Etiqueta: Otavalo

  • Leyendas y comidas, en un menú exótico

    José Luis Rosales

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    En un terreno que heredó de sus padres, José Velásquez Cahuasquí decidió instalar el Restaurante Museo Tuparina Wasi (Casa de Encuentro, en español).

    El establecimiento se encuentra situado en la comuna Pucará Alto, en Otavalo. Tiene una vista privilegiada del lago San Pablo y del volcán Imbabura.

    Además, a unos 200 metros está El Lechero, un árbol considerado sagrado por los descendientes del pueblo kichwa Otavalo.

    La vecindad con el mítico macizo, que es visitado por turistas nacionales y extranjeros, impulsó la apertura de este emprendimiento turístico familiar.

    Al principio se pensó en instalar una pequeña cafetería, que a más de la venta de bebidas y bocadillos, funcione como un centro de información para los visitantes, explica Velásquez.
    El proyecto se transformó en un amplio restaurante, que está decorado con elementos de varias culturas de América. La segunda planta, construida en forma de la chakana, ofrece una vista panorámica de 360 grados.

    La iniciativa tuvo el respaldo de Nancy Bonilla, esposa del ideólogo del proyecto. La dos son médicos de profesión. Velásquez es especialista en oncología y Bonilla en dermatología.
    Sin embargo, el proyecto surgió con el objetivo de generar fuentes de empleo para la familia. En el negocio colaboran las seis hermanas del emprendedor.

    Pero, además buscan revalorizar la cultura indígena local. Lo principal, señala Bonilla, es rescatar la parte cultural y religiosa de El Lechero, que en los últimos años ha sido distorsionada.

    El lugar representa el cementerio de los Awka Wawa (niños limbo), que fallecieron sin tener un nombre. También se cree que en épocas prehispánicas fue un gran observatorio astrológico.
    Los viajeros que visitan el establecimiento pueden escuchar historias y leyendas de los volcanes que rodean al mirador natural. En los solsticios y equinoccios también participan en rituales.

    Para construir este sitio turístico apelaron a dos créditos bancarios de USD 15 000 y 16 000. El resto provino de ahorros de los esposos. Hasta hoy calculan que han invertido USD 50 000 en la construcción y el equipamiento del restaurante.

    El sitio se especializa en la gastronomía andina, con un toque de esta parcialidad Otavalo. A diferencia de otras localidades vecinas, en donde la fritada va acompañada de maíz tostado, mote y papas, en Tuparina Wasi va con choclo, habas, y mellocos.

    También hay caldos de gallina de campo y cuy asado. Otro eje de esta iniciativa es apoyar a los campesinos de esta localidad, mediante la compran de productos.

    La idea es que la oferta gastronómica complazca tanto al paladar del turista nacional,a sí como del visitante extranjero. Éstos últimos prefieren platillos como carne o pollo salteados con vegetales.

    Por temporada ofrecen la chicha de maíz, que se elabora para celebrar el Inti Raymi o Fiesta del Sol. Y bajo pedido se prepara la misma bebida con frutas. También hay cócteles exóticos como el canelazo Pucará, que es producido con aguardiente de caña de azúcar, limón y canela.

    Uno de los detalles que cuidan mucho es que los precios sean módicos. El valor de un plato a la carta fluctúa entre USD 4 y 4,50. Un cuy entero cuesta 15 y la mitad 7,50. Las porciones de choclo, habas y queso USD 2,50.

    La idea es que los aventureros retornen o que recomiende a otros viajeros, asegura Velásquez. Está contento porque cuando llegan visitantes, especialmente foráneos, quedan fascinados con las historias que narra.

    Así ocurrió con las francesas Carla Turban e Iena Yatzee, que arribaron al sitio guiadas por un mapa en Internet. El paisaje del centro lacustre y de las verdes montañas cautivaron a las galas.

    Con la publicidad de boca a boca, el Restaurante Museo Tuparina Wasi se ha dado a conocer. También se apoya en redes sociales. Recientemente participaron en la Expo Imbabura, en Quito.

    En Otavalo, los esposos  José Velásquez Cahuasquí y Nancy Bonilla impulsan este emprendimiento familiar. Foto: José Luis Rosales/ LÍDERES
    En Otavalo, los esposos José Velásquez Cahuasquí y Nancy Bonilla impulsan este emprendimiento familiar. Foto: José Luis Rosales/ LÍDERES
  • Sisandina oferta artesanías de tres países

    José Luis Rosales

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    Prendas de vestir de alpaca y cobijas de lana se empacaban en cajas de cartón en una bodega de Sisandina Handycrafts, ubicada en el condado de Queens, en Nueva York, EE.UU.

    Blanca Maldonado, una de las cuatro colaboradoras de esta firma comercializadora, controlaba los detalles del cargamento que tenía como destino Pensilvania. Sisandina se especializa en la venta de artesanías de Ecuador, Perú y México en varias ciudades estadounidenses, explica Luis Lema, gerente de la empresa domiciliada en Nueva York, pero que tiene una oficina virtual en Otavalo, Imbabura, en Ecuador.

    Este emprendedor kichwa imbabureño se considera un denominado mindalae, es decir, un especialistas en el intercambio comercial desde la antigüedad. Esa vocación por los negocios la heredó de su padre, Manuel Lema Santillán, quien falleció el año anterior. Lema fue uno de los primeros comerciantes otavaleños en conquistar la ‘Gran Manzana’, en 1970. Cinco años más tarde, junto a un grupo de indígenas del pueblo Otavalo, también llegó a España, para probar suerte.

    Consideraba que al tener ese país un idioma común al de Ecuador realizaría mejor las transacciones mercantiles. Además, Europa era catalogada como un mercado por explorar por los artesanos y comerciantes kichwas.

    Luis, el mayor de cuatro hermanos, es un negociante autodidacta. Domina el kichwa, español e inglés. Captó rápidamente el potencial que tiene la venta de artesanías en los centros comerciales.

    Los negociantes otavaleños radicados en la nación norteamericana, y que venden los artículos al por menor, están entre los principales clientes de la firma estadounidense-ecuatoriana. Sin embargo, también hay importantes compradores extranjeros, explica Consuelo Montúfar, una de las empleadas de la oficina virtual. Ella es la encargada de recibir y tramitar las ventas que llegan vía telefónica, por correo electrónico o por la cuenta de Facebook Sisandina Handicrafts. Cada pedido se remite, inmediatamente, al centro de acopio en Nueva York, para que se realice el respectivo despacho.

    Las tareas de la ejecutiva también incluyen publicaciones en la red social con los artículos y ofertas de la empresa. Entre las últimas novedades estaban atrapasueños, sacos cardados y ponchos con diseños preincásicos.

    La expansión del negocio no ha sido fácil, explican los emprendedores. Como la mayoría de comerciantes otavaleños, Luis Lema empezó el emprendimiento ofreciendo pequeños artículos artesanales en ferias y festivales de ciudades norteamericanas.

    Este sistema lo aplicó por una década. Eso le permitió conocer a artesanos de Ecuador, Perú y México, con quienes ahora mantiene relaciones comerciales.

    En Otavalo, Lema adquiere productos como ponchos de lana, atrapasueños, bolsos y bisutería.
    Mientras que en Perú compra sacos, bufandas y gorras de lana de alpaca. Otra línea que adquiere son instrumentos musicales como flautas y tambores, para usarlos como artículos decorativos. Mientras que en México compran chompas de lana que son apetecidas por los universitarios del mercado anglosajón.

    En total, Lema trabaja con 35 proveedores de los tres países. Cada año, la empresa ingresa a EE.UU. entre 12 y 15 contenedores con variadas mercancías. El año pasado fueron USD 400 000.

    El centro de acopio de Nueva York cierra entre febrero y marzo, mientras dura la etapa invernal. Mientras tanto, en Otavalo se alistan los pedidos para la época de verano, entre los que sobresalen blusas y vestidos de algodón, que son bordados manualmente.

    Ahora, este emprendimiento quiere incursionar en una la línea de comida, con Sisandina Food. La idea de este negocio, que surgió luego de un viaje que hizo Lema por Italia, Bélgica, Francia y España, es proveer alimentos ecuatorianos, como el maíz tostado o mote, a los compatriotas radicados en países de Europa.

    Luis Lema  junto a las colaboradoras Consuelo Montúfar y Tamia Males, y su madre, Dolores Maldonado. Foto: Daysi Garcés / LÍDERES
    Luis Lema junto a las colaboradoras Consuelo Montúfar y Tamia Males, y su madre, Dolores Maldonado. Foto: Daysi Garcés / LÍDERES
  • Una variada oferta de collares indígenas

    Modesto Moreta

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    Las washkas (collares en español) que comercializa Lucía Aguilar en su joyería están embellecidas con piedras de coral y amatista que usan las mujeres de los pueblos andinos. También las elabora con bambalinas.

    El emprendimiento de Aguilar, oriunda de Otavalo, lo abrió el año pasado con una inversión de USD 2 000. Con el dinero compró las estanterías y maniquíes donde muestra cada uno de los detalles de estas prendas de color naranja y rojo. Ella elabora estos accesorios en forma artesanal.

    El local está ubicado en la avenida 12 de Noviembre y calle Juan León Mera, en el centro de Ambato. Ahí exhibe más de 100 diseños. También da empleo a dos personas que le ayudan en la confección de los collares. Aguilar cuenta que el mercado es bueno, puesto que los jóvenes que trabajan en las cooperativas de ahorro son los principales clientes.

    “Estas prendas visten las mujeres de las comunidades y se complementan con atuendos compuestos por un anaco negro, una blusa negra con bordados, un reboso morado y un sombrero blanco de ala ancha”.

    En cada una de sus obras que las confecciona a mano mantiene esa técnica ancestral. La mayoría de sus creaciones representa al Taita Inti (Padre Sol en español). Según la cosmovisión indígena, los minerales los usaban para absorber y mantener la energía en equilibrio. “En nuestro local todo lo que exhibimos es estilizado, es decir, con diseños juveniles pero sin perder la esencia el color y las formas”.

    Antiguamente las washkas eran elaborados de coral rojo y el veneciano (piedra de colores que representa al arco iris), que fue traído del viejo continente. También con la concha Spondylus, pero tras la conquista se dio esa fusión de los conocimientos y de los materiales. Pero ahora e diseñan con bambalinas que son similares a las originales, caso contrario costarían mucho dinero. El costo de un collar oscila entre los USD 60 y 150.

    María Sisa es una de los clientes frecuentes. La joven del pueblo Pilahuín compra las prendas que diseña Aguilar en su taller. Está alegre porque existen diversos modelos y se asemejan a los que visten nuestras mamas. “Es importante contar con un sitio donde comprar nuestra collares que nos identifican como mujeres indígenas”.

    Sisa llegó a la joyería en buscando un par de aretes de coral y un anaco que usan las mujeres del pueblo Chibuleo. Cuenta que es una alternativa para evitar la discriminación que se da en algunos almacenes. “Ahora tenemos ganado un espacio importante”.

    Según Aguilar, las prendas son hechas a mano y únicas, no ofrece nada en serie, por eso hace especial. “Eso permitió una gran demanda de nuestros productos”, dice la emprendedora.

    Esa es una prenda importante porque se complementa con la ropa compuesta por anaco y bayeta de color negro, bolsa blanca con bordados hechos a mano donde sobresalen la naturaleza, los animales y las montañas.

    Aguilar también comercializa vestimenta indígena con diseños estilizados y ciertos toques juveniles, manteniendo la esencia andina, son un atractivo de los ejecutivos que trabajan en las empresas, instituciones públicas y las cooperativas de ahorro y crédito. La idea es que los chicos vistan algo moderno, elegante, estén a la moda con los collares.

    Algo importante que destacar que los taitas y las mamas también tienen su espacio. En el local se comercializan los trajes autóctonos de los pueblos de Tungurahua y también de Imbabura.

    Lucía Aguilar confecciona los collares y aretes que exhibe en su joyería localizada en el centro de Ambato. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Lucía Aguilar confecciona los collares y aretes que exhibe en su joyería localizada en el centro de Ambato. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Klayart diseña bisutería con motivos étnicos

    Mayra Pacheco

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    Observar por décadas que las mujeres otavaleñas usaban el mismo diseño de accesorios motivó a Claudia Lema Vásquez, también oriunda de Otavalo, a innovar. Ella decidió elaborar esta bisutería, pero con un toque más moderno.

    Lema, quien es propietaria de Klayart, decidió hace cuatro años, confeccionar hualcas (collares), manillas, aretes, binchas. En cada una de estas piezas incluye elementos que hacen referencia a este grupo étnico de la provincia de Imbabura. Aunque sus diseños son más novedosos tienen el mismo fin: hacer que las mujeres se destaquen y “brillen”. 

    Para confeccionar estos productos, Lema menciona que emplea piedras de fantasía importadas, mullos, cintas. En los diseños priman los colores dorado, turquesa y coral, que son los que caracterizan el atuendo de las mujeres otavaleñas.

    En estos accesorios, esta mujer de 40 años reproduce las formas de los textiles que se hacen en los telares artesanales. Pero, en lugar de utilizar hilos forma líneas y otras figuras con mullos de diversos colores y tamaños.

    Los materiales que emplea para esta bisutería son de mejor calidad. Para ensartar la pedrería, en lugar de hilo ocupa unos alambres delgados que son bañados en oro ‘golfi’. Esto garantiza que las piezas conserven su brillo y color. Lema asegura que no se vuelven oscuras con el paso del tiempo.

    “Pensaba que la bisutería de las mujeres otavaleñas se debía modernizar. Soy otavaleña y sentí que debía hacer algo”, precisa esta emprendedora, quien también elabora alpargatas con tacones.

    El proceso de confección de esta bisutería es manual, por lo que no se hacen diseños en masa. En este proceso participan sus familiares. En total, en Klayart trabajan cuatro personas. Estas joyas de fantasía se encuentran desde USD 8 los aretes. Las hualcas pueden llegar a costar hasta USD 80. Y el precio de las manillas va desde los USD 15.

    En las hualcas (collares) priman los colores dorado, turquesa y coral.  La producción es artesanal, en el proceso participa la familia de Lema. Foto: Cortesía, Claudia Lema
    En las hualcas (collares) priman los colores dorado, turquesa y coral. La producción es artesanal, en el proceso participa la familia de Lema. Foto: Cortesía, Claudia Lema

    La venta de esta bisutería se realiza, principalmente, en Otavalo. La tienda de Klayart funciona en la calle Bolívar, entre Quito y Neptalí Ordónez. La atención es de lunes a sábado, de 09:00 a 19:00, y también se reciben pedidos vía redes sociales: Facebook, Twitter e Instagram. En estas se puede encontrar ejemplos del trabajo que hace Lema.

    Los accesorios de Klayart son apreciados por mujeres otavaleñas, extranjeras y mestizas. Lema define a sus piezas como bisutería moderna con esencia indígena.  Jenny González, cliente de Klayart, comenta que compró hace un par de meses una hualca, porque le llamó la atención el diseño y consideró que sería un complemento perfecto para su vestuario.

    González utiliza esta pieza junto con blusas que tienen diseños étnicos o con ropa casual monocromática. “Cada que uso la hualca causa sensación. Es una joya de fantasía muy bonita, de buena calidad y sobre todo rescata la identidad de los otavaleños”.

    Víctor Hugo Artieda, diseñador de la imagen de Klayart, ha constatado que esta marca tiene mucha acogida. En las ocasiones que ha visitado el local, ha encontrada varias personas interesadas en adquirir estas joyas de fantasía o las alpargatas. “Es un trabajo novedoso en comparación con los accesorios que se utilizan tradicionalmente”.

    Las piezas vienen en soportes de cartón impresos con la marca Klayart, que son fabricados por Artieda. En estos insumos complementarios se emplea cartulinas con texturas y figuras decorativas alusivas a los diseños de la bisutería. De estos materiales, Lema solicita cada mes alrededor de 200 o 300 cartulinas con su distintivo. Cada centena tiene un costo promedio de USD 10.

    Claudia Lema elabora joyas de fantasía inspirada en los accesorios que usan las mujeres otavaleñas. Foto: Cortesía, Claudia Lema
    Claudia Lema elabora joyas de fantasía inspirada en los accesorios que usan las mujeres otavaleñas. Foto: Cortesía, Claudia Lema
  • Sombreros Shaman fabrica 20 modelos

    José Luis Rosales  (F)  
    Contenido intercultural

    Zoila Haro confecciona sombreros como lo hacía su tío, Gustavo, y su abuelo, Segundo Rojas. La artesana, de 61 años, es la heredera de esta tradición centenaria.

    En la parroquia Ilumán, cantón Otavalo, en Imbabura, tiene su taller y una tienda copada con estas prendas de todo tipo. En los anaqueles de Sombreros Shaman resaltan los sombreros blancos de lana prensada destinados a vestir a los indígenas de los pueblos Natabuela, Pilahuín, Cacha, Saraguro, entre otros.

    Pero, entre los que tienen más demanda, están los de paño de diversos colores que son utilizados por los kichwas otavalo. Es un sombrero elegante. El ala tiene entre 5 y 6 centímetros, mientras que el alto de la copa, que es más redonda que de las demás prendas, está entre 11 y 12 centímetros.

    Estos artículos buscados por los indígenas otavaleños están al alcance de todo bolsillo. Los más módicos, de lana de oveja, cuestan USD 18. Mientras que, los de pelo de conejo, que posibilitan un acabado más fino, valen 95. En este modelo los tonos más populares son el negro, el crema y el celeste.

    En parcialidades kichwas, como las del Pueblo Kayambi, el sombrero lo utilizan tanto hombres como mujeres. Estos indígenas que habitan en el norte de Pichincha y sur de Imbabura prefieren el modelo chemise, que es más pequeño en copa y ala, señala Haro.

    Haro, de estatura pequeña, ojos cafés y cabello negro, optó por diversificar la producción y modernizar el taller. Actualmente ofrece una veintena de modelos hechos en paño, cuero y paja toquilla, para damas, caballeros y niños. Desde hace seis años los vende con la marca Sombreros Shaman, en alusión a esta parroquia famosa por sus curanderos.


    Fotos: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

    Carlos Rojas, hijo de la emprendedora, abandonó sus estudios en Administración de Empresas, para ponerse al frente del área de producción. Esta tiene una capacidad para fabricar 200 unidades de paño, 100 de cuero y 500 de paja toquilla, cada semana. “La mayoría de diseños es creación propia. Aunque también investigamos en Internet nuevas tendencias en colores y estilos”.

    Es un emprendimiento familiar. En el obraje también colaboran otros dos parientes.
    En el país, explica la matrona, es escasa la venta de maquinaria especializada para confeccionar sombreros. Por ello, para comprar los equipos como troqueladora, prensadora y engomadora, los buscaron en Colombia.

    En la compra de estos implementos invirtieron USD 20 000, que los obtuvieron con un crédito bancario. Así superaron un intento anterior por mejorar la planta, que no llegó a operar por detalles técnicos.

    Hay sombreros con tallas que van desde la 42 cm hasta los 65. Los primeros están destinados a los infantes y el último es para personas con cabeza muy grande. Los tamaños que tienen más salida, comenta Rojas, son la 57 y 58.

    Estos emprendedores aseguran que sus sombreros no solo han ido a varias ciudades del país, sino también han cruzado fronteras. Uno de los clientes más fieles es Julio Pintado, comerciante de sombreros. Su sitio de trabajo es el sur del país. Él aprecia los Sombreros Shaman por la calidad y los precios convenientes.

    En la factoría también se elaboran sombreros para entregar a una firma distribuidora. Cada año elaboran 4 000 piezas para atender los pedidos. Muchos de ellos salen del país.

    La fama de esta discreta tienda de producción y venta de Ilumán también llegó a Chile, Estados Unidos, Francia e Inglaterra. A los tres últimos países lo hacen a través de comerciantes extranjeros, que alguna vez visitaron a Zoila Haro. Hay firmas distribuidoras que realizan compras entre tres y cuatro veces al año. El último envío, de 400 sombreros de paño, cuero y paja toquilla, se fueron hacia Chile.

    El esfuerzo de esta familia comienza a dar frutos. Ante la creciente demanda, ahora alista una nueva tienda que piensan abrir en febrero del 2018, en las calles Roca y Quito, en Otavalo.

    Algunos detalles

    El almacén está ubicado en las calles Bolívar número 26 e Intiñan, en la parroquia de Ilumán. Abre de lunes a sábado, de 08:00 a 19:00.

    Turistas extranjeros visitan el taller y tienda para conocer la producción artesanal. Hay modelos como sombreros de vaqueros, mexicanos, de fiesta.

    El proceso para elaborar el sombrero de cuero es el que más tiempo demanda, por el corte y el armado.

    Made in Ilumán, Ecuador, esta prenda esta elaborada a mano con las mejores materias primas pensando en su buen gusto y confort. Ese es el eslogan de la tienda.

    Foto: Francisco Espinosa para LÍDERES Zoila Haro ofrece una veintena de modelos hechos en paño, cuero y paja toquilla. Su local está en Ilumán.
    Foto: Francisco Espinosa para LÍDERES
    Zoila Haro ofrece una veintena de modelos hechos en paño, cuero y paja toquilla. Su local está en Ilumán.
  • El chef César Bohórquez rescata los menús tradicionales

    José Luis Rosales

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    Cebiche de jícama, cuy caramelizado, tuétano del hueso de res, etc., son algunos platillos que recrea César Bohórquez. Este máster chef internacional, quien nació en Otavalo hace 36 años, trabaja en lo que denomina cocina fusión: rescata platos ancestrales, pero les da un toque gourmet.

    Se formó en alta cocina en Europa. Comenta que ha laborado en restaurantes afamados de España, Francia, Rusia, Japón, China y el territorio de los EE.UU.

    No olvida el establecimiento madrileño de Hípica de Tres Cantos. Ahí conoció al chef Manuel Gómez, de quien aprendió todo.

    Sin embargo, heredó la pasión por la cocina de su madre, Silvia Monteros. La dama, de 55 años, tenía un restaurante que se distinguía por ofrecer menús caseros y nutritivos. César siempre colaboraba en este negocio.

    Cuando Bohórquez retornó al país, hace cinco años, tenía previsto hacer una pausa en su actividad profesional. Pero se dedicó a asesorar a emprendedores turísticos y a formar nuevos chefs en su ciudad natal y en varias del país.

    El chef considera que Otavalo es un bastión turístico, en donde se debe impulsar los aspectos rurales y la gastronomía ancestral.

    Uno de los entes que ha recibido su guía es la Asociación Coraza Ñan, que está ubicada en la parroquia San Rafael de la Laguna, a seis kilómetros de Otavalo.

    Urcu Huasi (Casa de la Montaña, en español) es una de las 12 iniciativas familiares que conforman la organización. Su propietario, Sebastián Caiza, es uno de los guardianes del cultivo de jícama.

    Por eso con el fruto de esta planta leguminosa, similar a una papa y con sabor parecido a una manzana, el chef les planteó algunas formas alternativas de preparación.

    Así surgió el cebiche que está hecho sobre una base de jugo de tomate riñón y aderezado con zumos de naranja y limón, vinagre, cebolla, cilantro, mostaza, azúcar y pimienta. La jícama, que es cortada como bastones de papa, es curtida en los ácidos del cebiche.

    Caiza incluyó este bocadillo en la carta de su establecimiento ubicado en la comunidad de Tocagón. Asegura que varios de los clientes la prefieren por sus propiedades nutricionales.
    También se elabora postres como pastel de mora y jícama, con rayaduras de limón, mermelada o en almíbar. El próximo paso es hacer snacks y deshidratados.

    Este año, en el restaurante Casa César, que funciona cerca al nuevo Mercado 24 de Mayo, el plato estrella es el tuétano de hueso de res. Para el singular platillo emplea las extremedidades de los bovinos, previamente cortadas en la mitad.

    Luego, en el proceso de cocción, retira las grasas y aprovecha las proteínas. Una vez que se adereza el producto se lo hornea.

    El singular platillo se lo sirve con una guarnición de papas cocidas, rodajas de pan a la plancha y una ensalada de legumbres.

    Con este menú, al que añadirá un globo de azúcar de helio y aromas particulares que prefiere mantenerlos en secreto, se presentará en el Congreso Gastronómico Pachamama, que se efectuará en marzo próximo, en Otavalo. El plato va acompañado de un coctel de mishky, una bebida alcohólica hecha del agave.

    En esta cita, organizada por la Cofradía de Máster Chefs, participarán expertos de EE.UU., Corea, Perú, Colombia, México, Japón, entre otros.

    En la edición anterior, Bohórquez presentó un plato de medallones de cerdo en salsa de mortiño con esferificaciones moleculares de uvilla y verduras.

    El especialista siempre apuesta a ofrecer menús tradicionales, pero con un toque gourmet y con precio asequible para todos.

    Esa idea también la compartió con las integrantes de la Asociación de Mujeres de la Cultura Pasto de la Reserva Ecológica El Ángel, en Carchi. Este grupo, que labora en las lagunas de El Voladeros, a más de gastronomía ofrece artesanías de paja de páramos, tejidos, alfarería y bisutería.

    Gabriela Íñiguez, una de las socias, explica que Bohórquez les enseñó variadas recetas para preparar el cuy y la trucha. Uno de ellos es el cuy caramelizado, que ya ofrecen a los turistas.

    El chef César Bohórquez ha ingeniado platos tradicionales con toque gourmet como el tuétano de hueso de res. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    El chef César Bohórquez ha ingeniado platos tradicionales con toque gourmet como el tuétano de hueso de res. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • Esta bisutería étnica de Otavalo cautiva al turista

    José Luis Rosales

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    Aunque nunca le interesó aprender cómo se elaboraban las hualcas (collares, en español), para Verónica Campo esta actividad se convirtió en su oficio.

    Ha dedicado los últimos seis de sus 29 años a diseñar y confeccionar los elegantes colgantes típicos, que son elementos infaltables en el atuendo de la mujer kichwa.

    Ella pertenece a la segunda generación de su familia dedicada a esta tarea. Comenta que heredó la habilidad de su madre, Zoila Tixicuro, para unir los mullos de vidrios bañados en oro. Es la única de seis hermanos en continuar con esta tradición manual.

    Campo creció en medio de una costumbre en la que antes las damas indígenas mostraban su poder económico y prestigio en el grueso de estas gargantillas.

    Sin embargo, hoy las jóvenes prefieren los collares más delgados, a diferencia de las matronas mayores. Incluso, eso le ha permitido fusionar en un mismo colgante los dorados mullos con corales, muranos o cristales. Todo depende del gusto del cliente, asegura.

    Los nuevos modelos tienen buena acogida, comenta Cristian Yaselga, esposo de Campo. Él resalta la destreza y el esmero que pone para elaborar cada colgante.
    Una sarta de cuatro filas de mullos gruesos cuesta USD 90. Los más delgados, en cambio, 60.

    También hace pulseras con mullos rojos o corales finos, que las damas portan en las muñecas. Antes, para las mujeres esta no era una prenda decorativa sino que les permitía tener fuerzas en sus manos para trabajar la tierra. Así dice la tradición.

    El emprendimiento al que bautizaron como Aly Maky (Buena Mano) también les impulsó a retornar al país. Cuando recién se casaron, la pareja viajó a Venezuela y a México a probar suerte, con la venta de artesanías. “Decidimos volver para trabajar y creo que nos ha ido mejor”.

    En Otavalo los locales de ropa y de artesanías indígenas cautivan el interés de los turistas. Kristi Mahoney, de Estados Unidos, no resistió probarse uno de los finos collares que confecciona Campo. Con un español con acento inglés aseguró que le gustaba mucho.

    La artesana comenta que este tipo de bisutería cautiva más a los extranjeros. Por eso, decidió instalar su local en el Mercado Centenario o más conocido como la Plaza de los Ponchos, ubicado en el centro de la ciudad de Otavalo.

    Sus trabajos también los promociona en ferias de Quito, Cuenca, Guaranda, Riobamba y Manta. En esta última urbe participa en una exposición periódica que promueve la Dirección Municipal de Turismo de esa urbe por el arribo de cruceros. La temporada inició en octubre del año pasado y concluirá en abril próximo.

    Con un tono de orgullo, la diseñadora de bisutería étnica comenta que también tiene pedidos de estas joyas de Francia, Italia, Bélgica y Estados Unidos.

    La artesana ha puesto a prueba su habilidad con la confección de colgantes que usan mujeres del pueblo kichwa Saraguro, que habitan en el sur del país. Son brillantes, con mullos de diversos colores, que cuelgan desde el cuello hasta el pecho.

    Aly Maky también tiene una línea de productos textiles. Ofrece sacos, bolsos, cobijas y cojines, que son elaborados por Yaselga. Este artesano otavaleño recuerda este emprendimiento lo inició con USD 2 000. Los recursos provinieron de sus ahorros.

    En Otavalo, Verónica Campo diseña una variedad de collares   y manillas que ofrece en ferias como la de la Plaza de los Ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LIDERES
    En Otavalo, Verónica Campo diseña una variedad de collares
    y manillas que ofrece en ferias como la de la Plaza de los Ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LIDERES
  • La festividad del Yamor inspira un negocio familiar

    José Luis Rosales

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    La chicha de maíz, que se elabora sobre un fogón de leña, es el gancho principal de Sumag Yamor (Es lo Mejor, en español).

    Esta picantería, que nació hace 63 años con los esposos Luis Velasco y Zoila Dávila, opera solamente en agosto y septiembre, por la festividad del Yamor, en Otavalo, Imbabura.

    Se trata de una celebración instaurada hace más de medio siglo por el pueblo mestizo, pero reúne las visiones de esta cultura y la indígena, las principales etnias que cohabitan en el cantón.

    Ahora, en Sumag Yamor tomaron la posta los hijos, nietos, bisnietos… de los Velasco Dávila. Precisamente, el sitio se reabre con ayuda de toda la familia.

    Los fines de semana, cuando el número de comensales aumenta, prácticamente se realiza una minga para poder atender, explica Ramiro Velasco, uno de los cinco hijos que procreó la pareja. Ahí colaboran entre 35 y 40 familiares.

    Una de las razones es que el restaurante aún mantiene un laborioso proceso artesanal para elaborar los potajes. Eso permite conservar el sabor y la esencia de los productos, explica Velasco.

    En el establecimiento también se ofrece uno de los platos más emblemáticos de Otavalo. No tiene nombre propio, pero se le enlazó con la chicha del Yamor.

    La base es la carne de cerdo, llapingacho, y empanadas con condumio de arroz. Hay platillos de USD 4, 5, 6, 7 y hasta bandejas de 10.

    Los preparativos para la reapertura de este emprendimiento familiar empezó desde junio, comenta la administradora Cristina Guerra Velasco. Para ello invirtieron USD 4 000, que provinieron de un crédito bancario.

    Entre los arreglos está el acondicionamiento del local en donde funciona Sumag Yamor desde hace 28 años. Es una casa patrimonial, de una planta, situada en las céntricas calles Bolívar y Morales.

    En el interior hay un patio central y alrededor, en los pasillos, está el restaurante. El sitio tiene capacidad para unas 60 personas.

    A la par, con antelación también se adquiere la materia prima como el maíz, canguil, chulpi… ingredientes para la preparación del Yamor. “La chicha se elabora con los mejores granos de la cosecha”, asegura Ramiro Velasco.

    Para garantizar que esta tradición continúe, los conocimientos culinarios son guardados con celo por los patriarcas de la picantería y se han ido heredando.

    Unos se encargan de hacer los llapingachos, otros son especialistas en las empanadas y otros en la chicha. “Buscamos que nadie sea indispensable en el negocio. Si falta alguien podemos reemplazarlo”, señala Cristina Guerra.

    Ramiro Velasco, en cambio, conoce el punto de cocción de la bebida. “Si se pasó es una chicha común, si está muy tierna no tiene sabor”. Su sobrina Cristina también aprendió esos secretos.

    Por esta temporada, Sumag Yamor es el paso casi obligado para vecinos y turistas. A Pablo Viteri, un ibarreño radicado en Quito, le agradó el sabor dulce, espeso y consistente del néctar.
    Quizá por eso esta bebida tiene una alta demanda. Cada fin de semana, calculan que se vende entre 8 000 y 10 000 vasos de Yamor. Por eso, los cuatro toneles que hay en el local siempre están llenos.

    Los dueños prevén abrir, según la tradición familiar, en agosto del 2017. Es considerado un abreboca a una nueva edición de la celebración del Yamor.

    La familia Velasco Dávila es la fundadora de este negocio que funciona por las fiestas del Yamor. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    La familia Velasco Dávila es la fundadora de este negocio que funciona por las fiestas del Yamor. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • Nativa, prendas ecuatorianas con el toque del bordado otavaleño

    Redacción Quito 

    Los colores de los telares otavaleños fascinaron a dos jóvenes guayaquileñas. Esa combinación y contraste de tonos vivos, plasmados en laboriosos bordados inspiró su emprendimiento: Nativa.

    Luego de su viaje por Imbabura, en febrero del año pasado, Soledad Bucaram y Silvana Dejo decidieron incursionar en su negocio de prendas de vestir, inspiradas en los bordados y colores otavaleños.

    “Cuando visitamos la Plaza de los Ponchos y vimos los diferentes productos creímos que era la oportunidad para crear algo nuevo”, comenta Bucaram.

    Las emprendedoras investigaron sobre la simbología de los bordados y la combinación de colores antes de iniciar su negocio.

    Bucaram, quien ocupa el cargo de gerenta de Marketing en el emprendimiento, asegura que buscaban llevar los diseños de los telares, que las comunidades indígenas usan como elementos de decoración, a prendas de vestir.

    “Quisimos hacer algo moderno para que nuestra generación pueda apreciar estas telas”, cuenta la emprendedora. Por ello, iniciaron con la producción de blusas para mujeres. Meses después lanzaron una línea para hombres. Las prendas buscan ajustarse a tendencias actuales, como camisetas de cuello en V o redondo.

    La inversión inicial ascendió a USD 500, el monto se destinó para confeccionar una pequeña producción para ser comercializada en el Mercadito, la feria para microempresarios que se realiza en Guayaquil. Sus productos se agotaron y por ello asistieron a otras ferias de la ciudad.

    En abril del año pasado, Nativa ingresó al mercado a través de tiendas que comercializan sus productos, como Candyland, Vitrina 593 y en el Gift Shop del Hotel Hilton Colón Guayaquil. También están presentes en ­tiendas de otras ciudades, como Quito y Portoviejo.

    Todas las materias primas que utilizan para manufacturar sus productos los adquieren en Guayaquil y Otavalo; los botones de sus prendas son de coco, para acentuar el estilo étnico en sus productos.

    A su portafolio de camisetas y blusas (manga corta y manga larga)incorporaron las líneas de ropa para niños y bebés y zapatillas deportivas.

    Al mes, Nativa tiene una facturación aproximada de USD 4 500. El año pasado vendieron unas 3 000 camisetas y en lo que va del 2016 han vendido 5 000.

    Ahora, uno de los proyectos de la firma es lanzar su sitio web para comercializar sus productos en el exterior. “Queremos hacer camisetas artesanales con diseños de otros países, como Bolivia, Perú, Chile, en donde también hay diseños increíbles”, asegura Bucaram.
    Mientras tanto, la marca se promociona a través de redes sociales, como Facebook o Instagram. Solo en Instagram registraban la semana pasada 4 932 seguidores.

    Gisella Yapur, de 27 años, trabaja en un consultorio médico y encontró a Nativa por medio de Instagram, hace seis meses. Yapur cuenta que ha comprado unas 10 camisetas y asegura que tanto diseño y calidad son excelentes. “Luego de lavarlas por algún tiempo los colores se mantienen vivos”, dice Yapur, quien también ha comprado artículos para obsequiar a sus padres y amigos.

    Guillermo Hidalgo es gerente de una empresa de televisión pagada y trabaja con firmas internacionales. Por ello, las prendas de Nativa se han convertido en un “buen regalo” para clientes de EE.UU., Chile, Argentina y Colombia. “Ya he regalado unas 300 camisetas en los últimos seis meses”, dice Hidalgo.

    María del Carmen Barniol, profesora universitaria de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES), también ha enviado camisetas a México y EE.UU.

    La empresa Nativa se encarga de desarrollar ropa moderna con un agregado sumamente interesante de textiles autóctonos. Foto: Enrique Pesantes / LÍDERES
    La empresa Nativa se encarga de desarrollar ropa moderna con un agregado sumamente interesante de textiles autóctonos. Foto: Enrique Pesantes / LÍDERES
  • Zhafra le pone su sello al vestuario kichwa

    José luis rosales  (F)
    Contenido intercultural

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    Los tonos café, beige, ocre… fueron agregados al bordado que decora el vestuario de la mujer indígena en Otavalo.

    Esa es una de las propuestas de Zhafra, una marca de moda kichwa, que incursiona con alta costura en la vestimenta tradicional.

    Las mencionadas gamas de colores son una alternativa a los rojos, violetas, fucsias, entre otros, que se usan en esta cultura andina. Así explica Hilda Males Andrango, propietaria de Zhafra.

    El nombre de la firma proviene del vocablo kichwa zhapra (que significa hojarasca, en español).

    En junio, con el inicio de la celebración del Inti Raymi, los campos se tornan oscuros. Es por eso que también utiliza esos colores, que se han puesto de moda.

    A Males, arquitecta de interiores de profesión, le apasiona el diseño. En su etapa universitaria ganó concursos por sus propuestas de muebles y mobiliario.

    Ahora, si bien no ha abandonado su carrera, dedica más tiempo al diseño de modas. Todo empezó en el 2008 cuando buscaba una camisa con un diseño distinto a la habitual. No encontró en el mercado por lo que decidió armar una a su gusto.

    Las suyas eliminaron los tradicionales encajes anchos en la parte del pecho y las mangas.
    Hilda Males hizo una investigación del atuendo. Halló en varios elementos de la camisa una influencia de la técnica europea.

    Por ello, su propuesta fue mantener algunas líneas tradicionales de la prenda kichwa otavalo, pero sumó toques contemporáneos.

    El resultado fue prendas diferentes, más ceñidas al cuerpo y personalizadas. La iniciativa tuvo una buena acogida. Así nació Zhafra en el 2011. Al inicio, la parte más difícil fue encontrar costureras que se acoplen a sus sugerencias. A ella le gusta la perfección en sus diseños y confecciones.

    La producción se hace bajo pedido. Los cortes y la costura de las prendas se realizan en el Taller Román, en Quito. Mientras que, el bordado, que es hecho a mano, es el valor agregado otavaleño.

    Por eso, la confección de una prenda puede tomar entre 15 días y 2 meses. Todo depende del modelo y los materiales.

    Estos últimos los trae de Europa. En un viaje que hizo a España e Italia entabló contactos con proveedores de telas, especialmente de algodón, hilo de seda y encajes. También de cintas, piedras, perlas, cristales… que es la materia prima que Zhafra utiliza.

    No tiene un almacén. Su mejor vitrina son las redes sociales. Una de las razones es que el 60% de sus clientes son mujeres otavaleñas, que por cuestiones de trabajo están fuera del país.

    Los pedidos aumentan en celebraciones como el Pawkar Raymi, entre febrero y marzo, y el Inti Raymi, en junio… Pero su especialidad son los trajes de novia étnico, que bordean los USD 500.

    El negocio en breve
    Los pedidos
    Se pueden realizar a través de la cuenta de Facebook Zhafra (Fan Page) o al whatsapp 098 7869 525.

    Costos
    Oscilan entre USD 75 a 350. Todo depende del modelo y el material.

    Bordado
    Las figuras, como rosas, aves o geométricas, son elaboradas a mano.

    En Otavalo,  la arquitecta Hilda Males estableció un emprendimiento en torno a las camisas bordadas kichwas. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    En Otavalo, la arquitecta Hilda Males estableció un emprendimiento en torno a las camisas bordadas kichwas. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES