Etiqueta: Intercultural

  • La tradición de estos muebles se potenciará con una feria

    Redacción Quito

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    Huambaló tiene hoy en día cerca de 15 000 habitantes. En esta población de Tungurahua cerca de la tercera parte de sus miembros se dedica al diseño, fabricación y comercialización de muebles.

    Es una actividad tradicional que data de hace cerca de 70 años, pero que desde la década de 1970 se convirtió en una actividad que genera un movimiento económico relevante. Para potenciar esta pequeña industria, se cumple cada año la Feria del Mueble y de la Productividad. La edición del 2017 será de 11 al 13 de agosto en el recinto ferial Junta del Agua Potable Huambaló. Los organizadores del encuentro esperan la llegada de unos 5 000 visitantes.

    En la feria se desplegarán 49 stands. 43 serán para exhibición de muebles que incluyen juegos de sala, comedor y dormitorio, con acabados de primera.

    La feria también tendrá espacios para la promoción gastronómica de Huambaló. Los visitantes podrán degustar de la comida típica del lugar; otros dos stands se instalarán para mostrar la producción agropecuaria del sector, según un comunicado del comité organizador de la feria.

    La exposición cuenta con el apoyo del Gobierno Parroquial de Huambaló más el respaldo del Municipio de Pelileo, Conagopare y el Gobierno Provincial de Tungurahua. Carlos Ramos, Presidente del Comité Permanente de la Feria de Mueble Huambaló 2017, explica que el evento se mantiene como la principal vitrina del mobiliario local.

    Edwin Mena, uno de los promotores de la feria, cuenta que a diferencia de otras tradiciones del país, la elaboración de muebles se mantiene vigente en las nuevas generaciones. “Hoy los jóvenes de Huambaló estudian y se especializan en el diseño de muebles para continuar con el trabajo que empezaron sus padres y abuelos en el siglo pasado”.

    Según Mena, la producción de muebles atraviesa hoy en día una transición entre lo artesanal y lo industrial. “En ese cambio las nuevas generaciones juegan un pape relevante”, dice Mena.
    En la actualidad, los productores de muebles de esta localidad atraviesan una serie de desafíos. Uno es capacitar a los pequeños empresarios para que mantengan los niveles de calidad y expandan su oferta a nuevos mercados.

    Un segundo desafío es implementar sellos de calidad. Esto, reconoce Ramos, permitirá internacionalizar la marca Huambaló en el mediano plazo.

    En la actualidad, esta parroquia tungurahuense suma cerca de 180 talleres y 60 almacenes que promueven esta tradición.

    Ana Sandoval, miembro del Comité Permanente de la Feria de Mueble Huambaló 2017, ofrece detalles sobre los planes que tienen los productores. Ella cuenta que la gestión de marca es una herramienta imprescindible para ganar mercado. “Huambaló requiere aplicar un verdadero posicionamiento, promoción, identidad, imagen y capital. Estos son componentes del éxito para cualquier tipo de empresa o modelo de asociatividad”.

    Sandoval recuerda que la feria del mueble se creó hace 21 años, pero hoy los clientes exigen cambios. Por eso es necesario identificar las fortalezas que tienen los muebles para posicionarlos ante los consumidores.

    Los organizadores del encuentro esperan la llegada de unos 5 000 visitantes. En la localidad funcionan cerca de 180 talleres. Foto: Cortesía
    Los organizadores del encuentro esperan la llegada de unos 5 000 visitantes. En la localidad funcionan cerca de 180 talleres. Foto: Cortesía
  • La dulcería que conserva el sabor tradicional

    María Victoria Espinosa  (F) Contenido intercultural

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    Una variedad de 300 dulces manabitas se exhiben en cuatro vitrinas de la dulcería Los Almendros, ubicada en Rocafuerte (Manabí).

    Ese negocio, que fue inaugurado en 1998, rescata los sabores tradicionales de los dulces manabitas como el alfajor, huevo moyo, rollitos, conitos, limón relleno, rompope, cocadas, troliches, galletas, bizcochuelos, entre otros.

    La dulcería, ubicada en la vía Rocafuerte – Portoviejo, nació como un proyecto familiar de los esposos Ondina Delgado y Jimmy Romero. Lo instalaron en un pequeño local en esa misma vía. Empezaron con un pequeño horno y una cocina casera. Pero poco a poco fueron implementando nuevos utensilios de cocina.

    Ahora tienen un nuevo local que está dividido en dos. El primero se utiliza para exhibir y comercializar los dulces, helados y lácteos. En la parte externa se instalaron mesas y sillas para que los turistas degusten los productos. En el local trasero se instaló una planta de alimentos, donde se elaboran los dulces.

    El olor a canela y leche que emana ese lugar se esparce por todo el barrio. “Muchas veces los clientes llegan por el olor. Porque saben que todos los días se preparan dulces y que por tanto el producto es fresco”, señala Fernanda Romero, administradora de la dulcería.

    En la planta trabajan unas 12 mujeres montuvias, que son las encargadas de preservar el sabor tradicional. Pero en temporadas turísticas altas como la de las vacaciones escolares en la Sierra, el Día de los Difuntos y Carnaval se contratan hasta 30 personas más porque la clientela fija, de 100 personas diarias, se triplica.

    Durante el día, en la dulcería se fabrican más de 200 variedades, que cuestan entre USD 0,05 y 1. Estos se exhiben en las perchas y los clientes pueden escoger los que más le gustan. Los productos que más se comercializan son los helados caseros, el bizcocho relleno y los alfajores.

    Jorge Merino compra cada semana los cuatro tipos de alfajores (cacao, sal, dulce y de manjar) que se venden en la tienda. “Me gusta que puedo elegir lo que yo quiero. Mientras que en otros lugares las tarrinas ya están hechas y no todos los dulces son de mi agrado”, señaló el cliente.

    Hasta hace dos años, los productos se elaboraban artesanalmente en las estufas y hornos manabitas. Pero por la demanda del producto debieron invertir en hornos y cocinas industriales. “Solo se cambió el instrumento porque la receta y la elaboración es la misma”, explica Romero.

    Las mujeres que elaboran el manjar y las galletas cuentan que la fabricación de esos productos tarda aproximadamente dos horas. En el caso del manjar se debe batir constantemente con una cuchara de madera para que adquiera consistencia y la leche no se queme. “La mujeres montuvias de Rocafuerte aprendimos de las monjitas a elaborar los dulces con los productos que habían en nuestro entorno como la leche, el coco, la harina y la azúcar”.

    Romero señala que los productos tradicionales se han vendido a escala nacional. El año anterior, una tarrina con varios tipos de dulces se podía adquirir en los locales de la cadena de pollos KFC. “Cada año esa multinacional selecciona emprendimientos y los promociona en sus locales. Nosotros estuvimos por cuatro meses”.

    La quiteña Marlene Velasco viaja cada año a Rocafuerte por los dulces manabitas. “El sabor siempre es el mismo. Cuando KFC los vendía en Quito los compraba cada semana”.

    En Los Almendros se ofrecen 300 variedades de dulces, elaborados con productos de la zona como la leche. Fotos: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    En Los Almendros se ofrecen 300 variedades de dulces, elaborados con productos de la zona como la leche. Fotos: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • La sazón esmeraldeña le abrió oportunidades

    María Victoria Espinosa (F) Contenido Intercultural

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    El coco es el ingrediente principal en el restaurante La Comida de Zoila, ubicado en Santo Domingo de los Tsáchilas.

    Este emprendimiento, que nació hace 18 años, busca rescatar la tradición de la comida afroecuatoriana. Zoila Tamayo, propietaria de este negocio, señala que empezó a preparar comida esmeraldeña porque extrañaba su cultura. “Al conversar con los clientes, siempre me decían que conocían muy poco de las tradiciones gastronómicas esmeraldeñas y por eso le aposté a la comida típica”.

    Tamayo y su familia debieron trasladarse desde Esmeraldas a Santo Domingo, debido a un derrame de petróleo que afectó a la zona en la que vivían. “A una semana de ese accidente, en el que incluso hubo un gran incendio, yo ya estaba buscando trabajo en Santo Domingo”.
    Al principio trabajó por cuatro años en el restaurante de un hospital del cantón tsáchila. Ahí debía vender todo tipo de alimentos.

    Pero cuando su contrato terminó, Tamayo decidió mostrarles a los comensales santodomingueños cómo era la comida esmeraldeña. “Me siento orgullosa de ser afrodescendiente y de que la gente conozca mi comida”.

    Ella empezó su negocio con la cocina y la refrigeradora de su casa. Debía levantarse a las 05:00 y acostarse a las 00:00 para preparar los alimentos y asear el restaurante, porque no tenía empleados. “Debía hacer muchos esfuerzos, como lavar en la noche los manteles, para que estuvieran limpios al siguiente día. Debía hacer lo imposible para que se secaran a tiempo porque no tenía lavadora”.

    El local era pequeño y solo se ofrecían desayunos y almuerzos para ejecutivos y médicos del sector. Ahí invirtió unos USD 1 000.

    Ella recuerda que al principio quiso llamar a su emprendimiento el Rincón Esmeraldeño, pero desistió de la idea porque los clientes llamaban al restaurante por su nombre: Zoila.
    Sin embargo, Tamayo recuerda que la llegada de clientes fijos no fue fácil y tuvo dificultades para introducir la comida esmeraldeña en el mercado de Santo Domingo.

    Hace 15 años, las ventas eran bajas (20 platos al día) porque el santodomingueño no estaba acostumbrado a comer el encocado de pescado, por ejemplo.

    Pero Tamayo no desistió y fue la combinación del bolón de plátano verde con chicharrón, acompañado de un encocado de pescado o de camarón, lo que hizo que el restaurante empezara a tener clientela fija. Hace unos 10 años, se empezaron a vender unos 100 platos durante el día.

    Francisco Morocho es cliente desde hace siete años. Él señala que los bolones tuvieron tanta acogida porque era un plato innovador. “En Santo Domingo no había nada parecido, porque se vendían bolones con jugo de carne, pero nunca con encocado, y esa combinación es deliciosa”.

    Por eso, el bolón es ahora el producto estrella del restaurante. De hecho, una de las dos sucursales se llama Los Encocados de Zoila.

    Ahí solo se preparan desayunos. Porque en el local principal, Tamayo sigue cocinando para sus clientes. “La gente ya conoce mi sazón y si cocina alguien más, ellos se dan cuenta. Así que debo seguir”, afirma la mujer.

    Sin embargo, ahora cuenta con la ayuda de seis empleados en los dos locales. Ellos se encargan de atender a los clientes y limpiar los locales. También le ayudan a preparar los alimentos, pero el toque de sabor sigue dándolo Tamayo, porque ella conoce la receta original de ese plato típico.

    Los bolones y los encocados, especialmente, tienen clientes en varias partes del país. Eso debido a que unos 50 ejecutivos, que vienen de otras ciudades para hacer trámites en Santo Domingo, son sus clientes fijos desde hace más de cinco años.

    Carlos Andrade es uno de ellos. Él es esmeraldeño, pero vive en Quito hace 10 años. Cada vez que viaja a Santo Domingo visita a Tamayo. “Es una parada obligatoria, porque visitar el restaurante es como llegar a Esmeraldas. Se siente alegría, amabilidad y una comida deliciosa”.

    La esmeraldeña Zoila Tamayo es la propietaria de un restaurante con sello afroecuatoriano. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    La esmeraldeña Zoila Tamayo es la propietaria de un restaurante con sello afroecuatoriano. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • Grupos de afros tecnifican la siembra de cacao

    Marcel Bonilla

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    Un total de 200 productores de cacao de poblaciones afro de San Lorenzo y Eloy Alfaro, norte de Esmeraldas, fomentan la producción del grano, con procesos de tecnificación para ­aumentar los quintales cosechados por hectárea.

    Durante años, los habitantes del norte vivieron de la producción de la madera, palma africana y la minería, pero decidieron volver a la actividad cacaotera, como fueron enseñados por sus ancestros.

    Enqui Valencia, de la población de Maldonado, explica que los afros de la zona norte de Esmeraldas son cacaoteros-recolectores por tradición. Sus ancestros les entregaron plantaciones que mantienen cerca de 80 años, que no eran tan productivas y que ahora se han tecnificado.

    El proceso de tecnificación empezó hace tres años, con el apoyo del Gobierno Provincial de Esmeraldas, que ha logrado integrar a productores en asociaciones, con plantaciones en sus terrenos.

    El plan de manejo integral comprende un diagnóstico de las fincas, aplicación de fertilizantes, fungicidas, insecticidas, dotación­ de plantas nuevas, así como la aplicación de material genético, explica Carlos Bastidas, coordinador de la Mesa de Cacao de la unidad de desarrollo productivo de la Prefectura de Esmeraldas.

    Los afroesmeraldeños de los cantones Eloy Alfaro y San Lorenzo han ido progresivamente reemplazando antiguas plantaciones con cacao nacional mejorado, para duplicar en 12 quintales la producción por hectáreas.

    Virginia Borja, productora de cacao, ha mejorado su rendimiento en los últimos tres años con la implementación de granjas integrales. Hace tres años sus plantaciones producían entre tres y seis quintales por hectárea, actualmente obtiene entre 10 y 12 quintales por hectáreas.

    Los productores aprenden técnicas de poda, fertilización, regulación, injertos y diagnóstico, con el apoyo de cinco técnicos de la Prefectura. En poblaciones como Carondelet, Santa Rita, Cachaví, Urbina, organizaciones no gubernamentales y el Ministerio de Agricultura también han capacitado a los productores.

    En Eloy Alfaro y San Lorenzo existen 120 productores que son parte del manejo integral de plantaciones de cacao, cada uno con tres hectáreas. Allí se ha inter­venido en 60 hectáreas con granjas integrales y se trabajan en 40 hectáreas más.

    En Eloy Alfaro está la Asociación de productores de cacao del norte de Esmeraldas (Aprocane), mientras que en San Lorenzo, la Asociación de productores agrícolas de Santa Rita (Asoproasari). Esas organizaciones afros trabajan con granjas integrales, y buscan acoger a un 90% de productores que mantienen su forma tradicional de producción.

    Aprocane recibe cacao de 600 socios comerciales (no son parte de las fincas integrales) que venden su productos a la organización sin intermediarios, esto permite exportar a Suiza por encima de las 300 toneladas anuales.

    Lilian Dalfo representante de Aprocane, asegura que la siembra de cacao devuelve esa actividad ancestral a las comunidades negras, que procuran no vender sus tierras para hacer cultivos asociados con buena rentabilidad.

    Cacaoteros de San Lorenzo y Eloy Alfaro reciben capacitación para mejorar el rendimiento de sus plantas. Foto: Marcel Bonilla / LÍDERES
    Cacaoteros de San Lorenzo y Eloy Alfaro reciben capacitación para mejorar el rendimiento de sus plantas. Foto: Marcel Bonilla / LÍDERES
  • Una tradición gastronómica de Ambuquí llegó a Quito

    Patricia González

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    Al norte del Ecuador, a dos horas y media de la capital, se ubica la parroquia de Ambuquí, perteneciente al cantón Ibarra.

    En este lugar, de clima cálido y árido, el cultivo del ovo es una tradición, siendo una de las zonas de mayor producción de ovos del país. De hecho, cada marzo se realizan las Fiestas del Ovo en Ambuquí, celebración que atrae gran cantidad de turistas locales y de Colombia.

    Desde hace más de 10 años, unas cinco familias de esta comunidad se han dedicado no solo a la producción de ovo, sino además a la elaboración de vinos y licores a base de este fruto. Los productos se comercializan principalmente en fechas en las que suele haber más turistas: Fiestas del Ovo, feriados y fines de semana.

    René Maldonado es quiteño, pero su familia paterna es oriunda de Ambuquí, lo que le ha permitido vivir la tradición del ovo. Ha participado en la producción y desde hace unos cuatro años ayuda en la venta de los productos, con familiares y amigos de la parroquia.

    Con la idea de promocionar los productos y de que la mayor cantidad de turistas extranjeros conozcan de Ambuquí, René decidió emprender hace un año un proyecto propio para comercializar vinos, licores y mermeladas a base de ovo en Quito.

    Adicionalmente, está trabajando en la elaboración de vinos y mermeladas a base de mango, otro fruto cultivado en la zona.

    Sus conocimientos de ingeniero en Marketing los puso en práctica. Creo una marca propia: Vinovo, y desarrolló un diseño artesanal para las botellas. Próximamente, incluirá una leyenda con información de interés sobre Ambuquí.

    Los productos los ha entregado desde hace tres meses, a modo de muestra y mediante consignación, a 10 locales artesanales en Quito, ubicados en el sector de La Mariscal y en el Centro Histórico.

    Por el momento ha vendido a clientes particulares, algunos conocidos y otros que lo contactaron vía Internet. Fue el caso de Carlos Ruiz, quien le ha comprado cerca de 50 vinos para eventos de negocios, que él organiza. “Son muy buenos, el sabor es delicioso”, comenta sobre el producto.

    Manuel Moya ha realizado varios pedidos para el hotel Masart, localizado en La Mariscal, del que es socio. Recuerda que en una ocasión unos turistas americanos probaron el producto y decidieron llevárselo. “El sabor es un poco picante lo que le da un toque especial a la bebida”, señala.

    Maldonado es también propietario de la agencia de turismo Ecuatreck. Pero, además, el negocio familiar desde hace cinco años es una hostería en Ambuquí, ubicada en los mismos terrenos donde su padre cultiva el ovo.

    Es por ello que la meta de René es crear un proyecto de turismo comunitario, ligado a la comercialización de los vinos.

    “La idea es llevar a los turistas y mostrarles el proceso de producción del ovo y de la fabricación de los vinos. De igual forma, en el caso del mango”, resalta el creador de Vinovo.

    Explica que esto será impulsado con la promoción de los productos de Ambuquí en Quito y en el extranjero, gracias a la futura exportación del producto.

    René Maldonado promociona sus productos en locales artesanales de la ciudad de Quito, ubicados en el sector La Mariscal y el Centro Histórico. Foto: Pavel Calahorrano / LÍDERES
    René Maldonado promociona sus productos en locales artesanales de la ciudad de Quito, ubicados en el sector La Mariscal y el Centro Histórico. Foto: Pavel Calahorrano / LÍDERES
  • Una pareja enseña y rescata ritmos típicos de Ecuador

    Redacción Quito

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    La música y el baile unieron a dos jóvenes de Tumbaco. Ambos se conocieron, se casaron y levantaron Wiñay Pakary, un emprendimiento que rescata la danza y la música tradicional andina.

    Los dos emprendedores son Viviana Rodríguez y Armando Alomoto, quienes decidieron conformar un grupo de danza para niños desde los 5 años hasta jóvenes de 22 años. La idea surgió de la necesidad de enseñar a las nuevas generaciones sobre la danza y la música tradicional del Ecuador y de Latinoamérica.

    Vivir del arte es complicado porque aún falta más cultura en el país. Sin embargo, estos dos apasionados del arte disfrutan de enseñar al grupo de niños y jóvenes.

    Una clase de dos horas cuesta USD 10, es decir, 300 por semana. A esto se suma el costo de las presentaciones que es de USD 350. El show es completo, ya que incluye la música y la danza y tiene una duración de 40 minutos.

    Los ritmos de la Sierra ecuatoriana o la saya boliviana son parte del espectáculo que brinda esta agrupación musical.

    Pese a que la facturación no es alta, la inversión sí lo es porque los trajes para las presentaciones oscilan entre USD 90 y 200, explica Rodríguez de 29 años. “Brindamos un espectáculo de calidad”.

    Esta agrupación ha recorrido varias provincias del país e, incluso, ha realizado presentaciones en el exterior como Colombia, donde participaron en un concurso regional.

    Danila Mina es una de las integrantes del ballet. Ella decidió vincularse al grupo, ya que la danza es una forma de expresión maravillosa con la que puede liberarse y enseñar a los demás las actividades propias del país.

    “Me gusta enseñar a mis compañeros sobre la importancia de la danza en nuestra vida”.
    Actualmente este grupo nacido en la parroquia rural de Tumbaco tiene 15 integrantes y se complementa con un grupo de música llamado Jicara, encabezado por Alomoto, esposo de Rodríguez.

    El hombre recuerda que el emprendimiento surgió con la preparación de un desfile para las fiestas de la localidad. Rodríguez pidió a Alomoto que tocara en la presentación y ella bailó. “Fusionamos las dos cosas y surgió el grupo”.

    Para esta pareja de ingenieros, los retos son grandes, ya que apostarán a potenciar su grupo. El objetivo es llegar a más personas con el arte que aprendieron desde jóvenes. Entre sus proyectos están conquistar otros países para mostrar lo mejor de Ecuador.

    La agrupación está conformada por niños y jóvenes, que rescatan la música y la danza andina y de Latinoamérica.  Foto: cortesía Wiñay Pakary
    La agrupación está conformada por niños y jóvenes, que rescatan la música y la danza andina y de Latinoamérica. Foto: cortesía Wiñay Pakary
  • El Verdecito cautiva a Ibarra con el toque de la sazón esmeraldeña

    José Luis Rosales

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    El patacón loco es uno de los platos recientes en la carta de la Cafetería El Verdecito, en Ibarra. Este bocadillo es una especie de tortilla de plátano verde, previamente frita y aplanada, que va acompañado de carne, pollo, queso y guacamole.

    Esa es una de las delicias inspiradas en la gastronomía esmeraldeña con la que Carmen Cortez y sus hijas, Karina y Tatiana Riera, cautivan a los ibarreños.

    Dos décadas antes, Cortez se había mudado de su natal San Lorenzo hasta la capital de Imbabura, para buscar un futuro mejor para sus hijas. En su memoria traía recetas de comidas típicas de la ‘Provincia Verde’, que le cautivaron durante su niñez. Pero, ni siquiera sospechaba que eso sería la llave para instalar el negocio familiar.

    Antes de abrir este establecimiento, la carismática matrona, de amplia sonrisa, trabajó en una fábrica de libros, que luego cerró sus puertas. Tras perder su empleo y ante la necesidad de mantener el hogar montó laCafetería El Verdecito, que funciona desde hace nueve años en la avenida Jaime Roldós, en el norte de la urbe, junto a la residencia de la familia.

    La iniciativa empezó tras una sugerencia que les hizo Irene Riera, familiar de las emprendedoras, tras saborear unas exquisitas empanadas a la usanza esmeraldeña.

    Esa fue la semilla de esta micro-empresa, que se especializa en diferentes platillos que tienen como base el plátano verde. Incluso, los saberes de la gastronomía afroesmeraldeña inspiraron la tesis de ingeniera en contabilidad, con la que se graduó Karina Riera, en la Universidad Técnica del Norte.

    La innovación ha permitido un crecimiento constante de comensales. En el menú ahora resaltan manjares nuevos como pizza, hamburguesa y bolón de verde, señala Karina, administradora del establecimiento.

    Los bocadillos tienen nombres picarescos como bolón ‘arrecho’, bolón con sombrero y bolón cobijado. El primero, que lleva carne de cerdo, tocineta y queso, está inspirado en el plato esmeraldeño ‘tapao arrecho’, que es un caldo de carnes rojas y pescado.

    Sin embargo, la especialidad de la casa son las empanadas de verde que pueden ir rellenas de queso, pollo, camarón o concha. Las dos últimas, agrega Carmen Cortez, las implementó para dar más alternativas a los golosos.

    Al inicio hacían solo de queso o pollo. Vendían entre 10 a 15 unidades diarias. Pero, en cuatro meses el local cobró fama, comenta Tatiana Riera, socia del emprendimiento y abogada de profesión.

    Ahora ofertan entre 250 y 300 empanadas cada día. Los precios de estas delicias crocantes fluctúan entre USD 1,25 a 1,75.

    La mayoría de clientes ha quedado cautivado con la sazón de El Verdecito, como el quiteño Juan Pillalaza, que llegó respondiendo a una recomendación. “Los productos tienen el mismo sabor que los preparados en la Costa”.

    Aunque la microempresa creció no han perdido el trato personalizado con la gente. Este negocio que comenzó con dos mesas, en un pequeño salón, ahora se amplió a 17 mesas en dos plantas, que siempre están repletas. En la infraestructura y equipamiento han invertido USD 15 000. Los recursos provienen de varios créditos.

    Por ahora, el plátano verde llega desde Santo Domingo de los Tsáchilas. En cuatro meses obtendrá la primera cosecha de su finca.

    Otros datos:
    Atención. El Verdecito abre de lunes a sábado, desde las 17:00 hasta las 21:00.
    Ampliación. Las emprendedoras analizan instalar una sucursal y ampliar el horario.
    Registro.  En el Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual se tramita la marca.
    Producción. En San Lorenzo, en una finca de su propiedad, empezaron a cultivar el verde.

    Las hermanas Karina (izq.) y Tatiana Riera (centro) junto con su madre Carmen Cortez, instalaron la cafetería con sazón esmeraldeña. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    Las hermanas Karina (izq.) y Tatiana Riera (centro) junto con su madre Carmen Cortez, instalaron la cafetería con sazón esmeraldeña. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • Ellos rescatan una tradición manabita en La Choza

    María Victoria Espinosa (F) 
    Contenido Intercultural

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    Los secretos de la comida manabita aún se conservan en el restaurante La Choza, ubicado en el cantón Flavio Alfaro, Manabí.

    Hace 10 años, los hermanos Clemente y Líder Zambrano decidieron regresar a la ciudad que los vio nacer: Flavio Alfaro.

    Ellos vendían comida manabita en los poblados de Tandapi y Alluriquín, en la vía Alóag-Santo Domingo por más de 20 años. “Sentíamos que cada vez nos alejábamos más de nuestras costumbres y nuestra familia. Por eso regresamos”, señala Clemente.

    En La Bramadora, un recinto ubicado a tres kilómetros de Flavio Alfaro, en la vía El Carmen-Chone, decidieron armar una choza, basándose en los conocimientos ancestrales sobre la construcción. Utilizaron troncos de laurel, caña guadúa y paja toquilla. Desde hace 10 años conservan la misma estructura, aunque le han hecho algunos cambios.

    En esa construcción y equipamiento del restaurante invirtieron USD 5 000. Desde que los hermanos abrieron el negocio, uno de sus objetivos fue rescatar las costumbres gastronómicas de Manabí. Por ello, las recetas conservan el toque secreto de las abuelas manabitas. “En cada plato se respeta la tradición y la sazón criolla”, afirma Líder.

    El desayuno criollo se compone de dos bolones pequeños, con estofado de carne, huevo y ensalada. Mientras que el ranchero viene acompañado con chorizo. Los precios de los platos varían entre USD 3 y 7.

    En La Choza también se puede encontrar cuajada (suero blanco de la leche) acompañado con plátano asado y sal prieta (fusión entre harina de maíz, maní tostado y especias), longaniza manabita, caldo y seco de gallina, pescado, cebiches, entre otros.

    Clemente señala que los ingredientes que ocupan en los platillos son 100% manabitas. Antes de servirle la comida a los clientes se les brinda, a manera de aperitivo, pedazos de plátano verde asado con sal prieta y maní.

    Él afirma que ese es uno de los secretos para que la comida sea especial. “Cuando teníamos el comedor en Tandapi, la comida era rica. Pero no igual a la de La Choza, porque los ingredientes no venían de nuestra tierra”.

    Los proveedores son productores y graneros de la zona, que abastecen de carne, leche, legumbre y otros insumos al restaurante.

    La variedad de más de 15 platillos autóctonos conquistan a unos 100 comensales, que visitan a diario el restaurante.

    José Intriago es uno de ellos. Él desayuna en La Choza tres veces a la semana, desde hace un año. “Desde el terremoto debemos movilizarnos de El Carmen a Portoviejo. Siempre paramos aquí por el sabor”.

    Clemente explica que luego del terremoto del 16 de abril del 2016, la clientela bajó a 20 por día. Además, la infraestructura resultó afectada. Por ello debieron invertir USD 15 000 en la reconstrucción de los baños, en mejorar el piso y reforzar la estructura de madera. “Fue desesperante, pero gracias a Dios nos recuperamos rápidamente”.

    Clemente recuerda que tardaron más de dos meses en recuperarse. Pero poco a poco la clientela regresó. “A raíz del terremoto, el sentimiento de pertenencia afloró en los manabitas y ahora se valora más nuestra cultura”.

    Carmen Zambrano, de Flavio Alfaro, visita el restaurante los fines de semana con su familia. Ella asegura que el sabor es auténtico de Manabí. “Venimos porque me recuerda a la comida de mi abuela. En cada plato se siente el sabor de hogar”, comentó.

    Desde hace unos ocho meses, los hermanos Zambrano lograron recuperar a su clientela. Al mes reciben hasta a 5 000 clientes. Por eso aumentaron el número de trabajadores de seis a 10.

    Ellos se encargan de la atención al cliente, las compras, el aseo y de preparar los alimentos. “Trabajamos mucho para que los empleados tengan un buen trato a las personas para demostrar la amabilidad, carisma y la simpatía que nos caracteriza a los manabitas”, señala Líder.

    Los hermanos Clemente y Líder Zambrano son los propietarios del restaurante La Choza, ubicado en el recinto La Bramadora de Flavio Alfaro. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
    Los hermanos Clemente y Líder Zambrano son los propietarios del restaurante La Choza, ubicado en el recinto La Bramadora de Flavio Alfaro. Foto: Juan Carlos Pérez para LÍDERES
  • El sabor zarumeño impulsa su iniciativa en el norte de Quito

    Redacción Quito

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    Pese a que los platos llevan un mismo nombre, la tradición gastronómica de cada provincia hace que su preparación pueda variar. Por ejemplo, el tigrillo -cuyo ingrediente principal es el verde- cambia de presentación y de modo de preparación.

    En el cantón Zaruma (El Oro) tienen una forma de preparar este plato y otros bocaditos típicos. Y la familia Feijoo Erazo quiso reflejar esta particularidad en su emprendimiento de comida:
    El Café de mi Tierra.

    “Se come bastante verde, bastante yuca. Nuestro tigrillo es verde salteado con queso y huevo. Eso le da una textura distinta al verde”, dice Daniela Feijoo, una de las propietarias del negocio.

    Estos zarumeños residentes en Quito desde hace dos décadas buscan aprovechar la herencia gastronómica de su ciudad natal, para generar ingresos adicionales para la familia.
    Hace un año y medio, Feijoo -quien estudia Administración Pública en la Universidad Central del Ecuador y trabaja como periodista deportiva- pensó en concretar la apertura de su propio negocio y antes de comenzar realizó un estudio de mercado para abrir su cafetería.

    En ese proceso, los emprendedores decidieron que el mejor lugar sería el sector de Las Casas (norte de Quito), barrio que en los últimos años busca consolidarse como un destino gastronómico obligatorio de la capital.

    Con una inversión inicial de USD 8 000, que se destinó para la adecuación de local y de artícu­los de cocina, abrió sus puertas a inicios de julio del año pasado El Café de mi Tierra. Además del primer capital, el negocio ha inyectado más dinero, que en total ya suma USD 12 000.
    Su madre, Geoconda Erazo, se encarga de la preparación de los alimentos y su padre, de la administración del local.

    Otro de los puntales del negocio es el café de Zaruma, producto emblemático del cantón que es reconocido a escala nacional y que también exporta parte de su producción. Entre los tipos de café de la zona están: el arábigo nacional, el caturra rojo y el robusta.

    Los proveedores son aliados importantes del negocio para darle buen sabor e identidad a sus preparaciones. Actualmente, la cafetería cuenta con distribuidores de Zaruma, en productos como quesos, el verde es de Santo Domingo de los Tsáchilas y otros ítems los compran en Quito.

    Gracias a las ventas, el local factura actualmente entre USD 1 500 y 2 000 mensuales.
    Gracias a los contactos que le ha dejado el periodismo deportivo a Feijoo, muchos de los clientes de El Café de mi Tierra son futbolistas de equipos profesionales o comunicadores sociales.

    Uno de ellos es Sebastián Valencia, asistente técnico del Club América de Quito. Valencia acude a la cafetería desde hace cinco meses y destaca sus cómodos precios y la rápida entrega de los pedidos.

    Valencia asegura que llegó al local gracias a redes sociales y añade que desde ese entonces acude frecuentemente para tomar café acompañado de un bolón.

    Andrea Sotomayor, ingeniera en Comercio Internacional, llegó a El Café de mi Tierra hace un año, motivada por la que había escuchado acerca de la tradición de la comida zarumeña. Ella destaca el sabor del tigrillo y asegura que el lugar es ideal para asistir después de la oficina.
    Feijoo cuenta que entre los planes de El Café de mi Tierra está abrir dos locales próximamente. Uno de ellos cercano a universidades y el otro, a oficinas.

    Daniela Feijoo es fundadora del emprendimiento, ubicado en Las Casas, que  maneja junto a sus padres: Geoconda Erazo y  Byron Feijoo. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
    Daniela Feijoo es fundadora del emprendimiento, ubicado en Las Casas, que maneja junto a sus padres: Geoconda Erazo y Byron Feijoo. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
  • Lo ancestral es el eje de esta oferta turística

    Redacción Quito

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    El cerró Ilaló cobija a la Tola Chica, una comuna quiteña que se planteó un objetivo: rescatar la forma de vida comunitaria y enseñar sus costumbres a quienes estén interesados.

    Los visitantes que acudan a esta comuna, al oriente de la capital, pueden vivir una experiencia junto a los comuneros, que incluye un recorrido por las construcciones de adobe, que están al inicio de la comuna. Los aventureros pueden disfrutar del paisaje adornado por árboles de frutos de la localidad como las guabas o los aguacates y respirar un aire diferente. Así lo relata Gerardo Simbaña, quien pertenece a la comisión de Cultura de la Tola Chica.

    En esta experiencia se incluye la subida al Ilaló, para que las personas conozcan el bosque primario que se está recuperando en esta comuna. Entre las técnicas que utilizan están la cosecha de agua, que son unas piscinas donde se recolecta agua lluvia para superar la sequía de la zona.

    Para Simbaña, esta es una experiencia completa porque él se encarga de enseñar las costumbres típicas de la localidad y, sobre todo, las festividades que se celebran. En julio, por ejemplo, se festeja el Inti Raymi, que es la fecha en la que se agradece al Sol por las cosechas. Además, se celebra el Colla Raymi.

    Lo que más enriquece, según Simbaña, es que las personas aprenden y viven nuevas experiencias cerca de las personas que conformamos la comuna.

    Otra de las novedades es que si los visitantes quieren quedarse en la comuna lo pueden hacer. Hay familias que acogen a los turistas para que sean parte de sus costumbres. La colombiana Lilian Romero, por ejemplo, llegó hace dos semanas a la casa de Ramiro Hazaña, comunero que es parte de la comisión de Ambiente de la Tola Chica.

    Ella conoció sobre la experiencia en la comuna por unos amigos, quienes ya convivieron en la Tola Chica. “Quería vivir experiencias alternativas, diferentes y planeo quedarme durante un mes para relacionarme y hacer las actividades que realizan”.

    La idea de la comuna de hacer conocer sus costumbres y formas de vida nació hace unos 20 años cuando sus habitantes se organizaron para adecuar la comuna y así recibir a visitantes.
    Es así como buscaron recursos para la construcción de viviendas con adobe, para mostrar la forma de vida de sus antepasados, explica Simbaña. Esta infraestructura es utilizada para los visitantes o también se puede alquilar para capacitaciones de instituciones educativas o entidades públicas.

    Días atrás, unos estudiantes acudieron a la comuna ubicada en Tumbaco para aprender más sobre ellos. Ellos alquilaron la casa comunal de esta localidad, una construcción elaborada con adobe y troncos de eucalipto. El alquiler cuesta USD 50 por día.

    La directiva de la comuna también está comprometida en el desarrollo turístico de su tierra. Miguel Coyago, vicepresidente del cabildo, sostuvo que a futuro esperan consolidar un turismo comunitario más sostenido, es decir, con más infraestructura para albergar a los visitantes. “La comuna está apostando por una forma de ingresos diferente que todos salgamos adelante”.

    Los comuneros se reúnen en una de las viviendas que fueron construidas para recibir a los visitantes. Foto: Vicente Costales / LÍDERES
    Los comuneros se reúnen en una de las viviendas que fueron construidas para recibir a los visitantes. Foto: Vicente Costales / LÍDERES