Etiqueta: interculturalidad

  • El sabor natural del chifle es la esencia

    María Victoria Espinosa

    Hace nueve años, Cesar Álvarez atravesaba una difícil crisis económica. El racimo del plátano se vendía a USD 0,20 en los mercados de Chone (Manabí).

    Con ese precio no alcanzaba a sostener los gastos de la plantación. Un día mientras conversaba con Loli Álvarez, una de sus hermanas que vive en Europa, se le ocurrió vender el plátano verde convertido en chifles. Su hermana lo apoyó y le depositó USD 800.

    Con ese dinero compró una freidora con una paila y adecuó una ramada de cinco metros de ancho por ocho de largo. Inició todo.

    El primer día que comercializó el producto, solo vendió seis fundas pequeñas de chifles. Pero con el paso de los días, las ventas aumentaron a 20 y luego 50 diarias.

    Al principio, el empaque era transparente. Luego, el emprendedor desarrolló un diseño y decidióllamarlo El Campeón.

    Para ampliar la distribución, Álvarez decidió vender su camioneta y comprarse un pequeño camión. Con el vehículo pudo promocionar los chifles en recintos cercanos a Chone, Tosagua, Rocafuerte y también en Manta, pero a través de amigos que le ayudaban a colocar los chifles.

    A los cinco años pudo ampliar la planta a 24 metros cuadrados y comprar máquinas para empaquetar el producto, que le costaron alrededor de USD 60 000. “Fue muy difícil al principio, pero no rendirme hizo que llegaran nuevas oportunidades”.

    Una de esas fue distribuir el producto en al menos 10 provincias, incluida Galápagos. El Campeón se vende en supermercados nacionales como Megamaxi, Mi Comisariato, Almacenes Tía y otros.

    Para Álvarez, vender chifles es rendirle un homenaje a sus raíces montuvias manabitas. Eso debido a que este plátano – cortado en rodajas – es parte de la mayoría de platos típicos de Manabí. “Los montuvios tienen una sabiduría ancestral para hacer que el sabor del plátano sea diferente al cultivado en otros lugares”.

    Por eso, Álvarez afirma que ha buscado conservar el sabor típico del chifle. Por eso no utiliza químicos ni saborizantes que modifiquen el sabor.

    Sin embargo, han logrado diversificar sus productos, pero naturalmente. Es decir, también tiene chifles picantes, con la receta del ají manabita y chifles elaborados con plátano maduro.

    Rocío Zambrano es una consumidora del producto. Ella lo adquiere en un supermercado de Manta y se lo envía a sus hijos de refrigerio o también para acompañar el encebollado, el ceviche o las sopas de pollo. “Me gusta mucho este chifle porque lo siento natural, como el que hacía mi abuela en la finca por cantidades”.

    La facturación del negocio es de USD 30 000 mensuales. Aunque, Álvarez señala que antes del terremoto del 16 de abril del 2016, las ventas llegaban hasta USD 45 000.

    Bajaron USD 20 000, durante el primer año del terremoto. De hecho, luego del sismo la producción de varias semanas se envió como donaciones a las zonas más afectadas de la provincia. “No nos recuperamos del todo, pero seguimos luchando por estar en el mercado”, comenta.

    Álvarez señala que expandir su negocio en estos nueve años ha sido difícil. Una de las anécdotas del emprendedor es de hace dos años, cuando intentó exportar por primera vez su producto.

    Una agencia le propuso que vendiera a E.E.U.U. y Europa. Álvarez obtuvo los permisos y certificados para exportar. Además diseñó un nuevo empaque, de mejor calidad traducido al inglés.

    Sin embargo, se rechazó el producto porque en la etiqueta le colocaron que tenía gluten.
    Álvarez perdió USD 15 000 y aún no cancela el contrato con la agencia. “Fue una experiencia para aprender. Ahora estoy pagando ese dinero y aún quiero exportar”.

    El chonense debió hacer un nuevo estudio para determinar que el nivel de gluten es mínimo. Ahora tiene una nueva propuesta desde Chile. Ya envió las primeras muestras y fueron aprobadas.

    Aspira que el producto ecuatoriano se conozca en más lugares de la región.

    El manabita Cesar Álvarez es el propietario de una planta procesadora de chifles, llamada El Campeón. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    El manabita Cesar Álvarez es el propietario de una planta procesadora de chifles, llamada El Campeón. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • Un cuy es el logotipo del emprendimiento

    Redacción Cuenca (F)
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    Dos delantales, que se exhiben en el local del emprendimiento cuencano Garasa, llaman la atención de los transeúntes en el sector de El Ejido, en el centro-sur de la capital azuaya. Están inspirados en la vestimenta de la chola cuencana, que es el personaje intercultural más icónico de esta ciudad.

    En la parte superior del delantal se recrea la blusa blanca de esta campesina con los tradicionales bordados de flores y lentejuelas. En la cintura, por su parte, está impreso un motivo, que se asemeja a la macana o la chalina, que utiliza la Chola Cuencana y que son tejidas por los artesanos de Gualaceo, al oriente de Cuenca.

    En la parte de abajo, en cambio, está representada la pollera con los bordados en los que se destacan las flores. La pollera del primer delantal es fucsia y la otra celeste. Son colores vivos como usan las cholas.

    Garasa oferta otros productos con motivos interculturales como gorras, camisetas, baberos, muñecos, entre otros, que están inspirados en personajes del Ecuador como el Diablo Huma, danzantes y animales como las llamas o el cuy, que es la imagen de este negocio.

    Esta iniciativa de María Verónica Molina y Cristóbal Cajas surgió hace ocho años. Ella es diseñadora textil y él se dedicaba al diseño gráfico. Ambos querían montar un negocio y decidieron fusionar sus conocimientos para elaborar estampados y ropa.

    Durante un año trabajaron para una fábrica de zapatos en el cantón azuayo de Guacaleo. Los diseños de estampados se hacían, de acuerdo con los pedidos de los propietarios de esta empresa. “No teníamos marca aún, pero ya queríamos empezar con algo nuestro.

    Pensábamos en un nombre cuencano que, al menos, se pueda reconocer en esta ciudad. Decidimos que sea Garasa”, cuenta Molina.

    Cajas siempre tuvo el deseo de elaborar camisetas y empezaron con esa prenda y capuchas personalizadas. Después incursionaron en la elaboración de delantales, baberos y bodies para bebé, gorras, entre otras prendas, con la línea andina. Además, ofertan muñecos, cojines, pines…

    “Los diseños pueden ser infinitos. Todavía hay muchas ideas y muchas cosas por hacer… Ahorita estamos estudiando todo lo que es la cultura ecuatoriana como el Diablo Huma, la Diablada de Píllaro y otros temas relacionados con la cultura nacional”, dice Molina.
    Según Molina, los delantales de la Chola Cuencana fue un pedido para el Museo de la Gastronomía Cuenca que recién fue inaugurado. Los propietarios de este local querían algo típico para la presentación de sus empleados.

    A más del delantal para las mujeres hay para hombres y están inspirados en el Cholo Cuencano. En este último se destaca el tradicional poncho. “Manejamos la técnica de la sublimación y vinil térmico”, explica Cajas.

    Molina dice que los delantales de la chola y el cholo cuestan USD 26 y son guardados en una caja para. Ella dice que los turistas extranjeros o quienes viajan al exterior son quienes demandan más este tipo de producto.

    Cajas comenta que entre sus planes está lanzar una línea de llaveros, imanes y otros souvenires para que sus clientes puedan llevar cómodamente en sus viajes. “Estamos abiertos a las ideas y se puede hacer con la mejor técnica”.

    Según ellos, los días del Padre, de la Madre, las fiestas de Cuenca, Navidad y fin de año son las épocas de mayor demanda de sus creaciones. Ellos elaboran delantales con otros motivos que cuestan USD 20, gorras por USD 15, cojines en USD 12, pines por USD 2, camisetas en USD 18,90, busos en USD 35 y capuchas en USD 40.

    A más del local también, venden sus productos en ferias en la capital azuaya, Quito, Guayaquil y Loja. Garasa se promociona mediante redes sociales.

    Los diseñadores María Verónica Molina y Cristóbal Cajas muestran sus productos en su local ubicado en la zona de El Ejido, en la capital azuaya. Fotos: Xavier Caivinagua para LÍDERES
    Los diseñadores María Verónica Molina y Cristóbal Cajas muestran sus productos en su local ubicado en la zona de El Ejido, en la capital azuaya. Fotos: Xavier Caivinagua para LÍDERES
  • La confección de muñecas les abrió mercado

    REDACCIÓN SIERRA NORTE  
    Contenido intercultural

    Muñecas que lucen el vestuario tradicional de la mujer kichwa otavalo se entregaron como recuerdos a autoridades e invitados a la presentación oficial de Imbabura, como Geoparque Mundial de la Unesco.

    En este acto que se realizó el 24 de junio último se presentó el certificado que otorgó el organismo internacional. Eso le convierte a la provincia en unos de los 147 Geoparques que se encuentran en 41 países del mundo.

    La confección de las muñequillas está a cargo de los esposos Roberto Romero y Marta Aguilar. En el sector San Eloy, en Otavalo, la pareja instaló hace cuatro años el emprendimiento Muñecas y Peluches Alpaquitay.

    Este vocablo kichwa, que significa Amor que dura por siempre, es el nombre de la segunda hija del matrimonio.

    Aguilar explica que instalaron un negocio propio luego de que su cónyuge se quedara sin empleo. Él trabajaba en un taller de confección de abrigos en telar.

    Para ello recibieron apoyo de varios familiares. Mercy Aguilar, hermana de la emprendedora, que viaja por trabajo a Aruba, le comentó que en la isla caribeña necesitaban muñecas de trapo para ofrecer a los viajeros.

    Un pedido similar le hizo Marcelo Cahuasquí, otro pariente, que se desplaza a vender artesanías en Puerto Rico.

    Romero recuerda que las primeras figuras las elaboraban con una máquina que le facilitaba Matilde Vinachi, madre de Marta.

    Ahora el taller está instalado con tres máquinas de costura recta y ‘overlock’ y una cortadora. La inversión bordea los USD 5 000.

    Aguilar confiesa que no sabía cómo se elaboraban los muñecos, por lo que empezó a ver tutoriales por Internet. Una de las cosas que le resultó más difícil es aprender a plasmar ojos y boca en los rostros de los muñecos.

    Ella se encarga del diseño y la costura. Al principio, explica tenía sacar algunas muestras hasta poder sacar el modelo perfecto.

    Los primeros trabajos estuvieron inspirados en los personajes infantiles de series de televisión.
    Luego implementaron una línea de muñequillas de los diferentes pueblos indígenas del país. Han fabricado de las etnias tsáchila, saraguro, kayambis, otavalo, natabuela y cholas cuencanas.

    También hay figuras que representan a la cultura afroecuatoriana. Aguilar se interesa por conocer la historia de la vestimenta tradicional de cada pueblo.
    Esto de presentar cada una de esta cultura mediante los muñecos le nació cuando trabajaba en un conocido hotel de la ciudad.

    El emprendedor recuerda que su exjefe le dijo que tenía un compromiso de dar a conocer la cultura y tradiciones de su pueblo, para que el turismo se desarrolle.

    El próximo reto es confeccionar figuras con trajes típicos de países como México y Argentina.
    El emprendimiento ofrece empleo a dos colaboradores. La producción para Navidad, que es una de las épocas de mayor venta en el año, empezará en agosto. Para eso contratarán una persona más.

    Muñecas y Peluches Alpaquitay produce 400 muñecos cada mes. Los precios dependen de cada modelo y tamaño. Hay muñecos desde USD 3,50 hasta 84.

    Entre estos últimos está una imitación de Stitch, el protagonista de la serie animada Lilo & Stitch, que mide 40 cm.

    Romero se ha encargado de abrir mercado. Con varias muestras, este indígena recorrió bazares de Otavalo, Ibarra, Atuntaqui y Quito, para ofrecer sus artículos.

    Los dueños de los almacenes solicitan los modelos que más demanda tienen del público. Por recomendación de varios de ellos produjeron figuras de la saga de Plants vs. Zombies.
    Los clientes también les han sugerido sobre la calidad de los materiales. En el taller se utiliza la tela de microfibra.

    Los esposos Roberto Romero y Marta Aguilar impulsan la confección de muñecos y peluches. La iniciativa empezó hace 4 años. Foto: José Luis Rosales / LÍDERES
    Los esposos Roberto Romero y Marta Aguilar impulsan la confección de muñecos y peluches. La iniciativa empezó hace 4 años. Foto: José Luis Rosales / LÍDERES
  • Turismo vivencial para el extranjero

    María Victoria Espinosa

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    Los hermanos Byron y Budy Calazacón crearon el centro cultural y turístico tsáchila Seke sonachun, en la comuna Chigüilpe.

    Hace nueve años ellos se plantearon la idea de mostrar la cultura tsáchila a través del turismo.

    En un terreno de más de una hectárea, que pertenece a su familia, decidieron construir cabañas típicas, senderos y sembrar plantas nativas y frutas orgánicas.

    Ellos recuerdan que el lugar era un pastizal y que con ayuda de familiares debieron podar el terreno y repoblarlo con árboles nativos como el ceibo.

    Con el proyecto armado, los jóvenes decidieron recorrer el país para mostrar la cultura tsáchila e invitar a los turistas a Santo Domingo. Ellos se encargaban de repartir folletos y exponerle al turista por qué visitar Santo Domingo de los Tsáchilas.

    De a poco, empezaron a llegar los primeros viajeros a Seke sonachun, que en tsa’fiki (el idioma nativo) significa Buen vivir.

    Byron decidió replicar esa fórmula en Europa y Centro América. Con poco presupuesto – menos de USD 400 – viajó a lugares como España, Francia, entre otros.

    Ahí empezó a visitar cafeterías y centros turísticos, donde dejaba afiches o folletos con información sobre las tsáchilas.

    El primer grupo de turistas europeos llegó a través de esa publicidad. En el centro cultural, los hermanos no solo le ofrecieron hospedaje típico – en cabañas de caña guadúa, pambil y paja toquilla – sino que les brindaron la experiencia de conocer de primera mano cómo viven los tsáchilas.

    Incluso, organizaban fiestas de integración, rituales típicos, dinámicas de convivencia y también tours para recorrer cascadas, bosques o la ciudad más cercana.

    Budy, en cambio, se encargó de atraer al turista que visita a otras nacionalidades indígenas de la Sierra y el Oriente. “En el exterior se conoce poco de los tsáchilas, pero al hacer alianza con otras etnias ellos nos recomiendan y, antes de ir a la playa, el turista pasa a conocernos y se queda más días de lo planificado”.

    Calazacón ofrece una comisión de entre 5% y 10% a los centros turísticos que lo recomiendan. Esa es una motivación para que lo sigan haciendo.

    Budy señaló que los viajeros que llegan a Seke sonachun buscan aprender sobre el idioma o a construir cabañas. “Es un intercambio cultural, nosotros conocemos sus costumbres y ellos las nuestras”, afirma el emprendedor.

    Este centro cultural recibe entre diciembre y abril a 40 extranjeros. Mientras que de junio a octubre alrededor de 80. Con cada grupo se trabaja en un proyecto, ya sea para reforestar el bosque, cultivar cacao o adecuar las cabañas.

    El turista nacional llega en feriados o en fechas especiales como la fiesta Kasama (Nuevo Amanecer) o para las limpias de Año Nuevo.

    Agathe Eiselé y Alejandro Vallet iniciaron un recorrido por Centro América. En Honduras se encontraron con un grupo de amigos que había viajado a Ecuador. Ellos les hablaron de los tsáchilas.

    A través de Internet vieron fotos e hicieron la reservación. “Nos gustó que pudimos hospedarnos con nuestra mascota Guaca y ella tiene espacio verde para jugar”, dice Eiselé, quien quedó impresionada con la planta de cacao.

    Ella afirma que en Suiza, de donde es oriunda, se hace uno de los mejores chocolates, pero nunca había probado el cacao recién cortado. “Hasta ahora me ha encantado la naturaleza y la cultura de los tsáchilas”, manifiesta.

    Para esta semana llegará otro grupo de 10 extranjeros desde Alemania y Holanda. Ellos se hospedarán por alrededor de 15 días en el centro cultural. Uno de los proyectos en los que trabajarán será en la construcción de una cocina comunitaria.

    Para ello deberán internarse en el bosque para obtener la caña guadúa, el bambú y la paja toquilla. Luego deberán aprender sobre el secado ancestral y las técnicas de construcción.
    Además, aprenderán sobre las costumbres y tradiciones nativas. Conocerán los ríos y cascadas, ceremonias ancestrales, entre otros.

    El tsáchila Budy Calazacón les mostró las plantas de cacao nacional orgánico a los turistas extranjeros. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    El tsáchila Budy Calazacón les mostró las plantas de cacao nacional orgánico a los turistas extranjeros. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • Las paletas hechas con coco y chontaduro

    Marcel Bonilla

    Los helados de chontaduro son uno de los más apetecidos en Andarele, la primera paletería artesanal que funciona en el balneario de Las Palmas, en Esmeraldas.

    El chontaduro es una de las frutas que caracteriza a las poblaciones afros del norte de Esmeraldas. Los habitantes de esas comunidades están dedicados al cultivo de la fruta en sus fincas. La cosecha va a la venta y alimentación.

    Cristina Alcívar, propietaria de la paletería artesanal Andarele, acumuló algunos conceptos de la cultura afroesmeraldeña para dar marca a su producto y empezó por el nombre Andarele, una de las danzas tradicionales de Esmeraldas que denota alegría, jolgorio.

    Las paletas también se elaboran con frutas de la zona, a más de chontaduro. Las hay de coco con relleno de manjar, otra de leche de coco y jengibre (llamada cocojengibre), cacao, así como una paleta que combina yogur con maracuyá y mora.

    La iniciativa lleva en el mercado tres años y empezó con la venta de helados de cono. Luego Alcívar decidió ingresar al mundo de la paletería con frutas en su interior, con una etiqueta que promocione a Esmeraldas y sus tradiciones.

    El negocio se financió con un capital inicial de USD 5 000. El dinero se obtuvo de la liquidación que Alcívar recibió al renunciar a su trabajo. Ese capital sirvió para comprar la primera máquina de helado y la mueblería del local.

    José Luis Plaza es parte del negocio familiar. Él explica que luego de trabajar 15 años en Quito regresaron a Esmeraldas para emprender su negocio.

    En la actualidad la inversión supera los USD 20 000, con un crédito de la banca privada. La familia está tramitando un nuevo crédito de USD 20 000, para ampliar su local y establecer nuevos puntos de ventas en la ciudad.

    La heladería produce 2 000 unidades al mes. La venta de las paletas le genera una facturación que oscila entre USD 4 500 y 5 000 al mes, con lo que financian su continuidad. El costo por unidad va desde USD 1, 50 hasta USD 180.

    Este emprendimiento se apoya en entidades públicas para crecer. A través del programa creciendo con mi negocio de la Prefectura de Esmeraldas se ha empezado a trabajar en nuevas metodologías, que va desde aperturas de nuevos mercados y la obtención del registro sanitario.

    Por ahora se trabaja en los parámetros que exigen las normativas del nuevo mercado, para incursionar en otros mercados. Por eso se impulsa una propuesta para llegar a clientes locales, tiendas de barrio, escuelas, colegios y centro comercial de la ciudad.

    La preparación de los emprendedores se lo hace con el apoyo de la Prefectura de Esmeraldas que mantiene un convenio con PNUD, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, destinado a potenciar las iniciativas con 16 técnicos que enseñan en esa modalidad.

    La Prefectura financia las capacitaciones a los emprendedores para fortalecer las iniciativas de negocios, con asesoramiento técnico y aperturas de nuevos mercados.

    También se apoya en la compra de equipos técnicos luego de hacer un diagnóstico. Por eso Andarele busca que se financie la compra de una nueva máquina que supera los USD 8 000, explica Cristian Hernández, técnico de la Prefectura de Esmeraldas.

    La economista Roxana Benítez de la Escuela de Pymes de la Universidad Católica de Esmeraldas, cree los nuevos emprendedores buscan relacionar sus actividades con la cultura, eso implica imágenes y nombres, para posicionar el nombre de la provincia.

    Uno esos fue Plaza Marimba, en Las Palmas, un local donde se crearon 12 pequeños espacios para la venta de comidas rápidas, convirtiéndose en uno de los más visitados en Esmeraldas.

    “Ahora no solo se elaboran helados con chontaduro, también se hacen con jalea de pepepán y zapote negro, frutas que se cultivan en poblaciones afros del cantón San Lorenzo”, explica la investigadora de la Universidad Católica de Esmeraldas.

    Cristina Alcívar, propietaria de la paletería artesanal Andarele, enseña los productos que oferta en Las Palmas. Foto: Marcel Bonilla/ LÍDERES
    Cristina Alcívar, propietaria de la paletería artesanal Andarele, enseña los productos que oferta en Las Palmas. Foto: Marcel Bonilla/ LÍDERES
  • Ellos rescataron los tejidos tradicionales

    Contenido intercultural

    Los ponchos hechos con fibras naturales de borrego son el producto estrella del taller de Nicolás Sinaluisa; también son las prendas que más se demandan. No sólo las piden los indígenas de Chimborazo, Cañar y Azuay, sino que también son muy solicitadas para los rodeos y desfiles por los chagras (hombres del campo).

    Los ponchos se manufacturan en telares manuales. Sinaluisa y las cuatro mujeres que trabajan con él se encargan de darle forma a los hilos de colores y los tejen hasta obtener un textil grueso, resistente al frío del páramo y a las tareas complicadas del campo.

    “Antes en Yaruquíes y Cacha había muchos talleres de tejidos, la mayoría de familias subsistían de ese oficio, pero luego por la migración y la incursión de las grandes empresas textiles que ofrecen telas más baratas el oficio empezó a desaparecer”, cuenta Sinaluisa.
    Su padre, Segundo Sinaluisa, era uno de los artesanos más reconocidos de su comunidad natal, Santa Clara. Él tejía bayetas, ponchos y fajas en un telar de cintura.

    Sin embargo, falleció cuando Nicolás tenía sólo ocho años, por lo que no pudo aprender de él su arte. Pero le heredó todos los accesorios, telares y materias primas de su taller.
    A los 20 años, Nicolás se dedicaba a la construcción y, simultáneamente, aprendía sobre tejidos en un taller comunitario y en todas las capacitaciones que gestionó la fundación de los amigos de Wolfang Shaft, un párroco que impulsó la educación y la interculturalidad en Yaruquíes.

    Él también impulsó la apertura de un instituto que combina la educación académica con las actividades prácticas y el rescate de los saberes ancestrales en esa parroquia. Se trata de la Unidad Educativa Adolfo Kolping.

    Sinaluisa labora ahí como docente. Su función es enseñar a los niños y jóvenes el arte del tejido.

    El propósito es conservar el conocimiento del oficio antiguo que estaba cerca de desaparecer. También busca darles a los chicos opciones para que inicien sus emprendimientos en las comunidades y así detener la migración.

    Los niños aprenden desde las puntadas más básicas, ideales para elaborar pulseras y wangos, hasta el manejo de los telares de madera. Cuando se gradúan tienen la opción de laborar por temporadas en el taller de tejeduría.

    “Me encanta trabajar con los niños. Ellos quizás no están del todo conscientes, pero están rescatando una parte de la memoria histórica de las comunidades”.

    El taller funciona desde el 2002 y se mantiene a flote por medio de la autogestión. Los ingresos de la comercialización de las prendas originarias sirven para pagar los sueldos de los artesanos y para reinvertirse en el taller que lleva el nombre de Rosa Frey.

    Nicolás y su familia han invertido cerca de USD 15 000 en la adquisición de maquinarias para la manufactura de ropa deportiva y camisetas. El contrato más grande que obtuvieron fue en el 2009, cuando fabricaron 25 000 uniformes para los niños de las escuelas bilingües de toda la Sierra Centro.

    Eso les permitió renovar las maquinarias y pagar algunas deudas del taller. La inversión también abrió una nueva línea de negocio.

    Ellos ahora pueden fabricar cualquier tipo de ropa casual y deportiva, con un toque cultural.
    En el taller de tejidos se manufacturan ponchos, bufandas, ponchos femeninos, bayetas y todo tipo de prendas hechas con lana de borrego o con hilos sintéticos.

    Cada año ellos diseñan y fabrican los trajes de los personajes del Pawkar Raymi: la Mama Shalva y el Yaya Carnaval. La bayeta que este año usará la Mama Shalva es especial debido a que está tejida con una técnica característica de Cacha y por primera vez llevará el diseño de la chakana, que antes sólo usaban los varones.

    En el taller también se elaboran shygras de varios colores que tienen los mismos diseños que las fajas kawiñas puruhaes. Esos bolsos son apetecidos por los turistas.

    La mercadería se comercializa en el puesto 15 de la plaza artesanal del Tren, en Riobamba. También en ferias de tres provincias.

    Nicolás Sinaluisa y Carmen Sinaluisa trabajan en el taller de tejidos andinos. Ambos enseñan a los niños. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
    Nicolás Sinaluisa y Carmen Sinaluisa trabajan en el taller de tejidos andinos. Ambos enseñan a los niños. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
  • Los sabores innovadores son la clave de esta heladería

    Red. Santo Domingo (I)
    redaccion@revistalideres.ec

    Los helados MonRoll tienen sabores innovadores. En cada fiesta típica, este negocio obtiene un nuevo sabor como el de la colada morada, en alusión al Día de los Difuntos.

    También realiza una edición especial de un helado navideño, con sabor a cereza y a menta. MonRoll se ha destacado por los ingredientes poco convencionales como el helado con sabor a vino tinto, que se caracteriza porque no es tan dulce y por la acidez típica del vino. Además de un helado con sabor a torta y otro a frutos rojos. En total son 12 tipos de helado.

    En 2017, la idea nació con siete sabores. En uno de sus viajes, Carolina Masson Bedón descubrió el helado en forma de rollo y pensó que sería una buena idea instalar un negocio así en Santo Domingo de los Tsáchilas.

    Así que inició una investigación sobre los helados y el tipo de máquina que necesitaba. Los equipos los importó desde China.

    Ya con las herramientas empezó a preparar la receta. La fórmula tardó más de un mes en estar lista. “Habían fórmulas prefabricadas. Pero yo quería que el sabor de mi helado fuera único”.

    Entonces, ella descubrió que la fórmula ideal era una mezcla de lácteos semidescremados.

    Ese líquido se coloca en unas máquinas y encima se le añaden las frutas frescas, el chocolate o el vino. En menos de tres minutos el helado toma consistencia y se pueden formar los rollos.
    Mientras, el cliente espera por el helado que se prepara al instante, pueden jugar billar o futbolín en la parte trasera de su local.

    Los helados se sirven en dos presentaciones. Una grande que tiene un costo de USD 3 y uno pequeño de USD 1,50.

    Carlos Saltos es uno de los clientes de MonRoll. Él señala que su helado favorito es el de frutos rojos porque se sienten los trozos de la fruta fresca con el lácteo del helado. “Es un sabor que nunca había probado y me encanta”.

    Para la temporada invernal, se han creado nuevas recetas. Una de esas es el chocolate caliente, que es una bebida semiamarga a la que se le añade un rollo de helado de vainilla y se le decora con un escarchado de coco.

    Las fotos de estos productos se suben a las redes sociales, en donde se suman clientes nuevos cada día. Sin embargo, la mayor clientela la obtiene por las recomendaciones de las personas que degustaban los helados.

    También aprovecharon la feria por las fiestas de cantonización de Santo Domingo. Esa fue una vitrina para mostrar el producto y captar clientes fijos, que ya son más 300 personas.
    En la actualidad, a diario se venden entre 300 y 400 helados. Los días de mayor demanda empiezan el jueves y terminan el domingo. “Pero hay temporadas en las que los martes y miércoles vienen muchos clientes al local”.

    Carolina invirtió en su local más de USD 16 000 en las máquinas para los helados, la decoración del local, utensilios de cocina y otros.

    Carolina Masson Bedón es la propietaria de la marca de helados  en forma de rollo MonRoll, ubicado en Santo Domingo de los Tsáchilas. Foto:  Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    Carolina Masson Bedón es la propietaria de la marca de helados en forma de rollo MonRoll, ubicado en Santo Domingo de los Tsáchilas. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • Este negocio equipa al jinete y al caballo

    María Victoria Espinosa

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    En 1990, era difícil obtener un sombrero de alta gama en Santo Domingo. Eso motivó a la familia Remache a instalar un pequeño local, con 1 500 sombreros de nailon conocidos como chaparral, traídos desde Colombia.

    En la actualidad el negocio La Casa del Sombrero amplió su oferta de productos y venden botas, monturas, sombreros, camisas, correas, hebillas texanas, implementos de herrar, y accesorios para el jinete y el caballo.

    Las más de 40 variedades de productos se distribuyen a escala nacional. La mayoría se elabora en una planta, en la parte trasera de la tienda.

    Aunque el producto estrella sigue siendo el sombrero. Vladimir Remache, administrador de la Casa del Sombrero, recuerda que esa prenda era indispensable en 1992 para los ganaderos y montuvios de la región. El que mejor sombrero tuviera era el que mayor poder o jerarquía tenía.

    Por eso, su padre Jorge Remache ideó un negocio que le ofreciera al cliente una variedad de sombreros y monturas para caballo.

    La Casa del Sombrero ha logrado mantenerse en el mercado debido a la innovación. Sus dueños han personalizado los sombreros con las iniciales de los clientes al igual que las monturas para los caballos.

    También se venden los sombreros de a cuerdo con el tamaño de la cabeza de los clientes. “El sombrero si no sabe llevarse puede ser un estorbo para el jinete”.

    En la tienda -agrega- también se puede encontrar sombreros colombianos, peruanos y ecuatorianos, de varios materiales.

    En el caso de las monturas se realizan en varios modelos y materiales. Todas son revestidas con cuero de vaca, que es tratado de forma especial para que el producto sea más duradero.
    Eso las vuelve más atractivas para los jinetes. En la planta, cada semana al menos confeccionan unas cuatro monturas.

    Estos productos tienen un precio desde USD 150 hasta USD 370. Aunque si se hacen bajo pedido y personalizadas pueden costar hasta USD 1 000. “Tenemos clientes que vienen de diversas partes del país”.

    En la planta, se elaboran únicamente productos hechos con cuero. Para eso tienen proveedores a nivel nacional, especialmente en provincias de la Sierra como Loja.

    Todos los productos como chaquetas y correas se realizan a mano para poder personalizarlas.
    También tienen una línea especial para mujeres y niños. Son carteras elaboradas con cuero de distintos modelos y tamaños.

    Para los niños también se pueden encontrar pequeños sombreros, gorras y ropa relacionada con el mundo equino y ganadero.

    Otra línea en la que han incursionado estos emprendedores son los adornos para el hogar.
    La época en la que más movimiento tiene la tienda es en las fiestas de cantonización de Santo Domingo, que también coinciden con las festividades de la Asociación de Ganaderos (Asogan).
    La acogida se debe a que se realizan cabalgatas, concursos de ganado, exhibiciones de caballos de paso fino, conciertos…

    Además, La Casa del Sombrero provee a las candidatas a reina de Asogan y realiza un sombrero especial para la reina elegida.

    Juan Zambrano, gerente de Asogan, afirma que escogieron a este negocio por la calidad de los sombreros y la puntualidad para entregar los pedidos.

    Para esa época, entre junio y julio, se venden unos USD 15 000. Mientras que en un mes normal las ventas llegan a USD 10 000.

    Este negocio se creó en 1992, en un pequeño local en el centro de Santo Domingo. El primer producto fue el sombrero, pero poco a poco empezaron a tener variedad. Hace unos cinco años abrieron la planta donde trabajan con pieles de vaca y otros animales. Además de la atención en el local, también se realizan ventas a través de una página web y de las redes sociales.

    Remache asegura que al menos han invertido unos USD 80 000 en maquinaria, productos y un nuevo local de dos pisos, ubicado al frente del negocio tradicional.

    Vladimir Remache es el administrador del negocio La Casa del Sombrero, ubicado en el centro de Sto. Domingo. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    Vladimir Remache es el administrador del negocio La Casa del Sombrero, ubicado en el centro de Sto. Domingo. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • Artesanías que tienen sello pluricultural

    María Victoria Espinosa

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    En dos vitrinas de vidrio, los turistas pueden observar los productos que realiza Lisseth Delgado, en el Rincón Artesanal.

    Este negocio está ubicado en las oficinas de la agencia de viajes Equinoccial Touring, en Santo Domingo de los Tsáchilas.

    Cada artesanía que se exhibe cuenta la historia de su nacionalidad o pueblo indígena. Por ejemplo, hay un afro esmeraldeño elaborado con resina, tocando un tambor y sonriendo.

    Para la artesana, ese muñeco, que se puede colgar en la refrigeradora, representa el orgullo con que los afrodescendientes muestran al mundo su cultura.

    El Rincón Artesanal inició formalmente hace un año, pero la idea se formó hace más de cuatro, cuando Lisseth estaba en el colegio. Elaboraba artesanías para regalarles a su familia y amigos.

    Luego tuvo la oportunidad de viajar a Jamaica, donde observó que cada artesanía que se vende en los lugares turísticos muestra algo característico de la zona y que, a través de estos productos, se puede dar a conocer la cultura y tradiciones de un país.

    Cuando volvió a Ecuador quiso replicar esa idea. Así que empezó a elaborar la indumentaria de las mujeres tsáchilas para vestir a sus muñecas. La idea le gustó a los turistas y pudo comercializar la primera Barbie tsáchila.

    Eso la motivó a investigar la cultura de esa etnia y luego viajó a otras provincias para conocer a fondo a otras nacionalidades. “Puedo hacer una muñeca afrodescendiente si el cliente lo pide. Podemos personalizar cualquier tipo de artesanías”, explica.

    Con materiales de la zona de Santo Domingo, Esmeraldas y Manabí, como la tagua, semillas tsáchilas, palma real, coco y bambú, empezó a elaborar otras artesanías y cuando ya tuvo más de 20 modelos inició con la exposición en un pequeño rincón de la agencia Equinoccial Touring.

    Las artesanías llamaron la atención de los clientes que visitaban el lugar. Poco a poco se convirtió en una exposición permanente.

    Para tener diversidad de artesanías pluriculturales se puso en contacto con otros productores del país y, ahora, también exponen sus creaciones en este lugar.

    Al mes se venden entre 10 y 20 artesanías a los turistas que compran paquetes para viajar al exterior. Lo hacen para llevar recuerdos de Ecuador a sus familiares o amigos en otros países.
    Por eso, Delgado señala que cada artesanía lleva un proceso de revisión para que las figuras no distorsionen la identidad cultural de las nacionalidades.

    Incluso, en la página web hay una reseña histórica de las regiones del país y las nacionalidades que hay en cada sector. La idea es que a través de las redes se difunda el valor cultural de Ecuador.

    Entre las artesanías más vendidos están los tsáchilas y los indígenas de la Sierra como las cholas cuencanas y los esmeraldeños.

    La demanda de ese tipo de productos hizo que crecieran en número en las vitrinas del Rincón Artesanal.

    En cada percha se observan a tsáchilas representados en camisetas, gorras, figuras de bambú, títeres, porta esferos, calcomanías, entre otros productos.

    Lisseth también comercializa sus productos vía redes sociales y a través de la página web.
    Al mes se pueden hacer hasta tres pedidos. Cada uno de entre 25 y 45 figuras artesanales. Pueden ser figuras elaboradas como muñecas tsáchilas, tortugas de las islas Galápagos, chivas o solo llaveros y porta esferos.

    De hecho, la agencia Equinoccial Touring es uno de sus clientes permanentes.
    Édison Enríquez, gerente de este negocio turístico, señala que realizan pedidos de llaveros en tagua, personalizados con el logo de la empresa. Estos se entregan en los paseos en chiva, cada mes.

    Además, si los clientes contratan paquetes turísticos familiares o empresariales se realizan artesanías con el logo de la empresa o con el apellido de la familia. “Es un valor agregado para nuestros consumidores. A nosotros nos ayuda fidelizarlos”.

    La artesana Lisseth Delgado es la propietaria de Rincón Artesanal, un negocio con artesanías pluriculturales. Foto: Juan Carlos Pérez para LíDERES
    La artesana Lisseth Delgado es la propietaria de Rincón Artesanal, un negocio con artesanías pluriculturales. Foto: Juan Carlos Pérez para LíDERES
  • Los platos montuvios son su especialidad

    María Victoria Espinosa

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    El plátano es el ingrediente estrella del negocio Prieta Manaba, ubicado en El Carmen (Manabí).

    Este restaurante se especializó en desayunos montuvios manabitas como el bolón, tigrillo, arroz perico, tongas, entre otros.

    Kelly Zambrano, de 25 años, es la propietaria. Ella recuerda que el negocio nació por casualidad en Guayaquil mientras estudiaba comercio y realizaba pasantías en una empresa.
    Con el plátano verde, la sal prieta y el queso, que sus padres le enviaban desde El Carmen, ella preparaba bolones y los compartía con sus compañeros de trabajo.

    Ellos le dieron la idea de que los vendiera. “Me decían que estaban muy ricos y que si pagarían por un bolón mío”. Por eso empezó a hacerlos bajo pedido y a promocionarlos en las redes sociales.

    Luego, los compañeros de la universidad también hicieron pedidos. La manabita recuerda que había días en los que debía entregar hasta 40 bolones. Incluso, las empresas empezaron a contratarla para hacer los refrigerios para las reuniones. De ahí nació la idea de hacer mini bolones y de entregar a domicilio desayunos.

    Luego de un año, se le presentó la oportunidad de ofrecer desayunos en un restaurante. “En la mañana yo vendía desayunos y en la tarde una amiga hacia almuerzos”.

    Cuando el negocio había despegado en Guayaquil y ya tenía pedidos de hasta 150 bolones, una tragedia familiar la hizo regresar a El Carmen en febrero del 2017. Su hermano David falleció y ella debía apoyar a sus padres Francia Delvalle y Kléber Zambrano.

    Al principio ayudaba a su madre en el restaurante Rey David, que tiene una trayectoria de más de 20 años. Pero las ganas de emprender regresaron y decidió volver a preparar los bolones. Así que creó la marca Prieta Manaba y empezó a hacer entregas a domicilio en El Carmen.

    Luego implementó el servicio de desayunos sorpresas a domicilio, que incluyen los platos típicos manabitas, pero con decoraciones como globos, flores, peluches, entre otros.

    Además durante las mañanas abrió una cafetería en el local familiar Rey David.
    A diario prepara alrededor de 50 desayunos. Ella afirma que sus platos han tenido acogida por los valores agregados, que ha adicionado. Por ejemplo, los mini bolones están acompañados de una salsa de queso, con un toque de especias aromáticas y de ajo. También ofrece el bolón triplemix, que en su interior tienen queso, chicharrón y maní.

    Zambrano señala que el amor por el plátano nació cuando ella era niña y veía a su padre Kléber Zambrano trabajar en los cultivos y luego empacar el fruto en una bodega en su vivienda.

    Ella escogió la carrera de Comercio Exterior para poder darle un valor agregado a ese fruto. “Sueño con algún día poder exportar bolones de plátano”.

    Zambrano señala que el plátano y la gastronomía manabita siempre han sido parte de su vida. Su abuela y su madre preparaban esas recetas desde que ella era pequeña y le fueron enseñando algunos secretos culinarios.

    En la actualidad, está estudiando gastronomía para poder crear nuevos platos y ampliar el menú de Prieta Manaba. Aunque confiesa que la mayor enseñanza la recibe a diario de su madre Francia.

    Ella le supervisa los bolones para que todos tengan la masa suave y el tamaño indicado. “Hacer bolones tiene su técnica. Mi mamá es mi motivación para hacer las cosas con dedicación y amor”.

    Junto a ella, aprendió a elaborar las tongas manabitas, que es un plato típico que hacían las mujeres montuvias para que sus esposos se llevaran el almuerzo al campo. Para que no se dañara lo envolvían en una hoja de plátano.

    Este platillo manabita -compuesto de arroz, gallina, maní y plátano maduro- ha permitido que Zambrano participe en ferias de exposiciones y en eventos deportivos como Manabí en bici.

    El ciclista Jefferson Bravo afirma que las tongas y los desayunos de Prieta Manaba conservan el sabor tradicional manabita.

    Kelly Zambrano, de 25 años, es la propietaria del negocio Prieta Manaba, ubicado en el cantón El Carmen. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    Kelly Zambrano, de 25 años, es la propietaria del negocio Prieta Manaba, ubicado en el cantón El Carmen. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES