ocho años.

    El proceso se inicia con el corte de los tallos. Cada ocho meses se seleccionan los más delgados y largos, pues son más fáciles de cortar y durables. Luego se secan al sol y se tejen utilizando una técnica heredada por los abuelos.

    La última parte del proceso es la más complicada. Hay que mojar los tallos y manipularlos mientras están húmedos para que las esteras se puedan enrollar y estirar sin romperse. El producto final es tan resistente que puede conservarse intacto al menos por 40 años.

    “Por eso las compraban para las construcciones. Se colocaban en los tumbados como soporte para las tejas, o en las paredes de adobe, para volver el interior de la casa más acogedor”, dice Juan Pinta, otro artesano de San Gerardo.

    Hoy solo las buscan los decoradores de interiores que esperan lograr un acabado rústico en sus trabajos, pero el mercado es limitado. Antes cada familia producía al menos una docena semanal de esteras, en la actualidad solo se elaboran dos o tres cada semana.
    Los bajos costos son la razón por la que los más jóvenes se desanimaron del negocio de sus padres, y decidieron emprender nuevos negocios. San Gerardo hoy es un sitio conocido por las fábricas de ropa deportiva e invernaderos de frutillas en sus terrenos.

    “Los artesanos que perseveran en el trabajo manual son adultos mayores y es el único oficio que conocen, cuando ellos mueran, las esteras se morirán con ellos”, dice Aulla. Según él la capacitación y la búsqueda de nuevos mercados, serían una solución para rescatar la tradición de sus abuelos.

    La idea es iniciar un proyecto similar al que emprendieron los artesanos de Colta. Allí las comunidades se dedican a la fabricación de artesanías con las totoras que crecen sin control en las orillas de laguna de Colta.

    Pero allí, aprendieron a manufacturar otro tipo de artículos para atraer la atención de los visitantes que llegan en el tren. Los comuneros de Santiago de Quito, por ejemplo, elaboran pequeños muñecos que representan los oficios tradicionales de los indígenas.

    El proyecto es promovido por la Junta Parroquial y consiste en capacitar a las mujeres de las 11 comunidades en la elaboración de esas artesanías. La iniciativa se denomina ‘Soy un artesano’ y consiste en comercializar artesanías que promuevan el orgullo por la identidad y a su vez, el turismo comunitario.

    “Nos gustaría iniciar un proyecto similar, pero requerimos más apoyo institucional, un plan de negocios y motivar a la gente de la parroquia para no dejar morir nuestra tradición”, dice Aulla con un aire de nostalgia.

    Por su textura firme y tosca, la totora es perfecta para moldear esculturas vegetales, muebles, cestos, adornos y otras artesanías. De hecho, estas mismas propiedades vegetales eran aprovechadas para la elaboración de implementos para el hogar antes de la proliferación de los productos plásticos.

    Luis Aulla es un artesano que aún trabaja con esta fibra natural. Aprendió la técnica a los ocho años de edad. Foto: Ángel Barahona para LÍDERES
    Luis Aulla es un artesano que aún trabaja con esta fibra natural. Aprendió la técnica a los ocho años de edad. Foto: Ángel Barahona para LÍDERES
  • En sus diseños solo se acepta a la totora

    Ivanna Zauzich / Redacción Cuenca

    En el lago Titicaca, en Perú, una etnia indígena llamada Uros habita en islas flotantes construidas con totora. Esta es una planta que crece en pantanos y después de ser secada al sol se asemeja a palos de madera, que miden entre uno y tres metros de largo, con los que esta comunidad peruana edifica chozas, construye barcos o teje esteras y hamacas…

    Con este material, en Cuenca, Juan Fernando Hidalgo diseña sofás, sillas, cavas de vino, lámparas, mesas, alfombras, etc. Sus productos se comercializan en Holanda, Francia, Italia, Grecia, Albania… El precio de un mueble de totora bordea los USD 1 000, por el trabajo y diseño que tiene cada pieza. Sin embargo, este cuencano aspira a masificar la venta de este producto en el país y por eso desarrolló una línea de tapetes de baño, individuales, bandejas, entre otros productos, que bordean los USD 30.

    A simple vista, la textura de un diván o puff elaborado con totora parece áspera. No obstante, al tocarla, esta fibra se acomoda al cuerpo y se siente suave como un cojín relleno de algodón.

    La iniciativa de usar esta planta surgió cuando Hidalgo estudiaba arquitectura en la Universidad de Cuenca y en una investigación de fibras naturales descubrió cómo viven los Uros y la versatilidad de la materia prima que utilizan. A tal punto llamó su atención que su tesis fue sobre la industrialización del uso de la totora.

    Él identificó que esta planta crece en las provincias de la Sierra norte del país y en el 2008 invirtió USD 1 500 en prensas, sierras y otras maquinarias para iniciar la producción de muebles.

    Sus sofás y divanes se exhiben en una galería de diseño en Culemborg, Holanda. Al ingresar a la web de ese ‘show room’ (www.unseenproducts.com) con el ícono de productos se despliegan los diseños con el nombre de este cuencano.

    Mirella Di Stefano, diseñadora italiana, conoció estas creaciones. Para ella, la trayectoria de Hidalgo es impecable, porque sus piezas se ajustan a casas o departamentos en la ciudad, playa o campo. “Su trabajo es una recuperación de las tradiciones indígenas con un toque moderno”.

    Para exhibir en vitrinas internacionales, él tuvo ayuda ecuatoriana. En el 2008, Hidalgo se alió con La Galería Cleydia S.A. que comercializa muebles y accesorios en Quito y Guayaquil. Además, tiene distribuidores en EE.UU., Canadá, Panamá, Nueva Zelanda y Australia, explica el vicepresidente de esa firma, Eduardo Durán.

    Además de abrirse mercado mediante esta alianza, por una convocatoria organizada por la Corporación de Promoción de Exportaciones (Corpei), este arquitecto y Durán participaron en el 2009 y 2010, en la feria Maison et Objet (casa y objeto, por su traducción al francés) en París. Allí dieron a conocer sus creaciones y comercializaron piezas que fueron vendidas en Atenas (Grecia), Burdeos (Francia), entre otras localidades europeas.

    Esa proyección no es coincidencia, sino los frutos de un diseño innovador, vanguardista y ecosustentable, dice Adriana Carrasco, quien es diseñadora y adquirió estos muebles. “Es una propuesta interesante que se basa en lo natural con un trabajo contemporáneo”.

    El año pasado, este emprendedor de 30 años estudió una maestría en Arquitectura Sostenible en la Universidad de Bolonia, en Italia. Con esa formación reafirmó su convencimiento por el trabajo con la totora. Los beneficios del material, explica, es que crece en seis meses, es abundante, absorbente, durable y resistente a las polillas. “Los Uros llevan más de 500 años usando este material que les ha funcionado para edificar su cultura. Podemos seguir su ejemplo”.