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  • Con sus asesorías frenan el cierre de emprendimientos

    Cristina Márquez. (I)
    redaccion@revistalideres.ec

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    Con capacitaciones, asesorías técnicas y apoyo en diseño y planificación, los estudiantes y docentes de la carrera de Marketing de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo (Espoch) trabajan para evitar que más negocios cierren sus puertas debido a la pandemia del covid-19.

    Ellos participan en un estudio para entender cómo cambió el comportamiento de los consumidores con la aparición en el mundo del coronavirus. Además, diseñan nuevas técnicas para llegar al público a través del comercio digital y las redes sociales.

    Los beneficiarios son más de 86 emprendedores. Ellos recibieron un curso completo para poder ofrecer sus servicios y productos a través de las redes, crear una marca y mejorar la presentación y calidad de sus productos.

    Al menos 35 negocios que no tenían conocimiento del comercio digital se salvaron de ser liquidados debido a la intervención de los académicos.

    “Hemos aprendido mucho con la ayuda de los estudiantes y profesores de la Espoch. Hicimos fotografías de nuestras mercancías y ahora tenemos una página en Facebook”, dice Arcángel Valdiviezo, artesano de Riobamba.

    El asesoramiento a los emprendimientos surgió como un proyecto de vinculación a la colectividad en el 2017. Desde entonces al menos 120 emprendimientos han participado de las capacitaciones.

    En marzo pasado, cuando se decretó en el país la emergencia sanitaria, el programa tomó una nueva dirección y se enfocó en ayudar a los emprendedores que tenían un conocimiento nulo del mercadeo a través de la web.

    “Vimos que los emprendedores estaban muy limitados, especialmente aquellos que dependían de la venta directa de sus productos, por eso decidimos ayudar”, cuenta Carlos Delgado, director de la carrera de Marketing.

    Los 35 docentes de la carrera se sumaron al proyecto. Ellos acompañaron a los estudiantes de los sextos, séptimos y octavos semestres en las asesorías técnicas para los emprendedores.

    El proyecto se denomina Incubadora de Marketing Digital. Los estudiantes ayudan a los propietarios de los negocios a diseñar su marca, mejorar su presentación y publicitar sus productos.

    Los estudiantes trabajan en los proyectos en sus tiempos libres. A más de asesorar a los emprendedores también deben cumplir con sus obligaciones académicas
    y clases virtuales.

    El proceso de asesoramiento se inicia con capacitaciones sobre administración de empresas, contabilidad y tributación, ventas y logística, computación básica y manejo de marcas en las redes sociales. Luego los alumnos diseñan las marcas y logotipos para que los negocios puedan ofrecer sus productos en la web.

    Los estudiantes obtienen certificados y experiencia profesional por su trabajo con los negocios. “Las empresas grandes tienen recursos para sobrevivir a la pandemia, pero los pequeños no. El objetivo es contribuir con nuestras investigaciones y conocimientos técnicos a la reactivación económica”, afirma Delgado.

    Para el 2021, los docentes esperan concluir la primera fase de la investigación sobre los cambios que dejó la pandemia. Los resultados del estudio les permitirán ampliar el proyecto de ayuda a los emprendedores de Riobamba.

    En febrero, antes de la pandemia, los estudiantes mostraron su trabajo con los negocios en una casa abierta. Foto: cortesía Espoch
    En febrero, antes de la pandemia, los estudiantes mostraron su trabajo con los negocios en una casa abierta. Foto: cortesía Espoch
  • Desde el aula dan batalla al virus

    Cristina Márquez. Redactora
    redaccion@revistalideres.ec

    Los laboratorios de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo (Espoch) se convirtieron en un sitio para la lucha contra el covid-19. Allí se manufactura alcohol y gel antiséptico que se entrega al Ministerio de Salud Pública, para prevenir nuevos contagios.

    Además, empezará a funcionar un nuevo laboratorio donde se procesarán entre 500 y 600 pruebas PCR al día. Este nuevo espacio agilitará los resultados de pacientes con sospecha de covid-19.

    “Cuando la pandemia empezó el alcohol escaseó y nos indignaba que la gente que trabaja en la primera línea de lucha contra el covid-19 estuviera expuesta, así que decidimos ofrecer nuestro contingente”, cuenta Benjamín Román, docente de la carrera de Bioquímica y Farmacia. Él también es el responsable del equipo de investigación de la Espoch que le hará frente al coronavirus.

    Él y otros 11 docentes de esa carrera hicieron una colecta para comprar las materias primas necesarias para fabricar alcohol en gel. Invirtieron USD 2 000 y trabajaron en los laboratorios de la Facultad de Ciencias.

    Su primera entrega, 750 litros de gel antiséptico, se distribuyó en los centros de salud y hospitales de Chimborazo. La iniciativa fue reconocida por las autoridades locales y además ganó un concurso nacional convocado por la Agencia de Innovación Hub Centro.

    El proyecto de la Espoch fue escogido entre 30 iniciativas presentadas por varias universidades del país. Con los USD 10 000 los docentes financiaron los insumos para manufacturar 350 galones de gel antiséptico, 1 700 protectores faciales y 42 cápsulas de bioseguridad para la atención a pacientes con coronavirus.

    Ahora los docentes trabajan en la transformación del alcohol etílico decomisado en operativos liderados por la Gobernación de Chimborazo, en alcohol antiséptico de alta calidad.
    “El proceso es riguroso y complejo, pero el objetivo es aprovechar un material que iba a ser desechado”, afirma Román.

    El alcohol artesanal, hecho a base de caña de azúcar, se vendía ilegalmente en tiendas y cantinas. La Intendencia de Policía decomisó 500 litros durante la pandemia.

    En los laboratorios de la Escuela de Bioquímica ese licor se destila para incrementar su concentración. Luego se añade alcanfor para eliminar el olor.

    Otro proyecto consiste en la elaboración de respiradores artificiales de bajo costo. El diseño del prototipo ya está en la fase final, y una vez que sea aprobado por la Agencia de Regulación y Control Sanitario, se donará a los hospitales de Riobamba.

    Para la elaboración del respirador artificial los docentes de la Facultad de Ingeniería Electrónica se contactaron con Oxygen, una comunidad europea que ya contaba con un prototipo validado.

    “Oxygen liberó para nosotros los planos del respirador que ellos diseñaron. El proyecto original está hecho con componentes bastante básicos, nosotros lo mejoramos y lo adaptamos a las necesidades locales”, cuenta Diego Ñacato, docente investigador.

    Él y otros cinco profesores de las Facultades de Electrónica y Salud Pública trabajaron durante dos meses en el desarrollo del respirador artificial, que cuenta con componentes mecánicos y electrónicos.

    A diferencia del diseño original este dispositivo tiene una pantalla Led que muestra el número de revoluciones, la saturación de oxígeno, emite alarmas y cuenta con un sistema de respaldo de baterías en caso de un fallo eléctrico.

    Para desarrollarlo, los investigadores pidieron el apoyo de los médicos de la Unidad de Cuidados Intensivos del IESS y del Hospital General de Riobamba.

    “El respirador no iguala a un equipo médico de cuidados intensivos, pero es apto y muy efectivo para pacientes de cuidados intermedios y lo que hace es prevenir que un paciente tenga que ingresar a la UCI”, afirma Ñacato.

    Un grupo de docentes de la Espoch transforma el alcohol etílico decomisado en un producto de gel sanitizante. Foto: Foto: Cristina Márquez/ LÍDERES
    Un grupo de docentes de la Espoch transforma el alcohol etílico decomisado en un producto de gel sanitizante. Foto: Foto: Cristina Márquez/ LÍDERES
  • Prótesis robótica local de bajo costo

    Redacción Sierra Centro (I)redaccion@revistalideres.ec

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    La prótesis que diseñaron los docentes de la carrera de Mecánica de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo (Espoch) capta los estímulos eléctricos del cerebro y de los músculos para moverse. Es ergonómica, ligera, fácil de manipular y permite a las personas que perdieron sus extremidades superiores hacer gran parte de sus tareas cotidianas.

    La prótesis se fija en la parte externa del muñón del brazo. En la cabeza se colocan sensores que captan las señales electromiográficas que emite el cerebro y así el usuario puede mover los dedos de la mano artificial, para trasladar objetos y cumplir tareas como alimentarse y cepillarse el cabello.

    A diferencia de otras prótesis con funciones similares que ya están en el mercado, el diseño de los académicos riobambeños es menos costoso, por lo que es accesible para las familias de clase media y baja del país.

    Una prótesis con control de dedos puede costar entre USD 20 000 y 60 000 en el mercado, mientras que el valor estimado de la prótesis de la Espoch es de USD 3 000. El bajo costo se debe la naturaleza de ayuda social del proyecto de estos académicos.

    El prototipo es el resultado de una investigación que se inició en el 2015. En un inicio el equipo de docentes se reunió para diseñar un guante de seguridad para trabajos de alto riesgo.

    La idea era proporcionar a los técnicos una especie de mano robótica que se guiara con los movimientos de un guante para manipular de forma segura químicos u otros productos que representan un riesgo para el trabajador. Ese proyecto se presentó en un grupo nacional de investigación de biotecnología.

    Ese grupo está integrado por investigadores de varias academias del país. Allí les recomendaron probar su invención con personas que perdieron alguna de sus extremidades y aprovechar el reflejo de ‘miembro fantasma’, para orientar su estudio al diseño de una prótesis para personas con discapacidad.

    Los estudios previos les tomaron cerca de siete meses. Al equipo se incorporaron especialistas en automatización, electrónica, mecánica, diseño, seguridad y administración de empresas. Ellos estudiaron cada detalle del movimiento de la mano y las necesidades de una persona que perdió una extremidad.

    La investigación previa fue minuciosa. Los docentes, incluso, tuvieron que familiarizarse con términos médicos y aprender más de la anatomía humana.

    El brazo robótico para seguridad industrial que diseñaron en un inicio evolucionó hasta convertirse en una prótesis autónoma. Para el 2017 ya habían hecho cerca de 12 prototipos.
    Ese mismo año se empezó una nueva fase de la investigación cuando los docentes recibieron la llamada de Patricia, una joven de 22 años que perdió su brazo derecho en un accidente. Es la primera usuaria del diseño de la Espoch.

    Para colocarle la prótesis, los especialistas tuvieron que hacer nuevos cálculos y una evaluación ergonómica completa. “Hicimos modelos en 3D y varias pruebas de un sistema de control que tiene que calibrarse constantemente a medida que los músculos del brazo se adaptan”, cuenta Juan Carlos Cayán, uno de los investigadores.

    El diseño de la prótesis les acercó a la realidad que viven las personas con discapacidad, por lo que el grupo de investigación también trabaja en el diseño de otros artefactos como caminadoras especiales para pacientes con paraplejia, vehículos para personas con inmovilidad de sus extremidades inferiores, entre otros.

    Los docentes lograron publicar cuatro artículos científicos y asesorar más de una decena de tesis estudiantiles que se hicieron sobre prótesis robóticas. 

    Eduardo García, Carlos Santillán, Jhonny Orozco y Juan Carlos Cayán son parte del equipo de investigación. Cristina Márquez / LÍDERES
    Eduardo García, Carlos Santillán, Jhonny Orozco y Juan Carlos Cayán son parte del equipo de investigación. Cristina Márquez / LÍDERES
  • La ganadería sostenible es el lema de su hacienda

    Cristina Marquez

    (I)
    redaccion@revistalideres.ec

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    Las 156 hectáreas (ha) de bosques nativos que se siembran en Monte Carmelo compensan las emisiones de carbono generadas por la actividad ganadera. El compromiso ambiental de los dueños de la hacienda, ubicada en el cantón Guano, en Chimborazo, les llevó a obtener un certificado por emisión neutra de carbono.

    La certificación se entregó hace dos semanas junto a los técnicos de Toni, empresa que adquiere los más de 2 000 litros de leche que se producen diariamente en la hacienda. La industria productora de alimentos también respaldó el proceso de certificación; como empresa aspira respaldar la acreditación de dos haciendas ganaderas cada año.

    En los bosques nativos hay árboles de yagual, quishuar, acacias moradas y cepillos. Estas especies atrapan el nitrógeno y hacen que permanezca en el suelo.

    Además, hay ocho reservorios de agua y lagunas artificiales en las que se almacena el agua de las lluvias. La técnica se conoce como ‘siembra de agua’.

    “Hemos notado que a medida que cuidamos de nuestros bosques, las precipitaciones aumentan y tenemos más líquido vital en este sector”, cuenta Javier Zúñiga, administrador de la hacienda Monte Carmelo.

    Él se encuentra al frente de la propiedad desde el 2012, tras obtener su título como administrador de haciendas en el Lakeshore Technicall College, en Wisconsin
    (EE.UU. ).

    Cuenta que el compromiso ambiental se inició con su abuelo, Gerardo Zúñiga. Él adquirió la propiedad de 488 ha en 1979, y la convirtió en una hacienda de tipo agrícola.

    Simultáneamente, este productor empezó a sembrar un bosque de plantas nativas. “Él me enseñó a pensar en las generaciones futuras, por eso protegemos los páramos”, manifiesta Javier, de 42 años.

    En 1996, la familia decidió cambiar de la agricultura a la ganadería. Invirtieron unos USD 85 000 en la adquisición de animales de raza brown swiss y en la construcción de un galpón para ordeño que se ha ido modernizando con el paso del tiempo.

    Además, para garantizar la ganadería sostenible, Javier implementó técnicas de regadío y control de pastos amigables con el ambiente que no requieren electricidad ni uso de combustibles; funcionan por gravedad.

    El monitoreo de pastos, por ejemplo, se hace con un sistema satelital que informa la cantidad de materia seca en los potreros. Así deciden los mejores espacios para alimentar al ganado.

    Las vacas están separadas de acuerdo a sus edades en grupos homogéneos. Ellas se crían con normas de bienestar animal para asegurar leche de alta calidad.

    Javier Zúñiga es el administrador de Monte Carmelo. En la hacienda se producen más de 2000 litros de leche cada día. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Javier Zúñiga es el administrador de Monte Carmelo. En la hacienda se producen más de 2000 litros de leche cada día. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Ellos incursionan en el turismo y las artesanías

    Cristina Márquez (F) 
    Contenido intercultural

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    Un museo que recrea las viviendas tradicionales indígenas y el estilo de vida en Nizag, una comunidad de Alausí, situada al sur de Chimborazo, es uno de los puntos de interés en la estación del tren de Sibambe. Allí, una asociación de jóvenes y mujeres de todas las edades inició un emprendimiento grupal.

    Los comuneros acompañan a los turistas que llegan los miércoles y fines de semana en la ruta Nariz del Diablo. Ellos les reciben con bailes autóctonos y luego ofertan sus productos artesanales como bolsos, prendas de vestir, pan recién horneado, jugo de caña extraído en trapiche, entre otros.

    Tres emprendimientos forman parte de la oferta de la asociación integrada por 32 familias de Nizag. Esa comunidad está situada a 20 minutos de la estación del tren y desde allí se puede ver cómo los vagones descienden en zigzag por la montaña.

    “El atractivo natural de nuestra comunidad y nuestras tradiciones que compartimos con los extranjeros son nuestras fortalezas. El proyecto recién empieza pero tenemos expectativas muy altas”, cuenta Ángel Fernández, un guía nativo y líder de los jóvenes.

    La gente de la comunidad edificó en enero del año pasado el museo, utilizando técnicas ancestrales de construcción. Las paredes están hechas con bloques de barro cocido y el techo tiene un recubrimiento de esteras de caña.

    Dos guías nativos, quienes visten sus atuendos originarios explican a los visitantes sobre sus costumbres y modo de vida. El recorrido no tiene costo pero es el ‘enganche’ para que los viajeros compren sus recuerdos en los emprendimientos.

    En el primer piso del museo Juana Mendoza y otras tres mujeres extraen jugo de caña en un antiguo trapiche. Además ofertan chawarmishky, una bebida que se obtiene del penco morado que crece silvestre en esa zona.

    “Hemos aprendido mucho de nuestra propia cultura al difundirla a otras personas. Algunos conocimientos ya se estaban perdiendo”, dice Mendoza.

    Las mujeres no invirtieron dinero en el emprendimiento, pero sí trabajaron durante varias semanas para cosechar cañas de alta calidad y movilizaron el pesado trapiche de más de 80 años de antigüedad que estaba almacenado en una vivienda de la comunidad.

    En la segunda planta están instaladas las mujeres de la Asociación de Artesanas de Nizag. Ellas manufacturan bolsos de diversos estilos y decoraciones para el hogar que se venden como souvenirs.

    La materia prima de las artesanías son las fibras de cabuya, que también se obtienen de los pencos. Las mujeres tejen los hilos hasta formar textiles muy resistentes.

    “Toda la vida hemos tejido; nos enseñaron nuestras madres y abuelas. Pero esta es la primera vez que vendemos nuestras artesanías a los visitantes. Queremos mejorar nuestra situación económica”, dice Paulina Vacacela, una de las artesanas.

    En esa misma planta está el tercer emprendimiento comunitario: la venta de pan de dulce recién horneado. Tres mujeres se organizaron para iniciar el pequeño negocio, ellas invirtieron USD 35 en la compra de los ingredientes para la preparación.

    El pan de dulce en horno de leña es una de las recetas icónicas de la comunidad. Se comercializan porciones de USD 1.

    Los datos

    El proyecto de turismo comunitario lo impulsó Ferrocarriles del Ecuador Empresa Pública (EP); 32 familias de Nizag se benefician directamente de los emprendimientos.

    Entre USD 15 y 40 cuestan los bolsos tejidos con fibras de cabuya. El precio depende de los detalles del tejido y la finura de las puntadas.

    1 500 turistas llegan en promedio a la Nariz del Diablo cada semana.

    Ángel Fernández, guía nativo de la comunidad, acompaña a los turistas del tren en un recorrido por el museo. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
    Ángel Fernández, guía nativo de la comunidad, acompaña a los turistas del tren en un recorrido por el museo. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
  • Las truchas, la nueva opción de los agricultores

    Cristina Marquez

    Redactora (I)

    Los proyectos piscícolas se incrementaron en el 2018 en Chimborazo. La abundancia de agua sin contaminación en los páramos y la buena acogida de las truchas en el mercado son las razones que motivaron a más campesinos a cambiar sus actividades agrícolas por la crianza de truchas.

    En esa provincia, situada en el centro del país, más de 200 familias recibieron ayuda del Gobierno Provincial para iniciar sus emprendimientos piscícolas, y se calcula que hay al menos otros 67 proyectos independientes.

    “En el 2014, cuando empezamos a fomentar la piscicultura, solo teníamos siete emprendimientos familiares y comunitarios. Pero cada vez han llegado más interesados a solicitar apoyo”, explica Ana María Pilamunga, técnica de la unidad de Fomento Productivo.

    Ella cuenta que los habitantes de las comunidades encontraron en la abundancia de agua una oportunidad para emprender. De hecho, el requisito más importante para iniciar un criadero de truchas es contar con agua sin contaminación y que se capte de una corriente para que se oxigene constantemente.

    “Antes solo utilizábamos el agua de la vertiente para uso doméstico. Hoy tenemos tres piscinas de crianza”, cuenta Alfonso Yucailla.

    Él y su familia aprovecharon un espacio libre en el patio de su casa para construir tres piscinas. Invirtieron cerca de USD 900 en la compra de materiales para impermeabilizar el suelo; también recibieron ayuda del Gobierno Provincial, los técnicos les entregaron alevines y les capacitaron.

    “Aprendimos a cuidar a los peces, nos enseñaron cómo alimentarlos y las condiciones higiénicas de los tanques”, dice Yucailla.

    Humberto Yucailla trabaja con cuatro miembros de su  familia. Tiene cuatro tanques de truchas y comercializa 50 kilos a la semana.
    Humberto Yucailla trabaja con cuatro miembros de su familia. Tiene cuatro tanques de truchas y comercializa 50 kilos a la semana. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES

    Los cinco miembros de su familia se integraron al emprendimiento. Sus hijos incluso se turnan para cuidar de los peces y luego venderlos, así evitaron migrar de su comunidad El Retorno Las Palmas, en Pallatanga.

    La familia comercializa 30 kilos de truchas cada semana y casi no necesitan salir de su casa para vender los peces. Los compradores más frecuentes son los propietarios de restaurantes y turistas que llegan desde Guayaquil, Bucay, Pallatanga y Riobamba.

    “Algunos disfrutan de la pesca recreativa y vienen para pescar sus propios peces. Por eso soñamos con tener un espacio turístico, cabañas y un restaurante”, dice Humberto Yucailla, otro emprendedor de Pallatanga.

    Pilamunga explica que la demanda de la trucha está insatisfecha en el mercado local, por lo que es un producto de alta rentabilidad. Otra potencialidad es el tiempo de ‘cosecha’ de los peces. La variedad de truchas que prueban los emprendedores es nativa de la zona andina y se cosecha entre los seis y siete meses.

    “Es como un cultivo de ciclo corto. En los climas más cálidos, suele estar lista hasta en cinco meses”, dice Humberto Yucailla.

    Cada emprendimiento busca distinguirse. En Rumipamba funciona un negocio comunitario, allí los socios reemplazaron el balanceado por alimentos orgánicos para las truchas.

    “Utilizamos exclusivamente zanahoria rallada y verde troceado. Así les ofrecemos a nuestros compradores un pescado totalmente natural, la carne tiene un sabor único”, dice Alfredo Sagñay, presidente de la comunidad.

    Allí habitan 142 familias que dependen de la agricultura y la ganadería para subsistir. En el 2013 decidieron alternar sus actividades con la piscicultura.

    “Cuando empezamos no teníamos mercado para vender las truchas. Tampoco sabíamos cómo cuidarlas apropiadamente, pero en los últimos cinco años el negocio se ha incrementado. Ahora los clientes incluso nos buscan en la comunidad”, cuenta Sagñay.

    Uno de los mercados predilectos para los productores de truchas son las ferias artesanales que se organizan cada viernes en los exteriores del Gobierno Provincial. Los emprendedores se turnan para acudir, y casa semana se comercializan entre 60 y 70 kilos de truchas. Cada kilogramo se vende por USD 5.

    Los emprendimientos de truchas están en 12 comunidades de Riobamba, Pallatanga, Guamote, Colta y Alausí, la mayoría está en las zonas altas. La piscicultura se considera una actividad amigable con los páramos.

    Ana María Pilamunga, técnica del Gobierno Provincial de Chimborazo, supervisa el criadero de la familia Yucailla, en la comunidad El Retorno Las Palmas, en Pallatanga.
    Ana María Pilamunga, técnica del Gobierno Provincial de Chimborazo, supervisa el criadero de la familia Yucailla, en la comunidad El Retorno Las Palmas, en Pallatanga. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Educar al sector indígena es su objetivo

    Cristina Marquez

    Redactora (F – Contenido Intercultural)

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    Un cálido saludo en kichwa abre el espacio de entrevistas todas las noches, a las 20:00. Carmen Atupaña, quien viste una blusa bordada, un rebozo sujeto con un tupu y collares abultados, prendas del atuendo tradicional de la cultura Puruhá, sonríe y presenta a sus invitados.

    Cada día se abordan diferentes temas, pero todos se relacionan con noticias de interés para el sector indígena de Chimborazo. Su programa, al igual que otras producciones de Puruwa TV, están hechos totalmente en kichwa.

    El medio comunitario le pertenece a la Fundación para el Desarrollo del Indígena de Chimborazo, una agrupación integrada por 12 socios que buscan mejorar la calidad de vida de los habitantes de las comunidades. Ellos promueven especialmente proyectos educativos.

    “Necesitábamos una forma de legar a las comunidades en horarios accesibles. Hicimos un estudio y notamos que la gente que migró a las ciudades estaba olvidando su lengua nativa, mientras que la gente del campo necesitaba educación complementaria, así surgió la idea de contar con un canal propio”, explica Fernando Atupaña, gerente de Puruwa TV.

    El proyecto surgió en el 2005. En esa época no había espacios interculturales en los medios de comunicación. Tampoco había canales de televisión con contenidos diseñados para la audiencia indígena de la provincia.

    “No teníamos oportunidad de ser comunicadores. La gente no se sentía identificada con lo que miraba en los canales locales”, recuerda Carmen, quien se formó como radiodifusora.

    Obtener la frecuencia para el canal de televisión fue todo un desafío. La primera vez que concursaron invirtieron USD 1 500 en un estudio técnico, pero Arcotel les negó la concesión porque no tenían la solvencia económica requerida para sostener el canal.

    La frecuencia la obtuvieron cerca de 11 años después. “Incluimos en nuestra solicitud la intención de educar a la gente con nuestro programas y eso nos ayudó a ganar”, cuenta Atupaña.

    Los socios invirtieron cerca de USD 200 000 en la adquisición de equipos como transmisores, antenas, cámaras, monitores y otros implementos que fueron importados desde Estados Unidos.

    “Teníamos personal listo para colaborar en el canal. Muchos jóvenes indígenas estaban capacitados y tenían experiencia en medios. Eso fue una fortaleza”, cuenta César Mendoza, director de programación.

    El viernes pasado el canal cumplió su primer año al aire. En la foto Fernando y Carmen Atupaña con su equipo.
    El viernes pasado el canal cumplió su primer año al aire. En la foto Fernando y Carmen Atupaña con su equipo. Foto: Glenda Giacometti / Líderes
  • La quinua, ingrediente clave de esta ‘start up’

    Redacción Quito

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    La quinua que se siembra y se cosecha en Chimborazo tiene un significado especial para Alejandro Lalama. Este riobambeño, que actualmente vive en Estados Unidos, creció en el centro del Ecuador rodeado de plantaciones de quinua, uno de los superalimentos que tienen cada vez más demanda a escala internacional.

    Lalama cuenta, en una entrevista realizada por WhatsApp, que desde su adolescencia tuvo la idea de salir del país y estudiar en el extranjero. “Era un sueño que estoy cumpliendo”.

    Al obtener su título de bachiller, en el 2012, Lalama vio que era tiempo de cumplir su meta. Este emprendedor fue parte de un programa de intercambio estudiantil que lo llevó al estado de Minnesota, en Estados Unidos. Lalama se radicó en una pequeña población, con no más de 3 000 habitantes. Allí se dedicó a estudiar y a perfeccionar el inglés.

    Con la confianza adquirida en un año de intercambio, este ecuatoriano se trazó nuevas metas. Fue así que con el apoyo de sus ‘padres’ de intercambio aplicó para estudiar la universidad. Obtuvo una beca que cubría el 80% de su colegiatura y se inscribió en la Universidad Gustavus Adolphus, en Minnesota.

    “Empecé estudiando Economía Gerencial Internacional porque siempre me gustaron la economía y los negocios. Allí vi que las oportunidades están cerca y que debía aprovecharlas”, cuenta Lalama. Este joven riobambeño también estudió Ciencias Políticas y Estudios Económicos Latinoamericanos. Esos conocimientos son parte de sus fortalezas hoy en día.

    Mientras estudiaba, Lalama no olvidaba la quinua que lo rodeó en su infancia. Esa idea y los conocimientos adquiridos en la universidad dieron paso a una ‘start up’. Lalama desarrolló una barra energética a base de quinua, que hoy se vende por canales electrónicos. “Es un emprendimiento social y empresarial. Ayudo a comunidades indígenas y hago negocios, al mismo tiempo”.

    Así surgió Capakñan, que juega con las palabras qhapaq ñan, que en quichua significan ‘camino del Inca’. “Creo que los caminos sirven para conectar y construir”, dice Lalama con emoción al recordar el trayecto que lleva recorrido como emprendedor.

    La idea de las barras energéticas nació hace algo más de tres años y se concretó hace dos. En el proceso, Lalama fue sumando actores que aportan con el crecimiento de esta idea.

    Este superalimento se adquiere a dos organizaciones indígenas productoras de quinua que trabajan en Chimborazo. Una entidad no gubernamental es el puente entre Lalama y los productores de este alimento andino.

    A Lalama también le interesa la parte social, por eso cuenta que con los agricultores de la Sierra Centro con los que trabaja existe un acuerdo en cuanto a la calidad y al precio. Ellos entregan entre 50 y 60 kilos cada mes, según los pedidos que tenga este emprendimiento.

    Las barras energéticas se elaboran en Riobamba en una planta de alimentos que contrata Lalama. “Todo se hace en Ecuador, solo la distribución es en línea en Estados Unidos. Es una ‘start up’ de distribución en la que aplico lo aprendido en la universidad”.

    La iniciativa que lidera Lalama tuvo una suerte de proceso de incubación en la universidad. En un concurso de emprendedores obtuvo el primer puesto. Luego el ecuatoriano representó a la Universidad Gustavus Adolphus a nivel estatal y obtuvo el segundo puesto…

    ¿Cuáles son los avances más recientes de Capakñan? “Ya contactamos con una empresa en Atlanta que se va a encargar de la distribución del producto y en el momento estoy hablando con un grupo de inversionista aquí en Estados Unidos”.

    Según este emprendedor ecuatoriano, la inversión hasta el momento no ha sido tanta. “Lo más importante ha sido el tiempo”.

    Alejandro Lalama (izquierda) es el fundador de este emprendimiento que elabora barras energéticas con quinua. Foto: Cortesía / LÍDERES
    Alejandro Lalama (izquierda) es el fundador de este emprendimiento que elabora barras energéticas con quinua. Foto: Cortesía / LÍDERES
  • La quinua, el cereal que empodera

    Agencia EFE

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    (F – Contenido intercultural)

    Diminuta en tamaño pero grande en nutrientes, la quinua ha sumado un nuevo valor a su lista de beneficios en una comunidad de Chimborazo, donde madres indígenas entrelazan el cuidado de sus hijos con la producción del ancestral cereal.

    Cerca de 300 mujeres de la zona de Palmira se dedican desde hace tres años a la siembra y producción de quinua, en el marco de varios proyectos que comenzaron hace ocho años con una inversión de la Cooperación Española de 9,5 millones de euros (USD 10,9 millones), y el acompañamiento de tres organizaciones no gubernamentales.

    Antes de desplazarse a las parcelas, en la comunidad de Nutiluisa, en la zona de Palmira, una docena de mujeres se levanta a las cuatro de la mañana para atender las labores del hogar y preparar a sus hijos para ir a la escuela.

    Ahí, Ana Lucía Cucuri, explica que la junta provincial y la Cooperación Española les prestaron “máquinas, volquetes y monocultores”, para que se ayuden en las tareas del campo.

    “Nos han dado talleres y cursos en donde nos enseñaron a producir abono natural y también a usar la maquinaria”, comenta la indígena, de mirada esperanzadora, contextura delgada y con su negro cabello recogido en trenzas.

    La Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), junto a las organizaciones no gubernamentales Maquita y Manos Unidas, desarrollaron el programa con enfoque de género, que promueve el trabajo de la mujer y les da las herramientas necesarias para que emprendan su labor.

    Sonriente, Cucuri tira con fuerza de la palanca para encender la máquina, mete la primera marcha y arranca a la preparación de la tierra para los cultivos al tiempo que, con humildad y entusiasmo, alienta a que más gente se una al grupo de trabajo.

    Esta mujer productora del cereal ancestral se unió al proyecto hace un año y, conjuntamente con un equipo de veinte personas, aporta a la comunidad con la elaboración del abono para el cultivo.

    Pese a que el trabajo es fuerte y el clima frío, las mujeres mantienen su vestimenta distintiva: una falda con corte por debajo de la rodilla, zapatos o alpargatas, poncho de diferentes colores y sombreros blancos con listones negros, que las diferencia de las demás comunidades indígenas de Ecuador.

    La semana pasada, en una ceremonia de agradecimiento a las organizaciones que las han apoyado, una banda del pueblo integrada por niños y jóvenes de la zona entonaron melodías alegres que hicieron bailar a todos, en medio de una fiesta con comida típica y el disfrute de la bebida tradicional de los Andes ecuatorianos: la “chicha”, hecha a base de un fermento de maíz.

    En esa ceremonia, se escenificó una jornada de trabajo con abono para los cultivos de quinua, donde las mujeres esparcían el producto con palas y se ayudaban para empaquetarlo y apilarlo.

    Rafael García, coordinador general de la Cooperación Española, define a la ceremonia desarrollada en Palmira como un festejo de lo logrado en esas altas tierras de los Andes ecuatorianos.

    Según Maquita, el árido suelo del sector fue habilitado para la siembra con el intenso tratamiento de fertilización que las mujeres realizaron durante tres meses.

    Miguel Marcatoma, presidente de la parroquia donde se desarrollaron los proyectos, comenta que “ha sido un trabajo difícil y complejo porque la zona era desértica”, pero ahora lo visualiza como “un sueño hecho realidad”.

    El dirigente parroquial añade que los residentes de la zona están agradecidos por la ayuda y la iniciativa del Gobierno español que benefició a 326 familias en esa parroquia donde más de 400 hectáreas desérticas cuentan ahora con sistemas de riego, cultivo y producción. Ello porque la Cooperación Española en coordinación con Manos Unidas y Maquita aplicaron tecnologías de mecanización en esa zona para mejorar el sistema productivo de la quinua.

    Las mujeres agricultoras trabajan en el sector de Palmira, en Chimborazo. Allí están cerca de sus familias.
    Las mujeres agricultoras trabajan en el sector de Palmira, en Chimborazo. Allí están cerca de sus familias. Foto: EFE
  • La siembra de trigo toma impulso en Chimborazo

    Cristina Marquez

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    Los campos de Alausí lucen dorados en esta temporada del año. Entre julio y agosto las cerca de 1 000 hectáreas de trigo que sembraron unas 2 000 familias de las 10 parroquias de ese cantón, situado al sur de Chimborazo, están listas para la cosecha.

    Alausí tiene la mayor cantidad de hectáreas sembradas con ese cereal en la provincia; le siguen Chunchi y Guamote. Chimborazo, a su vez, es la primera productora de trigo a escala nacional.

    Esa provincia abastece el 0,98% de la demanda nacional de trigo; entre Imbabura, Carchi, Loja y Cañar abastecen el 1,02%. El 98% restante se importa desde Canadá, Chile y Argentina.

    “El trigo es una de las materias primas que más requiere la industria. Se destina para la fabricación de harina, que es uno de los alimentos que más se consume en el país. Sin embargo, a pesar de que la demanda se incrementó, el número de productores ha estado disminuyendo”, cuenta Danilo Basantes, director provincial del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) en Chimborazo.

    Algunas de las razones por las que los agricultores dejaron de sembrar trigo tienen que ver con los bajos precios que se pagaban en el mercado. Además, debido a un fuerte movimiento migratorio, escaseó la mano de obra.

    “Los jóvenes ya no quieren cultivar. Casi todos migraron a las ciudades a estudiar y ahora buscan trabajo en otras áreas. La agricultura ya no les interesa”, comenta Julio Sánchez, de la comunidad Guñac, en Alausí.

    Él, al igual que otros 26 agricultores de la zona, siembra trigo desde hace más de 30 años. Antes habían más productores, pero muchos abandonaron sus tierras por migrar a otros países.

    Según una investigación que hizo el MAG, la edad promedio de los agricultores es de 55 años y los jóvenes no demuestran continuidad con el oficio de sus padres.

    “Esa realidad nos motivó a diseñar una estrategia para motivar a la gente a volver a sembrar trigo. Se aplica con un enfoque de cadena productiva”, dice Basantes.

    El MAG se alió con la organización no gubernamental Codespa y a los gobiernos municipales para emprender la campaña. La ayuda consiste en capacitar y asesorar a los productores para que obtengan un mejor rendimiento en sus cultivos y prueben variedades idóneas para la industria panificadora – el pan es el alimento que más consumen los ecuatorianos – , pues las que actualmente se siembran (Vivar y Cojitambo), aún no cumplen con los parámetros de humedad, impureza y peso electrolítico que demandan las empresas molineras.

    “Estamos haciendo varias pruebas de campo para encontrar las variedades más aptas para esta zona”, explica Fabián Cerón, técnico del MAG para Alausí y Chunchi.

    La estrategia para impulsar la siembra del trigo se inició hace cuatro años y ya se miran los primeros resultados. En el 2014 se producía 0,6 toneladas de trigo en cada hectárea de terreno (t/ha); para el 2017 el promedio de producción se incrementó a 1,5 t/ha, aunque en algunos sitios el rendimiento fue de hasta 3 t/ha.

    Otro punto fuerte de la estrategia es la ayuda en la comercialización. En Gonzol, Chunchi, se construye un centro de acopio que entrará en funcionamiento en agosto, cuando se da la mayor cantidad de cosechas.

    Desde allí se distribuirá la totalidad de trigo acopiado al país. El MAG ya negocia la venta del cereal a las principales industrias molineras y, en ese proceso, se cuenta con el respaldo de los técnicos de la ONG Codespa.

    “Hemos logrado acuerdos muy importantes. Hay compañías que ya cuentan con planes de responsabilidad social que incluyen el apoyo a los pequeños productores, como Moderna Alimentos”, dice Freddy Costales, coordinador de Codepsa en Chimborazo.

    Los agricultores también reciben capacitaciones para aprender a manejar registros contables básicos y la visita constante de técnicos que revisan sus cultivos. Además, recibieron kits de fertilizantes y semillas certificadas.

    El acceso a microcréditos también es parte del plan. Hay instituciones aliadas como la Cooperativa Fernando Daquilema que ofrece créditos de fácil acceso, con intereses bajos.
    “El campo está tomando un nuevo impulso. Ahora ya no sólo pensamos en no dejar de producir trigo, sino en producir trigo de la mejor calidad para que el precio en el mercado se incremente”, dice Manuel Apulema.

    En Alausí, algunos trabajadores recogen el  cereal de manera artesanal. Es el cantón en el que más se produce a escala nacional. Durante la época de verano es cuando se hace la cosecha. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    En Alausí, algunos trabajadores recogen el cereal de manera artesanal. Es el cantón en el que más se produce a escala nacional. Durante la época de verano es cuando se hace la cosecha. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES