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  • Dulce artesanal a cargo de tres emprendimientos

    Marcel Bonilla

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    Las marcas Mermeladas y Dulces La Mayita, Macadé y La Campesina trabajan desde hace dos años en la elaboración de productos fabricados a base de coco y
    cacao, que se producen en diferentes fincas de Esmeraldas.

    Las tres marcas son parte de la Asociación de Artesanos Tejiendo Pinceladas y Dulzuras (Artepindul), integrada por 15 miembros que trabajan con juguetería en madera, juguetes de tela, tejidos en croché, pinturas en alto relieve, mazapán, arte arena, artes plásticas y todos los dulces.

    Cocada con manjar y con cacao crocante 100% orgánico son dos de las presentaciones con las que Mermeladas y Dulces La Mayita incursiona en el marcado local, para reactivar su economía.

    Como parte del procesamiento, la pepa de cacao se tuesta en pailas sobre fogones de madera. Luego pasa a molinos artesanales, hasta quedar en pequeños granos para ser agregado a las cocadas, con trazos rectangulares.

    A esa producción se suman las cocadas tradicionales, arroz con coco, manjar de coco y aceite de coco para el consumo en alimentos. También se desarrollan artículos de tocador como bronceador de aceite de coco y productos para tratar el cabello.

    Mayra Ortiz, representante de Mermeladas y Dulces La Mayita, explica que la producción se hace con capital propio y se trabaja con un promedio de 100 unidades por cada uno de los productos.

    Macadé, representada por Raquel Cañola, está dedicada a la producción de tortas de yuca y jabones de glicerina, con esencia de coco. La preparación se hace en su domicilio, mientras se financia la construcción de un galpón en el que funcionará su negocio.

    “Por ahora la manufactura es baja y se hace en función de los pedidos que tengamos dentro de la provincia, que suelen ser mayores en feriados”, señala Cañola.

    Una tercera marca es La Campesinita, que lidera María Esterilla, en la comunidad de Tabuche, a media hora de la ciudad de Esmeraldas. Allí prepara manjar de coco y borojó, y rompope de cacao.

    El manjar de coco y borojó ya cuentan con registro sanitario. El esfuerzo de 10 emprendedoras de La Campesinita tiene dos años ocho meses y la finalidad es potenciar su iniciativa para llevarla fuera de la provincia.

    La presentación de los manjares se la hace en recipientes de vidrio de 150 y 200 gramos, con proyecciones a que sea mayor y se incremente la producción que está sobre las 200 unidades al mes.

    El coco y el cacao son dos frutas que se producen ampliamente en la provincia de Esmeraldas y que han desarrollado el ingenio de mujeres emprendedoras para dar valor agregado a las mismas.

    La mayor promoción de los emprendimientos se hace en las ferias artesanales en las que se exponen las iniciativas de las esmeraldeñas, que están probando combinaciones para dar un mejor uso al coco y al cacao.

    El 90% de los negocios que se presentan en eventos tuvieron su origen después del terremoto de abril de 2016, que afectó el sur de la provincia de Esmeraldas.

    Por eso, con ayuda del Ministerio de Industrias, la Superintendencia del Control del Poder del Mercado y el Instituto de Economía Popular y Solidaria, se han logrado agilitar los procesos para que las emprendedoras puedan sacar al mercado sus productos con registros sanitarios.

    Una imagen de la venta de productos gastronómicos elaborados con coco y cacao. Las emprendedoras se presentan en ferias en la provincia. Foto: Marcel Bonilla / LÍDERES
    Una imagen de la venta de productos gastronómicos elaborados con coco y cacao. Las emprendedoras se presentan en ferias en la provincia. Foto: Marcel Bonilla / LÍDERES
  • Los tsáchilas venden sus productos en un mercado

    María Victoria Espinosa

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    En el centro de Santo Domingo se fundó un mercado para que los tsáchilas pudieran vender los productos que siembran y cosechan en sus comunas.

    Hace 15 años, los vecinos de la urbanización Albarracín decidieron donarles un espacio a los tsáchilas para que instalaran un mercado artesanal y productivo.

    María Calazacón recuerda que esa decisión se tomó, luego de que un grupo de tsáchilas le contara a los vecinos las dificultades que tenían para comercializar sus productos en los mercados.

    Una de las razones era que debían pagar un arriendo para poder vender en los mercados y un vehículo para que los transportara desde las comunas hasta la ciudad con sus productos. “No era rentable porque teníamos poca producción y no nos quedaba nada para nosotros”.

    En ese terreno, construyeron pequeñas cabañas con materiales como el pambil y la caña guadúa, que obtuvieron de los bosques nativos. Ahí, 32 tsáchilas exhiben de lunes a domingo productos como la piña, plátano, papaya, naranjas, entre otras, que se dan en las parcelas tsáchilas.

    Cada tsáchila invirtió alrededor de USD 50, para acondicionar el terreno para construir las cabañas y recibir a los clientes. Además hicieron estanterías y sillas de madera para acomodar productos.

    Entre los frutos más comercializados están el plátano, las naranjas y la piña. Esos productos son comprados por dueños de los restaurantes aledaños al mercado. “Solo nos pitan y ya sabemos que vienen a comprarnos y le llevamos las frutas”, dice Calazacón.

    Las artesanas también venden collares, pulseras, faldas típicas y artículos de madera para el hogar.

    Los tsáchilas reciben alrededor de 60 clientes semanales en el mercado. La mayoría son vecinos de la urbanización, aunque también llegan personas de otros lugares para buscar productos orgánicos.

    Uno de los clientes es Miguel Flores. Él señala que los productos tsáchilas aún se cosechan con las técnicas ancestrales y que por ello no contienen químicos. “El sabor es diferente, más natural”.

    Además son alimentos económicos. Los tsáchilas ofrecen piñas desde USD 0,50 y racimos de verde desde USD 3.

    El Ministerio de Agricultura y Ganadería les ayudará a organizar una feria artesanal y productiva cada jueves para atraer a más clientes. La semana anterior se realizó la primera feria con la que se re inauguró el mercado.

    Miguel Aguavil, presidente de la Asociación de Tsáchilas, afirma que a diario se seguirá atendiendo a los clientes. Pero que el jueves habrá más variedad de productos.

    Susana Aguavil, de la comuna Colorados del Búa, afirma que para economizar USD 20 diario que cuesta un vehículo para transportar los productos desde la comuna hasta el mercado, ella solo saldrá los jueves a vender sus productos en la feria. “Hay días que se vende poco (USD 10). Pero en la primera feria vendimos más de USD 100 en frutas”, asegura.

    María Calazacón, de la comuna Chigüilpe, en cambio, venderá a diario debido a que en su cabaña puede almacenar los productos y por eso solo ocupa un vehículo semanalmente, por el que paga USD 10.

    Según el gobernador tsáchila, Javier Aguavil, se trabajará en la promoción de la feria. Se hará a través de la radio comunitaria tsáchila Sonba Pamin. También harán la invitación a través de las redes sociales.

    A esa iniciativa de la feria también se unirán los tsáchilas que realizan remedios naturales y artesanías como collares y pulseras para evitar las malas energías.

    María Calazacón es una de las vendedoras del mercado tsáchila, ubicado en el centro de Santo Domingo. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    María Calazacón es una de las vendedoras del mercado tsáchila, ubicado en el centro de Santo Domingo. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • Los campesinos emprenden con la tuna

    Fabián Maisanche

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    La rentabilidad de la tuna asoció a 10 productores del caserío La Esperanza, en Ambato. La zona árida y desértica de la zona es ideal para la producción de este fruto que no requiere de una gran cantidad de agua ni terreno húmedo.

    Los campesinos con el apoyo de técnicos del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), Prefectura y Junta Parroquial de Montalvo buscan darle un valor agregado al producto.

    Los trabajos iniciaron en enero y los resultados fueron presentados en la Gobernación de Tungurahua el pasado lunes. Allí ubicaron sobre las mesas los frascos con la mermelada de la tuna, vasijas con la pulpa y cajones de madera con la fruta. Los emprendedores entregaron a los visitantes galletas con la mermelada para su degustación.

    “Nos organizamos para tener ganancias con el producto. No solo vamos a vender la tuna sino sus derivados que lo estamos elaborando de manera artesanal”, explica Beatriz Núñez.

    La campesina, de 38 años, cuenta que la tuna siempre fue cultivada en la zona de Montalvo, Huachi Grande y parte del cantón Cevallos pero los bajos precios en la comercializan provocaron que algunos productores se desanimen en continuar produciendo.

    Por ejemplo en el mercado Mayorista de Ambato, la caja de frutas puede llegar a costar entre USD 8 y USD 15, dependiendo de la temporada y la variedad.

    Otros cambiaron los cultivos o los tienen abandonados como en los caseríos San José y El Empalme, ubicadas al sur de Ambato.

    “El precio es una ventaja para los revendedores y un daño al productor. La tuna tiene buena aceptación en el mercado y eso nos motiva para continuar con el proyecto y seguir asociándonos”, indica Núñez.

    El caserío cuenta con 20 hectáreas de las 50 que se cultiva en los cantones del sur de la provincia de Tungurahua. Las tunas blancas representan el 90% de la producción seguido de las moradas y amarillas.

    Los técnicos de la dirección provincial del MAG de Tungurahua explican que los campesinos del caserío La Esperanza prefieren la blanca por considerarle dulce y apetecida en el mercado local.

    Mientras que los agricultores de Cevallos y Huachi Grande cosechan la nopales amarilla por el tamaño y el rendimiento que representa el producto.

    “Las propiedades nutricionales y energéticas son altas. Ayudan a reducir el colesterol, regenerar el estomago y cicatrizar las heridas al consumirlas”, indica la ex asambleísta Betty Jerez.

    La indígena del pueblo Salasaka fue una de las asistentes a la feria de emprendedores. Ella adquirió las ocho tunas frescas en USD 1 por sus propiedades curativas.

    “Muy pocas personas la consumen porque las cáscaras tienen espinos pequeños y es incómodo pelarlas. Los médicos me recomendaron consumirla”, cuenta Jerez.

    La tuna es considerada un cultivo no tradicional en Tungurahua y por eso no cuenta con la maquinaria necesaria para procesarla. Los técnicos del MAG y del Gobierno Provincial realizan estudios para tener un manejo adecuado, valor agregado, producción y costos que beneficien a los campesinos. Por el momento se vende el frasco de 250 gramos con mermelada a un costo de USD 3.50, la sidra en USD 5 y la pulpa USD 3.

    El presidente del junta pro mejoras de La Esperanza, José Bayas, explica que los funcionarios están analizando el real costo de producción y cuánto se produce en el año en la provincia. Los datos permitirán adquirir una máquina que les ayude en el proceso de limpieza a los campesinos.

    “Los precios decaen y ahí es cuando aprovechan los revendedores. Ahora estamos dándole valor agregado con las presentaciones en mermeladas, néctar, helados y sidras que pueden ser utilizados en ensaladas o salsas”, indica Bayas.

    Otro de los temas que trabajan es en el fortalecimiento de la asociación, posicionamiento de la marca y búsqueda de mercados.

    Los campesinos mostraron las tunas, en el edificio patrimonial de la Gobernación de Tungurahua.  Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Los campesinos mostraron las tunas, en el edificio patrimonial de la Gobernación de Tungurahua. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Una familia que vende bocaditos típicos por el país

    Redacción Quito

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    Era 1 990 y Elena Jiménez buscaba una manera para ganarse la vida. Así fue como nació Productos Grays, un negocio que elabora bocaditos con granos y otros productos tradicionales.

    Maní de sal, habas fritas y ajonjolí son algunos de los productos que el negocio comercializó desde sus inicios. Grace Logroño, gerente e hija de la fundadora, dice que iniciaron vendiendo a una bodega que luego se convirtió en un supermercado.

    Hace cinco años su madre, por problemas de salud, se retiró del negocio y se fue a vivir a Ventanas (Los Ríos), donde su abuela tiene una finca. La plantación provee a este negocio de todos los insumos que requieren para la fabricación.

    Grace se encarga ahora de las operaciones del emprendimiento. De hecho, Productos Grays tiene ese nombre en su honor.

    Se trata de una iniciativa familiar. Su padre y su hermano menor, Eduardo y Diego Logroño, también colaboran.

    Al inicio, Elena era quien se encargaba de la producción, pero ahora, además de su familia, el negocio tiene cuatro colaboradores. “Todos nos ayudamos mutuamente. Me siento orgullosa porque mi hermano, que solo tiene 16 años, ha adquirido responsabilidades y me ayuda mucho. El personal, además, recibe capacitación”, detalla la gerenta.

    El emprendimiento arrancó con tres productos. Luego fue incrementando con habas de dulce y maní con ajonjolí blanco; ahora espera ampliar su oferta con fruta deshidratada o seca y para ello están sacando registro sanitario.

    El año pasado, tras incorporarse al Programa de empresas solidarias e innovadoras de ConQuito, desarrolló un nuevo producto. “Es un ‘snack’ para deportistas. Se trata de una bolitas rellenas de chía y encapsuladas por un recubrimiento de higo. En algunas también hemos hecho una cobertura de chocolate negro. Además, les incorporamos ajonjolí”.
    Estos productos son ideales para quienes necesitan mantenerse activos durante el día o para quienes realizan actividades atléticas.

    “Elaboramos todos los productos tradicionales de manera artesanal. El maní, por ejemplo, lo tostamos; las habas sí las freímos y las de dulce contienen panela. Son productos saludables, con un toque diferente, pero que son propios de nuestra cultura gastronómica”, manifiesta Grace.

    Según ConQuito, este negocio se destaca porque practica los principios de la economía popular y solidaria. Lo cataloga como socialmente responsable.

    Productos Grays se comercializan en Quito y otras ciudades del país. Actualmente, la oferta de este negocio se encuentra en Baños, Quevedo, Babahoyo, Latacunga, Ambato, Ibarra, Cayambe, etc.

    Los ‘snacks’ han llegado también fuera del continente. En el yate Darwin, que navega por Galápagos, también se los ofrece.

    Juana Armijos, administradora de este navío, indicó que conoció del emprendimiento por una entrevista de radio. Ahora llevan fundas grandes de maní para que consuman los turistas; lo compran debido a su calidad.

    La familia Logroño busca que su negocio siga creciendo. Espera seguir capacitándose para ofrece a sus clientes un trato óptimo y aumentar su línea.

    La idea, además, es que más personas conozcan que estos productos buscan resaltar alimentos propios del territorio nacional.

    Más datos

    La gerente. Grace Logroño es ingeniera en finanzas y auditoría. Al entrar al programa Pesi, de ConQuito, logró desarrollar una estrategia de marketing y ventas. Previo a ello la situación de comercialización era complicada.

    Premio. Productos Grays hizo una prueba en Quicentro Sur por dos días el año pasado. La sorpresa fue que el público compró gran cantidad de la oferta: 300 fundas. El negocio ganó el premio Testing Lab de ConQuito y ganaron la permanencia por seis meses en una isla del centro comercial.

    Grace Logroño se encarga personalmente de la producción de maní de sal, habas fritas, entre otros bocaditos. Foto; Armando Prado / LÍDERES
    Grace Logroño se encarga personalmente de la producción de maní de sal, habas fritas, entre otros bocaditos. Foto; Armando Prado / LÍDERES
  • Con sus trajes típicos transmite cultura

    María Victoria Espinosa

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    El asesoramiento sobre los pueblos y las nacionalidades indígenas del país ha sido la clave del negocio la Casa del Disfraz.

    Este local, en el que alquilan trajes típicos de Ecuador, fue creado hace 15 años por Carmen Gavidia.

    Ella es una apasionada por el arte y la cultura ecuatoriana. Todos los días busca nueva información sobre las 14 nacionalidades y pueblos indígenas para asesorar a su clientela. “Vienen de los colegios y me preguntan sobre los platos típicos o las costumbres porque deben hacer exposiciones en casas abiertas”.

    Además de los conocimientos que ha adquirido en los libros, también ha visitado varias etnias para aprender sus tradiciones, costumbres y el idioma.

    En uno de esos viajes visitó a los saraguros, una población ubicada al sur de la provincia de Loja. Ellos se caracterizan por vestir de negro. “Hay niños que por el color no quieren usar esas prendas porque no conocen su cultura”.

    Según Gavidia hay dos teorías sobre su vestimenta. La primera es que el negro es un campo magnético para conservar la energía del sol. La segunda es que aún conservan el luto por la muerte de Atahualpa, quien era su líder.

    Al relatarles esas historias, los niños y jóvenes se entusiasman con el traje y replican en el colegio esos conocimientos.

    Como parte del asesoramiento, Gavidia también les ayuda a seleccionar las canciones para armar las coreografías para las ferias escolares o los concursos en los barrios. “A veces hay clientes que alquilan un traje de montuvio, pero piensan bailar música afroecuatoriana”.

    La Casa del Disfraz tiene al menos 200 clientes fijos. La mayoría son estudiantes y profesores.

    Ellos alquilan hasta 50 trajes en un día. De cada etnia tiene más de 150 trajes. Eso debido a que hay fechas en las que varios colegios coinciden con el mismo traje.

    La fecha en la que más se alquilan vestuarios es el Día de la Raza o de la Interculturalidad.
    La docente Mariana Zambrano es clienta desde hace cinco años de la Casa del Disfraz. Ella asegura que con Gavidia aprendió sobre trajes típicos y cómo colocarlos. “Antes las mamitas no sabían colocar las fajas y en las presentaciones a las niñas se les caían. Carmen nos asesoró”.

    Los clientes de este local reservan hasta con un mes de anticipación. Un día antes del evento, el cliente debe acercarse a retirar el traje y debe regresarlo en un periodo máximo de tres días.
    Los precios de alquiler de trajes típicos y disfraces varían de entre USD 3 y USD 10, dependiendo del diseño y los accesorios como sombreros y bisutería.

    Pero no siempre fue así. Hace 15 años cuando recién se inauguró la Casa del Disfraz, los clientes eran esporádicos. Los pocos que llegaban, menos de cinco al mes, buscaban disfraces.

    Sin embargo, ella empezó a viajar a la Sierra y a comprar prendas como blusas bordadas, sombreros, fajas y cinturones de las culturas kichwa.

    Luego de dos años, las escuelas empezaron a realizar concursos de danza, casas abiertas y obras de teatro.

    Gavidia recuerda que al principio, los clientes pedían solo trajes de la costa. “Poco a poco les fui mostrando otras opciones y ahora ya tiene más acogida”.

    La emprendedora empezó su negocio con un traje de mujer otavaleña. Ella recuerda que desde niña se había interesado por esa cultura, ubicada en la provincia de Imbabura.
    En esa zona convivió con los indígenas y ellos le confeccionaron la primera blusa bordada. Ella invirtió unos USD 40.

    Desde hace siete años, los otavaleños surten su local. Anualmente despachan unas 30 blusas, con diferentes bordados. En estos productos invierte unos USD 300.

    La mujer señala que sería más fácil elaborar los trajes en Santo Domingo, pero estos no tendrían el sello indígena. “Mi labor no solo es alquilar un traje sino transmitir cultura. Que la persona sepa lo que lleva puesto para no distorsionar la cultura”.

    El negocio

    La Casa del Disfraz se inauguró en el centro de Santo Domingo en el 2003. El negocio se mantiene en el mismo lugar desde esa fecha.

    Al principio solo contaba con unos 100 trajes típicos de montuvios, afroecuatorianos y kichwas. Ahora tiene más de 1000, de todas las nacionalidades y pueblos indígenas del país.

    La inversión inicial fue de USD 40. Pero en total, se ha invertido en telas y trajes alrededor de unos USD 20 000.

    A parte de los trajes típicos también alquila ternos para hombre y vestidos de gala y para novias y quinceañeras.

    La riobambeña Carmen Gavidia instaló un negocio de alquiler de trajes típicos en Santo Domingo. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    La riobambeña Carmen Gavidia instaló un negocio de alquiler de trajes típicos en Santo Domingo. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • Chigüilpe es una comuna para el turismo

    María Victoria Espinosa

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    Tres nuevos emprendimientos turísticos se han creado en la comuna tsáchila Chigüilpe.
    Los nativos han utilizado los espacios verdes y el pequeño bosque para mostrar a los turistas, las tradiciones ancestrales.

    El centro cultural Ka-tiluli, que en tsa’fiki significa árbol de palma real, fue inaugurado hace cinco meses y está integrado por 18 tsáchilas de todas las edades.

    Ellos construyeron dos espacios para el proyecto turístico. En el primero se encuentra el área musical y el taller de artesanías.

    Mientras que al cruzar una calle de tierra se puede observar la entrada hacia el bosque nativo. Allí se construyó un sendero con plantas decorativas y escaleras de madera. Al transitar por el lugar, el turista se encuentra con más de cinco estaciones en las que se exponen las costumbres tsáchilas como los telares donde se confecciona la indumentaria tradicional.

    También se puede ver las plantas de la caña de azúcar con la que preparan la chicha o malá en tsa’fiki o el consultorio chamánico, la vivienda ancestral e incluso hay una estación en la que se le rinde tributos a los ancestros tsáchilas, entre otros.

    Una de las novedades de Ka- tiluli es que los turistas pueden aprender sobre las tradiciones agrarias nativas. Los guías tsáchilas le explican al visitante cómo se cultiva el cacao e incluso les venden la mazorca por USD 0,50.

    Para construir esos dos espacios, los tsáchilas debieron conseguir más de 18 000 toquillas y
    10 000 cañas guadúa. “Fue un trabajo en minga con materiales del medio”, señala la líder del proyecto, Flor Aguavil.

    Al frente de Ka-tiluli se creó otro emprendimiento nativo llamado la Isla Tsáchila.
    En este lugar se ofrecen caminatas por el río Chigüilpe en las que se pueden observar animales como aves, peces, guantas, sapos, escarabajos, mariposas e insectos.

    Según Leonardo Aguavil, representante de Isla Tsáchila, la idea del emprendimiento es fomentar el ecoturismo en la provincia.

    Hace unos meses este centro cultural firmó un convenio con Ka-tiluli para ofrecer un paquete de USD 2 por persona, que incluye la caminata por el río y una exposición de las costumbres y tradiciones tsáchilas.

    La guía turística tsáchila, Cruz Calazacón, explica que este tipo de alianzas son importantes porque se unen esfuerzos y se le brinda una mejor atención al turista.

    Ella señaló que a través de las redes sociales se están promocionando y en cinco meses ya han tenido la visita de dos grupos extranjeros.

    A unos 200 metros de estos emprendimientos, la familia Calazacón también instaló un centro cultural llamado Tradiantsa (Tradición ancestral tsáchila).

    Este emprendimiento aún está construyéndose, pero ya recibe turistas. Los mayores atractivos de este centro cultural es el grupo de música, que ha participado en concursos nacionales y la medicina ancestral.

    Esta actividad es realizada por una mujer: Albertina Calazacón. “Antiguamente la medicina solo la podían practicar los hombres. Pero se ha demostrado que el don también lo tenemos las mujeres”, señala Melina Calazacón, guía nativa de Tradiantsa.

    Según el gobernador tsáchila, Javier Aguavil, Chigüilpe se ha convertido en una de las comunas más visitadas por su cercanía a la ciudad (15 minutos del centro). Por eso, ya se han instalado siete centros culturales.

    Según Augusto Calazacón, historiador tsáchila, esta comuna fue la primera en recibir turistas que buscaban curaciones de los chamanes hace más de 40 años.

    Hace dos décadas se creó el primer emprendimiento turístico que fue el Museo Tsáchila. “Allí se formaron los líderes de los otros centros culturales, quienes incluso le enseñaron a los tsáchilas de otras comunas”, dice Calazacón.

    Según la Directiva Comunitaria de Chigüilpe, la primera actividad económica de la comuna es el turismo, seguido de la agricultura. Al año se reciben a unos 4 000 turistas nacionales y extranjeros.

    La tsáchila Flor Aguavil lleva ocho años trabajando en los centros culturales de la comuna Chigüilpe. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    La tsáchila Flor Aguavil lleva ocho años trabajando en los centros culturales de la comuna Chigüilpe. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • La ruta turística que usa acertijos y leyendas

    Redacción Quito

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    Seis de cada 10 quiteños no realizan tours en su ciudad porque les parece aburrido. Este fue el diagnóstico de un estudio realizado el año pasado por Gabriela Fernández, ingeniera en Turismo y Preservación Ambiental.

    El segundo hallazgo de la investigación fue que ocho de cada 10 niños en Quito no conocen lo que es un juego tradicional.

    Estas dos realidades fueron el punto de partido para la construcción de Mi ruta, mi Quito, un recorrido por el Centro Histórico de la capital, donde lo fundamental es que los participantes tengan una experiencia vivencial.

    Se trata de la primera ruta de Ecuador Mystic Country, empresa conformada por Gabriela, su esposo Cristian Espinosa, quien se encarga de la parte administrativa, e Israel Vera, desde el lado del diseño y la publicidad.

    Mi ruta, mi Quito parte en la Iglesia de San Francisco. Desde este punto comienza la integración de los participantes. Gabriela no solo les cuenta las historias conocidas y no tan conocidas de la congregación franciscana, además les entrega un acertijo que deberán descifrar. En cada parada hay un nuevo acertijo. El ganador se lleva un souvenir.

    La segunda parada son las Colaciones de la Cruz Verde. El local es atendido por Luis Banda, quien se dedica al preparado de los tradicionales dulces desde hace 30 años, siguiendo los pasos de su abuelo, quien comenzó la labor hace más de un siglo, en 1915.

    Los integrantes de la ruta podrán observar la elaboración de las colaciones. El maní se va tostando en un caldero de gran tamaño, que Luis menea con sus dos manos, mientras en otra olla se prepara la miel, que poco a poco se irá agregando al maní. Finalmente, se añade limón como preservante natural.

    Doce lugares del Centro Histórico integran Mi ruta, mi Quito. Algunos son bastante conocidos y otros no tanto. Es el caso de la Cerería Rumivel’s, ubicada en la calle Flores, donde Uvaldina Quillupangui explica el proceso de elaboración de las velas palmatorias, utilizadas en procesiones y festividades religiosas. En este lugar, Gabriela cuenta la leyenda popular de la Dama Tapada.

    Rescatar los juegos tradicionales también es uno de los objetivos de la ruta. Todos, grandes y pequeños, deben hacer bailar al trompo, saltar la rayuela o adivinar quién tiene el florón.
    Gladys González hizo la ruta en marzo junto a sus nietos y sobrinos, quienes hicieron bailar el trompo y jugaron a la rayuela. Gladys, a pesar de que tiene 52 años viviendo en Quito, conoció las Colaciones de la Cruz Verde y la Cerería Rumivel’s.

    Lorena Acuña tampoco había participado antes en rutas de estilo similar. En mayo, se sumó a Mi ruta, mi Quito. Dice que lo que más le gustó fue poder interactuar y conocer las leyendas populares.

    Desde febrero, cuando arrancaron oficialmente, han participado 70 personas en 12 rutas. El precio por persona es de USD 20.

    Para el inicio del año escolar, están organizando rutas para grupos de escuelas y colegios. Próximamente, también tendrán un nuevo recorrido por el barrio La Tola, que incluye una visita al Parque Itchimbía y conversaciones con personajes emblemáticos de este sector.

    El mes pasado, Gabriela quedó en segundo lugar en el concurso Mujeres Emprendiendo con Éxito, organizado por la Agencia de Promoción Económica Conquito, que ahora le ayudará a pulir el emprendimiento turístico.

    Israel Vera, Cristian Espinosa y Gabriela Fernández conforman el equipo de Ecuador Mystic Country. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
    Israel Vera, Cristian Espinosa y Gabriela Fernández conforman el equipo de Ecuador Mystic Country. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
  • Su calzado es una mezcla de estilo e interculturalidad

    Redacción Quito

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    Comodidad, estilo e interculturalidad. Estas tres palabras definen a los zapatos de la marca ecuatoriana Qunis, un emprendimiento que nació de las manos de una familia en el norte de Quito.

    Fernando y Andrea Bravo (padre e hija), y Diana Ávila (cuñada) levantaron este negocio hace dos años con el objetivo de crear un calzado de mujer que se use para ir al trabajo, a la universidad y demás ocasiones.

    Pero no solo eso, estos emprendedores apuntaron a dar un valor agregado a sus clientes: los estilos andinos en cada modelo.

    La idea partió con la búsqueda de productores-artesanos para la elaboración de los zapatos y para la entrega de la materia prima: el cuero, los telares y la suela de los zapatos. Para ello recorrieron el país y llegaron a la parroquia Quisapincha (Tungurahua). En este sector encontraron a Javier Lozada, un artesano que se dedica a la producción de carteras, billeteras, cinturones de cuero y hace dos años a la elaboración de zapatos.

    El encuentro entre ambos emprendedores fue interesante para Andrea Bravo, porque juntos aprendieron a elaborar los zapatos. “Él nunca había elaborado zapatos pero tenía la indumentaria necesaria para hacerlo; por lo que tuvimos que aprender juntos”.

    Ambos hicieron pruebas durante meses, porque tenían que adaptar los modelos a todo tipo de pie. En su primera producción sacaron tallas desde la 36 hasta la 39.
    Ahora tienen una mayor variedad, que van desde la 35 hasta la 40. “Es un producto elaborado con cariño y de diseñador”, expresa Lozada.

    Este zapato es una mezcla de cuero y partes de telares de diferentes colores y formas. Este último material traen desde Otavalo (Imbabura). En total son cuatro productores que entregan los insumos para el calzado femenino.

    Bravo rescata el trabajo con las comunidades, porque ellos dan una oportunidad para que su trabajo sea reconocido fuera de sus localidades. A esto se suma que “el pago a los productores que trabajan con nosotros es justo. No regateamos”, señala la joven de 28, quien estudió una maestría en Marketing y Comunicación en Moda e hizo una inversión de USD 600 para este negocio.

    Sus colecciones son únicas, por lo que no sacan una producción masiva. Al mes producen 50 pares.

    Estos zapatos están en almacenes de hoteles del norte de Quito, en tiendas como Ashanka (Conocoto) y otros. Además se comercializan vía ‘on line’, por medio de su página de Facebook, donde están los precios de los modelos de cada uno. La mayoría alcanza los USD 35, por lo que su facturación mensual llega a USD 2 000 aproximadamente.

    Adriana Castillo es una joven que busca productos andinos elaborados en el país. Su gusto radica en que compra productos a artesanos y ayuda a que sus negocios salgan a flote. “Conozco de los zapatos por Facebook y me parecieron lindísimos, por lo que compraré unos. La idea es apoyar a los emprendedores”.

    Andrea Bravo es una de las emprendedoras que levantó la marca Qunis junto con su papá Fernando y su cuñada Diana. Foto: Galo Paguay/LÍDERES
    Andrea Bravo es una de las emprendedoras que levantó la marca Qunis junto con su papá Fernando y su cuñada Diana. Foto: Galo Paguay/LÍDERES
  • Un espaldarazo a la economía social

    Redacción Quito

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    Una empresa social y solidaria. Así es como definen sus directivos a Ninakay.
    Esta es una organización que impulsa el desarrollo de emprendimientos a través de tres principios: la cultura de solidaridad, el desarrollo del ser y la aplicación de conocimientos técnicos.

    Ninakay trabaja desde el 2010 y se ha concentrado en las prácticas de la economía popular y solidaria (EPS) y de comercio justo. El trabajo que realiza con los emprendedores incluye las actividades en red, la asociatividad, el rescate de la interculturalidad, entre otros.

    Rubén Zapata, presidente de la organización, explica que él y otros integrantes de la misma trabajan por más de 30 años en temas vinculados a emprendimiento, desarrollo comunitario, etc. Actualmente, dice, el ente cuenta con dos programas estrella.

    Se trata de Pesi Impulsar, que se ha desarrollado en los dos años anteriores, y de Pesi Crecer. Estos se llevan a cabo en alianza estratégica con la Agencia Metropolitana de Desarrollo Económico (ConQuito) desde hace dos años.

    En el primero artesanos, asociaciones comunitarias, empresas familiares, entre otros, desarrollan actividades para mejorar la gestión de sus negocios. En el segundo, los beneficiarios identifican sus necesidades y buscan soluciones para las mismas.

    Xavier Albuja, coordinador técnico de ConQuito, indica que en la primera fase de Pesi Impulsar hubo 35 beneficiarios y 71 en la segunda. Ahora están iniciando el segundo programa .
    Una de las personas que participó en Pesi Impulsar y que participa en Pesi Crecer es Patricia Ruiz, del negocio textil Apogeo.

    En un inicio ella fabricaba camisetas pero, con el aprendizaje en el programa, desarrolló una mejor alternativa y ahora produce chompas para personas que hacen senderismo, caminata y montaña. “De la chompa sale un canguro y también se puede hacer una mochila de cuerdas”.
    Ella destaca las enseñanzas recibidas por los representantes de Ninakay, entre las que está Ruth Bolaños, la gerenta general.

    “Pensamos y estamos convencidos de que si no desarrollamos a las personas, si no cambiamos los limitantes, va a ser difícil poder emprender”, dice Bolaños. También trabajan en innovación de productos, con marca, empaque, etc., para que compitan en el mercado. “Les damos a los emprendedores herramientas para vender”.

    Otro de los objetivos que tiene la organización es la valoración de los productos propios del país y el impulso de la soberanía alimentaria. Eso lo han observado los directivos en emprendimientos como Zapallito Dulce, que fabrica productos en base a zapallo.

    También están negocios como los que hacen pasteles con productos andinos, como amaranto, chochos, quinua, entre otros.

    En este marco se conjuga otro elemento de trabajo de Ninakay, que es el acercamiento entre el campo y la ciudad. Para Tapia, las dos áreas pueden trabajar en conjunto y desarrollar redes de labor.

    La esencia del comercio, desde la concepción de la organización, es colaborar y no competir. Asimismo, trabaja en la inclusión de grupos sociales vulnerables como las personas de la tercera edad.

    Bolaños destaca el accionar de una agrupación de jubilados en la zona de Píntag, que desarrolló un emprendimiento social, a través del cual arma canastas de productos agroecológicos y las distribuye a otras personas de la tercera edad que, por diversas circunstancias, tienen dificultades para salir de sus viviendas.

    Asimismo, otro ejemplo es el de la Asociación Comunitaria de Desarrollo Integral que atiende desde hace 18 años a niños cuyas madres trabajan y no tienen quién les cuide, así como personas de la tercera edad solas o vulnerables.

    Ninakay no solo trabaja en el Distrito sino que también ha participado con colaboración con Organizaciones no Gubernamentales y Gobiernos Autónomos Municipales de provincias como Tungurahua e Imbabura.

    Grace Logroño, de Grey’s Snacks, ha recibido la colaboración de Ninakay y ConQuito.
    Grace Logroño, de Grey’s Snacks, ha recibido la colaboración de Ninakay y ConQuito.
  • Norma revive la piel de África en Ecuador

    Elena Paucar 
    Contenido Intercultural

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    Es la diosa de los ríos. En la mitología dela cultura yoruba Oshun simboliza la feminidad, con sus joyas y paños bordados.

    Esta divinidad es la inspiración de Norma Rodríguez Gruezo y el nombre de su local de moda afro, que surgió en el 2003, tras un inesperado viaje a África. Allí sintió el despertar de sus raíces.

    Ocho años antes había llegado a Italia, donde conoció a su ‘fratello’ Dudú, un senegalés que le enseñó la tradición detrás de los coloridos trajes africanos que vendía en Génova. “Me vestía como ellos. Ya no sabían si era ecuatoriana o era senegalesa”, cuenta Norma.

    Sus dedos se entrelazan como una máquina cuando de trenzas se trata. Sin dejar de trenzar revive su primer encuentro con la ‘tata’ Ana (abuela, tía o una mujer mayor), allá en Senegal. “Ella es de la etnia wolof, que se destaca por su elegancia. Son los que marcan la moda en el continente”.

    Las perchas en su casa, en la cooperativa Vencer o Morir de la lsla Trinitaria, en Guayaquil, atesoran algunas de las prendas africanas que ahora son el molde de sus creaciones. Ahí está el traje morado de arandeles amarillos, el primer regalo de su tata. “Realzan la naturaleza. Los trajes son hechos a mano; hasta tiñen las telas”, cuenta como parte de su aprendizaje durante 15 días en África.

    En el 2013, cuando regresó a Ecuador, empezó sus propias confecciones. Son batas frescas, grabadas con tigres, cebras, elefantes y paisajes de la sabana africana; otros, multicolores, como las plumas de un pavo real; o bañados con lentejuelas, alineadas para dar forma a un alacrán rojizo.

    Oshun es la piel con la que Norma ha vestido pasarelas en el país, ha creado documentales de dioses africanos y el toque de elegancia de cuatro matrimonios afro. Todos son hechos a mano y pueden costar entre USD 50 y 60; aunque confiesa que en muchas ocasiones los presta. Ella también es parte de la Asociación de Artistas Afroecuatorianos.

    Norma nació en Barrio Caliente, Esmeraldas. Es la quinta de ocho hermanos y la única mujer. Su compromiso con la comunidad afroecuatoriana comenzó poco después de graduarse de periodista, cuando se involucró en el trabajo con el movimiento afroamericano.

    Recorrió países de Centro, Sur y Norteamérica, a través de proyectos investigativos de organismos internacionales. Y asistió a talleres en universidades estadounidenses. Por eso, cuando habla de las raíces africanas en Ecuador, Norma está segura de la descendencia mandinga, yoruba y conga.

    Todo ese conocimiento cobró un sentido más fuerte en su segunda visita a Senegal. “Nuestra raza había perdido identidad.

    A más de perder nuestro idioma perdimos nuestra religión, nuestra forma de vestir. Cuando se dio la época esclavista se quiso borrar de la memoria las huellas de las culturas africanas.
    En casa de Norma solo existen camisones largos y holgados, de algodón o lino, que pueden ser usados tanto por hombres como por mujeres. Algunos, elaborados con retazos, representan a las etnias de Namibia.

    “Así como en la religión se da el sincretismo, la mezcla de una divinidad con un santo; en el vestido pasó algo parecido. Los esclavos africanos fueron vestidos de una forma distinta, pero sabían que esa no era su tradición, su cultura”. Eso es lo que ahora la propietaria de Oshun busca rescatar, las raíces de sus pueblos originarios.

    Hace 14 años, Norma Rodríguez abrió su taller de moda. Ella crea los diseños de los trajes . Tiene bisutería. Foto: Joffre Flores / LÍDERES
    Hace 14 años, Norma Rodríguez abrió su taller de moda. Ella crea los diseños de los trajes . Tiene bisutería. Foto: Joffre Flores / LÍDERES