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  • Promueve el sentido cooperativo entre la población indígena

    Cristina Marquez

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    La pobreza, los abusos de los chulqueros y la segregación que vivían los migrantes de las comunidades indígenas en las ciudades marcaron la juventud de Pedro Khipo. Él se propuso desde temprana edad reivindicar a su gente y promover un mecanismo de desarrollo comunitario.

    Khipo es el fundador y gerente de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Fernando Daquilema, una entidad que agrupa a 93 000 socios, la mayoría migrantes. Esta institución tiene una amplia oferta de productos financieros, algunos de ellos, desarrollados especialmente para las personas que trabajan en los mercados.

    Según un estudio que realizó la cooperativa, en estos sitios se concentra gran parte de la población que salió de las comunidades. Ellos se convirtieron en presa fácil de los prestamistas ilegales, quienes cobraban sus deudas hasta con un 20% de interés.

    Para ellos se desarrolló el Daquimóvil, un servicio que les permite hacer depósitos y pagar sus créditos en sus puestos de trabajo. La idea es ofrecer las facilidades que la gente requiere para ahorrar u obtener microcréditos para impulsar sus emprendimientos.

    Ese servicio llegó a más de 20 000 familias y recaudó cerca de USD 81 millones en el 2017. Es la estrategia más eficaz para combatir la presencia de los chulqueros, “Estudiamos cómo actuaban los chulqueros, madrugábamos para ver qué hacían, a qué hora estaban ahí y porqué sus servicios tenían acogida. Notamos que el horario de trabajo de las personas les impedía acudir a una entidad financiera. Además, según los parámetros bancarios, no calificaban para los créditos y eso los volvía vulnerables a los préstamos ilegales”, cuenta Khipo.

    Los servicios de la cooperativa se inspiran en la realidad que Khipo conoció en su juventud. La migración dejó vacíos los pequeños poblados de Cacha, parroquia de Chimborazo. De los casi 12 000 habitantes solo quedaban 3 000 para el año 2005, cuando la entidad empezó a operar.

    Es que la tierra de esa parroquia ya no era productiva, estaba erosionada y no había agua. La manufactura de prendas de vestir, que era la principal actividad económica, decayó debido a la aparición de industrias textiles. La migración se volvió la única opción para los padres de familia.

    Khipo sólo tenía 18 años cuando se involucró en la Federación de Cabildos del Pueblo Puruhá Cacha, donde surgió la idea de asociarse para apoyar el desarrollo conjunto. Pero los primeros intentos de la organización fallaron debido a la falta de conocimiento.

    Los confusos estados de cuenta y los conflictos que surgían en las reuniones, cuando no se entendían los informes financieros de la organización, le incentivaron a estudiar contabilidad y auditoría .

    Al graduarse tomó las riendas de la iniciativa y con el apoyo de otros jóvenes, fundó la cooperativa. Luego se especializó en ingeniería comercial, en la Universidad Estatal de Bolívar.

    “Convencer a la gente de reunir un capital para apoyarnos todos y ser solidarios con los demás, fue la primera tarea. Eso no fue difícil porque en las comunidades hemos sido solidarios siempre, faltaba encaminar esos esfuerzos”.

    Luego surgió la necesidad de difundir la educación financiera en las familias, lograr que la gente empezara a ahorrar y que así accediera a microcréditos para emprender. Además, faltaba acompañamiento profesional a los emprendimientos que ya empezaban a surgir en las ciudades.

    Un 70% de la población de Cacha pertenece a la Iglesia Cristiana Evangélica, por lo que las capillas y centros de reuniones en las comunidades de la población indígena, se convirtieron en sitios clave para difundir la creación de una nueva cooperativa.

    “Las Iglesias se volvieron una fortaleza. Y debido a que nuestra cooperativa se formó con esos valores cristianos, rápidamente nos ganamos la confianza de la gente”.

    Uno de los desafíos que enfrentaron fue la falta de recursos humanos capacitados y con experiencia. Es que en esa época acceder a la educación en las comunidades también era complejo, no sólo por la falta de dinero y la distancia, sino también por la discriminación en las ciudades.

    Khipo recuerda que, para culminar sus estudios, tenía que caminar cerca de tres horas, todos los días, desde Cacha hasta el Instituto Intercultural Jaime Roldós. Su madre, María Pilco, elaboraba y vendía fajas; su padre Miguel Khipo trabajaba en los mercados como cargador.

    El pastor Manuel Huilcarema lo conoce desde su niñez. “Siempre fue una persona responsable y trabajadora. Desde muy joven él creía en la igualdad, en que no hubiera ni ricos ni pobres”.

    Los Datos

    Formación. Ingeniero en contabilidad y auditoría en la Espoch, e ingeniería comercial en la Universidad Estatal de Bolívar.

    Experiencia. Se inició como jefe del Registro Civil en su comunidad. Ha sido gerente de la Cooperativa por 13 años.

    Logros por su gestión, la cooperativa ascendió al puesto 27 en el ranking de la SEPS. Recibió varios galardones en el 2017.

    La empresa Agroalina abrió su planta de producción de alimentos a base de quinua en Tabacundo. Es una de las firmas que aprovechó los incentivos tributarios por estar fuera de Quito. Foto: Archivo / LÍDERES
    La empresa Agroalina abrió su planta de producción de alimentos a base de quinua en Tabacundo. Es una de las firmas que aprovechó los incentivos tributarios por estar fuera de Quito. Foto: Archivo / LÍDERES
  • Puruhaes Discobar ofertan diversión al sector indígena

    Cristina Marquez

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    Un sitio para que los jóvenes de diferentes nacionalidades indígenas se diviertan y se sientan identificados es Puruhaes Discobar. En esa discoteca se organizan cada semana shows en vivo protagonizados por artistas locales. Además, se programa música nacional y otros géneros de moda en las comunidades de Chimborazo.

    El establecimiento está ubicado al noreste de Riobamba, en la vía a Tierra Nueva. Cuando llega el fin de semana, centenares de jóvenes que lucen sus atuendos originarios hacen cola para ingresar.

    “Siempre traemos los artistas que más les gustan a los jóvenes, los que son un hit en las redes sociales”, cuenta Efraín Mullo, propietario del establecimiento.

    Esta semana, por ejemplo, se presentarán Marquitos Pullay, Sara Ñusta y Milú, tres músicos chimboracenses con miles de seguidores en sus redes sociales. Otros músicos como Nelly Jeaneth, Édison Pingos y Proyecto Coraza, también se presentan frecuentemente en la discoteca.

    El emprendimiento surgió, precisamente, para dar espacio a los artistas indígenas de la provincia. Ahora, el establecimiento es una de las principales vitrinas para difundir la música nacional.

    “En Riobamba no hay discotecas que nos admitan vistiendo nuestros trajes originarios, porque se reservan el derecho de admisión. Los jóvenes que deseaban bailar o acudir a un show tenían que vestirse como mestizos para ingresar y eso es un atropello a nuestra cultura”, cuenta Iván Tenesaca, director de marketing.

    La discriminación en los sitios de diversión nocturna y la falta de shows pensados para el gusto del público indígena, fueron otras razones que animaron a Mullo a invertir unos USD 15 000 en la adecuación del lugar.

    Él adquirió la infraestructura de dos plantas. También decoró el sitio con el logotipo de la empresa que lleva una chumbi con bordados en tonos neón (faja indígena).

    La mayor inversión se hace en la contratación de artistas para los shows. “Aquí le damos espacio a todos . La idea es promocionarlos e incentivarlos a seguir produciendo música”, cuenta Mullo.

    La discoteca está abierta todas las semanas, desde el jueves a las 19:00. Pero los sábados son días dedicados a los conciertos y trabajan hasta las 02:00.

    Cuatro chicas trabajan en el bar y boletería. Ellas visten sus atuendos originarios y su trabajo adicional es hacer que los visitantes se sientan identificados y cómodos en el establecimiento.

    “En otros sitios, cuando caminamos con nuestra ropa, la gente siempre nos mira y señala.
    Queremos romper esos estigmas”, dice Jhoanna Morocho, quien es una de las empleadas del sitio.

    El emprendimiento se inició en noviembre del 2017. El primer desafío para la administración fue posicionar la marca y difundir el nuevo concepto de diversión con enfoque intercultural entre el público objetivo.

    En un inicio llegaban unas 200 personas los jueves y viernes, mientras que el sábado la afluencia se incrementaba ligeramente. Hoy unas 600 personas acuden entre semana y casi todos los sábados hay llenos totales. Llegan hasta 500 clientes.

    “Lo que me gusta de este sitio es que es bastante seguro y podemos sentirnos a gusto, porque disfrutamos la música y podemos vestir con orgullo nuestra ropa”, cuenta Fidel Guamán, un cliente.

    La discoteca está ubicada cerca a la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo, donde se educa una gran cantidad de migrantes indígenas de varias provincias. Ellos son parte de la clientela asidua del emprendimiento.

    La presencia de chicos de otras provincias también motivó a los organizadores a contactar a otros artistas que ya tienen fama en el país. Músicos de Imbabura, Bolívar, Cotopaxi y otras zonas también ofrecen conciertos.

    “Las presentaciones, usualmente, son frecuentes en las fiestas de pueblos y comunidades. Es importante contar con un espacio que difunde nuestra música permanentemente”, dice Tenesaca.

    El equipo de Puruháes Discobar viste el atuendo originario Puruhá.  El negocio se encuentra en Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    El equipo de Puruháes Discobar viste el atuendo originario Puruhá. El negocio se encuentra en Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • La tuna atrae a más agricultores

    Cristina Márquez (I) 
    redaccion@revistalideres.ec 

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    Producir tunas no requiere de una gran cantidad de agua ni terreno húmedo. Los sitios arenosos y desérticos de Guano, en el norte de Chimborazo, son ideales para la producción de esa fruta.

    La buena aceptación en el mercado local es otro factor que motiva cada vez a más agricultores que optaron por reemplazar la siembra de bosques madereros o maíz por tunas. En el mercado Mayorista de Riobamba, 100 frutas pueden llegar a costar entre USD 20 y USD 35, dependiendo de la temporada y la variedad.

    Las tunas blancas, rojas y amarillas, todas nativas de la región andina, tienen sabores distintos, pero comparten las mismas propiedades nutricionales.

    “Son excelentes para reducir el colesterol, además son un energético natural. Eso atrae a los deportistas y a todos quienes buscan cuidar su cuerpo”, cuenta Héctor Hernández, un agricultor de Guano.

    Él sembró siete hectáreas de las tres variedades de tunas. En la cosecha, que se da entre septiembre y julio, Hernández recoge 80 cajas cada semana y las vende a comerciantes minoristas; ellos, a su vez, las ofertan en las calles céntricas de Riobamba.

    Antes de la siembra de tunas, Hernández tenía un bosque de eucaliptos. Pero los ingresos bajos que generaba le animaron a invertir USD 30 000 de un préstamo en la preparación de su terreno para el novedoso cultivo.

    Elizabeth Torres es una de las mujeres que siembran y cosechan esta fruta para darle valor agregado. Foto:  Glenda Giacometti / LÍDERES
    Elizabeth Torres es una de las mujeres que siembran y cosechan esta fruta para darle valor agregado. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES

    “La gente las consume como golosinas. Notamos que antes no las compraban porque las cáscaras tienen espinos pequeños y es incómodo pelarlas, así que decidimos darles valor agregado y ofrecerlas ya listas para el consumo”, cuenta María Tene.

    Ella es una de las 32 mujeres dedicadas a la venta de frutas en Riobamba. Ellas dicen que la temporada de tunas sostiene su economía durante cuatro meses.

    “Es muy rentable y el mercado va en aumento”, opina María Agualsaca, otra comerciante.
    En las zonas secas de Guano y otras tres parroquias de ese cantón, ubicado a 10 minutos de Riobamba, hay 72 hectáreas sembradas con tunas. Antes tenían cultivo de maíz, pastos para el ganado y bosques madereros.

    “El problema de producir otros cultivos aquí es la calidad del suelo, que está erosionado porque años atrás la gente no cuidó del páramo”, cuenta Byron Lara, técnico del Ministerio de Agricultura y Ganadería de Chimborazo.

    Según él, el sobrepastoreo y el avance de la frontera agrícola a los 3 600 metros de altitud, causó daños en el suelo, por lo que producir otros vegetales es complicado. Pero el cultivo de tuna se adaptó fácilmente a las condiciones climáticas y a las sequías.

    Además, los nopales son plantas fáciles de manejar y no requieren de riego constante. “La forma y composición de las hojas permite que la planta conserve la poca agua que recibe”, dice Leonardo Márquez, ingeniero agrónomo.

    El único cuidado que requieren las plantas son podas periódicas para obtener frutas de mayor tamaño y calidad. Eso permite que los agricultores también puedan desempeñarse en otras actividades como la ganadería.

    La proliferación de las tunas incluso promovió la creación de nuevos emprendimientos.
    La Corporación de Productores Granjero Guaneño, por ejemplo, surgió por el auge de las tunas.

    A la agrupación están afiliadas 60 familias de 11 comunidades de Guano. Ellos se han vuelto especialistas en el manejo de esta planta que hace una década tenía poco valor comercial y crecía silvestre entre las malezas.

    En un inicio ellos comercializaban las frutas. Pero cuando se asociaron se capacitaron para también elaborar productos con las hojas y las frutas de las plantas.

    Hoy cuentan con una planta de producción equipada para elaborar la mermelada, licor y un tónico revitalizante.

    La bebida se empaca en elegantes botellas de vidrio y tiene un sabor dulce y un aroma delicado, es ideal para acompañar postres y carnes rojas. Para elaborarlo se usan las tunas más maduras y se deja fermentar por tres meses. Cada botella cuesta USD 6.

    Los productos ya cuentan con una notificación sanitaria y pronto tendrán oficialmente un registro. Actualmente, los productores los comercializan en las ferias artesanales que organiza el Gobierno Provincial, pero este año la meta es ingresar a las perchas de los supermercados.

    “Hemos hecho pruebas de mercado, y estamos contentos por la buena aceptación que tuvimos con nuestros vinos y la mermelada de tuna. Se nos terminó apenas la pusimos a la venta”, cuenta Gerardo Vizuete, presidente de la Asociación.

    Un agricultor carga un envase plástico lleno de tunas, en uno de los sembríos que existen en Guano (Chimborazo). Fotos: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Un agricultor carga un envase plástico lleno de tunas, en uno de los sembríos que existen en Guano (Chimborazo). Fotos: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Dos facultades universitarias se unieron para fomentar la inclusión

    Cristina Marquez

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    Los deportes, las actividades culturales y la recreación son algunas de las actividades programadas en la agenda del club Inclusiva Espoch. 35 estudiantes con y sin discapacidades forman parte de la agrupación que se fundó con el objetivo de incluir e inspirar a jóvenes con discapacidad.

    Los miembros del club buscan estrategias para que los estudiantes con discapacidades físicas o intelectuales se sientan incluidos por sus compañeros en las aulas de clase y comprendidos por sus docentes. Además, generan espacios para que los chicos se sientan protegidos y apoyados.

    El club se inició en enero del 2017 y fue una iniciativa de cuatro estudiantes y seis docentes que forman parte de la Fábrica de Ideas, un grupo dedicado a la innovación y al impulso de proyectos estudiantiles.

    “La iniciativa surgió como respuesta a una convocatoria de la Unesco y de la Senescyt, y también como una respuesta a las necesidades de los estudiantes”, cuenta Roberto Villacrés, parte del equipo de docentes.

    El grupo se inició con seis integrantes, pero hoy son 35 que pertenecen a todas las facultades de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo (Espoch). El club está abierto a todos los jóvenes con discapacidad y también a los estudiantes que no tienen discapacidades pero que están dispuestos a apoyar a sus compañeros con su amistad y conocimientos profesionales.

    Una de las actividades con más acogida son los encuentros de básquet en silla de ruedas que se hacen todas las semanas en el Coliseo Politécnico. No solo participan los chicos con discapacidad, sino que también juegan los docentes y autoridades de la Espoch.

    “Así podemos entender mejor la realidad de estos chicos, sentimos lo que ellos sienten al movilizarse en sillas de ruedas. El ser docentes universitarios no garantiza que estemos capacitados para educar a personas con discapacidad, necesitamos de estas actividades para concientizar y contar con más herramientas técnicas para llegar a las personas con discapacidad”, dice Juan Carlos Pomaquero, mentor del grupo.

    Durante los partidos los chicos comparten bromas e historias con sus docentes y compañeros. Así logran fortalecer la relación con otras personas, lo que es fundamental para mantener la motivación por sus estudios y sentirse incluidos con sus pares.

    Víctor Huacanez, un joven de 24 años que se moviliza en silla de ruedas, es uno de los fundadores del club. “La gente a veces piensa que queremos un trato especial, pero no es así. Queremos un trato igualitario. Por eso iniciamos el club, para pedir la inclusión de personas con discapacidad e infraestructuras que faciliten nuestra movilidad”.

    Un proyecto de vinculación con la colectividad surgió cuando el club mostró a las autoridades de la Espoch la necesidad de sumar a la inclusión social como parte de las prioridades de la academia.

    Eso incentivó a las facultades de Administración de Empresas y Recursos Naturales a unirse para apoyar con conocimientos técnicos de los estudiantes a otras entidades que trabajan con personas con discapacidad como la Fundación Protección y Descanso.

    Un invernadero donde se siembra todo tipo de hortalizas cuenta con la asesoría de 32 estudiantes y seis docentes de la carrera de Agronomía. Ellos enseñan a 36 personas con discapacidad a trabajar en los huertos.

    El proyecto se denomina siembra inclusiva. Los chicos plantan y cuidan de las hortalizas, y luego cosechan los frutos.

    “La idea es proporcionar a los chicos con discapacidad de un espacio recreativo y terapéutico. Queremos que sientan que son capaces y que aportan a sus familias con su trabajo y esfuerzo. Además, nuestros estudiantes aprenden a ser pacientes y más humanos”, afirma Juan Aguilar, coordinador del proyecto.

    Entre tanto, los estudiantes de la Facultad de Administración de Empresas se dedican a analizar la comercialización de la cosecha y de otras artesanías que elaboran las personas con discapacidad.

    Los productos se colocan en canastas solidarias que se comercializan al personal administrativo y docente de la Espoch. “Más importante que el dinero que se recauda es el hecho de que las personas con discapacidad sientan que su trabajo es recompensado”, afirma Pomaquero.

    Datos

    20 000 estudiantes de pregrado y posgrado se forman en las 37 carreras Escuela Superior Politécnica de Chimborazo.

    El proyecto inclusivo obtuvo el primer premio de la convocatoria por la inclusión de la Unesco y la Senecyt en Ecuador.

    La Universidad de Barcelona, en España, también galardonó el proyecto en el Congreso Internacional de Universidad e Inclusión en noviembre del año pasado.

    El club está abierto a todos los jóvenes con discapacidades. Fotos: Glenda Giacometti / LÍDERES
    El club está abierto a todos los jóvenes con discapacidades. Fotos: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • La talabartería toma aire en Chimborazo

    Cristina Marquez

    Para las ocho talabarterías que funcionan en Riobamba, febrero y abril son los meses de mayor movimiento comercial. El Carnaval y las fiestas de independencia de la capital de Chimborazo se festejan con desfiles de chagras, rodeos y concursos de ganaderías que convocan a habitantes de la ciudad y a turistas.

    Esta tradición, que recientemente fue declarada parte del Patrimonio Intangible de Riobamba, ahora cuenta con más aficionados y se celebra con más frecuencia. Eso impulsó el crecimiento de pequeños negocios que proveen a los chagras de accesorios de cuero para su vestimenta y de la indumentaria que utilizan los caballos.

    Los chagras son personajes que surgieron en la época de la Colonia, cuando se inició el trabajo agrícola y ganadero en las haciendas. Este personaje viste un zamarro de piel, botas, un poncho rojo de lana de borrego, una bufanda blanca y un sombrero.

    Esta ropa es parte del atuendo originario de la cultura Puruhá, pero debido al intenso frío de los páramos y a la comodidad de la ropa, también fue adoptada por los colonos españoles que arribaron al país con ganado vacuno.

    Los trajes originales que utilizaban antaño se distinguen por la simpleza de los acabados y el uso de pieles tradicionales como borrego, res, venado y camélidos. Esos son los preferidos por los hacendados y sus trabajadores.

    Sin embargo, los jinetes más jóvenes prefieren diseños más decorados y personalizados. Ellos piden por ejemplo, sus iniciales o nombres de las ganaderías grabados en el cuero del cinturón y en los accesorios para el caballo.

    También se elaboran otros accesorios con pieles exóticas y diseños extravagantes, que usualmente adquieren cantantes indígenas que buscan llamar la atención con sus atuendos. “Hay para todo ­gusto y de distintos precios”, explica Francisco Guzñay a
    sus clientes.

    Él es uno de los artesanos más reconocidos de la provincia por la finura de sus acabados y su experiencia trabajando con pieles de todo tipo. Guzñay ofrece zamarros, monturas, riendas, fuetes y todo lo necesario para equipar al chagra y al caballo para las diferentes faenas del campo.

    Su taller está instalado en una pequeña casa patrimonial, en el centro histórico de la capital chimboracense. No hay un letrero que identifique al negocio, ni vitrinas para exponer sus creaciones, pero todos los ganaderos saben exactamente dónde ubicarlo.

    Otro sitio popular entre los ganaderos es la talabartería El Unicornio, de Segundo Guamán. Este artesano ha dedicado más de la mitad de su vida al trabajo de prendas en cuero.

    Las monturas que fabrica en su taller son el producto más demandado, pues los ganaderos las consideran infalibles. “Las monturas tienen que hacerse a la medida, hay que saber trabajarlas para que no lastimen el lomo del caballo y así evitarle accidentes al jinete”, dice Guamán, de 51 años.

    Él trabaja en su taller junto a su esposa y otros dos obreros. Regularmente se venden entre dos y cinco piezas al mes, pero en temporadas festivas y especialmente en carnaval, este número se triplica.

    “Desde que hay más rodeos hay más trabajo. El que se hayan incrementado estas fiestas en las parroquias y cantones nos salvó el negocio”, cuenta Guamán, animado en su taller.

    Según él, hace una década el negocio estuvo cerca de desaparecer. Cada vez había menos chagras y la tradición se iba perdiendo, luego empezó a difundirse como patrimonio de la provincia y el panorama cambió.

    Guzñay y Guamán forman parte de un grupo de artesanos privilegiados que mantienen una tradición de Chimborazo, que es valorada en la sierra centro ecuatoriana.

    Los clientes de las talabarterías riobambeñas están concentrados, en su mayoría en Chimborazo, pero los productos elaborados en cuero también tienen alta demanda en Pichincha, Cotopaxi, Cañar y Azuay.

    Segundo Guamán es uno de los talabarteros que mantienen esta tradición, en la capital de Chimborazo. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Segundo Guamán es uno de los talabarteros que mantienen esta tradición, en la capital de Chimborazo. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Mermeladas y turismo son la estrategia

    Cristina Marquez

    Las zanahorias que se cosechan en los huertos de la comunidad San Francisco de Cunuguayay, situada a 20 minutos de Riobamba, son la materia prima de las mermeladas que elabora la organización Quilla Pacari.

    Esta agrupación está integrada por 60 mujeres de etnia indígena Puruhá. Ellas recibieron ayuda de donantes privados y organizaciones no gubernamentales francesas en el año 2001, por una gestión hecha por el párroco de Calpi, Pierrick Van Dorpe.

    Ese gesto las motivó a organizarse para buscar un ingreso adicional para sus familias, además del que obtienen por sus tareas en la agricultura y la ganadería. “El Padre Pierrick nos habló de nuevas posibilidades para el desarrollo de la comunidad. Al principio, nadie creía que fuera posible porque estamos lejos de la ciudad”, recuerda Delia Paca, presidenta de la organización.

    La primera tarea para las socias y sus esposos fue la construcción de un centro comunitario. Ellos aportaron con el terreno y la mano de obra, mientras que el dinero de las donaciones gestionadas por Van Dorpe se utilizó en la construcción de un edificio.

    La infraestructura tiene un espacio amplio en la parte inferior, donde actualmente funciona la fábrica y en la segunda planta funciona un comedor, así como habitaciones para alojar a los turistas que llegan y un centro de reuniones. La inversión para ­
    poner en pie el lugar bordeó los USD 200 000.

    “Todos trabajamos en mingas. Nos organizábamos por turnos para avanzar en la construcción, nos demoramos tres años y cuando al fin lo inauguramos nos sentimos muy orgullosos de al fin tener algo propio”, explica la vocera de Quilla Pacari.

    De hecho, la idea de que la comunidad tuviera un espacio propio para reunirse y planificar las actividades fue lo que motivó a las mujeres a reunirse y formar parte de la organización.
    Escogieron su nombre, Quilla Pacari, con dos términos kichwas que significan luna y naturaleza, porque según la cosmovisión andina, estos dos elementos les proveen de la alimentación que requieren para vivir.

    En un inicio, el emprendimiento comunitario ofrecía servicios exclusivamente turísticos. Las mujeres ofrecían un tour agroecológico, que consistía en llevar a los turistas a las chacras y compartir con ellos sus jornadas diarias en la siembra y el cultivo.

    Además, ofrecían alojamiento y comidas típicas para la cena y el desayuno. El paquete aún está vigente y cuesta USD 12 por visitante. Para volver más atractiva a la comunidad, las mujeres también construyeron chozas tradicionales. Así los turistas pueden vivir una experiencia completa. Alojarse allí cuesta USD 15, e incluye una cena y un desayuno.

    Pero en el 2007, Pierrick Van Dorpe tuvo la idea de fortalecer el emprendimiento con una fábrica de mermeladas, por lo que dotó a las mujeres de equipos como ollas industriales de cocción, despulpadoras, mesas de acero inoxidable, licuadoras industriales, entre otros equipos.

    Además, fue necesario adecuar la fábrica en el centro comunitario para cumplir con todos los requisitos sanitarios.

    También recibieron apoyo desde centros de estudios. Técnicos especialistas en la fabricación de alimentos de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo, ­capacitaron a las socias y a sus hijas durante cerca de tres meses. Ellos les enseñaron todo sobre el proceso de elaboración y enva­sado del producto.

    Actualmente, cuatro obreras se encargan de todo el proceso. Ellas reciben las zanahorias que cosechan otras socias, las limpian, pelan y despulpan. Repiten el proceso con las frutas que intensifican el sabor de las mermeladas.

    Cada mes se procesan cerca de dos quintales de zanahorias, y las emprendedoras los transforman en 200 frascos de mermelada, que se venden en ferias artesanales e institucionales con el nombre comercial Ahuana. El trabajo en equipo es su fortaleza.

    Las mujeres de Quilla Pacari tiene n su base en San Francisco de Cunuguayay, a 20 minutos de Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Las mujeres de Quilla Pacari tiene n su base en San Francisco de Cunuguayay, a 20 minutos de Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Politécnicos de Chimborazo concursan en Dubái y Boston

    Cristina Marquez

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    Un robot con modernas aplicaciones y una chompa con un fuerte mensaje social en su diseño, son las propuestas que dos equipos estudiantiles de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo presentarán la próxima semana en la fase regional del certamen Hult Prize.

    Los chicos fueron escogidos como parte de la delegación que representará al país en ese concurso mundial de emprendimientos sociales, tras superar en la etapa nacional a otros 23 equipos de varias universidades.

    Este año, el propósito de Hult Prize es premiar los emprendimientos más creativos que oferten soluciones a las necesidades de los cerca de 10 millones de refugiados que llegan a Europa por las guerras en el Oriente Medio.

    Uno de los equipos seleccionados es el Team Willow, integrado por los estudiantes de Ingeniería Electrónica Cristian Arellano, Jefferson y Daniel Vallejo. Ellos concursarán en Dubái este 28 de febrero con su diseño de un robot humanoide similar a un juguete, pero que en realidad será una herramienta de comunicación y terapia para los niños refugiados.

    El robot mide cerca de 40 centímetros, funciona con un teléfono inteligente y se llama Willow. En un inicio nació como un instrumento de terapia para niños con autismo y síndrome de asperger, es decir, con dificultades para comunicarse, socializar e interactuar con otras personas.

    El proyecto se inició en el año 2014, cuando diez amigos se unieron para crearlo. Las primeras aplicaciones que le instalaron se convirtieron en una herramienta para un innovador método terapéutico que les permitía a los psicólogos interactuar con los niños mientras ellos jugaban.

    Además, podía manipularse desde otro teléfono inteligente a través de Internet y podía hacerse desde cualquier parte del mundo, por lo que representaba una oportunidad para que los niños puedan recibir terapias especializadas. En el 2015 el proyecto fue premiado por el Municipio de Riobamba con un incentivo de USD 7 000.

    Ese premio se convirtió en un capital semilla para el grupo de emprendedores, que continuaron desarrollando y mejorando el robot. Luego el grupo se desintegró, pero tres jóvenes decidieron continuar el proyecto.

    Hoy, Willow cuenta con nuevas aplicaciones que lo convierten en un juguete de realidad virtual inspirado en el juego Pokemon Go. Una de las nuevas habilidades del robot, es un complejo sistema de traducción bidireccional que le permiten leer los labios para transformar las frases en lenguaje de señas o viceversa.

    Además, está equipado con un mapa que le permite a su propietario encontrar su ubicación, trazar rutas y trayectorias, en su idioma nativo. Otra de las mejoras que el equipo logró para el robot es el tiempo de duración de las baterías, Willow puede funcionar hasta por ocho horas.

    “Mejorar nuestro diseño nos tomó varias semanas sin dormir y decenas de horas de investigación sobre las necesidades de los refugiados y cómo solucionarlas con la tecnología. Estamos entusiasmados con el resultado que obtuvimos”, dice Daniel Vallejo.

    Otro equipo, en cambio, viajará a Boston, en Estados Unidos, para concursar en otra categoría del Hult Prize. El emprendimiento se denomina Border Line, y a más de solucionar una necesidad puntual de los refugiados, representa un vínculo emocional y cultural con otra persona en el mundo.

    Se trata de una chompa impermeable y térmica para evitar más muertes por hipotermia, pero lo que llama la atención del proyecto es el sistema de comercialización y el concepto de diseño.

    La idea es sacar a la venta la línea de abrigos y garantizar al comprador que por cada prenda que adquiera, un refugiado recibirá una exactamente igual. La pareja de chompas que adquiera el donador están vinculadas entre sí por un logotipo que al fusionarse luce como uno solo, y que además será exclusivo y personalizado.

    “La idea es que la persona que recibe la chompa no solo tenga una prenda de vestir, sino algo que la vincule con otra persona en el mundo que está vistiendo una chompa similar. El objetivo es crear lazos afectivos que rompan estereotipos y fronteras, y recuperar la humanidad”, cuenta David Feria, estudiante de Diseño Gráfico e integrante del equipo.

    Los logotipos representan la dualidad y las realidades de dos personas que se vinculan. Están inspirados en los íconos de la cultura Cañari, por lo que también simbolizan la multiculturalidad.

    El equipo también está integrado por Pamela Carrión y Yidemni Balseca, estudiantes de la Escuela de Ingeniería Mecánica y de la carrera de Gestión de Transportes. Ellas diseñaron un preciso plan de negocios que también permitirá ayudar a los refugiados desde otros frentes.

    Por ejemplo, la maquila contratada para elaborar las chompas deberá estar integrada por personas refugiadas. “Se calcula que 110 personas mueren al día cuando hay condiciones climáticas extremas. Esta chompa actúa también como un ‘sleeping bag’, para conservar la temperatura si la persona debe dormir a la intemperie”, dice Balseca.

    Los estudiantes de la Escuela Politécnica del Chimborazo que participan en el certamen de emprendimiento Hult Prize. Foto: William Tibán para LÍDERES
    Los estudiantes de la Escuela Politécnica del Chimborazo que participan en el certamen de emprendimiento Hult Prize. Foto: William Tibán para LÍDERES
  • Perfumes con identidad Puruhá

    Redacción Sierra Centro

    Las nueve fragancias de Yuyari están inspiradas en la valentía, la fuerza, la belleza y la sabiduría de los hombres y mujeres de la cultura Puruhá. La marca salió al mercado en noviembre pasado y su público objetivo son los jóvenes indígenas.

    “Encontramos una necesidad insatisfecha. Las marcas de perfumes más reconocidas en el país se inspiraban en las cualidades de la cultura occidental y nosotros necesitábamos un producto que nos haga sentir identificados”, dice José Mullo, uno de los socios .

    La idea del emprendimiento surgió ligada al concepto de la interculturalidad y el fortalecimiento de la identidad de las culturas indígenas en julio pasado, cuando Esther Miranda y Jaqueline Tuquinga se sumaron al proyecto.

    Los tres jóvenes se conocieron en las aulas de la carrera de Ingeniería Comercial en la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo, y decidieron asociarse para ejecutar el proyecto.
    “Cuando empezamos a analizar la idea nos dimos cuenta que tenía todo para convertirse en un negocio exitoso”, dice Miranda.

    El primer paso fue elaborar un plan de negocios, que incluye un estudio de mercado y una estrategia de ventas. Luego, los jóvenes se proveyeron de materias primas y escogieron las fragancias en base a las preferencias de su público objetivo.

    Los aromas femeninos representan las cualidades más representativas de las mujeres indígenas. Los perfumes se llaman Kury, Sisa, Kuyay, Sumak y Willka, términos kichwas que significan, valiosa, flor, amor, hermosa y sagrada.

    Los tres aromas masculinos se llaman Sinchy, Munay y Yachak, que significa Fuerte, Deseo y Sabio. Los perfumes tienen notas cítricas y madereras, y cuestan entre USD 18 y 24.
    Pero el producto estrella es un perfume femenino que lleva el nombre de la firma, Yuyari, un término kichwa que significa ‘recuerdos’. Esta fragancia es la que ha tenido mayor aceptación en el mercado desde su lanzamiento.

    El diseño de la imagen, logotipos y frascos que contienen los perfumes también requirió inversión y esfuerzo. Todos los empaques e incluso la imagen corporativa, están inspirados en las fajas kawiñas, una prenda que se utiliza únicamente en la cultura Puruhá.

    Los tres socios invirtieron USD 7 000 en la primera fase de implementación del negocio. La tienda está instalada en el local 10, del Centro Comercial Las Carmelitas, en Riobamba.
    Además, cuentan con siete agentes de ventas por catálogo, que representan a la marca en Guayaquil, Quito, Ambato, Machala, Cañar y Guamote.

    Esther Miranda, José Mullo y Jaqueline Tuquinga son los jóvenes que decidieron crear los perfumes de la marca Yuyari. Esta iniciativa intercultural  surgió en las aulas universitarias. Foto: Ángel Barona para LÍDERES
    Esther Miranda, José Mullo y Jaqueline Tuquinga son los jóvenes que decidieron crear los perfumes de la marca Yuyari. Esta iniciativa intercultural surgió en las aulas universitarias. Foto: Ángel Barona para LÍDERES
  • La siembra de chocho es más rentable

    Cristina Marquez

    (I) 
    redaccion@lideres.ec

    El precio estable del chocho y la alta demanda en los mercados de la Sierra centro son los factores que motivan cada vez a más agricultores de Chimborazo a optar por la siembra de la leguminosa.

    Este año se espera cosechar en esa provincia unos 4 200 quintales de chochos, es decir, cerca de un 10% más que en el 2015. La producción de Chimborazo abastece los mercados de Riobamba, Ambato, Quito y también se envía a otras ciudades de la Costa.

    Según el cálculo de los técnicos del Ministerio de Agricultura (Magap), el consumo promedio de chochos en el Ecuador es de ocho kilos anuales por persona. La alta demanda se debe a la versatilidad gastronómica y cualidades nutricionales de la leguminosa.

    Los cantones con más producción son Alausí, Colta, Guano, Riobamba, Penipe y Guamote. Allí, los comuneros, incluso, se asociaron para investigar sobre las variedades de chocho mejor adaptadas a los páramos andinos y para comercializar el producto a un mejor precio.

    La Corporación de Productores de Leguminosas y Granos Andinos del pueblo Puruwa, por ejemplo, es una de las agrupaciones con más experiencia en la producción de la leguminosa. Ellos se asociaron en el 2008, tras recibir una capacitación del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (Iniap).

    “Una charla de 30 minutos sobre las cualidades del chocho nos bastó para decidirnos por este producto. Lo conocíamos bien, porque nuestros abuelos siempre lo sembraban, pero no sabíamos que había nuevas variedades y más opciones en el mercado”, cuenta Julio Bravo, coordinador de Corpo Puruwa.

    El día de la capacitación, los técnicos también les entregaron semillas de alta calidad para probar en sus terrenos. Los resultados fueron tan buenos que los agricultores incluso fundaron un nuevo emprendimiento comunitario.

    Su empresa se denomina Muchuk Yuyai y se dedica a comercializar semillas certificadas de chochos, chochos cocidos y listos para el consumo o en grano seco. La empresa cuenta con 62 socios de cuatro comunidades.

    Guano, al norte de la provincia, es el segundo cantón con mayor volumen de producción. Las flores moradas de los chochos decoran el paisaje en las comunidades de Ilapo, a 30 minutos de la cabecera cantonal.

    Allí, la producción de chocho tiene acogida debido a las características del terreno. El suelo es arenoso y hay escasez de agua, por lo que otros cultivos no funcionaban bien. “Antes de optar por el chocho, nuestra situación era difícil. El agua siempre nos falta y los sembríos de maíz se perdían por las sequías”, cuenta Luis Llongo, agricultor de La Delicia.

    El chocho, a diferencia de otros productos, no es un cultivo exigente por lo que no requiere una inversión alta y se adapta, incluso, a suelos arenosos y erosionados. De hecho, los nódulos de las raíces producen nitrógeno y ayudan en la recuperación de suelos.

    En Guano, la comunidad La Delicia es una de las poblaciones que prosperó gracias a la producción de chochos. Habitan 25 familias y todas tienen al menos una cuadra de sembríos de esta leguminosa.

    Sus productos son apetecidos entre comerciantes intermediarios de Latacunga, Riobamba y Ambato, que incluso pagan anticipos para asegurar la venta. Cada quintal, dependiendo de la calidad del chocho, cuesta entre USD 75 y 110. Pero en las bodegas de granos secos el costo puede alcanzar los USD 210.

    Mientras que los días de feria, los mercados locales se llenan de puestos de venta de chochos que se expenden cocinados y listos para el consumo. El costo es de un total de USD 1,50 cada libra.

    En el 2012, solo había 150 hectáreas en Chimborazo, pero debido a que este cultivo fue considerado prioritario por el Magap y se promocionó como parte de la campaña ‘Coma sano, justo y soberano’, para el 2013, cerca de 400 familias optaron por sembrarlo y la cantidad de hectáreas ascendió a 380.

    Otra motivación es el rendimiento del cultivo. En 100 metros cuadrados se siembran 50 libras y se obtienen entre ocho y 10 quintales. “Cultivar chochos es la mejor opción. Es uno de los pocos productos andinos que a la gente sí le gusta y dependemos de la cosecha de la temporada para subsistir todo el año”, cuenta el agricultor Llongo.

    Los agricultores de la  Corporación de Productores de Leguminosas y Granos Andinos del pueblo Puruwa  tienen amplia experiencia  en la siembra de chochos en la zona de Guamote. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Los agricultores de la Corporación de Productores de Leguminosas y Granos Andinos del pueblo Puruwa tienen amplia experiencia en la siembra de chochos en la zona de Guamote. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES