Etiqueta: tradición

  • La tradición y la innovación se fusionan

    Redacción Quito  (I)

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    Espumilla Bate que Bate fue creada por Cecy Tapia, quien solía preparar el tradicional postre a sus hijos cuando eran pequeños y durante las fiestas familiares.

    Tapia se inspiró en esa tradición para dar inicio a un emprendimiento familiar, del que ahora están a cargo sus hijos Marco y Paulina Tapia, con apoyo de otros miembros del hogar. Su fundadora supervisa el negocio.

    El primer local lo instalaron en octubre del 2015, en la avenida Real Audiencia, en el norte de Quito, con una inversión cercana a USD 10 000. Hace año y medio abrieron una segunda sucursal en el valle de Cumbayá.

    “El éxito del negocio está en que el producto es 100% natural y mi mamá sabe muy bien el punto en que debe estar la fruta para que salga bien”, comenta Paulina.

    El emprendimiento no solo ofrece la tradicional espumilla de guayaba, también tiene de maracuyá y de mora, este último solo los viernes. El producto se puede servir acompañado con gelatina, frutas y flan; en vaso o tulipán.

    También vende granizados, en tres presentaciones: candy (sabor a algodón de azúcar, chicle y tutifruti, acompañado de chicles, gomitas y masmelos), ácido (sabor a limón, maracuyá y mango verde, con maracuyá en fruta) y tropical (combinación de dos sabores de frutas). Otra bebida es la limonada de hierbabuena .

    En Cumbayá, ofrecen, además, nachos con queso, y en la Real Audiencia, helados de frutas y brownie con espumilla.

    Pamela Cevallos, cliente de Bate que Bate, consumía espumillas de pequeña, en casa de su abuela. Ahora lleva a sus tres hijas de 15, 11 y 7 años, a los locales de la familia Tapia. “Muchas tradiciones se van perdiendo. Me parece importante que ahora existan negocios como este en zonas distintas al centro, adonde solía ir a comprarla”.

    A Cevallos le gusta la espumilla de guayaba y la de maracuyá, que le parece una innovación. Otro de los productos que disfruta con sus hijas es el granizado ácido.

    Francisco Salazar suele visitar los fines de semana el local de Cumbayá, junto a su novia. “La espumilla es de calidad, el sabor es muy rico. También me gustan los granizados y los nachos”, comenta este cliente, quien destaca la excelente atención.

    En el 2019, Espumilla Bate que Bate facturaba un promedio de USD 2 500 al mes; la pandemia ha afectado fuertemente al negocio, que se mantuvo cerrado por seis meses, explica Tapia. En septiembre, con inyección de capital, reabrió en la Real Audiencia y a finales de octubre, en Cumbayá.

    Luego de hacer pruebas para preservar la calidad del producto, decidieron hacer entregas a domicilio, por medio de conocidas aplicaciones de ‘delivery’ y a través de una empresa independiente.

    Los locales
    Horarios. Los establecimientos de Espumilla Bate que Bate abren de miércoles a domingo. En la Real Audiencia, desde las 12:00 hasta las 18:00. En Cumbayá, de 12:00 a 18:30.

    Servicio. El negocio atiende en sus locales con las medidas de bioseguridad exigidas.

    La visió
    n. Bate que Bate busca expandirse a otras ciudades del país o incrementar los puntos de Quito, bajo la aplicación del modelo de franquicia.

    10 000 dólares fue el capital inicial para arrancar el emprendimiento postres tradicionales.

    Paulina Tapia atiende a visitantes del local de Espumilla Bate que Bate, ubicado en el Valle de Cumbayá. Foto: cortesía Espumilla Bate que Bate
    Paulina Tapia atiende a visitantes del local de Espumilla Bate que Bate, ubicado en el Valle de Cumbayá. Foto: cortesía Espumilla Bate que Bate
  • Una tradición culinaria se prepara con sus productos

    Carolina Enríquez, (I)
    redaccion@revistalideres,.ec

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    Los tradicionales sánduches de pernil del centro de Quito tienen el sello de Perniles del Campo.

    Esta empresa quiteña nació hace 30 años y desde entonces se ha convertido en uno de los principales proveedores de restaurantes históricos en la urbe. Hace dos años, cuatro socios (Oswaldo Ramos, ManuelMantilla, Danilo Cuji y Ernesto Quintana) la compraron a sus dueños originales y la transformaron, modernizándola.

    Ramos es el gerente General y detalla que vieron un alto potencial en este negocio. Aunque sus expropietarios tenían problemas económicos, la firma sí vendía; operaba como persona natural.

    “Nosotros la compramos y la constituimos como empresa”, dice el Gerente. Los nuevos propietarios mantuvieron la marca, pero refrescaron su imagen; reforzaron todo lo relacionado con registros sanitarios; actualizaron la estrategia de marketing a través de redes sociales, entre otras acciones.

    La inversión inicial fue de USD 40 000 para la constitución de la compañía limitada, los permisos, el mejoramiento de la marca, etc. También se decidió cambiar de planta de producción: inicialmente estaba en el sector de la América y ahora en La Mariscal.

    Los cambios en la infraestructura requirieron una inversión adicional de USD 50 000. El objetivo, dice Ramos, es ofrecer alimentos de calidad con los mayores estándares de fabricación.

    Socios y equipo de trabajadores de Perniles del Campo muestran algunos de los productos que forman parte de su oferta.
    Socios y equipo de trabajadores de Perniles del Campo muestran algunos de los productos que forman parte de su oferta.

    El principal producto de esta empresa es el pernil de cerdo artesanal; también de pollo y pavo. La última innovación son las costillas con corte americano. La firma tiene tres proveedores de carnes.

    Antes de que los socios compraran el negocio, este vendía al mes unos 200 kg. Actualmente, alcanza la tonelada en dicho período.

    La oferta de Perniles del Campo se vende en dos cadenas de autoservicio de Quito; la firma está por comenzar a comercializar en dos más de Guayaquil y Cuenca. Además, cuenta con distribuidores independientes que llevan sus productos a otras provincias; también vende en tiendas.

    El poder colocar sus alimentos en estos negocios fue lo que le permitió a la empresa mantenerse en la pandemia; la venta a estos sitios, de hecho, se triplicó. A pesar de la difícil situación de los últimos meses, ha podido mantener a sus clientes del Centro Histórico.

    Uno de ellos es la Heladería San Agustín, que tiene 160 años de existencia. Andrés Chaguaro, gerente del lugar, recibe productos de Perniles del Campo desde hace dos años. “Destaco el servicio al cliente. Me gusta el sistema a través del cual ellos nos llaman continuamente para saber si tenemos requerimientos y nada falte”.

    Este negocio compra perniles laminados para sus sánduches tradicionales; se les entrega la carne de acuerdo con sus requerimientos: bandejas de 400 gramos, para porcionar. También adquiere piernas de pernil para eventos durante las fiestas de diciembre.

    Un elemento que destaca es que Perniles del Campo prepara sus productos de manera artesanal. Precisamente, Ramos explica que sus productos no contienen gluten ni transgénicos; están orientados a la línea saludable.

    De hecho, para 2021 se prevé una nueva inversión en maquinaria para la preparación de embutidos totalmente artesanales.

    Con sus productos, la empresa también llega directamente a sus clientes a través de su punto de venta, ubicado en La Mariscal. Incluso, se ofrece a las personas sánduches de pernil. Otro servicio es el horneado de pavos, piernas y lechones; el comprador puede traer el producto o solicitarlo directamente a la empresa.

    En el caso de la venta al granel, la compañía ofrece al cliente la posibilidad de entregarle bolas de pernil cortadas, empacadas al vacío, al peso o con cualquier otro requerimiento que se tenga.

    Esto lo destaca María Augusta Espinoza, propietaria de Heladería Caribe, quien compra el producto en bola. Ella ha trabajado con Perniles del Campo desde hace 15 años, cuando estaban sus anteriores dueños. Le gusta la modernización que ha tenido la firma y la calidad de sus productos, ideal para sus sánduches.

    Ramos y sus socios no solo quieren atender el mercado nacional sino internacionalizarse. La firma ha tenido contactos para la exportación a Colombia y Perú; también hay interés por los EE.UU.

    La empresa cuenta con una receta especial para la preparación de los perniles. Se usa una técnica tradicional. Los productos no tienen transgénicos. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
    La empresa cuenta con una receta especial para la preparación de los perniles. Se usa una técnica tradicional. Los productos no tienen transgénicos. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
  • Velas artesanales rescatan cultura y tradición

    Redacción Quito

    (F)  
    Contenido Intercultural

    Las velas han sido una parte importante en las tradiciones y festividades del Ecuador. Su existencia data de la época colonial.

    A lo largo del tiempo, la elaboración de estos artículos ha evolucionado. Actualmente, los fabricantes buscan crear diseños diferentes que luzcan innovadores a la vista de los compradores.

    Así surgió Nina Samay “Arte hecho vela”, el emprendimiento de Jenny Gálvez, quien vio una oportunidad para generar nuevos ingresos en el negocio de las velas artesanales hace más de 10 años.

    La emprendedora cuenta que aprendió las técnicas básicas de fabricación gracias a una amiga, con la que elaboró varios tipos de velas tradicionales, con flores y frutos secos, que eran comercializadas en eventos religiosos.

    El nombre ‘Nina Samay’ significa surgir de las cenizas. La dueña le da esta definición porque inició de cero con la fabricación de las velas tradicionales.

    Después de que Gálvez tomara varios cursos para aprender más sobre la elaboración de estos productos, decidió implementar un diseño de velas artesanales con rasgos identitarios.

    Estas velas se hacen a mano y se caracterizan por tener forma antropomorfa, es decir que tienen la apariencia humana.

    Cada diseño busca darle vida a los personajes de las fiestas populares y, sobre todo, que representen la etnia, cultura e identidad de los pueblos indígenas existentes en el Ecuador.

    Gálvez cuenta que cuando inició con el negocio invirtió cerca de USD 100; con esa cantidad adquirió la materia prima y diseñó los primeros modelos de velas con las temáticas indígenas.

    Para elaborar sus productos utiliza planchas de parafina; este material permite moldear fácilmente los diseños y lo obtiene de un proveedor de confianza.

    Jenny Gálvez es la gerente general del emprendimiento Nina Samay, ubicado en Sangolquí. Foto: LÍDERES
    Jenny Gálvez es la gerente general del emprendimiento Nina Samay, ubicado en Sangolquí. Foto: LÍDERES

    El proceso no necesita de mucho tiempo. Cada vela suele estar lista en el lapso de cuatro a seis horas, todo depende del tamaño y del modelo, comenta.

    A los pocos meses de haber iniciado con el emprendimiento vio ganancias. Indica que en el primer año llegó a facturar USD 200 mensuales.

    Además, menciona que lo que diferencia a sus artículos es que se elaboran sin necesidad de moldes; solo utiliza una base en forma de triángulo para el cuerpo.

    Ella misma se encarga de darle la forma a cada elemento de la figura y detalla las características de los diferentes personajes.

    La emprendedora manifiesta que el innovar con los modelos ancestrales hizo que el negocio tenga una gran aceptación. La gente prefiere lo artesanal.

    Su emprendimiento permite que los clientes sugieran los diseños de velas personalizadas. Cada modelo se ajusta al gusto y bolsillo de los consumidores.

    La temporada en la que la propietaria tiene más ventas es el último trimestre del año. La clientela suele hacer más pedidos para obsequiar durante las fiestas.

    Debido a la alta demanda de diseños, Gálvez tuvo que contratar a una persona que le ayude con la fabricación de algunas piezas para los personajes.

    Actualmente, Nina Samay promociona el catálogo de sus productos a través de las diferentes redes sociales.

    El plan que Gálvez tiene para el futuro es abrir un local en el que pueda diseñar sus productos y, a la vez, distribuirlos.

    Detalles

    El emprendimiento forma parte de la feria permanente ‘Quito a Pie’, que se realiza cada domingo en el Centro Histórico.

    Los precios van desde USD 6 a USD 15, pero varían dependiendo del tamaño y del diseño.

    Las ganancias 
    del negocio subieron con relación a las del inicio. Hoy factura cerca USD 800 mensuales.

    Puede encontrar las velas artesanales de Nina Samay en Facebook e Instagram como @ninasamay y en Whatsapp en el 0996734671.

    Nina Samay es un emprendimiento que elabora velas con diseños inspirados en los pueblos indígenas del país. Foto: Facebook Nina Samay
    Nina Samay es un emprendimiento que elabora velas con diseños inspirados en los pueblos indígenas del país. Foto: Facebook Nina Samay
  • La tradición del sombrero perdura en Quito

    Redacción Quito  (I)
    redaccion@revistalideres.ec

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    Humacatama significa cabeza cubierta. Luis López fundó esta sombrerería con el objetivo de rescatar una antigua tradición familiar que viene desde sus padres y abuelos.

    López, de 63 años, es analista de sistemas. Aunque aprendió desde los 10 años el oficio de elaborar sombreros, se mantuvo alejado de dicha actividad hasta el 2007, cuando fundó su negocio.

    La razón para dedicarse a la actividad artesanal fue su interés y habilidad para trabajar diferentes materias con sus manos. “Dejé mi profesión porque me di cuenta que no era lo mío. Siempre he tenido un lado artístico, una gran habilidad con las manos” comenta.

    El negocio se ubica en el centro histórico de Quito. Nació como parte de un proyecto de restauración de la calle La Ronda, impulsado por el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP).

    Esta tradición viene de familia. El abuelo de López se dedicaba a ello en Ambato, en la década de los 20 y su padre también. “Este último, Luis Gerardo López se trasladó a Quito, junto a mi madre, alrededor de 1940. Vivieron en la Flores, cerca de la Plaza del Teatro, donde elaboraron sombreros hasta la década del 60. Desde entonces la gente dejó de utilizar estas prendas de vestir”.

    Los sombreros se elaboran artesanalmente y se inspiran en distintas épocas históricas de la ciudad. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
    Los sombreros se elaboran artesanalmente y se inspiran en distintas épocas históricas de la ciudad. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

    El negocio no solo elabora y vende sombreros. Su intención es brindar un servicio. “Nos caracterizamos por el trato al cliente y la calidad en la elaboración de nuestros productos, hechos de manera artesanal. Queremos no solo ofrecer un buen producto, sino también experiencias”.

    Humacatama funcionó en la tradicional Casa de Los Geranios hasta el 2018. Desde febrero de este año se encuentra en la casa 625, en el segundo piso.

    En el negocio se invirtieron USD 20 000 para la adecuación del local, adquirir muebles y herramientas necesarias. Parte de los implementos son herencia del padre de López.

    El artesano cuenta con distintas líneas de diseño de sombreros. La más reciente es la Facinator, inspirada en diseños europeos. También se ha implementado una línea con detalles de pelo artificial, dirigida al ámbito oncológico, sin dejar de lado la moda.

    El cliente puede acceder a una amplia variedad de sombreros; para dama, caballero y niño. Pueden ser modelos modernos o de anteriores épocas, como la de los 20’s o la edad media.

    Los sombreros se elaboran en tela, fieltro o paja toquilla, usando moldes y maquinarias artesanales. “Optamos por la elaboración artesanal porque es algo que nos diferencia de la competencia. Al elaborar pocas unidades, ofrecemos un producto único y selecto”, señala López.

    La meta a futuro para Humacatama es asegurar el legado familiar. “A mi edad me he dado cuenta de que no podré continuar para siempre trabajando solo. Aunque estoy cerca de jubilarme, deseo seguir dedicándome a esta actividad hasta que mi fuerza aguante, pero espero que mis hijas continúen con la tradición”.

    La hija mayor, Alejandra López, dirige desde hace tres años una sucursal de Humacatama, que también se encuentra en el Centro de Quito. La menor, Cristina López, está aprendiendo el oficio de mano de su padre.

    Datos

    Se invirtió USD 20 000 para adecuar el local donde funciona el negocio y ambientarlo como en los años 30.
    Los ingresos mensuales bordean los USD 5 000.
    El precio promedio de un sombrero es de USD 40.
    El sombrero tejano es un modelo de origen ecuatoriano.
    La venta se realiza en los locales de Humacatama. No se realizan ventas al por mayor a otras tiendas.
    Los clientes europeos representan un 70% del total.

    Luis López elabora sombreros artesanales de fieltro, tela y paja toquilla. También fabrica pedidos especiales. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
    Luis López elabora sombreros artesanales de fieltro, tela y paja toquilla. También fabrica pedidos especiales. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
  • La tradición del maní se preserva en Tosagua

    María Victoria Espinosa

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    El maní es uno de los ingredientes principales de al menos 10 platos tradicionales manabitas.
    Para que esta tradición gastronómica no se perdiera, Felipe Cedeño creó hace 17 años La Casa del Maní. En este lugar se procesan a diario 20 quintales, que se producen en 3 000 hectáreas de cultivos en Tosagua, Manabí.

    Pero hace casi 20 años, la producción era menor según recuerda Cedeño, el propietario del negocio La Casa del Maní.

    Él afirma que al inicio solo obtenía un quintal mensual de maní y vendía solamente una o dos libras de pasta de maní al día.

    Los comensales empezaban a comprar la pasta de maní que llegaba de otras provincias a Manabí y la sazón ancestral estaba perdiendo el sabor característico de sus platillos.

    Con un poco de temor, Cedeño abrió un pequeño negocio a las afueras de su vivienda, hace 17 años. Ahí seleccionaba, tostaba y molía el maní.

    Al principio hubo días en los que solo vendía una libra, pero a poco los dueños de los restaurantes y las amas de casa empezaron a probar el maní y se hicieron clientes. La fama de La Casa del Maní empezó a expandirse por Manabí y luego a escala nacional.

    En la actualidad, se venden 20 quintales diarios y se distribuyen a Guayas, Pichincha, El Oro, Tungurahua, Manabí, Santo Domingo, Galápagos, entre otros.

    Para abastecer esa demanda, Cedeño tuvo que renovar la maquinaria, en las que invirtió aproximadamente USD 20 000.

    Además debe comprar el maní de 200 agricultores de Tosagua, que tienen cerca de 3 000 hectáreas de cultivo. La única regla para comprar ese producto agrícola es que se cultive de forma ancestral. “Nuestros antepasados no utilizaban químicos y ese era el éxito de su sabor”.

    En Manabí se cultivan aproximadamente 9 000 hectáreas de maní; de esas, 3 000 son cosechadas en Tosagua y se venden en La Casa del Maní.

    Cada hectárea produce entre 50 y 60 quintales. Una de las ventajas que tiene el suelo manabita es que se pueden cultivar cuatro tipos de maní: el Iniap 380, Charapotó o criollo, Caramelo o 382 y el Rosita o 381.

    En la actualidad, el quintal de maní se vende en la fábrica a USD 65 sin procesar. El precio varía si el cliente lo lleva tostado y molido, se paga hasta USD 90. La cartera de clientes que compran al por mayor es de 50.

    Los pequeños productores también tienen un espacio para procesar el producto. Ellos pagan USD 10 y pueden utilizar las máquinas.

    E
    l productor José Zambrano señala que La Casa del Maní ha incentivado a los pequeños productores a que sigan cultivando. “Ya conocen este lugar en el Ecuador. Por eso los productores sabemos que es fijo que nuestra cosecha se venda en la fábrica”.

    Fanny Vergara, chef manabita y operadora turística, afirma que La Casa del Maní se ha convertido en un sitio turístico agrícola.

    Ella lleva grupos hasta esta la fábrica para que conozcan el proceso del maní desde la planta hasta cuando se sirve en el plato.

    Cada turista debe costear los gastos de trasporte, movilización, hospedaje, alimentación. La contribución es voluntaria.

    Además, está realizando una investigación sobre las raíces e historia de este producto. El estudio está direccionado a la diversidad gastronómica en platos de sal y de dulce, que tienen su origen en las culturas precolombinas.

    La mayor parte de esa investigación se ha hecho en La Casa del Maní y con los productores que abastecen este negocio.

    Los estudiantes universitarios también asisten constantemente a la fábrica para investigar sobre las propiedades del maní, las variedades y el proceso que se realiza en el lugar.
    Cedeño afirma que cuando inició este negocio familiar no imaginó el alcance que tendría. “Lo que más me emociona es que los chefs de los hoteles preparan platos con nuestro maní y los degustan extranjeros y es una muestra de que nuestra cultura se preserva”.

    Felipe Cedeño es el propietario del negocio La Casa del Maní, que está ubicado en Tosagua (Manabí). Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    Felipe Cedeño es el propietario del negocio La Casa del Maní, que está ubicado en Tosagua (Manabí). Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • La tradición del tejido de muebles aún se mantiene

    María Victoria Espinosa

    Redactora (F)
    Contenido Intercultural

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    Las manos rápidas del artesano Rodolfo Alonso, entrelazan las fibras de papel kraft con el hierro para crear muebles con diferentes estilos de tejidos.

    Lo hace en la vereda de la avenida 10 de Agosto, en Montecristi. Ahí se encuentra el taller artesanal Josue, que se creó hace más de 40 años y que rescata el tejido típico de los muebles manabitas.

    Elaborar un mueble puede tardar entre cuatro y seis días dependiendo del tamaño y el modelo. Alonso afirma que sus manos son veloces y que las horas pasan sin que él se de cuenta cuando teje.

    Eso se debe a que se dedica a este oficio desde que tenía 10 años. La mayoría de su familia se dedicaba ya a este oficio; en la actualidad él y su prima Gloria Mantuano son los encargados de elaborar hasta 10 juegos de mueble al mes.

    De esos, cuatro se venden en Montecristi, no solo a clientes locales sino a dueños de hosterías, o clientes de Manta, Portoviejo, Chone y otros cantones manabitas. El resto se comercializa en Guayas, Pichincha, Loja, Esmeraldas, entre otros.

    Cada mueble se elabora bajo pedido debido a que los muebles son personalizados al gusto del cliente. Unos prefieren tejidos más elaborados con bordes que sobresalen del espaldar o las patas. Otros buscan un modelo menos elaborado, pero que esté reforzado en los asientos y espaldar.

    Mantuano afirma que al menos tres generaciones de su familia se han dedicado a la confección de muebles artesanales. Pero hace dos décadas se cambió el mimbre, que era el material típico del pueblo montuvio, por la fibra de papel kraft, que se importa desde Colombia. “El mimbre ya no se consigue en Ecuador, pero la fibra es parecida y resuelve el problema”, afirmó.

    Esta fibra cuesta entre USD 30 y USD 50. Tras adquirirla, Alonso la procesa en una máquina que hace cabos. Con una torta de ese material se fabrican alrededor de dos muebles. En el taller trabajan ocho personas, entre estos un soldador que se encarga de hacer las estructuras en hierro y un tapicero, quien elabora los cojines de diferentes tamaños y formas.

    La más pedida es la canasta de descanso, que es un mueble tipo hamaca. Estas cuestan entre USD 110 hasta USD 250, dependiendo del tipo de tejido que se use. “La fibra es más resistente que el mimbre por eso buscan este tipo de mueble tipo hamaca”, señaló la artesana manabita.

    Los artesanos señalan que este material es más duradero que el mimbre y que los muebles se pueden utilizar en el interior o exterior de la casa y tienen una vida útil de unos 20 y 30 años, según el cuidado y mantenimiento.

    Los clientes conocen de estos productos a través de recomendaciones de otros clientes o por las redes sociales.

    Pedro Zambrano adquirió tres juegos de muebles para un hotel que administra en Guayaquil.
    Él afirma que los muebles son duraderos y que comprarle a los artesanos de Montecristi es una práctica que ayuda a que las tradiciones típicas continúen.

    La artesana Gloria Mantuano es administradora del taller artesanal Josue, ubicado en Montecristi, Manabí.
    La artesana Gloria Mantuano es administradora del taller artesanal Josue, ubicado en Montecristi, Manabí. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • La tradición y un toque italiano, sus fortalezas

    Cristina Marquez

    (I)

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    Una combinación de embutidos con una receta muy característica de vegetales y granos encurtidos es el producto estrella en el menú de Hugo’s, una fuente de soda que funciona en Riobamba desde 1936.

    El restaurante se inició como un pequeño puesto de venta de refrescos en el mercado La Merced, en Riobamba y hoy tiene tres sucursales. Hugo Murillo fundó el negocio y adaptó la tradicional receta italiana de los ‘picklets’ (pepinillos agrios), a la gastronomía tradicional riobambeña.

    Su hija, María del Carmen Murillo, cuenta que Hugo inició su negocio cuando era muy joven, debido a que debía mantener a su madre y a su esposa. “El puesto en un inicio era muy pequeño. Mi papá vendía agua de frutas, pero ya era reconocido por su amabilidad y carisma agradable”.

    La personalidad amena de Hugo le llevó a amistarse con un grupo de viajeros europeos que visitaban Riobamba. Ellos le compartieron una receta popular de ‘picklets’. “A él le encantó, así que empezó a experimentar en la cocina”, cuenta María del Carmen.

    Tras varios meses de pruebas, Murillo logró rediseñar la receta europea. Su versión de ‘picklets’ contiene, además de pepinillos, chochos, fréjol, arveja, zanahoria, alcaparras, cebollas y una variedad de productos andinos.

    “La selección de materias primas de calidad, algunas cosechadas por nosotros mismo, y la receta tan particular que mi abuelo nos dejó, son nuestra marca”, cuenta Verónica Murillo. Su papá, Vicente, es el encargado de manufacturar los ‘picklets’ y el queso de chancho, un embutido que también aprendió a elaborar con la guía de su papá.

    La receta se volvió famosa en Riobamba al poco tiempo de presentarse, por lo que Hugo no tardó más de dos años en convertir su pequeño puesto en una fuente de soda. Cuando inauguró el local agregó al menú jugos como el de fresa con guayaba, que en esa época era toda una novedad.

    Los sánduches que combinan varios tipos de embutidos con los ‘picklets’ también se convirtieron en un clásico del emprendimiento. Ya pasaron 86 años desde que se inició, pero el menú se mantiene intacto y continúa siendo apetecido por los riobambeños.

    “Es increíble que un negocio como este perdure en el tiempo. Mis papás me llevaban siempre cuando era niño, estuve casi 20 años fuera del país y cuando volví, el sabor seguía siendo el mismo”, cuenta Juan Cabezas, un cliente.

    El primer local, situado junto al mercado La Merced, también se mantiene como lo dejó su fundador, quien falleció hace diecinueve años. Está decorado con fotografías familiares y piezas antiguas de colección como lámparas de aceite y teléfonos antiguos.

    Hace dos años se incrementaron otras dos sucursales que conservan el nombre y el sabor auténtico de Hugo’s. “Nuestros productos ya son parte de la tradición riobambeña, por eso nuestra meta es continuar creciendo con nuestros locales sin modificar el menú ni nuestra receta original”, dice María del Carmen.

    Ella se asoció con su sobrina, Gabriela Murillo, para abrir una de las sucursales de la firma. Ambas invirtieron alrededor de USD 30 000 en la adecuación del local, que está decorado con un estilo rústico vintage.

    La sucursal se inauguró hace casi dos años y ha logrado captar a un nuevo público. Los jóvenes y adolescentes son los nuevos clientes frecuentes. “Estamos perpetuando la tradición. Queremos que los nuevos públicos conozcan nuestra historia y que también formen parte”, dice María del Carmen.

    Cinco miembros de la familia, de la segunda y tercera generación están al frente del negocio.

    Verónica, María Gabriela y María del Carmen Murillo continúan con la tradición que les heredó Hugo Murillo y lideran el negocio.
    Verónica, María Gabriela y María del Carmen Murillo continúan con la tradición que les heredó Hugo Murillo y lideran el negocio. Foto: Glenda Giacometti / Líderes
  • El ají hecho con receta familiar gana mercado

    Marcel Bonilla

    Redactor (I)

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    Un ají que tiene como ingrediente el vinagre de banano se elabora en Esmeraldas y se encuentra en el mercado desde hace seis meses.

    Ají Leverone es una marca que encierra tradición familiar. Leonardo Leverone, emprendedor, explica que sus abuelos y padres elaboraban el producto para dar sabor a sus comidas, que preparan desde hace cerca de 50 años.

    En su negocio de alimentos siempre se había ofrecido la salsa y el ají a base de vinagre de guineo, hecho por sus abuelos. La costumbre fue pasando de hijos a nietos hasta que la familia decidió darle un giro a su iniciativa. Así, el ají hecho con una receta familiar salió a la venta al público.

    Leverone empezó a ofrecerlo en su restaurante de fritadas y tuvo aceptación. Eso le motivó para ponerlo en un frasco.

    El producto está compuesto por un licuado de ají que mezcla la variedad rocoto de la Sierra y el denominado ají de ratón de la Costa. Además tiene zumo de limón y sal. Para empezar se invirtieron cerca de USD 300.

    Hoy en día se venden, cada mes, 10 cajas de 24 unidades; el producto se comercializa en el mismo de negocio de Leonardo Leverone, que está ubicado en el centro de la ciudad de Esmeraldas.

    Con su iniciativa ha empezado a penetrar a otros mercados de la ciudad con la ayuda de la Unidad de Fomento Productivo de la Prefectura de Esmeraldas.

    Cada unidad se comercializa en USD 3,50 y es de 250 mililitros. La proyección es no solo vender el Ají Leverone, sino desarrollar salsa de ají y posteriormente, longanizas y chicharrones empacados al vacío.

    Esta emprendimiento cuenta con la ayuda de cuatro personas más que conocen los procesos y siguen las normas de higiene para garantizar la asepsia y la calidad.

    Este ají tiene una duración de hasta seis meses sin preservantes por ser 100% natural y mantiene su sabor. El emprendedor sugiere probarlo en fritadas, pero también en otras comidas.

    Raúl Quintero, técnico de la Prefectura de Esmeraldas, explica que una vez conocido el producto, vieron que tenía un potencial para ponerlo en el mercado y empezaron con la asistencia técnica y obtener la notificación sanitaria.

    Además de este requisito se han realizado los análisis de laboratorio y el producto ya cuenta con un certificado de un laboratorio acreditado por el sistema de acreditación ecuatoriana. Esto es una garantía para los consumidores, según el emprendedor.

    En los últimos seis meses la microempresa desarrolló un trabajo para mejorar la imagen del producto. Esto implicó la elaboración del etiquetado, tomando en cuenta tres encuestas hechas para establecer la aceptación y posibles clientes.

    Uno de los principales argumentos, a la hora de la promoción, es que se trata de un producto hecho artesanalmente.

    Según Quintero, el ají cuenta con trazabilidad, lo que permite saber de dónde viene la materia prima, cómo se produce, dónde se hace y cómo se comercializa.

    Tras contar con la notificación sanitaria se ha trabajado en los costos de producción que permita competir con otras marcar de ají que está en el mercado nacional.

    La Prefectura de Esmeraldas, a través de la Dirección de Fomento Productivo, gestiona para que Ají Leverone, participe en ruedas de negocios dentro de la ciudad y fuera de ella.

    Además el emprendedor trabaja para buscar nuevos canales de venta. Por ahora dos cadenas de supermercados nacionales están interesadas en la compra del producto. Con esta propuesta se aspira a vender 200 unidades mensuales. Esto permitirá que la iniciativa familiar alcance el punto de equilibrio y generar utilidades posteriormente.

    Las proyecciones de los emprendedores del ají es lograr que el producto vaya ganando mercado en el país para posicionar la marca que está siendo conocida en el resto de cantones.

    La exdirectora de Pymes de la Pucese en Esmeraldas, Roxana Benítez, cree que, con la ayuda de estudiantes de las carreras de pequeñas y medianas empresas, se puede ayudar a los emprendedores de Esmeraldas como Ají Leverone.

    En Esmeraldas, desde hace cinco años, los emprendimientos han tomado mayor fuerza con el apoyo del Ministerio de Industrias y la Dirección de Fomento Productivo de la Prefectura de Esmeraldas.

    Desde ese espacio se han dado impulso a la chocolatería, la apicultura y la pesca, así como las artesanías que busca mercados internacionales, como la venta de muñecas negras y las marimbas para adornos en países como España e Italia.

    Otro dato: hasta el momento en la provincia alrededor de 25 emprendimientos han obtenido este año sus notificaciones sanitarias para ingresar al mercados y vender sus productos.

    Leonardo Leverone es el emprendedor que convirtió la receta de sus abuelos y padres en un pequeño negocio, en Esmeraldas.
    Leonardo Leverone es el emprendedor que convirtió la receta de sus abuelos y padres en un pequeño negocio, en Esmeraldas. Foto: Marcel Bonilla / Líderes
  • Él preserva la tradición de Montecristi

    Maria Angelina Castillo

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    En el centro de Guayaquil, en las calles Primero de Mayo 114 y avenida Quito, funciona el local más antiguo que comercializa sombreros de paja toquilla.

    El gerente es Jouberth Barberán Vélez, de 78 años de edad. En 1940 estuvo a cargo de su padre, Carlos Barberán Loor y a comienzos del siglo pasado, de su abuelo, Carlos Barberán Pinargote,

    Este último fue el fundador de una historia que comenzó en Montecristi, cantón de la provincia de Manabí, en la región Costa.

    Barberán es un apellido asociado a la tradición de tejido, reconocida en el mundo. Consiste en entretejer la fibra vegetal de las hojas de palma conocida a escala nacional como paja toquilla.

    Este producto existe desde la época precolombina. Los artesanos de Jipijapa y Montecristi los utilizaban para cubrirse del sol durante las jornadas de trabajo.

    Barberán Vélez cuenta que en su familia todos participaban en la elaboración del sombrero, que luego su padre llevaba a Guayaquil y comenzó a vender en un local ubicado en Malecón y Aguirre, frente al Río Guayas.

    “Por ahí comenzaron a llegar los buques chiquitos al Yacht Club de Guayaquil y los turistas cruzaban y caminaban al local”, recuerda.

    Relata que la familia también se dedicaba a otras actividades como la pesca. “Eso desde la época de mi abuela, mis tías, en Manabí. El sombrero más fino se teje de noche, con la paja tierna y húmeda. La elaboración puede tomar todo un año”, explica.

    Estos, que son los extra finos, se venden en USD 2 000. También hay otros más económicos, cuyo valor parte desde USD 40.

    Son diversos los modelos que se exhiben en el local: algunos de color y otros con motivos decorativos como lazos y flores con cintas, para las mujeres.

    Al establecimiento de Guayaquil llegan los sombreros desde Montecristi y es allí donde se hacen las medidas y se terminan los detalles. Esto gracias a una maquinaria que trajeron desde Nueva York hace más de 30 años para hormar y prensar el producto.

    Barberán Vélez recuerda que en el siglo pasado se vendían sombreros por cerca de 5 000 sucre diarios. Él asumió la gerencia del negocio a comienzos de la década de los sesenta, cuando regresó de los EE.UU.; su padre lo había enviado al país del norte para que estudiara en una Academia Militar en Georgia. Estuvo seis años.

    “La gente nos busca porque nuestros sombreros son famosos en el mundo”, expresa y señala fotografías viejas que exhibe en las vitrinas del local. Allí aparecen retratados personajes como el expresidente estadounidense Theodore Roosevelt hasta la cantante mexicana Thalía.

    Habilidad y paciencia son elementos clave en la elaboración de los sombreros. En un principio se creyó que eran originarios de Panamá, pues muchos trabajadores los utilizaron durante la construcción del canal marítimo del país centroamericano. En ese entonces, intermediarios los importaban desde Ecuador para comercializarlos en ese lugar.

    Pero la confección del sombrero de paja toquilla es local. Los artesanos ecuatorianos deben comenzar temprano la jornada, antes de que el calor y la humedad que existe en la provincia manabita maltrate la fibra y pueda dañar el resultado del producto.

    El nombre científico de la herbácea es “carludovica palmata”, a la que también se le conoce como “Jipijapa”, y es propia de las costas del país. Para las familias que practican esta actividad, como el caso de la familia Barberán, constituye un rasgo distintivo de su identidad y parte de su vida.

    De hecho, el sombrero de paja toquilla de Ecuador fue declarado por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en el año 2012.

    Actualmente, el negocio Sombreros Barberán comercializa cerca de un centenar de sombreros al mes; los que más se venden son los más económicos. Incluso, reciben pedidos de clientes en el exterior. Por ejemplo, a EE.UU. hacen envíos anuales de unas 50 docenas del accesorio.

    Joubert Barberán es el gerente del establecimiento, que perteneció a su padre y su abuelo en el siglo pasado. Foto: Mario Faustos / LÍDERES
    Joubert Barberán es el gerente del establecimiento, que perteneció a su padre y su abuelo en el siglo pasado. Foto: Mario Faustos / LÍDERES
  • Un restaurante republicano que tiene tradición costeña

    Carolina Enriquez

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    La Casa Julián guarda las tradiciones de la Costa detrás de sus portones antiguos de madera. En marzo cumplió un año desde que la casona abrió las puertas como el restaurante del Hotel del Parque, que funciona en el Hospicio Corazón de Jesús.

    Ambas edificaciones son patrimoniales y están en el Parque Histórico de Guayaquil, en la vía Samborondón, a cargo de la empresa de Hoteles Oro Verde. Casa Julián se levanta en el denominado Malecón 1900, con vista al río Daule. Así conserva el entorno de la casa original que fue construida a principios del siglo XX, en las calles Nueve de Octubre y Malecón, frente al río Guayas, en el centro de Guayaquil.

    Perteneció a la familia del prestigioso médico guayaquileño Julián Coronel Oyarvide. La recibió en donación el Banco Central del Ecuador (BCE) en 1987 y luego se la trasladó al parque junto con otras casonas patrimoniales.

    El 60% de la madera de la casona es original, según el inventario. La fachada conserva los colores con los que se le pintó desde un inicio, con grandes ventanales de chazas, características del esplendor de inicios de 1900. Las columnas y el cielo raso también son de la casona original de la familia Coronel y recibieron un profundo trabajo de restauración.

    Algunos ornamentos que ya estaban destruidos se trabajaron con materiales similares a los de aquella época. En el 2005 terminaron las labores de restauración a cargo de un equipo que dirigió el arquitecto Pablo Lee. Comenzó a funcionar como un restaurante en la planta baja y una área de exhibición en la alta. Pero el año pasado se adecuó para el restaurante Casa Julián.

    Oro Verde invirtió más de USD 400 000 en trabajos en los dos ambientes de la planta baja, interior y en el soportal; también en la alta donde funciona el salón De Julián con capacidad para 250 personas. Eso explica Francisco Baca, gerente del Hotel del Parque.

    También se adaptó el sistema de aire acondicionado, elevador para servicio y se hizo cambios en los baños para mejorar la atención a los clientes, respetando los detalles patrimoniales de la casona.

    En el restaurante de la planta baja la decoración incluye cortinas con papagayos que combinan con las tonalidades verdes de las paredes. Las mesas se hicieron de madera y las sillas tienen un diseño antiguo que le da un toque único al restaurante que dispone de un menú basado en las tradiciones y costumbres costeñas.

    En la planta baja hay dos accesos. El principal que da al río y en cuyo soportal hay siete mesas con sillas de mimbre, un espacio preferido de los turistas extranjeros, según Baca. El otro acceso está a un costado de la casona que da directamente a una escalera de madera de la estructura original. En la planta alta hay un amplio salón con espejos y un piano de principios de siglo.

    El chef Juan Carlos Ordóñez explica que Casa Julián ofrece platos de autor que se basan en recetas criollas ecuatorianas, que buscan contar las costumbres y tradiciones de la región.
    El chef y su equipo de trabajo realizaron viajes ‘río arriba’ por el Daule, lo que dio origen al nombre del menú.

    Esta edificación se restauró y ahora se convirtió en un hotel, que cuenta con restaurante y salón de eventos. Está ahora en el Parque Histórico. Foto: Enrique Pesantes / LÍDERES
    Esta edificación se restauró y ahora se convirtió en un hotel, que cuenta con restaurante y salón de eventos. Está ahora en el Parque Histórico. Foto: Enrique Pesantes / LÍDERES