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  • Un concepto en alpargatas con creatividad y tradición

    Redacción Quito

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    El aspecto cultural de la alpargata se actualiza en Cornejas, una tienda que realiza una adaptación moderna a esta variedad de calzado.

    El emprendimiento nació en 2012 con la venta de alpargatas estilo argentino vía online a través de un fan page de Facebook con el nombre de Cornejas.

    Juan Miguel Cornejo
    , dueño del negocio, comenta que este estilo de calzado fue un producto novedoso en el mercado ese año. Se contaba con un modelo de alpargata en cinco colores distintos.

    Con el propósito de ampliar las ventas, esta marca instaló una isla en el 2014 en el Centro Comercial Naciones Unidas, en Quito.

    A medida que los clientes preguntaban por nuevos colores este negocio fue incorporando diseños a su catálogo.

    Cornejo explica que en la industria de la moda se debe contar con variedad de producto para mantener la competitividad en el sector.

    De esta manera amplió su catálogo de alpargatas con modelos como: valencianas con taco, espartanas con yute, suecos con taco magnolia con yute, alpargatas tradicionales hechas de cuero o terciopelo, entre otros.

    El concepto de este negocio es mantener el aspecto de lo autóctono mezclándolo con diseños urbanos, afirma Cornejo.

    Además, se cambió la suela de material a una de caucho, que aumenta la resistencia del producto.

    En septiembre del 2017 esta marca inauguró su local oficial en el centro comercial, con un taller de diseño y oficina.

    Esta expansión comercial produjo que se facture un aproximado de USD 9 000 al mes.
    Además, este negocio permite a sus clientes solicitar alpargatas bajo pedido con un diseño personalizado en colores o materiales.

    Cornejo comenta que amplió su mercado a través de una técnica llamada ‘pop up stores’. Esta herramienta consiste en abrir una tienda por un límite corto de tiempo como 15 días, la publicidad se la realiza como un evento en Facebook para atraer la mayor cantidad de público posible.

    Bajo esta modalidad se abrió tiendas temporales en las principales provincias del Ecuador y se amplió la cartera de clientes a nivel nacional.

    Este año Cornejas tiene el proyecto de abrir una tienda en Guayaquil. El fundador del emprendimiento explica que esa ciudad tiene una dinámica comercial diferente a las de la sierra. En ese territorio el mayor número de ventas se da por clientes que conocen la tienda física.

    El resto de ciudades como Quito posee un mayor número de clientes que conocen del producto a través de redes sociales.

    Como estrategia permanente este negocio siempre tiene promociones. Hace poco desarrolló una campaña comercial por el mes de la mujer con mayores modelos femeninos de su última colección y rebajas en las compras.

    Esta marca presenta un aproximado de 20 modelos nuevos cada mes con distintas combinaciones de colores y estampados.

    Cornejo explica que la variedad de su producto es una táctica de ventas para que sus clientes sientan una exclusividad en cuanto al diseño que adquieren. Así continúa su crecimiento.

    Juan Miguel y María Isabel Cornejo muestran los zapatos en el local Cornejas, ubicado en el norte de Quito. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
    Juan Miguel y María Isabel Cornejo muestran los zapatos en el local Cornejas, ubicado en el norte de Quito. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
  • Las artesanías tsáchilas vuelven con fuerza

    María Victoria Espinosa

    María Victoria Espinosa  (F) Contenido Intercultural

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    Los tsáchilas retomaron la confección de las coloridas faldas típicas de esa nacionalidad.
    La elaboración de esas prendas puede tardar hasta dos meses, porque se debe hilar el algodón y teñirlo. Luego, enhebrar los hilos en los telares de madera tsáchila.

    La guía nativa Miriam Calazacón señala que esa actividad, por ser tan laboriosa, dejó de practicarse en las siete comunas.

    Los grupos que se dedicaban al turismo empezaron a comprar las prendas en Otavalo (Imbabura) por USD 20 y USD 30. “La calidad no era la misma y los turistas empezaron a decir que querían productos de nuestra nacionalidad”.

    Hace unos cinco años, la actividad se retomó con la intención de recuperar esa tradición. Y los pedidos de bufandas, faldas y cintillos tsáchilas empezaron a aumentar de tres a 15 mensuales.

    Incluso, en las siete comunas se crearon las marcas Tsafiki, Mapalí, Tsáchila, Tolón Pelé y Colorados, que este año buscan patentar sus productos.

    En promedio, cada centro cultural vende entre 30 y 50 productos semanalmente.
    Este año, en la comuna Chigüilpe ya se han elaborado 40 prendas de vestir, que serán vendidas a emprendedores para elaborar zapatos y también a turistas, que las llevarán como obsequios a Europa y EE.UU.

    Las prendas, elaboradas en los telares tsáchilas, cuestan entre USD 5 y USD 100. El precio varía dependiendo del tamaño y del tiempo de elaboración.

    Abraham Calazacón, líder del centro cultural tsáchila Mushily, indica que el interés de los turistas hacia los productos tsáchilas creció cuando se empezó a mostrar y a promocionar la verdadera cultura ancestral.

    Él afirmó que el turismo que se hacía en algunas comunas hace unos 15 años era de demostración. “Solo nos vestíamos cuando recibíamos turistas. Ahora es un hábito, que es aplaudido y apreciado por los visitantes”.

    Otro factor que favoreció a que las prendas empezaran a venderse fueron las ferias de emprendedores que se realizan dos veces al año en Santo Domingo.

    Además de las prendas, se elaboran artesanías con las semillas de los árboles. Las pulseras no solo son un adorno. También sirven como un amuleto para evitar las malas energías, según la cosmovisión tsáchila.

    Por eso son unas de las más compradas por los turistas. Incluso para darle garantías al comprador, la pulsera es bendecida en un ritual presidido por un chamán.

    En los siete centros culturales de Chigüilpe se venden hasta 200 pulseras al mes, según la directiva de esa comunidad.

    Agustín Calazacón, del centro cultural Tolón Pelé, explica que otro producto que también compran los turistas son las lanzas con símbolos de colores elaboradas con chonta por los artesanos.

    Estas sirven para proteger las casas o locales comerciales de robos y para atraer la fortuna.
    Las personas deben comprar un par. Eso debido a que los árboles de chonta tienen dos colores diferentes. Según la creencia tsáchila, la chonta café representa a la mujer y la negra al hombre. Cuando las dos se unen, el poder de protección es más intenso.

    El par de lanzas cuesta entre USD 5 y USD 20, según el tamaño y los adornos.

    Juan Zambrano compró un par para decorar un restaurante de carnes. Él cuenta que cada seis meses las lleva a Chigüilpe para que los chamanes le coloquen un ungüento y las bendigan. “A veces es bueno confiar en la sabiduría indígena. Además, es una forma de incentivar a los tsáchilas a que recuperen sus raíces”.

    Otro rédito importante para los tsáchilas son los brebajes para aliviar los problemas de estrés y cansancio. También para revertir las malas energías.

    Se venden en pequeños frascos de plástico y cuestan entre USD 3 y USD 5. Son elaborados con plantas extraídas del bosque tsáchila y deben frotarse en el cuello y las manos en la mañana y en la noche.

    El chamán Manuel Calazacón vende 50 frascos mensuales.

    Los productos

    Las artesanías son elaboradas en su mayoría con materiales que se obtienen del bosque como la tagua y las semillas rojas y negras.

    En la inversión en materiales como elásticos y broches, los tsáchilas gastan mensualmente alrededor de USD 50.

    En los centros culturales también se pueden encontrar artesanías de los chachis de Esmeraldas, que están radicados en Santo Domingo.

    Los días de mayores  ventas son los fines de semana, en las vacaciones estudiantiles y en los feriados. En esas fechas las ventas diarias pueden ser de hasta USD 600.

    En el centro cultural Mushily 10 personas se dedican a la elaboración de tejidos y artesanías tsáchilas. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    En el centro cultural Mushily 10 personas se dedican a la elaboración de tejidos y artesanías tsáchilas. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • Los astilleros todavía sobreviven en Samborondón, en Guayas

    Redacción Guayaquil

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    Samborondón es uno de esos pueblos que ha tenido un vínculo histórico con el río. A orillas del Babahoyo se levanta este cantón del Guayas que mantiene activo el transporte fluvial y es lo que da vida a los astilleros.

    El historiador Willington Paredes señala que es uno de los cuatro pueblos montuvios que ancestralmente han sobrevivido por los ríos que los atraviesan. Esos son los cantones Daule y Santa Lucía, cruzados por el río Daule; y, Babahoyo y Samborondón bañados por el río Babahoyo. En su confluencia ambos forman el Guayas.

    Cuando se recorre los diferentes caseríos es común observar la canoa pequeña colgada en los soportales de las chozas montuvias. Estas son el medio de transporte más común para salir de sus casas en época de lluvias.

    Paredes destaca que el montuvio de Samborodón ha desarrollado una actividad anfibia. En época seca trabaja más en la agricultura, sobre todo en la siembra del arroz, y en el invierno en la pesca de río.

    En el astillero D’Anita, en el centro de Ciudad Samborondón, la actividad aumentó desde diciembre. Los martillazos sobre la madera se escuchan a medida que se acerca a la casa esquinera donde funciona.

    Marcos Rodríguez, el dueño de este astillero, Cuenta que en estos tiempos ya no se las hace con un solo tronco, ahora se fabrican con piezas de madera guachapelí. “Antes se hacían con un solo tronco cortado de raíz, pero con el tiempo eso cambió”. Dice que ya no hay árboles tan grandes.

    Por eso en el letrero de su astillero se lee que es un depósito de madera donde hay tablas duras, semiduras, encofradas, tablones y tiras maestras que sirven para fabricar canoas.

    Esta es una actividad que heredó de su padre ya fallecido hace 16 años. El deseo es que su hijo César, de 21 años, mantenga la tradición familiar, pero no guarda muchas esperanzas. El joven ayuda en estos días en el taller en la reparación de canoas, pero no cree que se mantendrá en el astillero.

    Su padre dice que también la modernidad y las nuevas carreteras han reducido la actividad. Eso ocurrió en Tarifa. Antes la comunicación fluvial por el río Los Tintos era lo más común en Tarifa, pero con la construcción de una vía carrozable disminuyó.

    En el 2017 el astillero fabricó 12 canoas grandes, cuatro de canaletes y 10 a remo y otras reparaciones.

    En el astillo D’Anita la canoa más grande que se reparó es una que tiene 14,5 metros de largo, 1,50 m de ancho o boca y de 58 centímetros de alto. Es modelo samborondeña con el fondo tipo cajón, que se distingue de las salitreñas con fondo de tres piezas, que también llegan al taller para reparaciones.

    Rodríguez señala que el trabajo aumenta por la cercanía del invierno. Las familias que viven en las zonas bajas donde se siembra el arroz normalmente se inundan y usan la canoa para salir sus casas.

    Samborondón es un cantón arrocero. El 99% de la actividad comercial en la zona rural depende de la siembra, cosecha, pilado y venta de la gramínea. En toda la campiña se observa desde principios de diciembre el inicio de la siembra de invierno y extensas plantaciones totalmente verdes.

    Las canoas se reparan para que estén listas en la época de invierno. Es un medio de transporte del montuvio. Foto Enrique Pesantes / LÍDERES
    Las canoas se reparan para que estén listas en la época de invierno. Es un medio de transporte del montuvio. Foto Enrique Pesantes / LÍDERES
  • Las joyas que mezclan diseño y tradición

    Patricia González

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    Angelina Paqui es oriunda de la comunidad indígena Saraguro, que habita principalmente en la provincia de Loja. Siguiendo las enseñanzas de su madre, Angelina aprendió desde niña sobre la elaboración de la joyería indígena, esencial para su vestimenta.

    Los saberes de su cultura han sido su principal fuente de empleo. Con 31 años de edad emigró a Quito, junto a su esposo y cuatro hijos pequeños.

    Mientras su esposo trabajaba como asesor para las Naciones Unidas, Angelina comenzó a recorrer las calles del Centro Histórico de Quito ofreciendo sus collares artesanales, en compañía de sus hijos.

    Fueron más de 10 años vendiendo en las calles del Centro, de manera informal. Inti, su único hijo varón, mantiene vivo el recuerdo, incluidas todas las veces que les tocó correr por la llegada de los policías municipales.

    Con el tiempo, las condiciones de trabajo fueron cambiando. Por dos años, arrendaron un local en el Centro Comercial La Merced, en el Centro Histórico.

    También, desde hace unos ocho años, comenzaron a participar en ferias para emprendedores y artesanos. En la Feria Texturas & Colores, organizada por la agencia Conquito, han participado por cuatro años seguidos.

    En el 2014, cruzaron fronteras, con su participación en la feria Micsur (Mercado de Industrias Culturales del Sur), celebrada en Mar del Plata, Argentina. A este evento llegaron con el apoyo del Ministerio de Turismo, en representación del Ecuador.

    Actualmente, la artesanía de Angelina y sus hijos se ofrece en un local del Centro Comercial Quitus, en el centro-norte de la ciudad. Desde que ocupan este espacio, hace unos cuatro años, el negocio fue bautizado con el nombre Arawy (poeta y cantor, en lengua quechua).

    El modelo de collar tradicional es circular, con los colores del arcoíris, simbolizando la diversidad cultural de los saraguros. Pero los diseños han ido variando con el tiempo, según la demanda del mercado. Los hay de un solo color, pero en diferentes tonalidades, largos multicolores e incluso con formas de flores.

    Gisela Vinueza es cliente de Angelina desde hace 10 años. En principio le compraba para proveer una tienda de artesanía, que mantuvo por 13 años. Luego, comenzó a adquirirlos para ella. Dice que les compra cada vez que sale un nuevo modelo. Hoy día tiene unos 30 collares.
    Esta cliente destaca la originalidad de los productos, la calidad de sus materiales, la durabilidad de sus colores y los módicos precios.

    El precio de los collares depende de sus dimensiones. Uno pequeño puede costar USD 20; mientras que uno de gran tamaño, cuya elaboración demora unas tres semanas, cuesta USD 120.

    En Arawy también se elaboran pulseras, aretes, llaveros y cinturones. Además, en el local ofrecen productos artesanales de Otavalo, como camisetas, ponchos, pantalones y alpargatas.
    María Sol Vallejo conoció los productos de Arawy en una feria artesanal y desde hace cinco años es cliente frecuente. Para ella ha comprado unos 10 collares; también los ha adquirido para regalar a amigos de diferentes países de la región.

    Adicional a la calidad del trabajo, lo que garantiza su durabilidad, María Sol considera que es de lo más económico que ha encontrado en el mercado, en joyería artesanal. “En otros lugares puede costar el doble o el triple”.

    El negocio factura alrededor de USD 700 al mes, siendo los meses más fuertes en ventas agosto (mes de las artes) y diciembre.

    Los productos además se venden en la tienda del hotel JW Marriot Quito, desde hace cinco años. También los adquieren otros distribuidores.

    Al igual que ella, los cuatro hijos de Angelina aprendieron a trabajar la joyería desde pequeños. A pesar de que hoy algunos son profesionales y otros estudian la universidad, aún se mantienen ligados al negocio familiar y le colaboran a su madre en la producción o en las ventas.

    Datos

    Los precios  de los collares de Arawy van desde USD 20 hasta USD 120, dependiendo de sus dimensiones.

    Los productos se venden en un local ubicado en el Centro Comercial Quitus, en el centro-norte de Quito. También se encuentran en la tienda del hotel JW Marriot, en Quito.

    El negocio factura alrededor de USD 700 al mes. Los mejores meses de ventas son agosto y diciembre.

    Arawy no solo ofrece collares. También, aretes, pulseras, llaveros y cinturones. Además, en el local se pueden encontrar prendas de vestir, elaboradas en Otavalo.

    El collar tradicional saraguro es circular con los colores del arcoíris. Eso lo destaca Angelina Paqui, en su local. Foto: Julio Estrella / LÍDERES
    El collar tradicional saraguro es circular con los colores del arcoíris. Eso lo destaca Angelina Paqui, en su local. Foto: Julio Estrella / LÍDERES
  • Manamer, 60 años de tradición textilera

    Evelyn Tapia

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    Es mediodía y el sonido de las máquinas de coser no cesa en las instalaciones de Manamer (Manufacturas Americanas), en el kilómetro 5,5 de la vía Panamericana Norte, en el norte de Quito.

    Mientras un grupo de operarios revisa la calidad de las telas, otro corta patrones, otro cose y otro plancha el producto final.

    Este es el ritmo de trabajo de los 150 operarios que laboran en la planta de esta empresa textil que produce unas 30 000 prendas de vestir al mes y que en el 2017 cumplió 60 años en el mercado.

    Manamer es una compañía limitada que está a cargo de la tercera generación de la familia Ehrenfeld. Daniel Ehrenfeld, gerente general desde el 2013, cuenta que su abuelo, también de nombre Daniel, llegó a Ecuador desde Europa en la década de los cuarenta para trabajar en el sector agrícola.

    “Estuvo algún tiempo dedicado a eso hasta que decidió tener una empresa propia. Comenzó con una fábrica de ladrillos, pero no le fue muy bien”, cuenta Ehrenfeld.

    Poco tiempo después, por la invitación de unos amigos que acababan de abrir la fábrica Manufacturas Americanas, Daniel Ehrenfeld comenzó a administrar ese negocio. Era 1957.
    La firma inició con la producción de camisas y ropa interior.

    “Con el tiempo mi abuelo fue adquiriendo participación hasta que compró el negocio”, recuerda Daniel Ehrenfeld.

    En la actualidad, Manamer genera 350 empleos. Tiene ocho marcas de ropa y una de calzado.
    Pical ofrece ropa formal de caballeros; Identity produce uniformes empresariales; John Henry y Manhattan son marcas de ropa de hombre que se venden al por mayor en boutiques y tiendas de retail y de las tradicionales Peter Pan y Teenform, de ropa interior para adultas y adolescentes.

    Además de estas marcas propias, Manamer adquirió en 2009 la franquicia española de accesorios juveniles Funky Fish; en 2011 la franquicia peruana Do it y en 2016 la franquicia israelí de zapatos Marcha Ballerina.

    Ehrenfeld menciona que de todas las marcas la que más ha crecido es Pical. Esta se creó en 2003 y aglutina el 30% de la producción de Manufacturas Americanas. Con Pical comenzaron a vender en puntos de comercialización propios. Antes, la firma solo producía y distribuía al por mayor.

    “Las tiendas nos permitieron hacer muchas mejoras. Como mayorista no nos enterábamos de la retroalimentación del cliente final”, manifiesta.

    También tiene un peso importante en la producción (25%) la fabricación de ropa de marca propia para las cadenas de retail, añade.

    Actualmente, Manamer tiene 35 puntos de venta propios en Quito, Guayaquil, Ambato y Latacunga. En 2018 planean abrir cinco más en Manta y en Cuenca.

    Aunque es una empresa de origen familiar, Ehrenfeld destaca que fue necesario cambiar la forma de gobierno de la misma para expandirse. El 2013 marca un antes y un después ya que fue el año en el que otorgaron jefaturas y gerencias a los empleados.

    “Hay que salirse del modelo familiar para crecer. Yo he visto empresas destruirse porque la mamá es la diseñadora y piensa en la moda como hace 40 años o padres que se niegan a liquidar inventarios. Hay que salir del concepto del gobierno central, hay que empoderar a la gente porque valen oro y saben muchísimo”, explica el gerente general.

    El cambio más importante fue la innovación, señala Ehrenfeld. Antes la compañía textil trabajaba con una sola persona encargada de los diseños y hoy hay seis; además, reciben asesoría de una consultora externa italiana.

    “La producción textil nacional sí funciona siempre que se le dé valor agregado. Si una camisa blanca la vendes sin valor agregado es vender commodities. Tienes que estar rogando que te paguen un precio”, señala.

    Esa es una de las características que destaca Esther Palma, propietaria de Camisería Barón, en Manta, que comercializa una de las marcas de Manamer. “Los hombres hoy en día buscan estar a la moda y saben de las tendencias y esta marca ofrece modelos de vanguardia y de mucha calidad”.

    En el proceso de crecimiento de Manamer fue necesario invertir en tecnología, consultorías y nuevos procesos de eficiencia que demandaron USD 250 000. Ehrenfeld dice que fue la mejor estrategia para posicionarse en el mercado textil, en el que la competencia extranjera es muy fuerte.

    La tercera generación maneja Manamer
    La tercera generación maneja Manamer
  • La dulce tradición que tienen los manabitas

    Bolívar Velasco

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    Una columna de recipientes con dulces en su interior se exhiben en las perchas de los negocios manabitas apostados en las vías de Flavio Alfaro, Manabí.

    El olor que emanan estos aperitivos se percibe a metros de distancia, y no hay quien se resista a probarlos cuando se pasa por esos lugares. En el sitio La Crespa tienen fama los troliches, el manjar, los suspiros y las roscas.

    Casi todos son el resultado de la mezcla de panela, leche y miel. Pero en las vitrinas cada dulce tiene un aspecto distinto y así se vuelven irresistibles al paladar de los clientes que llegan en cantidades a “endulzar la vida”.

    Con esa frase, Flavio Mendoza evoca el origen de esta actividad, que es parte de una de las tradiciones del montuvio manabita.

    Él, por ejemplo, aprendió a elaborar los dulces ancestrales en hornos de barro, en los que la leña era el elemento central para la cocción del producto.

    Hace 40 años, cuando se inició en esta actividad, el trabajo no era fácil, pues debía ir a las fincas de las zonas rurales a cortar la madera necesaria para activar el horno.

    Desmontar los trozos de la leña con machete no era tan complicado como si lo era llevar la carga al hombro o montarla en un burro.

    Había que recorrer largas distancias y sortear caminos difíciles, pero era una prueba que debían pasar todos los que deseaban incursionar en la elaboración de los dulces típicos manabitas.

    La idea de entonces era que se conozca cómo se daba la cadena de la producción, hasta llegar al paladar del cliente. Nada sencillo para quien ve el producto empacado en una tarrina o dentro de una funda, como era la presentación de esos años, recuerda Mendoza con alegría.

    En la provincia manabita no hay persona o familia que tenga vínculo con la ruta de los dulces.
    El cantón Rocafuerte es el más conocido por esta tradición, aunque también hay establecimientos en Flavio Alfaro.

    Solo en Rocafuerte, 146 familias elaboran 300 variedades de dulces, según el Municipio.
    En esa lista están los huevos moyos, bocadillos, troliches, galleta de almidón, limón relleno, alfajores, dulces de camote, papaya, suspiro y cocadas. Pero hay costumbres alrededor de estos aperitivos que han cambiado con los años en las familias manabitas.

    Ahora ya no caminan a sitios distantes para conseguir la leña. Les basta un horno a gas o el que traen incorporadas las cocinas para hacer realidad esos deliciosos ‘manjares’, reconoce Bella Napa, emprendedora de La Crespa.

    Su elaboración mantiene intacta esta costumbre que surgió como un plus de la gastronomía manabita, dice el historiador Ramiro Molina.

    El montuvio del pasado acostumbraba preparar dulces para que sean consumidos luego de una cena especial. A manera de postre, se los servía para cerrar con buen sabor luego de la ingesta de una comida típica.

    Así el dulce dio un salto a los negocios a partir de esa tradición dentro del hogar, según Molina.
    No obstante, el origen de esta actividad se la atribuye a las enseñanzas de las religiosas franciscanas y mercedarias que empezaron a elaborarlos en el siglo XIX.

    Ellas prepararon los primeros modelos de alfajor, que es el dulce de más larga data en la provincia.

    Se trata de una composición de harina, azúcar, leche, yemas de huevo, soya y vainilla.
    Su presentación final es como una moneda de USD 1 triplicada en tamaño. Esto lo cuenta Juan Ramón Urdánigo, presidente de la Asociación de Productores y Comerciantes Artesanales de dulces de Rocafuerte.

    Su organización, cada año realiza un festival para resaltar el valor histórico de los dulces. Su mensaje es llevar los aperitivos tradicionales a los sitios más remotos del país y el mundo.
    Es precisamente lo que hacen con sus emprendimientos en la vía Rocafuerte-Portoviejo. Los turistas no dudan en llevarlos para ir degustando o por encargo.

    Flavio Mendoza, elabora variedades de dulces manabitas hace 34 años, en el cantón Flavio Alfaro. Foto: Juan Carlos Pérez /LÍDERES
    Flavio Mendoza, elabora variedades de dulces manabitas hace 34 años, en el cantón Flavio Alfaro. Foto: Juan Carlos Pérez /LÍDERES
  • La tradición de estos muebles se potenciará con una feria

    Redacción Quito

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    Huambaló tiene hoy en día cerca de 15 000 habitantes. En esta población de Tungurahua cerca de la tercera parte de sus miembros se dedica al diseño, fabricación y comercialización de muebles.

    Es una actividad tradicional que data de hace cerca de 70 años, pero que desde la década de 1970 se convirtió en una actividad que genera un movimiento económico relevante. Para potenciar esta pequeña industria, se cumple cada año la Feria del Mueble y de la Productividad. La edición del 2017 será de 11 al 13 de agosto en el recinto ferial Junta del Agua Potable Huambaló. Los organizadores del encuentro esperan la llegada de unos 5 000 visitantes.

    En la feria se desplegarán 49 stands. 43 serán para exhibición de muebles que incluyen juegos de sala, comedor y dormitorio, con acabados de primera.

    La feria también tendrá espacios para la promoción gastronómica de Huambaló. Los visitantes podrán degustar de la comida típica del lugar; otros dos stands se instalarán para mostrar la producción agropecuaria del sector, según un comunicado del comité organizador de la feria.

    La exposición cuenta con el apoyo del Gobierno Parroquial de Huambaló más el respaldo del Municipio de Pelileo, Conagopare y el Gobierno Provincial de Tungurahua. Carlos Ramos, Presidente del Comité Permanente de la Feria de Mueble Huambaló 2017, explica que el evento se mantiene como la principal vitrina del mobiliario local.

    Edwin Mena, uno de los promotores de la feria, cuenta que a diferencia de otras tradiciones del país, la elaboración de muebles se mantiene vigente en las nuevas generaciones. “Hoy los jóvenes de Huambaló estudian y se especializan en el diseño de muebles para continuar con el trabajo que empezaron sus padres y abuelos en el siglo pasado”.

    Según Mena, la producción de muebles atraviesa hoy en día una transición entre lo artesanal y lo industrial. “En ese cambio las nuevas generaciones juegan un pape relevante”, dice Mena.
    En la actualidad, los productores de muebles de esta localidad atraviesan una serie de desafíos. Uno es capacitar a los pequeños empresarios para que mantengan los niveles de calidad y expandan su oferta a nuevos mercados.

    Un segundo desafío es implementar sellos de calidad. Esto, reconoce Ramos, permitirá internacionalizar la marca Huambaló en el mediano plazo.

    En la actualidad, esta parroquia tungurahuense suma cerca de 180 talleres y 60 almacenes que promueven esta tradición.

    Ana Sandoval, miembro del Comité Permanente de la Feria de Mueble Huambaló 2017, ofrece detalles sobre los planes que tienen los productores. Ella cuenta que la gestión de marca es una herramienta imprescindible para ganar mercado. “Huambaló requiere aplicar un verdadero posicionamiento, promoción, identidad, imagen y capital. Estos son componentes del éxito para cualquier tipo de empresa o modelo de asociatividad”.

    Sandoval recuerda que la feria del mueble se creó hace 21 años, pero hoy los clientes exigen cambios. Por eso es necesario identificar las fortalezas que tienen los muebles para posicionarlos ante los consumidores.

    Los organizadores del encuentro esperan la llegada de unos 5 000 visitantes. En la localidad funcionan cerca de 180 talleres. Foto: Cortesía
    Los organizadores del encuentro esperan la llegada de unos 5 000 visitantes. En la localidad funcionan cerca de 180 talleres. Foto: Cortesía
  • Una tradición gastronómica de Ambuquí llegó a Quito

    Patricia González

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    Al norte del Ecuador, a dos horas y media de la capital, se ubica la parroquia de Ambuquí, perteneciente al cantón Ibarra.

    En este lugar, de clima cálido y árido, el cultivo del ovo es una tradición, siendo una de las zonas de mayor producción de ovos del país. De hecho, cada marzo se realizan las Fiestas del Ovo en Ambuquí, celebración que atrae gran cantidad de turistas locales y de Colombia.

    Desde hace más de 10 años, unas cinco familias de esta comunidad se han dedicado no solo a la producción de ovo, sino además a la elaboración de vinos y licores a base de este fruto. Los productos se comercializan principalmente en fechas en las que suele haber más turistas: Fiestas del Ovo, feriados y fines de semana.

    René Maldonado es quiteño, pero su familia paterna es oriunda de Ambuquí, lo que le ha permitido vivir la tradición del ovo. Ha participado en la producción y desde hace unos cuatro años ayuda en la venta de los productos, con familiares y amigos de la parroquia.

    Con la idea de promocionar los productos y de que la mayor cantidad de turistas extranjeros conozcan de Ambuquí, René decidió emprender hace un año un proyecto propio para comercializar vinos, licores y mermeladas a base de ovo en Quito.

    Adicionalmente, está trabajando en la elaboración de vinos y mermeladas a base de mango, otro fruto cultivado en la zona.

    Sus conocimientos de ingeniero en Marketing los puso en práctica. Creo una marca propia: Vinovo, y desarrolló un diseño artesanal para las botellas. Próximamente, incluirá una leyenda con información de interés sobre Ambuquí.

    Los productos los ha entregado desde hace tres meses, a modo de muestra y mediante consignación, a 10 locales artesanales en Quito, ubicados en el sector de La Mariscal y en el Centro Histórico.

    Por el momento ha vendido a clientes particulares, algunos conocidos y otros que lo contactaron vía Internet. Fue el caso de Carlos Ruiz, quien le ha comprado cerca de 50 vinos para eventos de negocios, que él organiza. “Son muy buenos, el sabor es delicioso”, comenta sobre el producto.

    Manuel Moya ha realizado varios pedidos para el hotel Masart, localizado en La Mariscal, del que es socio. Recuerda que en una ocasión unos turistas americanos probaron el producto y decidieron llevárselo. “El sabor es un poco picante lo que le da un toque especial a la bebida”, señala.

    Maldonado es también propietario de la agencia de turismo Ecuatreck. Pero, además, el negocio familiar desde hace cinco años es una hostería en Ambuquí, ubicada en los mismos terrenos donde su padre cultiva el ovo.

    Es por ello que la meta de René es crear un proyecto de turismo comunitario, ligado a la comercialización de los vinos.

    “La idea es llevar a los turistas y mostrarles el proceso de producción del ovo y de la fabricación de los vinos. De igual forma, en el caso del mango”, resalta el creador de Vinovo.

    Explica que esto será impulsado con la promoción de los productos de Ambuquí en Quito y en el extranjero, gracias a la futura exportación del producto.

    René Maldonado promociona sus productos en locales artesanales de la ciudad de Quito, ubicados en el sector La Mariscal y el Centro Histórico. Foto: Pavel Calahorrano / LÍDERES
    René Maldonado promociona sus productos en locales artesanales de la ciudad de Quito, ubicados en el sector La Mariscal y el Centro Histórico. Foto: Pavel Calahorrano / LÍDERES
  • La Pile mantiene la tradición del sombrero de toquilla

    RED. SANTO DOMINGO  (F)Contenido intercultural

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    El sitio La Pile, en el cantón Montecristi, es una meca de tejedores del sombrero de paja toquilla manabita.

    En cada vivienda se encuentra un espacio destinado para desarrollar esta destreza artesanal del montuvio de esta provincia.

    Es una costumbre que está ligada a la actividad agrícola de este grupo étnico, que tiene al campo como su aliado para surtirse de la materia prima necesaria para esas creaciones artesanales.

    El poblado se encuentra a un costado de la Ruta del Spondylus y a 45 minutos de Manta.
    Está rodeado de montañas y de una espesa vegetación entre la que sobresale la toquilla.
    Ahí Fidel Espinal aprendió a cultivar y cosechar esa planta que resalta por sus finas hojas de color verde. Pero este habitante sabe que para elaborar un sombrero únicamente necesita del cogollo.

    Este debe pasar por un proceso de cocinado y secado para que adquiera esa característica de hilo amarillo delgado, que resalta en los sombreros.

    Espinal tiene 40 años en el arte y explica que La Pile es popular en varias latitudes del país y del mundo por que ahí se confecciona el sombrero más fino y original.

    Los hombres y mujeres del poblado aprendieron a elaborar este accesorio para mantener la tradición del montuvio, que utiliza los sombreros para protegerse del sol y diferenciarse de otras personas.

    En las áreas de las viviendas, destinadas para la sala, es común observar taburetes de madera y las hormas que sirven para moldear los sombreros.

    El día a día de los miembros del hogar transcurre entre esos maderos y los diminutos hilos que ellos entrelazan con los dedos de la mano hasta que la pieza tome esa forma redonda donde cabe la cabeza de una persona.

    Lo hacen recostados sobre los taburetes, en una posición que necesariamente amerita poner el pecho sobre el madero y con la cabeza casi fija hacia el piso.

    Ana Delgado explica que permanecer por largas horas en esa posición provoca mareos y dolores en las articulaciones.

    Por eso hacen pausas cada media hora, pero dice que es un esfuerzo que al final del día es valorado por los visitantes que llegan al poblado en busca de un sombrero autóctono.
    Los venden hasta en USD 150 y uno de los atractivos para enganchar al turista es enseñarles en el mismo instante cómo se logran los acabados.

    Delgado cuenta que las familias tienen modelos semielaborados, es decir con los hilos de la circunferencia que protege parte de la cara sin procesar.

    Así enseñan al visitante, por ejemplo, que es el modelo originario del montuvio. Que no necesita el acabado de los que actualmente se elaboran.

    Esto porque los montuvios antepasados procuraban proteger su cabeza de las inclemencias del sol, antes que por una moda.

    Esta explicación se cuenta como una leyenda a los estudiantes del Centro de Formación Artesanal de La Pile.

    El lugar se construyó en el 2012 para mantener la tradición del sombrero de toquilla. Actualmente 15 jóvenes del pueblo tecnifican sus conocimientos.

    El sombrero de paja toquilla autóctono se confecciona en el poblado de La Pile, en el cantón Montecristi, en la provincia de Manabí. Foto: Katherine Delgado para LÍDERES
    El sombrero de paja toquilla autóctono se confecciona en el poblado de La Pile, en el cantón Montecristi, en la provincia de Manabí. Foto: Katherine Delgado para LÍDERES
  • Ellos rescatan una tradición manabita en La Choza

    María Victoria Espinosa (F) 
    Contenido Intercultural

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    Los secretos de la comida manabita aún se conservan en el restaurante La Choza, ubicado en el cantón Flavio Alfaro, Manabí.

    Hace 10 años, los hermanos Clemente y Líder Zambrano decidieron regresar a la ciudad que los vio nacer: Flavio Alfaro.

    Ellos vendían comida manabita en los poblados de Tandapi y Alluriquín, en la vía Alóag-Santo Domingo por más de 20 años. “Sentíamos que cada vez nos alejábamos más de nuestras costumbres y nuestra familia. Por eso regresamos”, señala Clemente.

    En La Bramadora, un recinto ubicado a tres kilómetros de Flavio Alfaro, en la vía El Carmen-Chone, decidieron armar una choza, basándose en los conocimientos ancestrales sobre la construcción. Utilizaron troncos de laurel, caña guadúa y paja toquilla. Desde hace 10 años conservan la misma estructura, aunque le han hecho algunos cambios.

    En esa construcción y equipamiento del restaurante invirtieron USD 5 000. Desde que los hermanos abrieron el negocio, uno de sus objetivos fue rescatar las costumbres gastronómicas de Manabí. Por ello, las recetas conservan el toque secreto de las abuelas manabitas. “En cada plato se respeta la tradición y la sazón criolla”, afirma Líder.

    El desayuno criollo se compone de dos bolones pequeños, con estofado de carne, huevo y ensalada. Mientras que el ranchero viene acompañado con chorizo. Los precios de los platos varían entre USD 3 y 7.

    En La Choza también se puede encontrar cuajada (suero blanco de la leche) acompañado con plátano asado y sal prieta (fusión entre harina de maíz, maní tostado y especias), longaniza manabita, caldo y seco de gallina, pescado, cebiches, entre otros.

    Clemente señala que los ingredientes que ocupan en los platillos son 100% manabitas. Antes de servirle la comida a los clientes se les brinda, a manera de aperitivo, pedazos de plátano verde asado con sal prieta y maní.

    Él afirma que ese es uno de los secretos para que la comida sea especial. “Cuando teníamos el comedor en Tandapi, la comida era rica. Pero no igual a la de La Choza, porque los ingredientes no venían de nuestra tierra”.

    Los proveedores son productores y graneros de la zona, que abastecen de carne, leche, legumbre y otros insumos al restaurante.

    La variedad de más de 15 platillos autóctonos conquistan a unos 100 comensales, que visitan a diario el restaurante.

    José Intriago es uno de ellos. Él desayuna en La Choza tres veces a la semana, desde hace un año. “Desde el terremoto debemos movilizarnos de El Carmen a Portoviejo. Siempre paramos aquí por el sabor”.

    Clemente explica que luego del terremoto del 16 de abril del 2016, la clientela bajó a 20 por día. Además, la infraestructura resultó afectada. Por ello debieron invertir USD 15 000 en la reconstrucción de los baños, en mejorar el piso y reforzar la estructura de madera. “Fue desesperante, pero gracias a Dios nos recuperamos rápidamente”.

    Clemente recuerda que tardaron más de dos meses en recuperarse. Pero poco a poco la clientela regresó. “A raíz del terremoto, el sentimiento de pertenencia afloró en los manabitas y ahora se valora más nuestra cultura”.

    Carmen Zambrano, de Flavio Alfaro, visita el restaurante los fines de semana con su familia. Ella asegura que el sabor es auténtico de Manabí. “Venimos porque me recuerda a la comida de mi abuela. En cada plato se siente el sabor de hogar”, comentó.

    Desde hace unos ocho meses, los hermanos Zambrano lograron recuperar a su clientela. Al mes reciben hasta a 5 000 clientes. Por eso aumentaron el número de trabajadores de seis a 10.

    Ellos se encargan de la atención al cliente, las compras, el aseo y de preparar los alimentos. “Trabajamos mucho para que los empleados tengan un buen trato a las personas para demostrar la amabilidad, carisma y la simpatía que nos caracteriza a los manabitas”, señala Líder.

    Los hermanos Clemente y Líder Zambrano son los propietarios del restaurante La Choza, ubicado en el recinto La Bramadora de Flavio Alfaro. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    Los hermanos Clemente y Líder Zambrano son los propietarios del restaurante La Choza, ubicado en el recinto La Bramadora de Flavio Alfaro. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES