Etiqueta: Intercultural

  • Kory Malku, la marca del calzado andino

    José Luis Rosales

    Cuando tenía 15 años, el kichwa otavalo César Flores dejó su ciudad natal y viajó a Europa. Al principio, como varios de sus coterráneos, se dedicó a la venta de artesanías andinas, en varias ciudades de Bélgica y Holanda.

    Al año retornó al país, pero fue por un período corto. Luego, hizo otros viajes y estadías más prolongadas en el Viejo Continente.

    Residió en Verona, Italia, durante 15 años. En esa ciudad trabajó en factorías especializadas en la producción de papel y de calzado. Pero Hace dos años retornó a Otavalo, en donde vive su familia.

    Flores, que viste de pantalón jean y camisa y tiene su cabello largo, recogido en trenza, como se identifica a los indígenas otavaleños, le apostó a la confección de zapatos con un toque andino.

    Así creó la marca Kory Malku (Cóndor de Oro, en español). El nombre proviene de dos vocablos: kory (oro), de la lengua quechua, de Perú, y Malku (cóndor), del aymara, de Bolivia. “Es un recuerdo de amigos de esos países que hice en mis viajes”.

    Antes de arrancar con este emprendimiento, este músico de profesión probó suerte en la confección de aretes, manillas y collares, con mullos y corales.

    Pero por su vocación de innovador buscaba un tipo de negocio que permita plasmar sus conocimientos. Flores explica que le surgió la idea de fabricar zapatos, de forma artesanal. Para ello, decidió experimentar con la técnica tradicional de elaborar las alpargatas, como las hacía su padre, con diseños contemporáneos.

    En esta iniciativa no estuvo solo. Sus hermanos, Luis y Dolores, se sumaron para impulsar el negocio.

    Para equipar el pequeño taller, que instalaron en la comunidad de Peguche, a cinco minutos de Otavalo, invirtieron alrededor de USD 7 000. La mayoría, explica Flores, provino de sus ahorros.

    Con este dinero adquirieron tres máquinas. En una se hacen los cortes de las piezas, la otra es de costura. Mientras que la tercera permite realizar las molduras del calzado.
    En el pequeño taller artesanal

    trabajan dos personas. Cada mes producen unos 100 pares. Pueden triplicar esa producción, pero depende de la cantidad de pedidos que reciben.

    Hasta el momento, Kory Mal­ku ha desarrollado 10 modelos entre botines, botas, baletas, sandalias, mocasines y deportivos, para adultos y niños. De los diseños se encarga César.
    El detalle principal de esta marca es que para el corte emplean telas, de vistosos colores, que son hechas en los telares de la parcialidad de Peguche. Estos tejidos de hilos, que son conocidos como pescaditos, se alternan con piezas de cuero y plantillas de goma y caucho.

    La variedad de modelos, colocados en orden en estanterías, se exhibe en un almacén que abrieron cerca al Mercado Centenario, en Otavalo, más conocida como Plaza de Ponchos.
    En el calzado de damas hay desde la talla 34 hasta la 40. En los modelos para varones, de la 34 a la 43. Mientras que para los niños del número 28 a 32.

    La mayoría de clientes son turistas extranjeros, explica Dolores Flores, que se encarga de la atención del almacén.

    Aunque también comenta que el producto seduce a los vecinos y visitantes nacionales. Telmo Perugachi, de Quito, comenta que le atraen los colores fuertes de las zapatillas.

    Otra de las estrategias para hacer conocer su producto son los comerciantes otavaleños que viajan por el mundo. Por eso, durante la festividad del Pawkar Raymi (Fiesta del Florecimiento), en donde la mayoría de migrantes está de retorno, aprovechan para promocionar sus diseños. Así han llegado a Canadá, México, España, Francia.

    También promoción la marca en redes sociales como Facebook. Allí suben fotografías de los diferentes diseños de zapatos.

    La microempresa familiar apunta al mercado internacional. Buscan más contactos con los viajeros otavaleños.

    El otavaleño César Flores incursionó en la confección de zapatos, de variadas formas pero con toque andino. Foto: Francisco Espinoza / LÍDERES
    El otavaleño César Flores incursionó en la confección de zapatos, de variadas formas pero con toque andino. Foto: Francisco Espinoza / LÍDERES
  • Alpargatas con pupos se venden en la parroquia de Pomasqui

    Redacción Quito

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    Sus manos se mueven ágilmente al trenzar la cabuya. Y su mirada no se separa de la planta de lo que serán unas alpargatas. Su nombre es Segundo Sigcha, un hombre que se dedica a la elaboración de alpargatas hace más de 50 años. Hoy tiene 75.

    Sigcha reside en el barrio El Común, en la parroquia de Pomasqui, en el norte de Quito. En este sector, en una casa ubicada en la parte superior de una pequeña montaña, tiene su taller. Ahí elabora este tipo de zapatos, que eran utilizados por las personas en las comunidades indígenas. Ahora se usan para comparsas y bailes.

    Pero, ¿por qué decidió dedicarse a esta actividad? La respuesta es sencilla: trata de mantener las tradiciones de sus ancestros.

    Sigcha se considera un hombre de suerte, porque no es el único que confecciona las alpargatas. Cuenta con el apoyo de toda su familia: su esposa y sus nueve hijos. “Todos me ayudan a elaborar las alpargatas. Es nuestro negocio familiar”, asegura con una sonrisa.

    Para Segundo la elaboración de las alpargatas es un arte. Es decir, desde la extracción de la materia prima (cabuya) hasta el último toque que le da las alpargatas; por lo que considera que es necesario que se conozca cómo es su confección. “Me gusta que las personas sepan los pasos para hacer las alpargatas. Me visitan jóvenes, familias, extranjeros y vecinos para aprender más sobre las tradiciones andinas”.

    En la elaboración de un par de alpargatas se demora un día. El costo de unas para adultos es de USD 20. Las de niños tienen un precio menor. Oscilan entre USD 12 y 15. Al momento, elabora unos 40 pares de alpargatas y su facturación es de USD 600. Depende de la temporada.

    Una de las novedades es que confecciona alpargatas con pupos para jugar fútbol. “Tengo un equipo de mujeres que prefiere este tipo de zapatos porque les da suerte”. El precio es de USD 35.

    Sigcha además hace llaveros de colibríes, de tortugas o los ‘sombreritos’. “Son elaborados por mis hijas y nietas. Somos una familia de artesanos”.

    La meta de la familia de Segundo, que es conocida como los Chucchurillos, es colocar una etiqueta a su producto y que se comercialice de mejor manera en los diferentes sectores de la capital.

    Segundo Sigcha confecciona alpargatas con la cabuya. Tiene de varios colores, tipos y estilos. Los más novedosos son los pupos para jugar. Foto: Valeria Heredia /LÍDERES
    Segundo Sigcha confecciona alpargatas con la cabuya. Tiene de varios colores, tipos y estilos. Los más novedosos son los pupos para jugar. Foto: Valeria Heredia /LÍDERES
  • Transacciones a domicilio y el apoyo comunitario son su clave

    Cristina Marquez

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    Cada producto financiero que se ofrece en la Cooperativa de Ahorro y Crédito Fernando Daquilema está pensado en las necesidades de los campesinos que migraron a las ciudades. Un servicio de transferencias a domicilio, créditos accesibles y la atención en kichwa y español, son parte de sus estrategias para sumar socios.

    Esta entidad financiera que cuenta con USD 52,2 millones en activos se posicionó como la segunda más importante en Chimborazo. Su nombre, tomado del héroe indígena Fernando Daquilema, quien protagonizó el levantamiento de 1872 y lideró a unas 10 000 personas en el país, y sus principios cristianos, genera confianza en campesinos y migrantes.

    “El sistema bancario no se hizo pensando en la gente indígena, siempre hemos sido relegados”, dice Pedro Khipo, el gerente general. La idea de contar con una entidad que apoyara el desarrollo comunitario y donde se entendiera la realidad indígena motivó la fundación de la cooperativa.

    El proyecto se inició en 1990. Un grupo de jóvenes de la comunidad Obraje, situada en la parroquia Cacha, a 30 minutos de Riobamba, se asociaron para fundar una cooperativa de desarrollo comunitario. A la iniciativa se sumaron 48 socios de esa comunidad. Para el 2005 el fenómeno migratorio en las comunidades se intensificó. Gran parte de la población se había mudado a las ciudades por la falta de empleo y en busca de educación en los colegios y universidades.

    “Analizamos la situación de nuestros hermanos migrantes. Vimos que muchos eran víctimas de la usura y que no tenían una cultura de ahorro por la poca accesibilidad y la desconfianza en el sistema bancario”, cuenta Khipo.

    Ese año se abrió la primera agencia en Riobamba. Las oficinas se adecuaron en la casa de uno de los socios con tres empleados. Ese mismo año abrieron su cuenta 1 631 personas y la cifra se duplicó cada año. Hoy son 67 497 socios.

    Una de las estrategias que marcó el crecimiento de socios fue el diseño de un nuevo manual de créditos más accesibles que se ajustan a la realidad económica de las familias indígenas, campesinos y clase trabajadora en general.

    La junta directiva decidió romper el paradigma crediticio y modificar los parámetros de evaluación económica de los socios que solicitan un crédito. Este producto fue el resultado de un estudio del modo en el que operan los chulqueros.

    Se analizó, por ejemplo, las facilidades de pago que ofrecían, la familiaridad que tenían con sus deudores y la forma en la que les visitaban en sus puestos de trabajo o sus hogares. “Notamos que estos prestamistas lograban convencer a la gente por las facilidades que les ofrecían y luego les cobraban intereses muy altos”.

    Como una alternativa a ese sistema ilegal de préstamos, se diseñó un nuevo mecanismo de crédito. Los agentes de la Cooperativa no evalúan sus bienes inmuebles, su movimiento financiero, ni sus ingresos mensuales. Para obtener un crédito se analiza la situación familiar del socio, sus intenciones de emprendimiento y las propuestas de desarrollo.

    Otra estrategia para ganar la confianza de los clientes fue la activación de ‘Daquimóvil’, el producto financiero estrella. Este consiste en la facilidad de hacer transacciones como depósitos en cuentas de ahorro, cobro de créditos y pago de servicios básicos a domicilio y en el lugar de trabajo de los socios.

    Este producto se inspiró en la rutina de trabajo en los mercados populares, en los campos y en los negocios. Allí los horarios son inflexibles, la gente no puede abandonar sus puestos de trabajo para hacer filas en la Cooperativa, mientras que en otros sitios hay dificultades de movilidad.

    Los agentes están equipados con un teléfono inteligente que cuenta con una aplicación diseñada por el equipo de tecnología de la Cooperativa y una impresora bluetooth. “Nos tomó casi cuatro años perfeccionar la aplicación. Nuestros agentes incluso la pueden utilizar off line e imprimir inmediatamente los comprobantes de las transacciones para la seguridad del socio”, dice Marco Malán, jefe de sistemas.

    Este producto se convirtió en el favorito de los socios. En el 2009, se hicieron 189 256 transacciones por USD 3,2 millones, mientras que para el 2015 de hicieron 1, 3 millones de transacciones por un monto de USD 52, 3 millones.

    Foto: César Mendoza / LÍDERES
    Foto: César Mendoza / LÍDERES
  • Figuras de la fauna nacional sirven de artículo didáctico

    Redacción Quito

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    Tortugas galápagos, fragatas, piqueros son algunas de las figuras de papel reciclado, con animales endémicos del Ecuador, que comercializa Anima Papel Reciclado. Este es un emprendimiento que Alexandra Moya, Guido Chávez y Edwin Cabrera pusieron en marcha hace tres años. A su producto lo definen como un juguete para el aprendizaje.

    “Desde hace 11 años venimos trabajando con papel reciclado, pero la idea del negocio surgió en el 2007. La gente nos iba pidiendo cosas y finalmente comenzamos a vender un set didáctico de figuras para pintar. Viene con un folleto ilustrativo que le indica al niño como pintar y una historia sobre los animales”, dijo Moya.

    Los empresarios se involucraron en este tema debido a que Chávez, que es ilustrador, estaba dedicado a un tema sobre animales en peligro de extinción, cosa que llamó la atención de Moya. La idea es que la ciudadanía, a través de los niños, conociera la fauna.

    La primera colección que sacó la firma fue la de dinosaurios, que incluye dos especies cuyos restos se encontraron en Ecuador: el mamut y el tigre dientes de sable.

    La inversión inicial para desarrollar el proyecto fue de USD  15 000. La producción de las figuras se hace a través de moldes y un proceso de secado que toma entre un día y una semana, dependiendo del tamaño de la figura.

    Sin embargo, Anima cuenta con su parte ecológica. Por ello todo el papel que usa es reciclado. Los emprendedores lo recolectan y también reciben donaciones de los vecinos del barrio de El Placer, en el centro de Quito, donde se encuentra el taller.

    El producto final consiste en cajas con un animal grande, témperas para colorear y el folleto. “Les damos los colores básicos. En el texto se hallan las instrucciones para que los niños aprendan a crear los colores en base a las mezclas y puedan pintar sus figuras”.

    También, constan las cajas pequeñas que traen las figuras, los stickers y la descripción. Más adelante prevén sacar un cuaderno de actividades para los niños que contenga diferentes paisajes.

    Esto entusiasma a niños como Alejandro Méndez, de 10 años. “Me parece super chévere pintar los animales. Así uno se entretiene, principalmente en esta temporada de vacaciones”.
    La caja grande tiene un costo de USD 20 y la pequeña de 10. Cuando es por menor cuesta entre USD 15 y 8, respectivamente.

    Cuando arrancó el negocio este producía de 50 a 70 cajas al mes, pero ahora elabora entre 200 y 300. Moya explica que hasta el momento cuentan con dos colecciones: Gigantes del Pasado y Galápagos, sin embargo, están sacando la de animales de Costa, Sierra y Amazonía del Ecuador.

    Con la colección de animales de las ‘Islas Encantadas’ ganaron el primer lugar del segundo testing lab del 2016, organizado por ConQuito, vinculado a música, juguetes y entretenimiento.

    Daniela Paredes, técnica de emprendimiento e innovación de la entidad municipal, explica que como parte del concurso, los emprendimientos se mostraron en Quicentro Sur y luego se realizó un proceso de selección que determinó que Anima Papel Reciclado cumplía con los criterios de evaluación entre los que están visión de negocio, propuesta de valor, tamaño de mercado, potencial de implementación y diseño de imagen. Entre los incentivos para el emprendimiento están asesoría, promoción en medios del ente, la posibilidad de mostrarse en una isla de Quicentro Sur de manera temporal, etc.

    Moya destaca la oportunidad que le dieron y señaló que su crecimiento ha sido con mucho esfuerzo. El primer año este negocio facturó USD 4 000, mientras que en el 2015 fueron USD 32 000.

    La producción de este negocio también cuenta con figuras vinculadas a las tradiciones de Quito como la Virgen alada de Legarda, los cucuruchos, entre otros.

    Alexandra Moya es una de las responsables de las figuras que elabora Anima Papel Reciclado, en Quito. Foto: Archivo / LÍDERES
    Alexandra Moya es una de las responsables de las figuras que elabora Anima Papel Reciclado, en Quito. Foto: Archivo / LÍDERES
  • Los ponchos hoy tienen diseños modernos

    José Luis Rosales (F)
    Contenido intercultural

    El artesano otavaleño Silverio Terán nunca ha salido del país, pero sus ponchos han rebasado fronteras. Él heredó el gusto de trabajar la lana de oveja y alpaca de su padre, Segundo, quien inició esta tradición familiar.

    Silverio Terán encabeza la firma Milmarte, que tiene su almacén y taller textil en la comunidad de Peguche, en Otavalo, en Imbabura. Su nombre se deriva de la raíz kichwa Milma, que significa lana.

    Sus hijos Segundo, Edwin y Fernando Terán Lema tomaron la posta de este emprendimiento especializado en la confección de ponchos, chompas y sacos para niños, mujeres y hombres. Entre las innovaciones está la implementación de la marca Milmarte, que la promocionan desde hace ocho años.

    El eslogan, Arte realizado en lana, responde a las nuevas tendencias en diseños y colores.
    La renovación de esta tradicional prenda fue posible con la adquisición de ocho máquinas tejedoras automatizadas. Así concluyeron tres décadas en las que Silverio entretejió los abrigos, de un solo color, en un telar manual.

    Terán recuerda que solo había lana con gamas naturales en crema y gris. Y con un proceso de tinturado artesanal se obtenían hilos con tonos rojo y vino.

    Ahora en el mercado hay una amplia variedad de colores. Pero cuando hay un pedido específico de un tono en particular compran la lana en crudo y la envían a teñir.

    Hoy la mayoría de ponchos se confecciona con figuras étnicas. Se trata de diseños como el de la chacana o cruz andina. Otro está inspirado en culturas amerindias.

    Las formas se logran gracias a la modernización del taller. No fue una tarea sencilla, recuerda Silverio. A él, por ejemplo, le tomó dos años adaptar la primera máquina a sus necesidades.

    Segundo cuenta que su progenitor acondicionó la tejedora automatizada para trabajar con hilo de lana y no de algodón.

    También redujo la velocidad de las máquinas para obtener un tejido que se asemeje a uno elaborado a mano, explica.

    Segundo Terán calcula que en la compra de maquinaria han invertido alrededor de USD
    25 000. La innovación permitió aumentar la producción del taller. De las 15 prendas a la semana que confeccionaban en los cuatro telares manuales pasaron a producir 300.

    También han incursionado con ventas en el exterior. Con un tono de orgullo, Silverio comenta que sus ‘ponchitos’ van a Canadá, España, Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Chile. A estos dos últimos países envían entre 300 y 400, antes de la temporada de invierno
    Al principio, las prendas eran comercializadas en el Mercado Centenario, más conocido como la Plaza de Ponchos, Otavalo.

    Esta ha sido una de las mejores vitrinas para dar a conocer sus productos. Luego, los artículos de Milmarte fueron llevados por los comerciantes otavaleños a diferentes partes del mundo.

    Sin embargo, una de las nuevas propuestas de la firma es la venta al por menor a escala internacional.

    Los clientes realizan los pedidos a través de la cuenta de Facebook: Milmarte Ponchos. La entrega se realiza por correo.

    La firma otavaleña obtuvo, en el 2015, el tercer lugar en la categoría Tejido Artesanías en el concurso de productos innovadores.

    Datos del negocio

    La tienda. El almacén taller está ubicado en el barrio Central, a 100 metros de la plaza de la comunidad de Peguche.

    Los pedidos. Las ventas se realizan al por mayor y menor. Los pedidos se hacen también a los teléfonos (06) 2 690 200/ 096 7097 237.

    Los modelos. Hay ponchos de los denominados diseños largo, capa, capucha, esquinado. Este último es para damas.

    Las visitas. El almacén de Milmarte también es visitado por turistas extranjeros que llegan en tours a Imbabura.

    Segundo, Silverio y Fernando Terán impulsan la empresa Milmarte, que elabora ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    Segundo, Silverio y Fernando Terán impulsan la empresa Milmarte, que elabora ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • La talabartería: un oficio que perdura en Sangolquí

    Redacción Quito   

    Mauricio Loachamín es un talabartero que guarda el legado del oficio de su padre y abuelo, con orgullo. Hace 20 años, el hombre decidió abrir su local en Sangolquí, en el barrio Luis Cordero, en el oriente de Quito.

    Cuando era un niño aprendió a moldear el cuero. Poco a poco y con constancia empezó a transformar este material en productos para los amantes de los caballos. Las monturas, los zamarros y las vetas son algunos de los productos que realiza en su talabartería, que lleva el nombre de San José.

    Loachamín recuerda cómo fueron sus primeros pasos en este oficio, que ha ido desapareciendo con el paso de los años. “He tratado de mantener los conocimientos que me impartió mi abuelo, quien trabajó en el campo y domaba los caballos bravos en el páramo”, señaló.

    Su abuelo le pedía que le ayudara en el campo a domar los caballos. Así aprendió cada uno de los atados para hacer las riendas, las monturas o los famosos zamarros. Además, aprendió a ‘curar la piel del animal’ para que tenga la resistencia y la flexibilidad para elaborar los diferentes modelos para sus clientes.

    Y, ¿cuál es su plus? El hombre relató que confecciona sus productos a la medida del cliente y bajo pedido. Cuando una persona busca un zamarro, lo primero que hace es tomar sus medidas para que se amolde a su cuerpo. Posteriormente, acude a comprar las pieles y confecciona el traje. “Me demoro entre cinco y seis días, porque es un trabajo de calidad y lo hago solo”, dice el hombre de 39 años.

    Los precios de los productos son módicos, depende de la calidad del material y de la complejidad del producto. “Tengo todos los materiales necesarios para elaborar un producto de calidad, ya que invertí un capital de USD 10 000”.

    Uno de los productos más demandados son las monturas. Los costos van desde los USD 800 en adelante. Los zamarros están entre los USD 300 y 500. Mientras que las riendas o vetas cuestan USD 180 o más. En el momento, el hombre factura USD 600 aproximadamente, al mes.

    Una de las situaciones que alegra a Loachamín es que su hijo mayor le ayuda a elaborar los insumos y espera que también mantenga estos saberes ancestrales. “En la localidad ya son pocos los que se dedican a ser talabarteros, en especial, aquellos que elaboran todos los aperos del caballo”, comentó.

    Las mejores épocas para el talabartero son las fiestas del cantón Rumiñahui, ya que jóvenes y adultos compran estas indumentarias para los desfiles.

    Mauricio Loachamín tiene su taller en el barrio Luis Cordero. En este espacio tiene la maquinaria necesaria para elaborar zamarros, riendas y monturas. Los precios son económicos; depende del modelo. Foto: Valeria Heredia / LÍDERES
    Mauricio Loachamín tiene su taller en el barrio Luis Cordero. En este espacio tiene la maquinaria necesaria para elaborar zamarros, riendas y monturas. Los precios son económicos; depende del modelo. Foto: Valeria Heredia / LÍDERES
  • El calzado andino lleva el sello de Sisay

    Modesto Moreta

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    Los zapatos de taco, flats, mocasines, sandalias, plataformas… con contenidos andinos son elaborados a mano por los artesanos indígenas de la Asociación Sisay (florecimiento en español). Esta agrupación funciona en el pueblo Chibuleo, en Tungurahua.

    Las mujeres utilizan materiales autóctonos como la cabuya, la lana de borrego y de alpaca. También, los bordados con hilos elaborados a mano. Los diseños estilizados contienen la mezcla de colores como el rojo, verde, amarillo, azul, negro, celeste, blanco, lila, rosado y blanco.

    Además, llevan gráficos que representan la vida andina y la naturaleza como la espiga de la cebada, la flor de la papa, las montañas, el venado, la llama y otras representaciones que llaman la atención, especialmente de los turistas extranjeros. El emprendimiento se inicio con una inversión de USD 300. Juan Quisintuña, miembro de la Asociación, cuenta que el emprendimiento se inició hace dos años con la elaboración de dos docenas de pares de zapatos.

    Estas prendas las exhibieron en la Feria Internacional de Calzado realizada al año pasado en Quito a la que fueron invitados. “Nuestros diseños impactaron por el contenido andino que recoge y que son el complemento a la vestimenta indígena del hombre y de la mujer indígenas”, asegura Quisintuña.

    En la actualidad las ventas bordean los USD 2 200 mensuales. En el taller, que funciona en el centro de la parroquia Juan Benigno Vela, trabajan cinco personas y otras 40 mujeres, en sus propias comunas, se benefician con el proyecto.

    Ellas se dedican a tejer en cabuya, a bordar, a tejer las fajas y tapices. La tela es usada como materia prima en sus diseños y modelos de calzado que se exhiben en la tienda de la organización Sisay.

    Por su complejidad, tarda hasta dos días tejer las tiras que son entrelazadas para dar forma a la sandalia. En una plataforma de caucho se une cada una de las partes, algo similar se hace con la cabuya entrelazada. Un par demora un día en fabricarse.

    La combinación de los colores y las figuras son el principal atractivo del calzado andino. Por ejemplo, Silvia Quisintuña, vecina de Chibuleo, cuenta que es un zapato cómodo. Este combina con su atuendo tradicional compuesto por un anaco negro, rebozo morado y blusa blanca con bordados hechos a manos por las mujeres de la misma comunidad.

    El objetivo de la agrupación es que los jóvenes vistan algo moderno, elegante y que estén a la moda, pero sin perder la esencia cultural del pueblo indígena. “No queremos salirnos del contenido intercultural y ancestral del pueblo Chibuleo. La idea es conservar la identidad con el uso de las figuras como la flor de papa, la llama, la espiga de la cebada, la chacana o cruz andina”, cuenta Silvia Charco, presidenta de la organización.

    Quisintuña afirma que el calzado que elabora es parte de la nueva tendencia de la moda. Antiguamente la gente caminaba descalza. Luego con las sogas de cabuya se elaboraban las alpargatas que se confeccionaban a mano en la comuna. Posteriormente los artesanos fueron adaptando a los pies de los habitantes de los pueblos indígenas. Luego se combinaron el cuero y la tela del tejido para la manufactura.

    En la actualidad la Asociación Artesanal Sisay cuenta con 18 diseños. 10 están dirigidos para las mujeres y 8 para los varones.

    Pero el mercado que más adquiere el calzado es el extranjero. Jenry Muenala, gerente del almacén Mushuc Artesanías, ubicado en el centro de Otavalo, comercializa hace más de un año el producto de la Asociación Sisay. Ella cuenta que el calzado elaborado a mano es de calidad. Además, tiene novedosos diseños que gustan a los turistas extranjeros.

    También los envía a Francia y otros países de Europa. Al momento hay ventas pero la situación económica hizo que bajaran en un 50%. “En todo caso lo estamos comercializando en el extranjero y con los turistas que llegan a Imbabura. Son pocos los visitantes nacionales que adquieren los zapatos hechos a mano”.

    Otro de los principales mercados de Sisay era Manabí y Esmeraldas, pero el terremoto afectó las ventas. “Estábamos fabricando cinco docenas mensuales, pero ahora bajó en un 50%.

    Quisintuña asegura que por la calidad del producto y los materiales que emplean, la confección de las sandalias y zapatos con plataforma tiene un costo elevado. Se encuentra de entre USD 35 y 45. Los tamaños van desde el 32 hasta el 44. “La idea del proyecto es que este continúe y se sustente a favor de la gente”.

    Las mujeres de la Asociación Sisay son el puntal de este emprendimiento de Tungurahua . Ellas se encargan de fabricar el calzado. Foto: Modesto Moreta
    Las mujeres de la Asociación Sisay son el puntal de este emprendimiento de Tungurahua . Ellas se encargan de fabricar el calzado. Foto: Modesto Moreta
  • Zhafra le pone su sello al vestuario kichwa

    José luis rosales  (F)
    Contenido intercultural

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    Los tonos café, beige, ocre… fueron agregados al bordado que decora el vestuario de la mujer indígena en Otavalo.

    Esa es una de las propuestas de Zhafra, una marca de moda kichwa, que incursiona con alta costura en la vestimenta tradicional.

    Las mencionadas gamas de colores son una alternativa a los rojos, violetas, fucsias, entre otros, que se usan en esta cultura andina. Así explica Hilda Males Andrango, propietaria de Zhafra.

    El nombre de la firma proviene del vocablo kichwa zhapra (que significa hojarasca, en español).

    En junio, con el inicio de la celebración del Inti Raymi, los campos se tornan oscuros. Es por eso que también utiliza esos colores, que se han puesto de moda.

    A Males, arquitecta de interiores de profesión, le apasiona el diseño. En su etapa universitaria ganó concursos por sus propuestas de muebles y mobiliario.

    Ahora, si bien no ha abandonado su carrera, dedica más tiempo al diseño de modas. Todo empezó en el 2008 cuando buscaba una camisa con un diseño distinto a la habitual. No encontró en el mercado por lo que decidió armar una a su gusto.

    Las suyas eliminaron los tradicionales encajes anchos en la parte del pecho y las mangas.
    Hilda Males hizo una investigación del atuendo. Halló en varios elementos de la camisa una influencia de la técnica europea.

    Por ello, su propuesta fue mantener algunas líneas tradicionales de la prenda kichwa otavalo, pero sumó toques contemporáneos.

    El resultado fue prendas diferentes, más ceñidas al cuerpo y personalizadas. La iniciativa tuvo una buena acogida. Así nació Zhafra en el 2011. Al inicio, la parte más difícil fue encontrar costureras que se acoplen a sus sugerencias. A ella le gusta la perfección en sus diseños y confecciones.

    La producción se hace bajo pedido. Los cortes y la costura de las prendas se realizan en el Taller Román, en Quito. Mientras que, el bordado, que es hecho a mano, es el valor agregado otavaleño.

    Por eso, la confección de una prenda puede tomar entre 15 días y 2 meses. Todo depende del modelo y los materiales.

    Estos últimos los trae de Europa. En un viaje que hizo a España e Italia entabló contactos con proveedores de telas, especialmente de algodón, hilo de seda y encajes. También de cintas, piedras, perlas, cristales… que es la materia prima que Zhafra utiliza.

    No tiene un almacén. Su mejor vitrina son las redes sociales. Una de las razones es que el 60% de sus clientes son mujeres otavaleñas, que por cuestiones de trabajo están fuera del país.

    Los pedidos aumentan en celebraciones como el Pawkar Raymi, entre febrero y marzo, y el Inti Raymi, en junio… Pero su especialidad son los trajes de novia étnico, que bordean los USD 500.

    El negocio en breve
    Los pedidos
    Se pueden realizar a través de la cuenta de Facebook Zhafra (Fan Page) o al whatsapp 098 7869 525.

    Costos
    Oscilan entre USD 75 a 350. Todo depende del modelo y el material.

    Bordado
    Las figuras, como rosas, aves o geométricas, son elaboradas a mano.

    En Otavalo,  la arquitecta Hilda Males estableció un emprendimiento en torno a las camisas bordadas kichwas. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    En Otavalo, la arquitecta Hilda Males estableció un emprendimiento en torno a las camisas bordadas kichwas. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • La trucha activó a toda una comunidad

    Cristina Marquez

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    El sabor silvestre de las truchas que se crían en las piscinas del río Daldal es el principal atributo del producto que ofrece la familia Aisalla. Sus miembros comercializan truchas listas para el consumo, criadas en agua de río y alimentadas de forma natural.

    Esa forma de crianza inspiró el nombre de la microempresa: Aguas Cristalinas Daldal, un centro piscícola donde también se ofrece pesca deportiva y un recorrido por el sendero ecológico que llega al río. “El eje de nuestro negocio es el turismo y las truchas”, cuenta Washington Aisalla, uno de los propietarios del negocio. Él decidió iniciar un criadero piscícola en el 2002, como una alternativa de trabajo.

    Ese año, él regresó a su comunidad Daldal, situada a 40 minutos de Riobamba, en la parroquia Pungalá, después de haber migrado a Quito. “No había trabajo estable y con mi esposa pensábamos en algún negocio para mantener a nuestras hijas”, recuerda Aisalla al hablar del inicio de la iniciativa.

    Así surgió la idea de comercializar las truchas que crecían silvestres en las aguas del río. Sin embargo, pescarlas era difícil y un primer intento por hacer un estanque, fracasó debido a la habilidad de los peces de nadar contra la corriente.

    Luego Aisalla probó suerte con la siembra de alevines, es decir, adquirió pequeños peces y los crió durante casi un año. Las truchas tuvieron tanta acogida en el mercado, que decidió ampliar las piscinas e invertir todos sus ahorros en su negocio.

    Unos años después, Aguas Cristalinas Daldal se convirtió en una empresa familiar e incluso se integró a la Asociación de Trucheros de Chimborazo. Esta organización cuenta con el respaldo de la Unidad de Emprendimientos del Gobierno Provincial.

    Formar parte de la Asociación les permitió recibir asesoramiento técnico, balanceado y una nueva variedad de alevines que están listos para comercializarse en solo siete meses.

    “Tenemos muchas expectativas con este proyecto, porque las truchas tienen una muy buena acogida en el mercado. En el futuro incluso esperamos dotarles de un centro de faenamiento para comercializar filetes de truchas en los supermercados y otras provincias”, dice Beliza Álvarez, coordinadora de esa unidad.

    La familia Aisalla es una de las más prósperas de esa organización. Ellos invirtieron unos USD 40 000 en la construcción de seis piscinas en el río, allí siembran 5 000 alevines cada dos meses y comercializan entre 30 y 80 kilogramos cada semana.

    La cantidad de peces que se venden depende en gran parte de los turnos que cubren cada viernes en la feria de emprendimientos del Gobierno Provincial. “Desde que participamos en esa feria nuestro negocio tomó más impulso. Tenemos un mercado seguro, la gente ya nos conoce y nos hacen pedidos entre semana”, dice Norma Toaquiza, también propietaria del emprendimiento.

    De hecho, la mayor cantidad de ventas se realiza cada quince días en esta feria, pero también se reciben turistas y se entregan pedidos a domicilio para familias y restaurantes. Cada kilogramo cuesta USD 5,00.

    En el futuro esperan ampliar su negocio y fortalecer el aspecto turístico de la empresa. A mediano plazo ellos instalarán unas cabañas equipadas con asadero para que los visitantes puedan preparar sus truchas y degustarlas junto al río, también se ofrecerá el servicio de restaurante.

    Otro proyecto familiar que se ejecutará es la implementación de una nueva piscina para tilapias, otra variedad apetecida en el mercado local. La familia Aisalla aprovechará un pogllo (naciente de agua), para el proyecto, además usarán una técnica similar a los invernaderos agrícolas para mantener la temperatura cálida del agua.

    Otros emprendedores que forman parte de la Asociación están en los páramos de Alausí, Colta, Chunchi y Guamote. En estos sitios hay una gran cantidad de vertientes de agua y pogllos que se aprovechan para la piscicultura. “Apostamos por las piscícolas en la provincia por esa potencialidad. Además, la crianza de truchas es una actividad amigable con el ambiente”, afirma Álvarez.

    Pedro Brito, Washington Aisalla y Norma Toaquiza muestran una trucha en el río Daldal. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Pedro Brito, Washington Aisalla y Norma Toaquiza muestran una trucha en el río Daldal. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
  • Sariv cree en la chicha de maíz morado

    Cristina Marquez

    Contenido intercultural

    El sabor dulce y las propiedades energéticas de la chicha morada motivaron a los agricultores de tres parroquias de Riobamba a iniciar una empresa comunitaria. Sariv es un emprendimiento asociativo que busca rescatar y difundir esta bebida.

    La empresa elabora y comercializa dos tipos de chicha hecha a base de maíz morado andino, una variedad nativa de la serranía que estuvo cerca de desaparecer debido al poco valor que tenía en los mercados locales.

    Los agricultores plantaban esta variedad meses antes de finados, pero incluso en esas fechas las ventas eran bajas pues aparecieron en el mercado una variedad de harinas precocidas, con aditivos y saborizantes para preparar la tradicional colada morada.

    La chicha de jora preparada con maíz morado, que antaño solo se consumía en celebraciones especiales, fiestas andinas y ceremonias rituales, también dejó de prepararse. La tradición empezó a desaparecer cuando las gaseosas y otras bebidas azucaradas coparon las vitrinas de las pequeñas tiendas en las comunidades.

    Eso se reveló en un estudio realizado por la Fundación Andinamarka y la Asociación Kamachw Provincial Chimborazo, organizaciones que trabajan en la recuperación de la soberanía alimentaria y el rescate de alimentos andinos.

    De hecho, el emprendimiento surgió como una respuesta a los resultados alarmantes de esa investigación. “Quisimos ofertar una bebida saludable como alternativa a todos los refrescos hechos con grandes cantidades de azúcar, colorantes y saborizantes artificiales”, dice Segundo Cuji, presidente de la Asociación.

    Así, se unieron 15 socios y 23 agricultores de Cacha, Licto y Calpi. Ellos consiguieron donaciones de organizaciones no gubernamentales, aportaron sus ahorros y solicitaron un préstamo a la Corporación Financiera Nacional para iniciar el negocio.

    Lograron sumar USD 145 000 que invirtieron en la adquisición de equipos para la planta de producción, ubicada en la comunidad Bayushí, a 10 minutos de Calpi. En el mercado no habían maquinarias para elaborar chicha, pues ninguna otra empresa la produce en el país. Fue necesario diseñar equipos exclusivos.

    Transformar la receta tradicional de la chicha de jora y la chicha morada en una bebida comercial no fue una tarea fácil.

    Una comisión se dedicó a investigar las recetas y procesos de preparación durante un año. Colaboraron todos los abuelos y papás de los socios. Además, en el país no había información sobre el maíz morado, ni investigaciones sobre su uso en la industria alimenticia.

    “Buscamos el respaldo de las Universidades de Riobamba pero nadie sabía cómo procesar el maíz morado. Para empezar nuestra producción tuvimos que estudiar y prepararnos por nuestra propia cuenta”, afirma Sandra Pagalo, administradora de Sariv.

    La empresa se inició en el 2010, pero empezaron su producción a finales del 2011. En un inicio solo elaboraban 100 litros mensuales de los dos tipos de chicha. En la actualidad producen 400 litros que se distribuyen a los centros comerciales Camari en Quito y a las ferias artesanales de Riobamba. La chicha se vende en una presentación de 330 mililitros y cuesta USD 0,70.

    En la planta de producción laboran cuatro personas que se encargan de todo el proceso de elaboración. Primero lavan y seleccionan el maíz, luego lo cocinan y procesan para obtener los dos tipos de bebida.

    La chicha morada es más ligera y se envasa después de ser procesada. La chicha de jora, en cambio, se deja fermentar al menos siete días antes de envasarse. Por eso su sabor es más intenso. Las ganancias se convertirán en capital semilla para nuevas ideas.

    Segundo Cuji, Héctor Pagalo y Sandra Pagalo muestran la bebida que produce Sarvi, en Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Segundo Cuji, Héctor Pagalo y Sandra Pagalo muestran la bebida que produce Sarvi, en Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES