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  • Plantandina, un condimento que llegó al mercado

    Red. Sierra Centro (F) 
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    Albahaca, ajo, acelga, apio, rábano, sal marina y otras plantas tradicionales se transforman en un condimento natural para sazonar diferentes carnes.

    La marca es Plantandina y la receta recoge los secretos gastronómicos ancestrales de las comunidades de la parroquia Simiatug, del cantón Guaranda, en Bolívar. Los principales mercados de Plantandina son Quito, Ambato y Guayaquil.

    Todos los ingredientes entran a un proceso de desinfección, luego se secan en un horno, se trituran y se muelen. Este es uno de los productos estrella del emprendimiento Simiatug Llakta, que entró en el mercado en el 2014.

    La historia de Plantandina se inició en las manos de Cornelia Camerman, fundadora del Centro Artesanal Simiatug Llakta, dedicada a la compra de tejidos y bordados hechos a mano por las mujeres de las comunas de esta parroquia. Luego surgió la idea de producir un condimento que contenga los secretos de las mujeres indígenas.

    Camerman explica que Plantandina está hecho para adobar mariscos, pescado, carnes rojas, etc., con un sazonador parrillero. “Nuestro condimento es natural porque recoge las antiguas costumbres de cocinar usando las plantas que los habitantes de las comunidades andinas producen en sus huertos familiares”.

    En esos sitios se siembra albahaca, rábano, acelga y otros productos que a más de que se comercializan para el procesamiento, ayudan a mejorar su alimentación. Lo importante de este proyecto es que se dejó de lado el uso de productos químicos.

    Constantemente, los técnicos realizan recorridos por los cultivos. “Llevan un registro de lo que se utiliza en la nutrición de las plantas como los abonos orgánicos y los bioles para controlar las enfermedades. Eso garantiza la calidad de nuestro producto”, explica Camerman.

    La inversión que se realizó supera los USD 2 000. El dinero sirvió para la construcción de un área en la que se preparan los aliños, elaboración de etiquetas, compra de recipientes de vidrio, máquinas para el envasado y de la materia prima, etc. La producción mensual es de 40 kilos y se producen fundas de 100 gramos. Estas tienen un costo de USD 3,50 y las de 20 gramos USD 1.

    En la actualidad, el emprendimiento comercializa su producto en tiendas de artículos naturales y de la Economía Popular y Solidaria (EPS). El año pasado la empresa vendió USD 4 000.

    La duración de los productos es de seis meses en envases saché. “Nuestro aliño natural es una alternativa para la cocina costeña y serrana”, señala Camerman.

    La emprendedora aseguró que lo importante del proyecto es que más de 70 familias se dedican a la producción de legumbres, yerbas y verduras que se usan para la elaboración del condimento.

    Son en total 12 legumbres y yerbas aromáticas que se oferta en los huertos familiares. La proyección de Simiatug Llakta es llegar a más mercados del país. Al momento están en Quito, Ambato, Guaranda, Guayaquil, entre otros.

    Rosa Chisag, administradora del emprendimiento Simiatug Llakta, asegura que las familias reciben entre USD 13 y 15 semanales por la venta de productos. “Buscamos incrementarlas para que los ingresos mejoren para los productores del proyecto”.

    Detalles 

    Plantandina se comercializa en centros naturistas y tiendas de la Economía Popular y Solidaria, en el país. Hay presentaciones de 100 y 20 gramos. El costo es de USD 3,50 y 1, respectivamente. También se distribuye por kilos.

    El sazonador andino orgánico se produce con yerbas y plantas que se cultivan de forma orgánica, sin uso de químicos. 70 familias de varias comunidades de la parroquia Simiatug, en Bolívar, siembran en sus chacras. Los ingresos ayudan a las familias a financiar parte de sus gastos.

    Plantanadina. Foto: Captura
    Plantanadina. Foto: Captura
  • Moda inspirada en la diversidad del país

    Redacción Quito

    (F) 
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    La riqueza cultural y ancestral que tiene el Ecuador hace que más personas quieran apostar por crear negocios que destaquen esas características en los productos que ofertan.

    Gabriela Vera, diseñadora de modas, y Alfredo Mancheno, diseñador industrial y gráfico, están convencidos de que el legado cultural del Ecuador permite crear productos de calidad, con diseños creativos que destaquen esto.

    Esta fue la razón por la que decidieron crear Opuntia, un emprendimiento que plasma en sus artículos a través de diseños de marca de autor la esencia del país.

    El nombre del emprendimiento surgió a partir de una visita que los propietarios realizaron a las islas Galápagos; allí conocieron una especie de cactus gigante que les gustó llamado ‘Opuntia echios’.

    Como la intención inicial era crear una colección enfocada en las islas, escogieron un nombre representativo de la zona para nombrar al negocio.

    Opuntia surgió a finales del 2017. Uno de los propietarios comenta que para iniciar con el emprendimiento invirtieron un crédito bancario y ahorros, recursos que utilizaron para adquirir la materia prima y distintos insumos de los artículos que ofertan.

    Esta materia prima la adquieren de Sutex, proveedor que importa textiles del extranjero.

    Para los detalles y accesorios encontraron una organización comunitaria en Manabí que les provee tagua; además, cuentan con un proveedor del que adquieren material de vitrofusión.

    Para el proceso de elaboración, este emprendimiento diseña cada uno de los artículos y prendas junto con una red de artesanos en pequeños talleres.

    Mancheno explica que él y su esposa manejan los procesos principales como el diseño, patronaje y tallaje de las prendas. A su vez, los acabados finales como el empaque y control de calidad.

    Por otro lado, en su equipo de trabajo involucran indirectamente a 15 personas que les ayudan con la sublimación en los textiles, impresión de los diseños y con la confección de las piezas.

    Desde enero de 2018, Opuntia abrió exhibiciones de sus artículos y prendas en varias tiendas ubicadas en las islas Galápagos, Guayaquil y Quito.

    Esto les permitió tener un incremento en las ventas. En la actualidad este emprendimiento factura alrededor de USD 30 000 anuales.

    Los accesorios que fabrican en mayor cantidad son los monederos, bolsos y ornamentos de vitrofusión; estos últimos son altamente acogidos en las islas encantadas, expresa Mancheno.

    Los emprendedores buscan plasmar en sus diseños los colores y paisajes de Galápagos, los Andes y la Amazonía ecuatoriana.

    Cada colección tiene su particularidad. Por ejemplo, existe la colección Galápagos en la que buscan darle protagonismo a la tortuga marina de las islas.

    Lo que más destacan los emprendedores es que sus diseños son únicos. En la actualidad tienen desarrollados alrededor de 50 propios.

    También ofertan la Colección Precolombina, donde rescatan elementos llamativos como las culturas Jama Coaque, La Tolita, Huancavilcas, entre otras.

    “Gracias a la aceptación que nuestras prendas han tenido en el mercado, el año pasado llegamos a fabricar cerca de 6 000 unidades, con lo que aumentamos un 60% en relación al primer año”, afirma Mancheno.

    A pesar de no tener un punto de venta propio, este emprendimiento ha hecho alianzas con importantes como Galería Ecuador, Travel Store del aeropuerto de Quito y Galería Aymara en Galápagos.

    El propósito que tienen Vera y Mancheno para este año es hacer de Opuntia una marca sostenible, convertir su emprendimiento en un negocio sostenible y que perdure en el tiempo. A su vez, crearán nuevos diseños con un toque urbano para llegar a más mujeres jóvenes.

    Además, planean diseñar una página web para llegar directamente a su público mediante una tienda ‘on line’.

    Otros datos

    Opuntia ofrece monederos, cojines, bolsos, blusas y vestidos con diseños de autor.

    En marzo de 2019 este emprendimiento formó vínculos con la tienda Travel Store del aeropuerto internacional de Quito.

    El reto para este año es que los nuevos diseños tengan un toque urbano para llegar a un público más joven.

    El precio de los artículos varía. Puede encontrar monederos desde USD 3.

    Conozca el catálogo de este emprendimiento en Facebook como Opuntia Ecuador y en Instagram como @opuntiaec.

    Gabriela Vera y Alfredo Mancheno son los propietarios de Opuntia, emprendimiento con diseños propios. Foto: cortesía Opuntia
    Gabriela Vera y Alfredo Mancheno son los propietarios de Opuntia, emprendimiento con diseños propios. Foto: cortesía Opuntia
  • Los tapices hechos en telares de madera son su especialidad

    José Luis Rosales

    (F) 
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    Luis Alberto Picuasi es uno de los últimos tejedores de tapices de la comunidad San José de Cerotal, en el cantón Antonio Ante, en Imbabura.

    Este indígena Otavalo lleva la mayoría de sus 46 años en esta actividad. Recuerda que cuando tenía 9 años su padre falleció, por lo que vio la necesidad de emprender en un oficio.

    Los secretos del cardado, hilado, urdido y tejido los aprendió de su primo Daniel Picuasi.

    El taller, situado junto al estadio de la comunidad, está equipado con cinco telares de madera de eucalipto. Recuerda que estas máquinas artesanales las fabricó el maestro Segundo Picuasi, ya retirado del oficio.

    Antes, en esta parcialidad había un tejedor en cada casa. Sin embargo, tras la dolarización la mayoría de vecinos optó por ocuparse en otras actividades.

    En el telar más grande, Picuasi confecciona tapices de 2,10 metros de alto por 1,60 de ancho.

    Los artículos, algunos con diseños étnicos, son utilizados para decoración de paredes, pisos, muebles, entre otros.

    Como varios indígenas otavaleños que viajan al extranjero, Picuasi probó suerte en Bélgica, Holanda, Alemania; en estos países se dedicó a la venta de artesanías y a la música. Interpreta la guitarra, el violín, el bandolín y la quena.

    Luego retornó al país y se casó. Tiene 10 hijos. Inti, uno de los mayores, le ayuda en el taller.

    Para la fabricación de cada diseño se apoya en imágenes impresas o digitales. El proceso se inicia con la selección de los hilos. Para obtener la imagen deseada realiza un cálculo de cada lienzo.

    La semana pasada, Luis Alberto Picuasi elaboraba un lienzo, en tonos blanco y negro, con la imagen de cuatro mujeres indígenas que están sentadas en el campo mirando al horizonte.

    Sus creaciones las comercializa en la Plaza de Ponchos de Otavalo, cada sábado. Hay tapices desde USD 15 hasta 85.

    Entre sus clientes también están comerciantes otavaleños que residen en Europa y Norteamérica.

    El artesano kichwa Luis Alberto Picuasi  ofrece estas artesanías al por mayor y menor. Los telares de madera son el puntal de su obraje. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
    El artesano kichwa Luis Alberto Picuasi ofrece estas artesanías al por mayor y menor. Los telares de madera son el puntal de su obraje. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
  • Bolsos, zapatos y carteras, las prendas que comercializa Simiatug Llakta

    Redacción Sierra Centro (F) 
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    Los bolsos, el calzado, las agendas y las billeteras confeccionados con tejidos de cabuya y bordados con finos hilos derrochan color y creatividad. Son los productos elaborados por las artesanas de emprendimiento Simiatug Llakta que agrupa al menos 500 mujeres de esta parroquia del cantón Guaranda, en la provincia de Bolívar.

    El negocio arrancó en el 2000 con el nombre de Simiatug Samay, sin embargo, en el 2014 cambió su nominación a Simiatug Llakta. La inversión inicial fue de USD 2 500 en la compra de la materia prima, la capacitación a las mujeres de las comunidades, la instalación de un sitio de acopio y comercialización. El año pasado, la asociación facturó USD 15 000.

    La historia de Simiatug Llakta la inició su fundadora Cornelia Camerman con el objetivo de asociar a grupos de mujeres para capacitarles e integrarles a los talleres artesanales. La idea fue mejorar las condiciones económicas de la población. “Poco a poco estamos logrando este objetivo planteado”, cuenta Narcisa Licintuña, administradora de Simiatug Llakta.

    La microempresa les compra sus tejidos y los bordados como shigras, tela de cabuya para el calzado y los bordados hechos a mano donde se dibuja las plantaciones de trigo, maíz, cebada, llamas, la minga, el casamiento con figuras andinas.

    Estas obras artísticas en los talleres artesanales se transforman en elegantes y llamativos bolsos, carteras, mochilas, billeteras y zapatos. Estos son comercializados en las tiendas artesanales de Quito, Guayaquil y Cuenca.

    Licintuña explica que llevan trabajando en el proyecto cerca de seis años. Ella se encarga de comprar los tejidos y bordados elaborados con cabuya e hilo de colores. Una vez que adquieren la materia prima es enviada a los talleres, una especie de maquila, para su transformación y darles el valor agregado para la comercialización. “El valor agregado que le damos a nuestros productos nos ayudó a ingresar en forma indirecta a Suiza y Japón”.

    Cornelia Camerman, fundadora, explica que las inversiones en la instalación de los talleres, donde se elaboran los productos, son independientes.

    Simiatug Llakta ha realizado dos envíos de 30 kilos de productos a Suiza y Japón. Licintuña explica que la idea es que el proyecto es que sea sustentable y pueda mantenerse y que las mujeres puedan contar con ingresos económicos.

    La elaboración de artesanías, es uno de los cuatro proyectos productivos que se desarrollan. También tiene el área de elaboración de utensilios con la paja de páramo. Se hacen paneras, individuales y canastas. Además, funciona una fábrica donde se producen condimentos con productos agroecológicos.

    Los colores azules, verdes, rojos, amarillos, rosados y más, llenan de colorido sus creaciones que son apreciadas por los visitantes extranjeros que llegan hasta los talleres.

    Tenga en cuenta

    Simiatug Llakta tiene a escala nacional 10 locales donde se comercializan bolsos, billeteras, carteras, calzado y otros productos que elaboran en sus talleres artesanales.

    Esta asociación de la parroquia Bolívar cuenta con tres talleres para la confección de sus productos que son comercializados en las ciudades de Cuenca, Quito y Guayaquil.

    Este emprendimiento realiza exportaciones en forma indirecta. Sus productos llegan a mercados de Suiza y Japón.

    En los talleres donde se elaboran los productos artesanales de Simiatug Llakta hay inversiones privadas. Foto: Raúl Díaz para Líderes
    En los talleres donde se elaboran los productos artesanales de Simiatug Llakta hay inversiones privadas. Foto: Raúl Díaz para Líderes
  • Con barro hacen réplicas de instrumentos

    José Luis Rosales

    (F)  
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    La armonía de ocarinas, flautas, botellas-silbato de agua y más sedujeron a Jorge Farinango. Desde hace cuatro años, el artista imbabureño lidera un proyecto para la elaboración en barro de réplicas de este tipo de instrumentos sonoros antiguos.

    Con el apoyo de su esposa, María Soledad Ángulo, abrió el taller Vestigios Cerámica Ancestral, en Ibarra (Imbabura). Este emprendimiento cultural busca poner en valor estos artefactos inspirados en los pueblos originarios.

    Farinango se graduó de bachiller en Artes, en la especialidad escultura, en el Instituto Daniel Reyes, de San Antonio de Ibarra.

    Sin embargo, ahora alterna su pasión por el arte con la actividad de empleado público en la Empresa Eléctrica Regional del Norte.

    En este lapso ha ido descubriendo las particularidades que tiene cada cultura. Una ocarina de la zona interandina, por ejemplo, por su tamaño pequeño tiene los sonidos más agudos.

    En tanto que un silbato en forma de tucán, de origen azteca, se asemeja al canto de las aves.
    Uno de los artefactos que más ha sorprendido a Farinango son las botellas-silbato de agua, de la cultura Chorrera.

    En el interior hay un sistema acústico. Cuando el líquido ingresa y rota de un envase a otro, por la presión que ejerce en ese movimiento, produce un sonido.

    Todos estos detalles los ha aprendido al estudiar catálogos y documentos digitales elaborados por arqueólogos, que han realizado estudios en el país.

    También ha visitado museos como el Centro Cultural Ibarra, Casa del Alabado, en Quito; Pumapungo, en Cuenca, y galerías particulares.

    Las piezas se elaboran con barro que se recolecta en Urcuquí e Ibarra. Con estas se logra una consistencia ideal para modelar y hornear los objetos.

    Se empieza mezclando tierra y agua. Se fricciona con las manos o los pies hasta darle flexibilidad; la masa debe reposar dos meses.

    Jorge Farinango y Soledad Angulo impulsan una iniciativa que busca revalorizar instrumentos ancestrales. Foto: José Luis Rosales / LÍDERES
    Jorge Farinango y Soledad Angulo impulsan una iniciativa que busca revalorizar instrumentos ancestrales. Foto: José Luis Rosales / LÍDERES

    Una vez que está listo el material se procede con el modelado de las piezas. No utilizan patrones y los acabados son rústicos.

    Ángulo no sabía nada sobre este tipo de alfarería. Pero con los conocimientos compartidos por su cónyuge empezó a modelar los primeros objetos.

    Una de sus piezas preferidas es la figura de una Venus de Valdivia, que representa a una mujer en estado de embarazo.

    El fabricar las imágenes es algo sencillo, lo difícil es que al usarlas tengan un sonido agradable. Cree que al modelar la pieza y convertirla en instrumento le da vida.

    Con el paso del tiempo, los esposos han ido perfeccionando su habilidad. La técnica del ahumado, que incluye el uso del aserrín, les permite lograr diferentes colores.

    En la mayoría de los casos, Angulo elabora las figuras y Farinango se encarga de darles el sonido. Aunque no es músico ha aprendido algunos conceptos básicos.

    La inversión para instalar el taller no supera los USD 1 000, que se invirtieron en la construcción de un horno artesanal y la materia prima. Por ahora, el obraje está reubicado en el barrio de Tanguarín, de San Antonio de Ibarra. En esta localidad también hay talleres de cerámica utilitaria.

    Los trabajos de Vestigios Cerámica Ancestral han salido del país de la mano de turistas extranjeros que visitan la Plaza de los Ponchos, en Otavalo.

    Jorge y su hermano Santiago, quienes elaboran instrumentos de madera, tienen un puesto en este mercado artesanal, uno de los más grandes de la región.

    Los extranjeros muestran más interés por este tipo de elementos. Algunos tienen conocimientos sobre las características de cada cultura, señala Farinango.

    “Ellos tienen una curiosidad innata. Les gusta manipular y saber a fondo cómo se hace una pieza de barro. Por eso, también hacemos talleres para que elaboren su propio instrumento”.

    Las piezas han sido adquiridas por músicos populares como el cantautor Enrique Males y el musicólogo Carlos Freire.

    Otros datos

    Los artículos los promocionan a través de Facebook: Vestigios Cerámica Ancestral.

    El costo de los silbatos es de USD 10. Hay piezas sonoras de hasta USD 180.

    En el 2019 los emprendedores asistieron a la feria del Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares.

    Sus artículos han ido a España, Alemania, Francia, etc.

    El investigador Esteban Valdividia les ha compar­tido sus conocimientos.

    Su próxima meta es implementar un museo itinerante para ir a las parroquias rurales.

    El emprendimiento ­familiar elabora ocarinas, flautas, botellas silbato... que los venden en la Plaza de los Ponchos (Otavalo). Foto: José Luis Rosales / LÍDERES
    El emprendimiento ­familiar elabora ocarinas, flautas, botellas silbato… que los venden en la Plaza de los Ponchos (Otavalo). Foto: José Luis Rosales / LÍDERES
  • Una marca de cremas para el cabello afro

    Marcel Bonilla

    (F)
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    Las mujeres afros ahora cuentan con una línea de cremas de peinar, acondicionador y champú, de la marca Afro Luna, que circula en el mercado desde hace un año.

    Este emprendimiento nació como resultado de encontrar un producto que se ajuste al cabello afro y rizado de las mujeres de Esmeraldas y el país.

    Josseline Samaniego, responsable de la marca, dice que empezó de cero con esa idea. En el camino aprendió a usar emulsionantes y el funcionamiento de las balanzas para tener la fórmula precisa.

    El trabajo lo emprendió después de experimentar en su cabello con alisados, queratina, rayitos, planchados y cepillados, hasta que su pelo no dio más y decidió cortarlo.

    Tras la decisión no sabía nada del proceso de transición y recuperación el cabello maltratado. Entonces empezó con productos que había utilizado antes, sin resultados; su cabello lucía seco.

    Desde ese momento intentó un tratamiento de forma natural con bicarbonato y agua, hasta crear una crema de peinar que se ajuste al cabello de las mujeres afros.

    Todos los intentos, nueve ocasiones, los experimentó con su cabello rizado, el que ahora luce como ejemplo en la portada de su marca Afro Luna.

    Después un año, finalmente pudo elaborar una crema, producto con el que llega a Guayaquil, Quito, Ibarra, Loja y Otavalo, donde tiene distribuidores.

    La crema está enfocada en personas de cabello afro, rizado y en transición. “Es una buena iniciativa para emprender con una temática afro”, señala Mary Quiñónez, representante de las mujeres afros y diversas de Esmeraldas.

    Desde los colectivos de mujeres afros también se impulsan los emprendimientos, que recogen prácticas ancestrales como la elaboración de conservar, artesanías y cocadas de sabores.

    En la actualidad Afro Luna cuenta con el acondicionador y champú para todo tipo de cabellos, con una proyección de posesionarse en el mercado local y nacional, con la ampliación de su laboratorio.

    Su pequeño capital de USD 50, con el que inició hace un año, ahora se ha multiplicado con ventas de USD 500 por semana, valor que varía si aumentan los pedidos de clientes a través de redes sociales.

    El marketing 2.0 ha sido clave para su campaña, en las que ofrecer sus cremas, con pequeños distribuidores en Quito y Guayaquil. Las presentaciones van desde 250ml, 500ml hasta un litro, con precios de 8, 15 y USD 25. En este emprendimiento trabajan cuatro personas de una misma familia.

    La producción en su laboratorio ubicado en la ciudad de Esmeraldas va desde 60 cremas semanales. La emprendedora trabaja con la promoción para doblar la producción semanal.

    “A parte del producto, hemos querido dar imagen a la mujer afro con la crema, sin necesidad de excluir, pues el acondicionador y el champú lo pueden usar cualquiera”, asegura Samaniego.

    Desde hace tres meses trabajan para registrar su marca Afro Luna y está en proceso la notificación sanitaria de Arcsa, que les permita ingresar a competir con otras marcas en el país.

    Antonina Vivas, directora de Turismo del Municipio de Esmeraldas, explica que los emprendimientos que impulsen la cultura e identidad del pueblo, están siendo tomados en cuenta para que se posicionen en el mercado.

    Con sus técnicos trabaja en los planes de negocios. Otras vía de promoción, son las ruedas de negocios que se desarrollan con otros emprendedores del país.

    Datos

    Para la elaboración de los productos cuentan con un pequeño laboratorio en su domicilio, donde elaboran la fórmula.

    El producto ha sido mostrado en las ferias de emprendimiento como La Placita y Soy Esmeraldas, que promociona la Prefectura.

    Una de  las proyecciones es tener una distribuidora del producto en cada provincia del país.

    Josseline Samaniego (derecha) es la creadora del producto que va ganando demanda. En la fotografía lo acompaña Luigi Amaya. Foto: Marcel BonIlla / LÍDERES
    Josseline Samaniego (derecha) es la creadora del producto que va ganando demanda. En la fotografía lo acompaña Luigi Amaya. Foto: Marcel BonIlla / LÍDERES
  • Fusión cultural en artículos decorativos

    Redacción Quito

    (F) 
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    La identidad de las culturas ecuatorianas se va perdiendo poco a poco con el pasar de los años.

    Esto motivó a Fernanda Moya a crear el emprendimiento Ecua Inka, donde elaboran artículos con diferentes temáticas y diseños identitarios.

    El emprendimiento abrió sus puertas en enero del 2019; Moya cuenta que se inspiró en la cultura Inca para el nombre del negocio.

    Esta cultura utilizaba una semilla a manera de protección llamada ‘huayruro’; este es el toque principal de cada artículo que la joven comercializa.

    Cuando Moya empezó con el negocio invirtió alrededor de USD 1 000. La emprendedora expresa que al principio se le hizo difícil posicionar sus piezas en el mercado local.

    Antes de comenzar con la producción, la propietaria buscó a la comunidad que le podría ayudar a elaborar cada diseño.

    En Esmeraldas encontró a la nacionalidad Chachi, un grupo étnico que conoce el tratamiento de las fibras con las que Moya buscaba elaborar los artículos que hoy comercializa.

    En ese viaje logró establecer un vínculo con alrededor de 15 mujeres de esta comunidad. Con esto las hizo parte del proyecto y así generan un ingreso extra.

    “La comunidad está en una zona que ni siquiera tiene carretera, para ellos es una ayuda significativa y se sienten contentos de trabajar con nosotros”, cuenta Moya.

    La elaboración de estos productos necesita de fibras naturales como mimbre, rampira y paja toquilla; esa es la materia prima que se encuentra en Esmeraldas.

    Por otro lado, cada artículo se decora con semillas coloridas; estos materiales se recolectan en fincas de pequeños productores ubicados en la Amazonia.

    En el proceso de producción se crean los diseños de cada pieza para que luego las comunidades se encarguen de la elaboración artesanal de los artículos.

    Las piezas más pequeñas tardan alrededor de tres a cuatro horas para que queden listas. Existen artículos como los sillones en los que se pueden demorar varias semanas, comenta Moya.

    Menciona, además, que busca, fusionar la cultura Chachi con las demás de la región andina; es por esto que varios de los diseños se decoran este tipo de tejidos.

    La mayoría de estas piezas son utilizadas para decoración y lo que los hace llamativos a es que cada uno tiene el nombre de un lugar representativo del Ecuador.

    Estos diseños llevan nombres de diferentes lugares como Cuenca, Esmeraldas, Baltra, Mindo, Otavalo, Cañar, entre otros.

    “Quiero que la gente conozca a Ecuador a través de mis diseños, quiero que en el exterior vean que elaboramos productos lindos”, manifiesta la propietaria.

    Este negocio inició con la comercialización de productos de cestería; meses después amplió su oferta y en la actualidad, elabora lámparas, muebles y bolsos.

    Valeria Sánchez adquirió uno de los productos del emprendimiento hace poco. Ella menciona que “son llamativos, con diseños auténticos y de buena calidad”.

    El objetivo de Moya es mostrar la riqueza cultural del país en los diferentes artículos que diseña.

    Además, afirma que “las cestas y bolsos pueden convertirse en un aporte al medio ambiente dado que se reduciría el uso innecesario de fundas plásticas”.

    Por otro lado, la propietaria explica que recibe pedidos de varios países a través su tienda online. Esto permitió que la mayoría de los artículos lleguen a países como EE.UU. y Alemania.

    A pesar de no contar con una tienda física, los clientes pueden solicitar una visita a la bodega para conocer de cerca los productos de este negocio.

    La emprendedora planea a futuro adquirir un local en el Aeropuerto de Quito para que más turistas tengan un recuerdo del Ecuador.

    Ahora Moya se prepara para asistir a una feria en Nueva York en agosto del 2020. En este evento expondrá los artículos y espera que más personas se interesen en la iniciativa de su negocio.

    Otros datos

    El 95% de la materia prima con la que se elaboran estos productos es de Esmeraldas.

    La emprendedora participó en una feria organizada por ProEcuador donde ganó clientes.

    El plan para este año es expandir el negocio a mercados internacionales.

    Ecua Inka trabaja también con pedidos personalizados.

    Los precios varían, van desde USD 3 a USD 330.

    Para conocer el catálogo de esto este emprendimiento visite la tienda Online en www.ecuainka.com

    Fernanda Moya optó por crear diseños llamativos para rescatar la identidad cultural ecuatoriana. Foto:  LÍDERES
    Fernanda Moya optó por crear diseños llamativos para rescatar la identidad cultural ecuatoriana. Foto: LÍDERES
  • En un vivero comunitario se reproducen plantas nativas

    Redacción Sierra Norte (F)
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    Isauro Perugachi se volvió un experto en la producción de plantas nativas. El campesino ha dedicado 28 de sus 44 años al manejo del vivero forestal de la comuna kichwa Santiago de Larcacunga, en Otavalo.

    El criadero de plantas está dividido en dos espacios. Uno está compuesto por camas rectangulares de cemento, que protegen a las matas que están en fundas listas para el trasplante.

    El otro sitio es un invernadero, que Perugachi lo ha convertido en un verdadero laboratorio. Ahí reproduce semillas, realiza injertos y cura a las hojas maltratadas.

    El gusto por las plantas nativas inició cuanto tenía 16 años. Lo contrató el ingeniero Oswaldo Guerrero, propietario del Bosque Protector Cushnirumi, recuerda .

    El técnico promovió la instalación del criadero para garantizar plantículas nuevas para el bosque que colinda con la parcialidad y para reforestar otros sitios.

    Como anécdota, Perugachi cuenta que cuando era más pequeño pastaba vacas cerca de la propiedad de Guerrero. Su rostro barbado y el cabello rubio asustaban al chico.

    Cuando veía a su vecino se escondía entre los matorrales. “Yo era un niño chaki lluchu -pies descalzos- y tenía miedo porque mi abuelita me decía que no había que juntarse con los mestizos”.

    Pero, el campesino no dudó en aceptar la propuesta para trabajar en el invernadero forestal, pese a que no sabía nada del tema.

    El técnico le enseñó a cómo obtener las semillas de plantas como el aliso y laurel. Igualmente le indicó cómo hacer almácigos y formar las plantículas.

    El responsable del vivero se ganó la confianza de sus vecinos. Norberto Oyagata, oriundo de Larcacunga, destaca que Perugachi ha dedicado la mayor parte de su vida al cuidado ambiental.

    No solo se encarga de reproducir las matas, sino que también vigila que personas extrañas no ingresen a las zonas de páramo en donde brota el agua que abastece a cuatro comunas más.
    Larcacunga es una las 25 parcialidades afiliadas a la Unión de Comunidades Indígenas de la Parroquia de Quichinche (Ucinqui).

    En la localidad habitan 40 familias, la mayoría indígenas Otavalo. Las casas están diseminadas en medio de parcelas agrícolas.

    Lizardo Perugachi, presidente del cabildo, señala que los habitantes de esta parcialidad han apoyado con mingas y dinero para sacar adelante el semillero.

    Hoy tienen 25 000 plantas, la mayoría de laurel de cera, que están listas para la venta. Cada planta cuesta USD 0,35.

    Entre sus clientes está el Municipio de Otavalo y la Prefectura de Imbabura.

    Uno de los nuevos retos de Isauro Perugachi es reproducir las ramas del antiguo árbol de El Lechero, que cayó al suelo a causa de los fuertes vientos el 16 de enero pasado en la comuna de Pucará Alto El mítico arbusto, que poblaba la cima de Rey Loma, era venerado por los otavaleños. Isauro conoce la importancia de este ejemplar. “Es una planta centenaria”.

    En el invernadero hay plantas de laurel, pumamaqui, aliso, arrayán, cedro, acacia, ciprés. También hay matas ornamentales. Cada una cuesta USD 2.

    Isauro Cotacachi es el encargado del vivero de la comuna kichwa Santiago de Larcacunga, en Otavalo. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
    Isauro Cotacachi es el encargado del vivero de la comuna kichwa Santiago de Larcacunga, en Otavalo. Foto: Álvaro Pineda para LÍDERES
  • Diseños hechos a mano rescatan la identidad Puruhá

    Redacción Quito

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    La vestimenta indígena más vendida en Ecuador procedía, hasta hace poco, de Otavalo.
    En los últimos años, nuevos diseñadores del centro del país crearon prendas para rescatar la diversidad de los pueblos Kichwas Puruhá de Chimborazo.

    Esto motivó a Manuela Pilco, nativa de esa provincia, a emprender un negocio con técnicas de bordado junto a sus hijos, en 1997.

    La emprendedora se radicó en Quito hace más de 30 años, donde decidió empezar de cero.
    Creó un negocio enfocado en rescatar la cultura y tradición de portar indumentaria indígena; así surgió Kinku.

    Este emprendimiento se inició hace dos años de la mano de Pilco y sus hijas, Ana y Kaya Janeta, para mantener la tradición familiar.

    Kinku es una palabra kichwa que significa zig-zag; esto simboliza el recorrido del sol y la luna; también lo relacionan con la mujer y la naturaleza.

    Kaya Janeta menciona que esa definición la utilizan para plasmar los diseños en cada prenda.
    Cuando iniciaron con el negocio, invirtieron cerca de USD 50 000; este monto se utilizó para comprar la maquinaria, tela para confeccionar las blusas, además de un local para venderlas.

    La elaboración de estas prendas tiene dos líneas de bordado; las realizan a mano y en máquina.

    Para el proceso manual, primero se hace un boceto para el diseño de la prenda, después realizan el bordado artesanal.

    En cambio, para el bordado en máquina, se hace un diseño computarizado para que la máquina procese el bordado en la tela, luego se decora con más accesorios.

    En el emprendimiento cuentan con el apoyo de cuatro personas de planta, quienes trabajan junto a Pilco y sus hijas en el taller de confección, en el sur de Quito.

    Además, en este proceso incluyen a amas de casa; ellas bordan algunos diseños en las prendas.

    Kaya Janeta afirma que generan trabajo comunitario: “Nosotras les entregamos, por ejemplo, el corte de la tela y ellas bordan a mano, así ayudamos y generan ingresos”.

    Al inicio, el emprendimiento estaba direccionado a mujeres y hombres kichwas Puruhás.
    Sin embargo, las prendas que ofertan en Kinku permitieron que la clientela se amplíe.

    Wilma Pilataxi, cliente de Kinku, recomienda estas prendas. “Vale la pena adquirirlas por la buena calidad y sus bordados. A su vez, innovan en los diseños, ahora son más modernos y se pueden combinar con más accesorios.”, manifiesta Pilataxi.

    Este negocio familiar recibe pedidos de ciudades como Guayaquil y Guaranda; también de Colombia, Perú, Bolivia y España a través de redes sociales.

    El plan de este negocio para este año es abrir una primera sucursal en Guayaquil, debido a la alta demanda que tienen las prendas en esa ciudad.

    Otros detalles

    Los diseños tienen gran acogida y son distribuidos a nivel nacional a través de redes sociales.

    La prenda más vendida es la blusa clásica. Los precios de esta varían debido a la fabricación. Van de USD 35 a USD 400.

    Kinku diseña prendas bajo pedido para ocasiones especiales como corsés de alta costura.
    Su local se encuentra en el centro de Quito, en la calle Cuenca, entre Olmedo y Mejía.

    Manuela Pilco y Kaya Janeta son propietarias del emprendimiento Kinku, ubicado en el centro de Quito. Foto: LÍDERES
    Manuela Pilco y Kaya Janeta son propietarias del emprendimiento Kinku, ubicado en el centro de Quito. Foto: LÍDERES
  • Las bufandas son una opción de negocio

    María Victoria Espinosa

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    Las bufandas y cintillos son un nuevo emprendimiento de las mujeres tsáchilas de la comuna Chigüilpe, en Santo Domingo.

    Las aborígenes habían dejado de confeccionar estas prendas debido a que las nuevas generaciones ya no las utilizaban.

    Pero hace cinco años, la actividad turística aumentó en la comuna y los visitantes se interesaron por la vestimenta típica de los tsáchilas. Desde entonces, se retomó la confección de tunán y manpe tsanpa, que son faldas utilizadas por los hombres y mujeres nativos. Se diferencias porque la de los hombres es blanca o azul oscuro o negro y la de las mujeres tiene varios colores.

    Regina Calazacón es una de las pocas mujeres de Chigüilpe, que podía tejer las faldas en los telares (tsita ya en el idioma tsa’fiki).

    Ella recuerda que hace 25 años, el tsáchila ya no utilizaba esas prendas hasta que se formó el Museo Etnográfico Tsáchila y se requería que los guías vistieran la ropa nativa.

    Como solo Calazacón recordaba como tejer, se decidió comprar las prendas en Otavalo (Imbabura). Pero las faldas no eran elaboradas con algodón sino con lana.

    Regina se propuso retomar esa tradición y se encargó de enseñarle a las nuevas generaciones a construir y a utilizar el telar de pambil y caña guadua.

    Aunque, el proceso ya no es el de antes. Eso debido a que la escasez de algodón en las comunas hizo que se empiece a utilizar lana. Además, la confección ya no es un trabajo únicamente de las mujeres. Los hombres de la nacionalidad también aprendieron.

    En el caso de Regina, ella le enseñó a su hijo Emilio Calazacón. Al principio, los hombres pusieron resistencia porque ese oficio eran netamente femenino. Pero cuando ingresaron a la escuela cultural, que es parte del centro cultural Mushily, entendieron que se trataba de rescatar una tradición que estaba desapareciendo.

    En el centro cultural Mushily se adecuó un rincón para exhibir las bufandas y cintillos elaborados por tsáchilas. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES

    A la par de las clases, los hombres también empezaron a sembrar plantas de algodón para que en unos años ya no se utilice lana sino que se retome el proceso ancestral de tejido.

    Este iniciaba con una oración para pedirle a la naturaleza que les permitiera cosechar el algodón y las plantas para tinturar.

    Luego debían hilar el algodón hasta formar grandes tiras, a las que les cambiaban el color con tinturas de plantas.

    Para Emilio Calazacón, tejer la ropa nativa es un aporte para evitar que sus raíces se extingan. “Nunca había estado tan orgulloso de ser tsáchila”.

    Eso motivó a que los tejedores empezaran a elaborar nuevas prendas, que usaban los antepasados hace más de 100 años.

    Una de ellas son las bufandas, que son de uso exclusivo de los hombres nativos.

    En el centro cultural Mushily se venden a un precio de entre USD 8 y USD 10, dependiendo del largo, de los colores y de los bordados que se hagan en la prenda.

    La elaboración dura alrededor de dos semanas, si el tejedor trabaja durante dos horas diarias.
    Regina afirma que desde noviembre, los turistas se han interesado más por las bufandas. Por eso, el centro cultural Mushily debió contratar a tres familias más para que provean de esta prenda, cintillos para el cabello y cinturones para las mujeres.

    En enero de este año tuvieron un pedido de 40 bufandas para una hacienda de Santo Domingo. “Los clientes las utilizan como regalos para sus proveedores o trabajadores”.

    Mensualmente, en el centro cultural se venden unas 40 bufandas y en la comuna unas 80 más. Además, también elaboran cintillos para colocarse en el cabello. Regina afirma que esa es una prenda que no es típica, pero si es parecida a las cintas de colores que usaban antes las mujeres.

    Este producto se vende a los estudiantes de colegio y universidad que visitan el centro cultural. La elaboración tarda una semana en el telar y se deben añadir otros materiales como el elástico.

    Al mes se fabrican unos 30 cintillos de colores.

    El negocio

    El centro cultural Mushily está conformado por unas 30 personas entre guías nativos, artesanos, cocineros, músicos, bailarines y otros.

    El proyecto cultural inició como una escuela cultural para rescatar las costumbres de la nacionalidad. Pero de a poco empezaron a interesarse por el turismo comunitario.

    Mushily empezó apostarle a la redes sociales para atraer al turismo nacional. A la par tienen convenios con agencias de viajes del país.

    En el mes reciben alrededor de 1 000 turistas de la Sierra, Costa y extranjeros de los EE.UU. y Europa.

    En el centro cultural Mushily se adecuó un rincón para exhibir las bufandas y cintillos elaborados por tsáchilas. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    En el centro cultural Mushily se adecuó un rincón para exhibir las bufandas y cintillos elaborados por tsáchilas. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES