Etiqueta: artesanías

  • Una casona que muestra las artesanías del país

    Redacción Quito

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    La dificultad de encontrar un lugar fijo donde comercializar artesanías con un buen trato, tanto para el productor como para el cliente, fue la motivación para que nueve artesanos generen un espacio que reúna la cultura de varias zonas del país.

    Así nació Casa Mariscal. Se trata de una tienda ubicada en la zona turística del centro norte de Quito y que tiene artesanías que llegan desde las provincias de Azuay, Tungurahua, Chimborazo, Cotopaxi, Pichincha, Guayas, Imbabura, Los Ríos y Pastaza.

    Alberto Santos, administrador y uno de los artesanos fundadores, comenta que en este almacén se pueden encontrar todo tipo de productos: hay cuadros de Galápagos, adornos, bisutería y correas tejidas con pelo de caballo de Guangopolo, piezas talladas a mano en madera de Oyacachi, tejidos otavaleños, obras en cuero repujado de Tumbaco, bisutería en plata, cosmética natural, alimentos preparados, entre otros.

    Esto, porque se manejan dos corrientes de artesanías: una, busca recuperar las técnicas ancestrales de elaboración de productos; la otra se enfoca a la nueva artesanía, con reciclaje, lo gourmet fusionado con las técnicas de preparación tradicionales de alimentos, entre otros. Una de las características de Casa Mariscal es que todos los productos tienen garantía, sin entrar en la discusión de si hubo una falla en el producto originalmente o si se generaron daños por el mal uso, eso no importa, igual se repone, explica Santos.

    Además, quienes llegan al local, compren o no, son invitados a tomar un café de cortesía o una agua aromática, como parte de recuperar la tradición ecuatoriana de la atención amable al visitante. “Esa relación con los clientes a partir del café ayuda con algo muy importante: pasan la voz sobre la tienda y regresan”, señala Santos.

    La aspiración inicial era reunir a 75 productores durante los primeros seis meses de apertura de la tienda, pero el interés de formar parte de este proyecto se demuestra cuando en un trimestre ya suman 57 artesanos. Jenny Cárdenas, artesana que hace bisutería de réplicas de hojas naturales con polvo de plata, comenta que es bueno que más personas se unan porque la competencia ayuda a mostrar variedad al cliente y le da la oportunidad de ganar a todos. De ahí que descubrieron que la clave para que este proyecto surja es la asociatividad.

    La idea de la Casa Mariscal nació hace dos años y medio, pero se hizo realidad hace cinco meses, abriendo sus puertas al público hace tres meses. Fueron necesarios USD 30 000 de inversión inicial. El estimado de ventas al que se aspira llegar es de entre USD
    15 000 y 20 000 mensuales en los primeros seis meses de trabajo, pero más adelante se aspira duplicar la estimación. Actualmente hay un cumplimiento del 80% de la previsión de ventas.

    Un requisito para que un artesano venda su mercadería en la tienda es que esté en capacidad de tener en exhibición por lo menos USD 200 o 300 en productos.

    Cárdenas confirma la necesidad de cubrir ese monto ya que notó que cuando un cliente ve repisas vacías, o con pocos productos no se acerca. Para evitar esto se está viendo la posibilidad de recibir productos del mismo tipo en grupo, para que los artesanos que tienen una capacidad de producción limitada puedan acceder.

    El proyecto fue diseñado para que a los dos años empiece a generar rentabilidad, con lo que buscan garantizar continuidad, por eso los productos se venden a un costo similar al que manejan los artesanos en las ferias. El próximo paso es implementar una tienda en línea, en este mes.

    María Peters, Alberto Santos y Jenny Cárdenas artesanos del lugar. Foto:  Julio Estrella  / LÍDERES
    María Peters, Alberto Santos y Jenny Cárdenas artesanos del lugar. Foto: Julio Estrella / LÍDERES
  • Estos accesorios son hechos con tagua y café

    Stives Reyes (I)

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    Lo que inició como un hobby, de diseñar bisutería y semijoyas, ahora se convirtió en el negocio de la manabita María José Zambrano le que dedica el cien por ciento de su tiempo.

    Cuando tenía 21 años, en el 2007, Zambrano invirtió USD 250 que había ahorrado en su trabajo en la Cámara de Comercio de Manta para comparar ‘pepitas’ de plásticos y otros accesorios. Así elaboraba adornos de bisutería.

    Investigó sobre la elaboración de los artículos y con la ayuda de una amiga de su mamá que era experta en el tema, aprendió cómo manejar las pinzas y otros elementos para confeccionar sus primeros accesorios. Los clientes eran familiares y amigos.

    En las primeras tres semanas recuperó lo invertido y ganó más USD 1 000. Entonces se dio cuenta de que el negocio era rentable y decidió renunciar a su trabajo en l para constituir su compañía Manabijou y dedicarse a lo que considera su máxima pasión.

    El camino no ha sido fácil. Manabijou quebró al poco tiempo de ser constituida a inicios de 2012. “En ese momento quebré porque no tenía mucho conocimiento de finanzas y porque el lugar donde tenía el local no era el más adecuado” dice Zambrano.

    Sin embargo, a mitad de ese mismo año, la emprendedora logró vender sus productos a De Prati logrando finalizar en octubre su primer pedido de 260 artículos, luego llegaron órdenes de hasta 2 000 piezas logrando reactivar su negocio. Así pudo abrir un nuevo local al interior del hotel Mantahost, en el kilómetro 1,5 de la vía a Barbasquillo, en Manta.

    Fue en este local, a inicios de 2013, cuando Zambrano se dio cuenta que debía ofrecerle algo extra al cliente que visitaban la ciudad por turismo. Así nació la idea de crear semijoyas elaboradas con materiales naturales como tagua y granos de café tostado.

    Ahora estas dos son sus materias primas estrellas. Dice que el valor agregado que ofrece se encuentra en los diferentes diseños que plasma con estos materiales. “Tanto así que los turistas cuando los ven no creen que se trata de tagua o café por su diseño y calidad que es muy diferente a la que se encontraría en algún mercado artesanal”, dice Zambrano.

    Josefa Intriago, vive en Manta y dice que le gustan los accesorios de Manabijou porque tienen un diseño innovador y son naturales. Especialmente las pulseras de tagua que parecen hechas de piedra y por eso las recomienda.

    La materia prima para los productos de Manabijou lo proveen artesanos de la misma provincia. La tagua llega desde Portoviejo mientras que el café de la Asociación Nacional de Cafetaleros del Ecuador (Anecafe). Las dos semillas llegan curadas y tratadas para amoldarse a los diseños de la creadora ecuatoriana.

    Para Manabijou trabajan diez personas. Aunque el sueño de María José es darle trabajo a decenas de amas de casa para que desde sus hogares puedan elaborar sus diseños con los materiales y así poder genera ingresos para más familias. Según su proyecto, en un futuro la iniciativa tiene como objetivo dar trabajo a las amas de casa de su localidad para no solo vender una marca sino también crear responsabilidad social.

    Actualmente, las ventas superan las expectativas de la emprendedora. Al mes vende en promedio cerca de USD 8 000 en sus tres locales: uno en Manta y dos de ellos en Quito.
    También ha llegado con sus diseños a varios países de Europa como Alemania, Polonia, Inglaterra, Francia, Suiza e Italia, gracias a la promoción que ha tenido al asistir a diferentes ferias nacionales e internacionales invitada por el instituto de promoción de exportaciones Pro Ecuador

    María José también ha incursionado en la elaboración de semijoyas con otros materiales con piedras preciosas como cuarzos. Cada año se realiza un colección en la cual se presentan nuevos artículos para este 2 de diciembre tiene previsto lanzar su última colección denominada Agata.

    Maria Jose Zambrano en  su local de vende las  artesania, de  sus joyas realizadas con tagua Foto: Mario Faustos / LÍDERES
    Maria Jose Zambrano en su local de vende las artesania, de sus joyas realizadas con tagua Foto: Mario Faustos / LÍDERES
  • Las artesanías en botellas que resaltan los paisajes

    Redacción Quito

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    Una pareja de danzantes con su traje típico, el tradicional Diablo Huma y los paisajes andinos son parte de las artesanías que realiza Lucía Landívar, quien es una artesana que reside en Cumbayá, parroquia rural de Quito.

    Las botellas de vidrio de todos los tamaños son como su lienzo para plasmar paisajes de la Sierra, Costa o Amazonía ecuatoriana. Para ello, recicla botellas de perfume, gaseosas, licores y las transforma en bellas artesanías pintadas o decoradas.

    Esta pasión por el arte surgió años atrás. Su primera experiencia en la decoración y pintura en botellas de vidrio fue en un concurso, en el que participó con artesanías elaboradas en focos grandes de alumbrado público y con botellas. La idea agradó a los jueces y la declararon ganadora. Desde ese día no ha parado de crear nuevas artesanías que resalten el folclore del país. “Cada vez se va perdiendo el interés por las raíces indígenas, por lo que apuesto a destacar los paisajes y los personajes de pueblos y nacionalidades indígenas”.

    Ella cree necesario que se enseñe este tipo de arte en las escuelas y colegios de la capital y del país para que los niños y jóvenes se interesen en este arte.

    La elaboración de las artesanías requiere tiempo y paciencia. Desde el inicio, la mujer debe buscar los materiales indicados para, por ejemplo, la vestimenta de los personajes. “La materia prima sale de lo que las otras personas ya no ocupan”. Landívar recoge retazos de tela, encajes, botones para la decoración de los trajes típicos.

    Desde el 2015 la mujer se puso un nuevo reto: la elaboración de personajes de las diferentes provincias con sus trajes típicos. La novedad es que elabora en botellas pequeñas, que no superan los 15 centímetros.

    Es un trabajo que demanda exactitud porque son detalles muy pequeños. Se tarda cerca de una hora en hacer una pareja de otavaleños o cayambeños.

    El costo de estos adornos oscila entre USD 3 y 20. Son económicos y los comercializa en las ferias artesanales que se realizan en la parroquia o en otro punto de la ciudad. Además, ha participado en otras ferias a escala nacional. La facturación por feria alcanza los USD 80. Y la inversión es de la mitad, es decir, USD 40 aproximadamente.

    En la parroquia, Landívar es conocida por su entrega en rescatar la cultura del país y de la parroquia. Trabajó con grupos de adultos mayores, a quienes enseñó a danzar ritmos tradicional. Además estuvo vinculada a la Junta Parroquial y colabora con escuelas de la zona.

    Elsa Torres, quien trabaja en la zona, asegura que el trabajo de Landívar es de calidad y tiene un objetivo claro: rescatar y valorar las raíces indígenas del país. “Sus artesanías son hermosas y económicas. Vale la pena adquirir una para un regalo a amigos o para adornar la casa”.

    La meta de esta emprendedora es posicionar su producto en las cadenas comerciales a escala nacional. Está trabajando en ello. Quiere seguir vinculada al trabajo con adultos mayores, personas con discapacidad y niños para que amen sus raíces.

    Foto: Valeria Heredia / LÍDERES Lucía Landívar elabora sus artesanías en el segundo piso de su casa, ubicada en el barrio Santa Inés, en la parroquia de Cumbayá.
    Foto: Valeria Heredia / LÍDERES
    Lucía Landívar elabora sus artesanías en el segundo piso de su casa, ubicada en el barrio Santa Inés, en la parroquia de Cumbayá.
  • 72 mujeres emprenden con cabuya y lana

    Cristina Marquez

    (F – Contenido Intercultural)

    Las artesanías que elaboran las mujeres de la Asociación Pulinguí Razcuñan son coloridas y tienen aceptación entre los turistas y los amantes de la moda de estilo étnico. Ellas manufacturan bolsos y carteras con fibras de cabuya, y elegantes chalinas, bufandas, gorros y guantes con lana de alpaca y borrego.

    Sus creaciones cuestan entre USD 5 y 35, y se ofertan en ferias artesanales de Riobamba, en la sala de exhibiciones del centro comunitario de Pulinguí y, esporádicamente, también acuden a ferias de Quito, Ambato y Cuenca.

    La meta es mejorar la calidad de sus productos y enviar sus prendas al extranjero, donde la lana de alpaca es apetecida por su textura suave y sus cualidades térmicas. Para lograr ese objetivo ellas se capacitan una vez a la semana en su centro comunitario.

    “Soñamos con ser grandes empresarias. Actualmente ganamos poco con la venta de las prendas, pero estamos ahorrando y mejorando nuestro trabajo para encontrar nuevos mercados en el extranjero”, cuenta la presidenta, Escolástica Guzmán.

    La agrupación se inició en la manufactura de prendas de vestir en el 2014, cuando sus integrantes notaron la acogida que los productos de otras comunidades tenían entre los turistas. Sin embargo, la asociación surgió en 1996.

    Hasta ese año, las 72 integrantes se dedicaban únicamente a la agricultura, a la crianza de los animales domésticos y al cuidado de la casa. “Decidimos asociarnos porque vimos que las organizaciones tenían más respaldo de las ONG y de las instituciones gubernamentales”, dice Guzmán.

    El primer año, las mujeres emprendieron una microempresa de abonos orgánicos. Ellas construyeron en sus casas camas de lombricultura para obtener humus, un tipo abono rico en nutrientes orgánicos. Sus primeros clientes fueron administradores de estadios y parques de Riobamba. Con los recursos que obtuvieron, unos USD 4 000, construyeron un centro comunitario y adquirieron un espacio para mejorar la producción del abono.

    Sin embargo, la organización atravesó problemas de comunicación y algunas socias desertaron. “Fue difícil al principio, porque estábamos aprendiendo a ser líderes. Antes las mujeres no teníamos participación en los asuntos de la comunidad”, cuenta Manuela Guzmán, expresidenta de la agrupación.

    Las mujeres también incursionaron en la siembra de quinua orgánica, que se vende a la empresa Sumak Life. Ellas se unieron para sembrar al menos 14 hectáreas de este cereal, lo limpian y lo venden listo para el consumo. En el futuro incluso aspiran comercializar productos procesados y derivados de la quinua.

    Hoy la prioridad es impulsar la producción artesanal. Las socias de la agrupación recibieron apoyo de Trias, una organización no gubernamental que les dotó de equipamiento de oficina, materia prima para las artesanías, dos máquinas de coser y mostradores para sus mercancías.

    Esos enseres fortalecieron la organización y les motivaron a mejorar la calidad de los acabados de sus tejidos e incluso a incrementar su producción. Hoy tienen telares para la elaboración de ponchos y shigras, que pronto se incluirán en su menú de productos.

    “La asociatividad se volvió nuestra estrategia más efectiva para progresar. El objetivo del proyecto es mejorar las condiciones de vida de las mujeres y sus familias, involucrar a los jóvenes y nuevas generaciones en este trabajo y fortalecer nuestra identidad cultural”, dice Olmedo Cayambe, técnico de Trias y dirigente comunitario.

    Las mujeres también forman parte de la Corporación de Turismo Comunitario de Chimborazo, (Cordtuch). Ellas ofrecen servicio de alimentación, actividades de convivencia con la comunidad y una visita a la sala de artesanías, donde los visitantes pueden verlas trabajar.

    Otros detalles

    Las socias reciben invitaciones para compartir su experiencia. Dos representantes próximamente viajarán a dos encuentros en Perú y Cuenca.

    La organización les entrega todos los materiales necesarios para fabricar las prendas. Ellas ganan entre USD 1 y 5, por cada una. Los fondos se reinvierten en otros proyectos .

    Escolástica Guzmán, Manuela Guzmán y María Juana Pacheco son de la directiva. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
    Escolástica Guzmán, Manuela Guzmán y María Juana Pacheco son de la directiva. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
  • Las técnicas ancestrales de alfarería continúan

    Redacción Cuenca

    La labor diaria de los artesanos de Jatumpamba, Pacchapamba y Olleros, en Azogues, es amasar el barro, sentir su textura y darle forma. Ellos elaboran las ollas de cerámica sin utilizar tornos.

    Sobre una botija grande, colocada boca abajo, que sirve como soporte, María Josefina Pérez pone la porción necesaria de material. Con su puño mojado presiona en el centro, mientras camina alrededor, como si estuviera danzando. A esta actividad la conocen como shiminchir, que significa sacar la boca de un recipiente.

    En su niñez, cuando estaba aprendiendo esta técnica ancestral, se caía por la falta de práctica, relata con una amplia sonrisa. Los alfareros de estos poblados elaboran ollas, jarrones, floreros, macetas, tiestos, platos, tazas, jarros…

    Con esta técnica elaboran una olla en cinco minutos. Remojan sus dedos constantemente para que se deslicen en la textura; y retiran los excesos.

    María Josefina Pérez, de 68 años, es una de las artesanas más reconocidas del valle de Pacchapamba. Hace 60 años su difunta madre le enseñó cómo amasar el barro.
    Ella se casó con Remigio Simbaña y tuvieron 12 hijos. De ellos, solo Julia y Margarita heredaron este arte y se convirtieron en la tercera generación de alfareros.

    Julia Simbaña ayuda a su madre, mientras que Margarita tiene su taller en Jatumpamba. La elaboración de las vasijas empieza con la obtención del material y su traslado hasta los talleres.

    La arcilla es traída de Irazhún y la arena, del cerro Ingapirca. Ambos materiales deben secarse por una semana y luego se los coloca en una tinaja grande con agua. Los productores pisotean descalzos por dos horas.

    Así se obtienen la pasta. Después arman bultos y los cubren con plástico para que no se endurezcan y los dejan reposar hasta el día siguiente.

    A los poblados de Jatumpamba, Pacchapamba y Olleros llegan los turistas para conocer las técnicas ancestrales. También, arriban los intermediarios de Cañar, Azuay y Loja, para comprar sus creaciones y venderlas en ferias. Las ollas listas son colocadas a la intemperie para que sequen con el sol y el viento. Al día siguiente, las pulen con una lija especial.

    Foto: Lineida Castillo / LÍDERES La alfarería perdura en comunidades de Cañar. Es un atractivo turístico.
    Foto: Lineida Castillo / LÍDERES
    La alfarería perdura en comunidades de Cañar. Es un atractivo turístico.
  • Cuenca apuesta por una ruta artesanal

    Giovany Astudillo

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    La Ruta Artesanal de Cuenca es la nueva apuesta para atraer al turismo nacional e internacional. En esta opción, que fue presentada la semana pasada, se plantea la visita a las galerías y talleres de siete artesanos, que se dedican a la cerámica, joyería y herrería y metales.

    El taller del ceramista José Encalada, de 81 años, es parte del recorrido. Desde que tenía 14 se dedica a la alfarería, en el barrio Convención del 45. En su local exhibe macetas, apliques de pared, vasijas, teteras, platos y adornos elaborados en arcilla. Los objetos más pequeños cuestan USD 1,50 y los más grandes hasta 60. Además, incursionó en la elaboración de vajillas de cerámica negra.

    Los visitantes pueden aprender las técnicas de su oficio. Con los pies, Encalada mueve el torno y con las manos moldea. Él se ayuda con agua para que no se peguen las manos en la arcilla.

    Eduardo Segovia, de 78 años, también es parte del proyecto. Él elabora adornos inspirados en las culturas latinoamericanas y sus obras se han expuesto en Europa con el nombre de ‘Constante Búsqueda’. Su arte se puede conocer con una cita previa.

    El taller y galería Andrea Tello es otra parada. Ella es la tercera generación de una familia de joyeros y tiene creaciones en filigrana y mezcla de metales. Cuenta con líneas contemporáneas y ha investigado sobre los símbolos y signos de la vestimenta andina para crear una colección para rescatar esa cultura.

    Mama Quilla, traducido del kichwa, significa Madre Luna. Esta platería que funciona desde hace 13 años tiene un área de exhibición y ventas un taller donde el turista puede conocer sobre la elaboración de una joya. Su propietario Ernesto Peña se especializa en el arte de la filigrana, aunque también conoce otras técnicas.

    Desde hace cinco años, Peña hizo una innovación que es la filigrana esmaltada, que tiene colores y transparencias. También, hace la filigrana envejecida. Con la creación de esta ruta quiere recibir más clientes y “que el turista tenga una experiencia vivencial”. Sus joyas cuestan desde los USD 10 (un par de aretes) hasta los 350, por una figura de escarabajo elaborado en filigrana envejecida.

    En la calle De las Herrerías está el taller de Humberto Guerra y en el barrio de El Vado de Carlos Bustos. Ellos se dedican a elaborar adornos y objetos utilitarios son hierro y metales. “Con esta ruta queremos que más turistas nos visiten y mejorar las ventas, que ahora están bajas”, dice Guerra.

    Al día recibe entre dos y 20 visitantes a quienes oferta faroles, cruces, lámparas y candelabros. Los faroles cuestan entre USD 20 y 50, dependiendo del tamaño y los candelabros desde 4.

    En el recorrido también se contempla el acceso a los museos municipal Casa del Sombrero y de la Joyería Cuencana. En este último se cuenta la historia, tradición y creatividad de este oficio, que es uno de los principales de Cuenca. Allí, se destaca la trayectoria de artesanos como Emilio Huiracocha, Ariolfo Vázquez, entre otros.

    La Casa del Sombrero, en cambio, funciona en una de las primeras fábricas de sombreros de paja toquilla de la capital azuaya. La estructura fue construida en 1880. Hay información sobre el tejido, que es patrimonio inmaterial del país, fotografías y una sala de exhibición y ventas.
    El objetivo de la Ruta Artesanal es diversificar la oferta turística del cantón Cuenca y que los visitantes puedan conocer sobre los procesos de elaboración de artesanías y compartir.

    Esta ruta fue armada de acuerdo con un criterio técnico del personal de la Fundación Municipal de Turismo y las recomendaciones realizadas por organismos como el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares y la Asociación de Joyeros del Azuay.

    Según la directora de la Fundación, Tania Sarmiento, para ello se consideraron parámetros como la calidad de las artesanías ofertadas, la capacidad de cada uno de los espacios para recibir grupos de turistas, la accesibilidad a los locales, la disposición de los artesanos para enseñar al público su trabajo, entre otros factores.

    Fotos: Xavier Caivinagua para LÏDERES El artesano cuencano Eduardo Segovia explica a los visitantes las técnicas para las elaboración de adornos.
    Fotos: Xavier Caivinagua para LÏDERES
    El artesano cuencano Eduardo Segovia explica a los visitantes las técnicas para las elaboración de adornos.
  • Los artistas de Tigua ofertan sus tradiciones

    Valeria Heredia

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    Los paisajes de los Andes ecuatorianos y las tradiciones y costumbres indígenas son parte de las creaciones de los artistas de la Asociación Artesanal de Producción Artística de la Cultura Indígena Andina de Tigua, en la provincia de Cotopaxi. Sus 17 integrantes usan la piel de la oveja para pintar cuadros, máscaras, vasijas y más obras de arte.

    Luis Ugsha es uno de los artistas de Tigua de la segunda generación. Tiene 34 años y comenzó a pintar desde los 7. Su padre fue su mayor incentivo para continuar con el arte de los indígenas de esta localidad. “Tratamos de mantener la gama de colores de las artesanías porque para nuestros antepasados cada color tenía un significado”, explica.

    Según este artista, quien también es administrador de empresas, los antepasados resaltaban colores como el verde, porque es el color de plantas que ayudan a curar el cuerpo de las personas o les da energía. Además, tenían presente tonos como el amarillo, el azul y rojo. “Guardamos esos saberes para explicar a nuestros clientes o turistas”. Incluso los colores que utilizan en sus cuadros son similares a sus trajes típicos.

    Su taller está ubicado en el parroquia de Cutuglagua, en el cantón Mejía. Está en medio de montañas y prados verdes, que le ayudan a que la inspiración salga a flote. Allí tiene máscaras de animales como el oso y el lobo. Además, muestra paisajes donde se destaca el cóndor volando sobre las montañas.

    Las ventas por mes de este artista fluctúan entre USD 366 y 1 000. Depende de los pedidos. Lo negativo es que hay meses en los que no tiene pedidos. ¿Qué hace? Seguir pintando porque es su vida.

    Ugsha dice que prefiere ser un artista autodidacta, es decir, que aprende día a día, ya que cada trazo es una nueva y enriquecedora experiencia. Pese a eso, él sí enseña a jóvenes que buscan una ayuda. Relata que hace unos meses apoyó a unos jóvenes que buscaban ganarse una beca para estudiar en el exterior. Les dio seis meses de taller y consiguió que ingresen a universidades extranjeras. “Fue una satisfacción”.

    La misma alegría siente Juan Francisco Ugsha, padre de Luis. Él es uno de los primeros artistas de Tigua. Pinta paisajes, máscaras, vasijas, cucharas de madera y más objetos. “Hemos avanzado sin ningún apoyo, pero hemos salido adelante y con fuerza”.
    Para Juan Ugsha, cada día se perfecciona su arte. “Las pinturas salen de cada vivencia de nuestros antepasados y nuestros símbolos antiguos”.

    En el caso de este hombre, quien es padre de ocho hijos, el arte ya estaba en sus manos. Después de unos negocios en la costa ecuatoriana, decidió pintar y regresar a su natal Tigua. Lo logró. “Lo único que necesité es ver los paisajes y sentir cada uno de los trazos”.

    Ahora, estos artistas comercializan sus productos en varios sectores de la capital. Los insumos no son baratos. Ellos pintan en cuero curtido, que está a USD 12. Se suman las pinturas que están a 7. Estos valores son por cada cuadro. “Utilizamos materiales de primera calidad. No pintamos con sintéticos porque son contaminantes”. Las pinturas de estos artistas son amigables con el ambiente.

    Su meta es exportar sus cuadros y demás artesanías al exterior. Están en conversaciones para que los artistas de Tigua se destaquen en otros países.

    Luis Ugsha es uno de los artistas de Tigua, que buscan mantener el arte de sus ancestros. Su meta es exportar. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
    Luis Ugsha es uno de los artistas de Tigua, que buscan mantener el arte de sus ancestros. Su meta es exportar. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
  • Nuevas formas de ventas de artesanas de Píntag

    Redacción Quito

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    Estudiantes de las carreras de Marketing y Comercio de la modalidad a distancia de la Universidad Internacional del Ecuador (UIDE) aportarán con sus conocimientos para el desarrollo de estrategias de venta de los productos de los artesanos de Píntag, Pichincha.
    Esta es una de las parroquias más grandes de Quito. Está ubicada en medio de la Sierra y la Amazonía, en una zona estratégica de la provincia. El arte de los tejidos se convierte en uno de los oficios patrimoniales de esta localidad.

    En el proyecto, desarrollado por la UIDE, trabajará junto con los estudiantes la docente Sandra López, tutora. Para desarrollar las estrategias de marketing se desarrollará un proyecto que se enmarca dentro del Plan de Vinculación de la institución, en alianza con el Consejo Nacional de Gobiernos Parroquiales y Rurales del Ecuador (Conagopare).

    Píntag debe su nombre a un cacique que, ante la invasión de los Incas, combatió a las huestes en las zonas montañosas del oriente de Quito. Después de una fuerte resistencia y, habiendo perdido recursos, fue rodeado y capturado.

    Según un documento del Gobierno Autónomo de Pichincha, se cree que el pueblo que acompañaba al cacique fue el que se asentó primero en la zona. En 1568 se registra oficialmente como parroquia.

    En lo económico, indica la institución, Píntag desarrolla actividades como la agrícola, ganadera, de explotación de materiales pétreos y textil. Los tejidos son la principal muestra de esta localidad.

    En cuanto a artesanías, algunas de estas se desarrollan en la zona de Tolontag. Allí se dedican a la confección “de bombos, tambores y redoblantes. También se destaca la talabartería: monturas de caballos y los zamarros. Debido a que la zona cuenta con plantas pintoras la población manifiesta la necesidad de conocer técnicas para aprovechar este recurso natural, como técnicas para trabajar objetos en barro, material que exististe en la gran cantidad en la parroquia”.

    Píntag cuenta con atractivos turísticos entre los que están su parque central, la iglesia, las lagunas, las zonas de avistamiento de cóndores, las áreas de caminatas, entre otros.
    Entre las festividades de la parroquia se encuentran el Carnaval, Corpus Cristi, cuaresma, San Pedro, celebración a la Virgen del Rosario, festividad de San Jerónimo, la de parroquialización, etc.

    Estudiantes y  artesanos de la UIDE posan junto a los tejidos de Píntag. Foto: Cortesia UIDE
    Estudiantes y artesanos de la UIDE posan junto a los tejidos de Píntag. Foto: Cortesia UIDE
  • Una iglesia de 481 años acoge sus artesanías

    Cristina Marquez

    Una iglesia de 481 años de antigüedad, la primera capilla católica construida en el Ecuador, inspiró a los artesanos de Colta, en Chimborazo, a iniciar un negocio comunitario. La Asociación de Artesanos La Balvanera está integrada por 12 personas de seis comunidades de Chimborazo, Cotopaxi y Tungurahua.

    Ellos fundaron la Plaza Artesanal Balvanera, ubicada en la antigua plazoleta de piedra, junto a la laguna de Colta, a 30 minutos de Riobamba. Allí se ofrecen recuerdos de viaje de todo tipo, manufacturados por las familias de los emprendedores, también hay prendas originarias y las ventas se acompañan con relatos sobre la cultura Puruhá.

    La historia que relatan sobre la iglesia es la que más llama la atención de los turistas. Los detalles constructivos de la fachada muestran la simbiosis entre la cultura Puruhá, la cosmovisión andina y la imposición religiosa que trajeron los colonos españoles.

    Esos detalles también están impregnados en las pinturas que vende Manuel Ilaquiche, un artesano oriundo de la comunidad Tigua, en Cotopaxi. “Decidí venir a iniciar un negocio aquí porque me contaron sobre esta iglesia. Estaba vacía y casi nadie vendía artesanías aquí. Lo vi como un mercado virgen”.

    Cuando él llegó a Colta en el 2009, la plaza estaba casi vacía. Los pocos artesanos que llegaban con sus mercancías lo hacían por su cuenta y no estaban organizados. Eso se consideró una desventaja pues había desorden en la ubicación para las ventas.

    En enero de este año decidieron integrar una asociación comunitaria y así plantearon objetivos comunes que fortalecieron el turismo e incrementaron las ventas. “Desde que nos organizamos nos hemos capacitado en varias áreas, como turismo, atención al cliente, mejora de procesos y otros temas. Ahora tenemos metas más grandes”, dice María Naula, presidenta de la Asociación.

    Cada día llegan en promedio 50 visitantes, pero en temporada alta esta cantidad se duplica. En algunos de los locales se ofrecen tejidos hechos con lana de borrego, alpaca y llama, procesados al estilo antiguo.

    Las mujeres son hilanderas expertas. Cardan y limpian las fibras de lana, para luego torcerlas con sus dedos en un wango (palo delgado para hilar), y formar hilos de distinto grosor. Los turistas pueden mirar cómo se realiza ese proceso antes de comprar los ponchos, bayetas y sacos tejidos.

    “Les explicamos cómo nos enseñaron a tejer nuestras abuelas y también la diferencia entre una prenda de tejida a mano y otra hecha en una máquina industrial. Así pueden valorar más las mercancías que ofrecemos, pero también difundimos nuestra cultura que ya se estaba perdiendo”, cuenta María Chimbolema, una socia.

    Desde que se inició la organización las ventas se incrementaron. Ahora incluso se ofrecen recorridos por el centro de interpretación turística para explicar más acerca de los puruhaes y sus prácticas culturales.

    Artesanos de seis comunidades venden sus productos en la plaza La Balvanera, en Colta. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Artesanos de seis comunidades venden sus productos en la plaza La Balvanera, en Colta. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • El mimbre y la paja toquilla dan vida a artículos del hogar

    Redacción Quito

    Lámparas para el hogar de colores vistosos como turquesa, fucsia, tomate; muebles rectangulares o redondos; los tradicionales moisés o cunas para bebés. Todos estos artículos elaborados con mimbre, cabuya y paja toquilla se venden desde hace más de 15 años en unos 10 locales frente al mercado Santa Clara, en el norte de Quito.

    En la calle Ulloa, frente a esta plaza, cada mañana los artículos artesanales toman un lugar privilegiado en la entrada de cada local.

    “Existen varias técnicas para tejer el bejuco o mimbre”, explica Jaime Pilatuña, artesano de 59 años. Este quiteño oriundo de Carapungo, en el norte de la capital, desde 1 987 empezó a elaborar muebles, comedores y otros productos de mimbre.

    Para la elaboración de los artículos, realiza tejidos calados, doble, lleno, medio bejuco, lomo: “con la puntada llena se hace el asiento y con el calado, los espaldares” dice.

    El mimbre es una fibra vegetal que viene de un arbusto de la familia de los sauces; y para el tejido de diferentes artículos se utiliza el tallo y las ramas de la planta.

    Pilatuña explica que desde que abrió su local llamado Mimbre y su planta de producción, en Calderón en el norte de Quito, compra cada seis meses unos 500 quintales de la materia prima en Esmeraldas.

    En cuanto a ventas, pese a que la industria china ha ganado mercado, según el artesano, este señala que seguirá elaborando de 20 a 25 unidades de artículos para venderlos bajo pedido o en su local: “El mimbre es resistente y da un toque rústico al decorado de interiores en casas”.
    Verónica Padilla también trabaja con estas fibras naturales. En su almacén, Rústico Hogar, exhibe hace ocho años las lámparas de cabuya en tonos turquesa o fucsia; pero también trabaja con proveedores de Otavalo (Imbabura) desde que diversificó su portafolio con muebles de madera.

    Irma Figueroa, oriunda de Milagro, hace 30 años elabora artesanías de cabuya que la obtiene en Otavalo. Las lámparas redondas son el producto estrella y no solo las comercializa en Quito sino en otras provincias del país. Al mes, teje unas 20 lámparas con este material; el proceso para tratar estas hojas es el siguiente: le unta sábila para que la hoja se suavice; luego al deja secar al sol y empieza el tejido. Al finalizar, pinta con anilina para darle vida a los productos decorativos.

    La tradición por el uso de la paja toquilla también es frecuente en el sector del mercado Santa Clara. Sombreros decorativos, bandejas o roperos de bambú son la principal carta de presentación de Ramón Zambrano, dueño del local Zampi y oriundo de Manabí.

    Desde hace 47 años este artesano empezó a utilizar las fibras naturales o la paja toquilla para fabricar sombreros en miniatura. También, usa la ‘mácora’ similar a la paja toquilla, utilizada para confeccionar moisés, repisas, juegos de sala e incluso las canastas pequeñas que se usan como artículos decorativos para matrimonios. Sus ventas ascienden a los USD 700 por mes; y en diciembre se da un incremento de un 10%. Para este año, elaborará las lámparas de bambú pequeñas para ganar mercado.

    Ramón Zambrano, oriundo de Manabí tiene su local Zampi en el norte de Quito. Elabora artesanías como canastas y sombreros de paja toquilla. Foto: Patricio Terán / LÍDERES
    Ramón Zambrano, oriundo de Manabí tiene su local Zampi en el norte de Quito. Elabora artesanías como canastas y sombreros de paja toquilla. Foto: Patricio Terán / LÍDERES