Etiqueta: Intercultural

  • Cacao que destaca la vida de los chachis

    Marcel Bonilla (f) 
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    Un estante construido con caña guadúa y decorado con plantas de cacao sirve para exhibir los productos derivados del grano con la marca Canandé.

    En unas 80 mil envolturas se lee la marca del producto. Se encuentran en la bodega de la empresa Lilkims S.A., que opera en Esmeraldas fabricando pasta de cacao desde hace seis meses.

    El origen del nombre del sello guarda relación con la población chachi de Canandé, dedicada al cultivo de cientos de hectáreas de cacao en Quinindé, centro de la provincia de Esmeraldas.
    Esta empresa esmeraldeña se dedica a elaborar barras 100% de cacao fino de aroma. Se venden en el mercado esmeraldeño a través de ocho tiendas a USD 3,65.

    La iniciativa de crear una empresa cacaotera surgió hace tres años del gerente propietario de la firma, Mario Guevara. Después de diferentes procesos legales, hace seis meses comercializan su producto en el mercado local.

    La inversión inicial fue de USD 20 000. El monto se consiguió a través de créditos de la banca estatal y privada, que apoya iniciativas productivas de esta naturaleza en la provincia de Esmeraldas.

    Con esos recursos se logró montar una fábrica artesanal para la elaboración de la barra de cacao fino de aroma, en las afueras de la ciudad de Esmeraldas. Se vinculó a los productores de cacao de la comunidad de Timbre, ofreciéndoles cancelar un mejor precio por la pepa dentro de la mazorca.

    De acuerdo con la Mesa de Cacao de Esmeraldas, unos 18 000 productores viven en la provincia de esa actividad. Uno de ellos es Libio Véliz, quien vende su producción a la empresa Lilkims S.A., porque garantiza buenos precios.

    En estos primeros seis meses de producción se ha trabajado en el posicionamiento de la marca Canandé. Una cadena de productos de consumo, que abrió sus puertas en la ciudad, compra el 80% de la producción de Canandé.

    En Esmeraldas se trabaja en el impulso de la marca con la ayuda de 10 personas. Ellos están llevando la propuesta a otras provincias del país para ampliar el mercado en Quito y Guayaquil.

    “Esta es una empresa esmeraldeña que no solo presenta la materia prima, sino que ha empezado a dar valor agregado al producto”, dice Roxana Benítez, directora de emprendimiento de la Universidad Católica de Esmeraldas.

    Alfredo Santillán, responsable del trabajo técnico en la empresa, se encarga de verificar la calidad del cacao producido en comunidades como Timbre, de donde sale la mayor cantidad del producto.

    Explica que entre las proyecciones de la empresa está lograr la exportación de los productos derivados del cacao, más aun tras el acuerdo con la Unión Europea.

    Desde Esmeraldas dos asociaciones exportan cacao a Suiza, pero Santillán señala que se puede lograr más espacios en Europa.

    Por eso la empresa se preocupa del cuidado del ambiente, a través de una finca modelo, en donde se siembra cacao orgánico.

    La idea, también, es mostrar a los productores sobre la agricultura sin químicos.

    Los directivos de Canandé trabajan en la obtención de pasta, miel, vino, jaleas, etc., hechas con el cacao. Fotos: Marcel Bonilla / LÍDERES
    Los directivos de Canandé trabajan en la obtención de pasta, miel, vino, jaleas, etc., hechas con el cacao. Fotos: Marcel Bonilla / LÍDERES
  • Los hongos son el sustento de Urcu Sisa

    José Luis Rosales

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    Los bosques de pino, que rodean a la comunidad de Pesillo, en el cantón Cayambe, en el norte de Pichincha, generan ingresos para 125 mujeres kichwas kayambi.

    En medio del suelo, tapizado por hojarascas, resaltan los hongos de la variedad Boletus luteus, que luego de un proceso de lavado y secado son comercializados en supermercados y tiendas del país.

    Todo empezó cuando Xavier Herrán, sacerdote salesiano, que visitaba la comunidad cada domingo para celebrar misa, motivó a las mujeres a recolectar estos hongos que crecen de manera silvestre a la sombra de las arboledas.

    El proyecto tendió sus raíces en 1988. Así recuerda Juana Andrango, de 59 años, una de las vecinas de la localidad, formada por dispersas viviendas de adobe y teja, protegidas por parcelas cubiertas por verdes cultivos.

    Al principio, explica Andrango, cuando aprendieron a pelar y disecar los hongos recolectaban pequeñas porciones de este suculento alimento apetecido por su alto valor gastronómico.
    “En la comunidad nadie sabía que los hongos son un producto que se podía comer o peor aún que podíamos vender”.

    Incluso, la campesina, que viste una falda y blusa bordada de color rosado, recuerda que el sacerdote fue el primer cliente.

    Ese fue el impulso para el nacimiento de la Asociación Artesanal Urcu Sisa (Flor de la Montaña, en español), que tiene personería jurídica desde 1992. Así, la explotación de los hongos del pinar se convirtió en una tarea alternativa a la agricultura, la principal actividad económica del poblado.

    Ahí se cultiva maíz, habas, papas, cebada, entre otros productos, destinados al autoconsumo y a la comercialización. Algunas familias también crían ganado vacuno para obtener leche y fabricar quesos artesanales.

    En los últimos ocho años, la organización se fortaleció con la ayuda de la Fundación Maquita, explica Rosa Erminia Catucuamba, líder de Urcu Sisa.

    La organización de economía social y solidaria canalizó recursos internacionales destinados a la construcción y equipamiento de la planta procesadora, que está ubicada en el centro del poblado.

    La ayuda también incluyó asesoramiento técnico en cosecha, poscosecha y comercialización, explica Patricio Vallejos, coordinador agrícola en Pichincha e Imbabura de Maquita. No conoce el monto de inversión.

    En la planta, que cuenta con bandejas de acero inoxidable, máquina secadora y un horno, 12 mujeres seleccionan, empacan y sellan fundas de 50 y 100 gramos.

    Su venta se realiza bajo la marca Hongos Secos Cayambe. Vallejos destaca que el producto es orgánico y que posee la respectiva certificación verde.

    Sin embargo, el técnico recuerda que hace dos años la agrupación enfrentó problemas en la cadena de comercialización. “Golpeamos varias puertas y ahora creció la demanda”.

    La Asociación Urcu Sisa procesa entre 150 y 200 kilos de hongos mensuales, en tiempo de mayor cosecha. Todo depende del clima, asegura Carmen Dolores Guatemal, tesorera de la organización.

    De noviembre a marzo, cuando hay más lluvias en el callejón interandino, crecen más hongos, indica. En verano, en cambio, la cosecha se reduce de a 50 a 80 kilos.

    Comuneras como Rosa Ulcuango conocen que los mejores días para la recolección de esta variedad son cuando no llueve.

    Cuando esta dama indígena, de 45 años, se interna en el bosque, siempre lo hace en compañía del último de sus cuatro hijos. Hamilton, de 12 años, aprendió a identificar este alimento que en la parte superior es similar a un sombrero de tono marrón.

    También, sabe como pelar la corteza y cortar, similar a los bastones de papas, la carne que es esponjosa y amarillenta. Tiene una textura consistente.

    Cada miércoles, las campesinas llegan cargadas con la cosecha, que previamente se seca al sol. Este último proceso demora de tres a cuatro días. La última semana, Ulcuango entregó 12 kilos.

    A cambio, cada productora recibe USD 7,50, por kilo. La tesorera Guatemal explica que el pago es de contado porque eso ayuda para dinamizar la economía de las familias del sector.
    Al ser un producto de recolección silvestre las campesinas también se encargan del cuidado de los bosques.

    Hay varias recetas para consumir estos hongos. Urcu Sisa sugiere la preparación en maíz tostado, cebiche, pizza, arroz, café, entre otros. Para este último se cocina los hongos, luego se licúa con el líquido, se añade agua necesaria antes de cocerlos con el arroz.

    Algunos datos
    El producto.  Las fundas de 50 gramos cuestan USD 1 y las de 100 gramos se venden a 2,50.
    Al por mayor.  También se comercializa al granel a partir de los 20 kilos.
    Los destinos.  La Asociación Urcu Sisa también ha realizado ventas, en menor escala, para España y Venezuela.
    El alimento.  Los hongos se encuentran en supermercados.

    Las mujeres de la comunidad Pesillo, en Cayambe, son el motor del proyecto de recolección de los hongos. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    Las mujeres de la comunidad Pesillo, en Cayambe, son el motor del proyecto de recolección de los hongos. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • En Awkis y Ñustas se valora la moda

    Cristina Marquez

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    La asesoría de imagen que ofrecen los especialistas de Awkis y Ñustas a las reinas y artistas incluye maquillaje, peinado, vestuario y hasta clases de expresión corporal y pasarela. Este emprendimiento está inspirado en la moda, los certámenes de belleza y la interculturalidad.

    Es que en los últimos meses los concursos para elegir reinas, ñustas y sumak warmis (mujeres bellas), se volvieron más frecuentes en Chimborazo. Además, las elecciones de reinas de los cantones también tienen participación de candidatas que representan a los sectores indígenas.

    Según María Juana Chicaiza, propietaria del negocio, eso abrió un nicho de mercado. En los centros estéticos que ya había en Riobamba, los servicios estaban enfocados en los parámetros de belleza occidental.

    “Nadie ofrecía destacar nuestra piel morena y cabello negro en los escenarios, tampoco se pensaba en destacar nuestra vestimenta originaria como un símbolo de belleza. Antes se creía que para ser reina una mujer debía ser rubia y de piel clara”, cuenta esta emprendedora.

    Ella experimentó por cuenta propia la falta de un sitio más incluyente cuando en el año 2001 fue elegida reina del cantón Colta, en representación de su parroquia natal Columbe. “La gente se escandalizó cuando una mujer indígena se animó a subirse al escenario junto a las otras candidatas por primera vez. Esos comentarios -recuerda Chicaiza- me motivaron a hacer algo para cambiar esa mentalidad”.

    Así, cuando concluyó su año de reinado decidió fundar la primera agencia intercultural de modelos que se denominó Awkis y Ñustas. El nombre de su negocio lo tomó de dos personajes de la cosmovisión andina que cumplían con el rol de príncipes y princesas, pero no sólo por su aspecto físico sino también por sus cualidades de liderazgo.

    Cuando se inició el proyecto el objetivo era difundir la vestimenta originaria de la cultura Puruhá, el idioma y otros rasgos que caracterizan a esa etnia, para que los jóvenes indígenas se sintieran más orgullosos de sus raíces.

    La iniciativa tuvo acogida y cerca de 15 jóvenes, hombres y mujeres, se sumaron al proyecto de Chicaiza. Ellos aprendieron todo sobre la pasarela y el modelaje, expresión corporal, diseño de vestuario y liderazgo.

    También aprendieron un estilo particular de modelaje que les permite mostrar aspectos de la cotidianidad indígena, como los oficios tradicionales y el trabajo en las chacras, en las pasarelas.

    En poco tiempo el grupo causó un gran impacto en las redes sociales. Eso también los puso en la mira de artistas y gestores culturales que buscaban destacar la imagen de la gente indígena en sus videos y eventos.

    Así la organización que nació con un propósito social, se convirtió en un emprendimiento formal en noviembre del año anterior. La agencia también amplió su menú de opciones, hoy se ofrece cursos de maquillaje, modelaje y pasarela, además de todo tipo de tratamientos de belleza.

    Chicaiza invirtió USD 14 000 en la adecuación de un local y en la adquisición de todo tipo de equipos para peinados y kits de maquillaje. Los clientes que antes los contrataban solo por su ‘staff’ de modelos, hoy tienen acceso a un servicio integral que cuesta desde USD 300.

    Los cantantes indígenas son clientes frecuentes, por lo que el local en ocasiones incluso se convierte en una locación de sus videos musicales. Con ellos el trabajo se inicia con el arreglo del artista y su equipo, la planificación de la puesta en escena y concluye cuando el producto audiovisual está terminado.

    Mientras que la asesoría para las reinas se inicia al menos una semana antes de la presentación, incluye la compañía del equipo de maquillistas y peinadores al evento, ayuda en el cambio de vestuario y concluye al finalizar el certamen.

    La oferta es una de las claves en el crecimiento de este emprendimiento. Los trajes que se ofrecen a las reinas, por ejemplo, fusionan la vestimenta originaria puruhá con los vestidos de noche de tendencia. La agencia tiene nueve diseños para ofrecer a los clientes.
    Ahora Chicaiza continúa con nuevos planes par consolidar el negocio y seguir apoyando la identidad puruhá.

    María Cortina, Jorge Cela María Juana Chicaiza, Gerly Coronen y Junior Guadalupe. Foto: Ángel Barona para LÍDERESlideres
    María Cortina, Jorge Cela María Juana Chicaiza, Gerly Coronen y Junior Guadalupe. Foto: Ángel Barona para LÍDERES
  • La tradición del bizcocho en Quito

    Redacción Quito  (F) 
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    Un pedacito de Cayambe se asentó en el sector de Las Casas, en el norte de Quito hace 10 años. Se trata de un local pequeño en el que se elaboran los deliciosos bizcochos, los mojicones de panela y las crujientes empanadas tradicionales.

    El nombre de este emprendedor es Alfredo Castro, un cayambeño de corazón, quien dejó su ciudad natal cuando tenía 12 años. Vino a Quito para estudiar el colegio y la universidad y se estableció en la capital, donde echó raíces.

    Iba a visitar a sus padres y a revivir cada una de las historias que pasó en Cayambe. “Tenía presente cada sabor de mi localidad, en especial, los deliciosos y tradicionales bizcochos”.

    Ese recuerdo se convirtió en un impulso para levantar su negocio, una pequeña cafetería ubicada entre las calles Selva Alegre y Villavicencio, con el nombre El Horno de Leña.
    Al principio arrendó un local para producir los bizcochos; armó el horno para cocinarlos en leña, pero no le fue bien. Trabajó cerca de tres años en ese espacio. “Hubo inconvenientes porque no podía estar dentro del local, ya que seguía trabajando”.

    Así que, como buen emprendedor, decidió construir no solo el horno de leña sino también un local en su casa. La inversión fue de USD 4 000 e incluyó los materiales para hacer este platillo tradicional tal como lo hacen en su tierra. Es decir, rescata los saberes de los ancestros de Cayambe.

    Cuando se jubiló mejoraron las cosas, porque estuvo frente al local al 100% y pudo dar trabajo a más cayambeños. “Contraté una persona de mi tierra porque sabe los secretos de la preparación del bizcocho”, señala.

    Este tradicional producto se comercializa en tres cadenas comerciales grandes, a las que se entregan 5 000 fundas mensuales.

    Años atrás se abrieron las puertas para otros centros de comercio pero no prosperó. La razón: quieren mantenerse como un local artesanal y tradicional.

    “No hicimos más esfuerzos porque no queremos ser una industria sino rescatar los sabores tradicionales que se están perdiendo”.

    Para este hombre, que se ha dedicado a las organizaciones sociales, la importancia de mantener el sabor es importante, por lo que apuntaba a elaborarlos en el horno de leña. Pero, al tener un local ubicado en la ciudad, fue difícil mantenerlo por la cantidad de humo que emana.

    “Decidimos darle una vuelta pero mantenemos la preparación tradicional. Fue triste porque la leña le da un sabor especial, similar al campo”, indica Castro.

    Este negocio es familiar. La cuñada de Castro atiende el local, en el que se comercializa quesos de hoja. Este producto también es traído desde Cayambe y elaborado por productores de la zona.

    Cinthia Mosquera es una joven que acostumbra a comprar este tipo de productos tradicionales. Le agradan porque son elaborados de forma artesanal y porque los productores buscan rescatar los sabores de sus ancestros.

    “Me gusta este emprendimiento porque puedo conseguir un producto autóctono de Cayambe en plena ciudad”, comenta con entusiasmo Mosquera.

    Ella recomendó a sus amigos el producto por su sabor y porque mantiene la elaboración tradicional, explica la joven, quien vive en el sector de El Batán y se traslada al local los fines de semana a comprar el producto.

    En El Horno de Leña se utilizan cuatro quintales de harina a la semana. No han subido la producción porque prefieren hacer “poco y delicioso”.

    Las ventas mensuales oscilan entre los USD 4 000 y 5 000. Con este dinero, el hombre ayuda a sus hijas para su formación académica. “Fue un impulso que nos ayudó a unirnos como familia”.

    Carlos Chicaiza es un padre de familia, que acostumbra a llevar este producto a su casa. Considera que la ayuda a los productores artesanales es importante porque se da una mano a los emprendedores del país y porque ellos mantienen tradiciones que se van perdiendo con el paso de los años.

    Precisamente, Castro, quien trabajó con grupos indígenas y sociales para su desarrollo, explica que el mensaje para los emprendedores es que se organicen para levantar su negocio. “Si buscan un objetivo y se plantean el reto lograrán salir adelante con su negocio. En mi caso, el objetivo es rescatar el delicioso bizcocho”.

    Más datos

    Los productos son entregados en cadenas comerciales de la capital. Las entregas son semanales.

    Los pedidos puede comunicarse al número de teléfono 256 6988.

    Cámara Artesanal de Quito. Este local es parte de esta organización que aglutina a artesanos de la capital. En la página podrá encontrar más detalles del emprendimiento.

    Alfredo Castro es un emprendedor, que levantó El Horno de Leña junto con su esposa Laura de Castro. Foto: Patricio Terán / LÍDERES
    Alfredo Castro es un emprendedor, que levantó El Horno de Leña junto con su esposa Laura de Castro. Foto: Patricio Terán / LÍDERES
  • 150 artesanos moldean el carrizo

    Redacción Quito

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    Los canastos, las pajareras, las lámparas, los portarretratos y los muebles son algunos de los productos que comercializan los artesanos de Alangasí, quienes tienen un reto: mantener la elaboración de artesanías con carrizo, así como lo hacían sus ancestros.

    La tradición de estos artesanos data de decenas de años atrás, cuando sus padres y abuelos les enseñaron a confeccionar productos como las canastas o las esteras; estas últimas eran utilizadas como colchones por las familias de esta parroquia rural de Quito.

    Nelly Umaquiza es una de las artesanas de la comunidad. Cada 15 días compra la materia prima en Guayllabamba para elaborar las artesanías, que le han servido para sacar adelante a sus tres hijos y a su esposo. “Con la elaboración y la venta de estos productos logré que todos mis hijos se gradúen, también ayudé a mi esposo”, explica la mujer de 47 años.

    Ella compra 300 carrizos al mes y le sirven para elaborar seis juegos de canastas, esteras y demás productos que le pidan. La diferencia, asegura Umaquiza, es que elaboran esteras rectangulares y no cuadradas como hacen en otras provincias del país.
    Para levantar su negocio, Umaquiza destinó un monto de USD 35, que es el costo de la materia prima. El material restante lo tiene en su casa, por lo que evita gastos innecesarios, dice.

    Los juegos de muebles están entre los USD 25 y 40. La elaboración de estos objetos es una de las tareas más complicadas, pero con práctica logra terminar en dos días. Todo depende del diseño y el modelo que pidan sus clientes.

    La elaboración de los muebles es una actividad que la realiza junto con su esposo, quien perdió el trabajo y decidió apostarle a esta tradicional actividad de Alangasí.

    El próximo año Umaquiza tiene nuevos retos: uno es abrir un local en El Tingo, lugar en el que actualmente reside. Para ella es una necesidad, ya que, hoy en día, deja sus productos en los locales de Santa Clara, en el norte.

    Días atrás los artesanos de esta localidad se organizaron para realizar una feria y mostrar sus productos. Incluso, Umaquiza presentó sus productos estrella: las casas y camas para perros y gatos. “Es nuestro valor agregado, lo que nos diferencia”, asegura.

    Actualmente esta emprendedora tiene un ingreso de USD 600 al mes, que le sirven para mantenerse y para comprar más carrizo.

    La feria tuvo el apoyo de la Junta Parroquial de Alangasí, que apoyó con el espacio y las comparsas para alegrar la feria.

    Su vicepresidente Henry Quimbiulco explica que esta actividad vuelve a tomar impulso por la conciencia ambiental y por la identidad. “El uso de artículos elaborado con productos biodegradables como el carrizo, en reemplazo del plástico, no solo protege la naturaleza sino que impulsa el trabajo artesanal y dinamiza la economía comunitaria”.

    Para Quimbiulco, el apoyo a los artesanos es importante porque consolida la identidad de los pueblos de la zona rural de Quito.

    Carmen Cevallos es una asidua compradora de este tipo de artesanías. Ella considera que es crucial apoyar a los artesanos quiteños que viven del arte.

    “Es importante que los compradores apoyemos los productos nacionales y más aún si son realizados por artesanos. Debemos ya aprender a valorar lo nuestro”.

    En esto coincide Laura Guamán, quien recuerda que en su niñez, su familia acostumbraba a comprar esteras o muebles de este material. “Cuando veo estos productos recuerdo mi infancia, por lo que prefiero comprarlos”.

    En Alangasí se cuentan alrededor de 150 canasteros, que trabajan el carrizo, según la Junta Parroquial. La mayoría son de avanzada edad. “Es una actividad que tradicionalmente se ha heredado de abuelos a padres y de estos a sus hijos. Esperamos que se mantenga”, dice Quimbiulco.

    En la Feria de Carrizo se presentaron los productos de los artesanos de El Tingo, en la parroquia de Alangasí. Fotos: cortesía GAD Alangasí
    En la Feria de Carrizo se presentaron los productos de los artesanos de El Tingo, en la parroquia de Alangasí. Fotos: cortesía GAD Alangasí
  • Las artesanías en botellas que resaltan los paisajes

    Redacción Quito

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    Una pareja de danzantes con su traje típico, el tradicional Diablo Huma y los paisajes andinos son parte de las artesanías que realiza Lucía Landívar, quien es una artesana que reside en Cumbayá, parroquia rural de Quito.

    Las botellas de vidrio de todos los tamaños son como su lienzo para plasmar paisajes de la Sierra, Costa o Amazonía ecuatoriana. Para ello, recicla botellas de perfume, gaseosas, licores y las transforma en bellas artesanías pintadas o decoradas.

    Esta pasión por el arte surgió años atrás. Su primera experiencia en la decoración y pintura en botellas de vidrio fue en un concurso, en el que participó con artesanías elaboradas en focos grandes de alumbrado público y con botellas. La idea agradó a los jueces y la declararon ganadora. Desde ese día no ha parado de crear nuevas artesanías que resalten el folclore del país. “Cada vez se va perdiendo el interés por las raíces indígenas, por lo que apuesto a destacar los paisajes y los personajes de pueblos y nacionalidades indígenas”.

    Ella cree necesario que se enseñe este tipo de arte en las escuelas y colegios de la capital y del país para que los niños y jóvenes se interesen en este arte.

    La elaboración de las artesanías requiere tiempo y paciencia. Desde el inicio, la mujer debe buscar los materiales indicados para, por ejemplo, la vestimenta de los personajes. “La materia prima sale de lo que las otras personas ya no ocupan”. Landívar recoge retazos de tela, encajes, botones para la decoración de los trajes típicos.

    Desde el 2015 la mujer se puso un nuevo reto: la elaboración de personajes de las diferentes provincias con sus trajes típicos. La novedad es que elabora en botellas pequeñas, que no superan los 15 centímetros.

    Es un trabajo que demanda exactitud porque son detalles muy pequeños. Se tarda cerca de una hora en hacer una pareja de otavaleños o cayambeños.

    El costo de estos adornos oscila entre USD 3 y 20. Son económicos y los comercializa en las ferias artesanales que se realizan en la parroquia o en otro punto de la ciudad. Además, ha participado en otras ferias a escala nacional. La facturación por feria alcanza los USD 80. Y la inversión es de la mitad, es decir, USD 40 aproximadamente.

    En la parroquia, Landívar es conocida por su entrega en rescatar la cultura del país y de la parroquia. Trabajó con grupos de adultos mayores, a quienes enseñó a danzar ritmos tradicional. Además estuvo vinculada a la Junta Parroquial y colabora con escuelas de la zona.

    Elsa Torres, quien trabaja en la zona, asegura que el trabajo de Landívar es de calidad y tiene un objetivo claro: rescatar y valorar las raíces indígenas del país. “Sus artesanías son hermosas y económicas. Vale la pena adquirir una para un regalo a amigos o para adornar la casa”.

    La meta de esta emprendedora es posicionar su producto en las cadenas comerciales a escala nacional. Está trabajando en ello. Quiere seguir vinculada al trabajo con adultos mayores, personas con discapacidad y niños para que amen sus raíces.

    Foto: Valeria Heredia / LÍDERES Lucía Landívar elabora sus artesanías en el segundo piso de su casa, ubicada en el barrio Santa Inés, en la parroquia de Cumbayá.
    Foto: Valeria Heredia / LÍDERES
    Lucía Landívar elabora sus artesanías en el segundo piso de su casa, ubicada en el barrio Santa Inés, en la parroquia de Cumbayá.
  • El arte colonial se rescata en este proyecto

    Redacción Quito (F)
    Contenido Intercultural

    Pocas son las organizaciones que tienen más de 400 años de experiencia, pero la Escuela de Arte Quiteño puede ostentar esta afirmación. Además, su historia y valor dio paso para que surja un emprendimiento.

    En el 2010 los hermanos Cristian, Diana y Adrián Cerón y su esposa, Catalina Ávila, decidieron crear un espacio de arte que rescate y resalte las técnicas y arte realizado en la Escuela Quiteña de Arte y Oficios, institución artística colonial del siglo XVI.

    La iniciativa se generó cuando los hermanos Cerón tuvieron que terminar sus estudios en la Escuela Municipal Taller Quito debido a que el proyecto tuvo que cerrar. “Quito se estaba quedando sin escuelas de arte. La ciudad es Patrimonio Cultural de la Humanidad entonces no podíamos dejar que esto suceda”, cuenta Adrián Cerón, cofundador e instructor de tallado y diseño.

    Con una inversión de casi USD 5 000, compraron los primeros materiales y empezaron los trabajos en la Casa de Benalcázar, en el casco colonial de Quito.

    El espacio, de casi 250 metros cuadrados, fue proporcionado por el Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica para el funcionamiento, hasta la actualidad, del taller y las aulas de clase. Desde un inicio, las actividades se dividieron en clases al público y la realización de productos con las técnicas coloniales.

    Las clases dictadas incluyen la instrucción en tallado de madera, pintura artística y caligrafía. Pero, como explica Cerón, el proyecto fue creado para abarcar cuatro oficios más: joyería artística, escultura de imaginería religiosa, bordado artístico y forja artística. Para este fin cuenta con seis profesores a tiempo completo, de los cuales tres son los hermanos Cerón.

    “Los instructores logran realzar las técnicas de los estudiantes a través de un trabajo personalizado y meticuloso. Al ser arquitecta sabía dibujar y en pocas semanas empecé a mejorar mi estilo y nivel artístico”, comenta María Belén Argudo, estudiante de pintura.

    Los cursos se imparten en tres niveles, desde básico por 20 horas e intermedio por 40 horas, hasta avanzado por 60 horas. Los precios varían de igual manera desde los USD 120 a 360.

    “A pesar de ser un negocio siempre hemos adoptado un factor social en nuestros talleres”, afirma Adrián Cerón, cofundador y encargado de la gestión administrativa de la empresa. En lo que va del 2016, la facturación promedio mensual de esta empresa se encuentra en los USD 3 000.

    Además, ofrecen becas completas a niños de escasos recursos para que puedan aprender un oficio nuevo. “Los betuneros del centro se acercaron a la Escuela para pedirnos que querían aprender. Es así como instauramos las clases gratuitas”, cuenta Cristian Cerón. Al momento este taller cuenta con seis estudiantes becados y 14 pagados, que ayudan a subsidiar los talleres gratuitos. Además, sus proveedoras de cartulina y papel para la tarjetería fina son un grupo de madres solteras que producen papel reciclado.

    Otro eje de negocio de la escuela es la realización de productos comerciales. Estos incluyen artículos publicitarios de madera, decoraciones de madera y tarjetería artesanal final. Un retablo pequeño para publicidad puede costar entre USD 60 y 200, con un tiempo de entrega de tres a 15 días.

    Por esta razón desde este año decidieron ampliarse a una segunda sede al norte de la ciudad. “A muchos estudiantes se les complicaba ir hasta el centro de Quito. Entonces ahora damos clases en el norte y el taller se quedó en el centro”, explica Cristian Cerón. Estos jóvenes artistas esperan próximamente ampliar la oferta de oficios y brindar opciones laborales a sus estudiantes.

    Los hermanos Cristian, Diana y Adrián Cerón transmiten sus conocimientos a los más jóvenes. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
    Los hermanos Cristian, Diana y Adrián Cerón transmiten sus conocimientos a los más jóvenes. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
  • Las técnicas ancestrales de alfarería continúan

    Redacción Cuenca

    La labor diaria de los artesanos de Jatumpamba, Pacchapamba y Olleros, en Azogues, es amasar el barro, sentir su textura y darle forma. Ellos elaboran las ollas de cerámica sin utilizar tornos.

    Sobre una botija grande, colocada boca abajo, que sirve como soporte, María Josefina Pérez pone la porción necesaria de material. Con su puño mojado presiona en el centro, mientras camina alrededor, como si estuviera danzando. A esta actividad la conocen como shiminchir, que significa sacar la boca de un recipiente.

    En su niñez, cuando estaba aprendiendo esta técnica ancestral, se caía por la falta de práctica, relata con una amplia sonrisa. Los alfareros de estos poblados elaboran ollas, jarrones, floreros, macetas, tiestos, platos, tazas, jarros…

    Con esta técnica elaboran una olla en cinco minutos. Remojan sus dedos constantemente para que se deslicen en la textura; y retiran los excesos.

    María Josefina Pérez, de 68 años, es una de las artesanas más reconocidas del valle de Pacchapamba. Hace 60 años su difunta madre le enseñó cómo amasar el barro.
    Ella se casó con Remigio Simbaña y tuvieron 12 hijos. De ellos, solo Julia y Margarita heredaron este arte y se convirtieron en la tercera generación de alfareros.

    Julia Simbaña ayuda a su madre, mientras que Margarita tiene su taller en Jatumpamba. La elaboración de las vasijas empieza con la obtención del material y su traslado hasta los talleres.

    La arcilla es traída de Irazhún y la arena, del cerro Ingapirca. Ambos materiales deben secarse por una semana y luego se los coloca en una tinaja grande con agua. Los productores pisotean descalzos por dos horas.

    Así se obtienen la pasta. Después arman bultos y los cubren con plástico para que no se endurezcan y los dejan reposar hasta el día siguiente.

    A los poblados de Jatumpamba, Pacchapamba y Olleros llegan los turistas para conocer las técnicas ancestrales. También, arriban los intermediarios de Cañar, Azuay y Loja, para comprar sus creaciones y venderlas en ferias. Las ollas listas son colocadas a la intemperie para que sequen con el sol y el viento. Al día siguiente, las pulen con una lija especial.

    Foto: Lineida Castillo / LÍDERES La alfarería perdura en comunidades de Cañar. Es un atractivo turístico.
    Foto: Lineida Castillo / LÍDERES
    La alfarería perdura en comunidades de Cañar. Es un atractivo turístico.
  • La festividad del Yamor inspira un negocio familiar

    José Luis Rosales

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    La chicha de maíz, que se elabora sobre un fogón de leña, es el gancho principal de Sumag Yamor (Es lo Mejor, en español).

    Esta picantería, que nació hace 63 años con los esposos Luis Velasco y Zoila Dávila, opera solamente en agosto y septiembre, por la festividad del Yamor, en Otavalo, Imbabura.

    Se trata de una celebración instaurada hace más de medio siglo por el pueblo mestizo, pero reúne las visiones de esta cultura y la indígena, las principales etnias que cohabitan en el cantón.

    Ahora, en Sumag Yamor tomaron la posta los hijos, nietos, bisnietos… de los Velasco Dávila. Precisamente, el sitio se reabre con ayuda de toda la familia.

    Los fines de semana, cuando el número de comensales aumenta, prácticamente se realiza una minga para poder atender, explica Ramiro Velasco, uno de los cinco hijos que procreó la pareja. Ahí colaboran entre 35 y 40 familiares.

    Una de las razones es que el restaurante aún mantiene un laborioso proceso artesanal para elaborar los potajes. Eso permite conservar el sabor y la esencia de los productos, explica Velasco.

    En el establecimiento también se ofrece uno de los platos más emblemáticos de Otavalo. No tiene nombre propio, pero se le enlazó con la chicha del Yamor.

    La base es la carne de cerdo, llapingacho, y empanadas con condumio de arroz. Hay platillos de USD 4, 5, 6, 7 y hasta bandejas de 10.

    Los preparativos para la reapertura de este emprendimiento familiar empezó desde junio, comenta la administradora Cristina Guerra Velasco. Para ello invirtieron USD 4 000, que provinieron de un crédito bancario.

    Entre los arreglos está el acondicionamiento del local en donde funciona Sumag Yamor desde hace 28 años. Es una casa patrimonial, de una planta, situada en las céntricas calles Bolívar y Morales.

    En el interior hay un patio central y alrededor, en los pasillos, está el restaurante. El sitio tiene capacidad para unas 60 personas.

    A la par, con antelación también se adquiere la materia prima como el maíz, canguil, chulpi… ingredientes para la preparación del Yamor. “La chicha se elabora con los mejores granos de la cosecha”, asegura Ramiro Velasco.

    Para garantizar que esta tradición continúe, los conocimientos culinarios son guardados con celo por los patriarcas de la picantería y se han ido heredando.

    Unos se encargan de hacer los llapingachos, otros son especialistas en las empanadas y otros en la chicha. “Buscamos que nadie sea indispensable en el negocio. Si falta alguien podemos reemplazarlo”, señala Cristina Guerra.

    Ramiro Velasco, en cambio, conoce el punto de cocción de la bebida. “Si se pasó es una chicha común, si está muy tierna no tiene sabor”. Su sobrina Cristina también aprendió esos secretos.

    Por esta temporada, Sumag Yamor es el paso casi obligado para vecinos y turistas. A Pablo Viteri, un ibarreño radicado en Quito, le agradó el sabor dulce, espeso y consistente del néctar.
    Quizá por eso esta bebida tiene una alta demanda. Cada fin de semana, calculan que se vende entre 8 000 y 10 000 vasos de Yamor. Por eso, los cuatro toneles que hay en el local siempre están llenos.

    Los dueños prevén abrir, según la tradición familiar, en agosto del 2017. Es considerado un abreboca a una nueva edición de la celebración del Yamor.

    La familia Velasco Dávila es la fundadora de este negocio que funciona por las fiestas del Yamor. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
    La familia Velasco Dávila es la fundadora de este negocio que funciona por las fiestas del Yamor. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
  • La siembra de la cebada recibe apoyo

    Cristina Marquez

    Contenido intercultural

    Los rituales de agradecimiento a la Pachamama por la cosecha de granos secos y cereales volvieron a escucharse en Chimborazo. La cebada, un cereal que hace una década se sembraba en su mayor parte para el consumo familiar, es el nuevo protagonista en las comunidades indígenas de Riobamba, Colta, Guamote y Alausí.

    Cervecería Nacional inauguró su programa de desarrollo sustentable Siembra Cebada en la Sierra centro. Unas 350 familias de agricultores de Chimborazo forman parte de esta iniciativa que busca recuperar este cultivo andino, fomentar la siembra y comercializar el cereal en las grandes industrias alimenticias del país.

    El proyecto se inició en el 2009. Ese año los agricultores de la Sierra norte y centro, se mostraban desinteresados por la siembra de cebada por la poca rentabilidad que generaba el cereal y por la falta de mercados para comercializarlo.

    Es que a pesar de que la demanda de cebada en el Ecuador está insatisfecha, las variedades que se cosechaban en los campos no eran apetecidas por su baja calidad. Eso motivó a los ejecutivos de la firma a emprender una iniciativa de carácter social.

    Cervecería Nacional, firmó un convenio con el Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca para fomentar la siembra de cebada y mejorar la calidad de las semillas. La empresa privada aporta a los agricultores asesoría técnica, capacitaciones frecuentes, una campaña para motivar la siembra y ayuda en la comercialización del cereal.

    Entre tanto, el Magap entrega a los agricultores kits agrarios que contienen abonos, semillas certificadas, mecanización y maquinaria agrícola. También, realizan un acompañamiento técnico denominado ‘hombro a hombro’.

    Esta estrategia consiste en que en cada parroquia hay un técnico agrícola que asesorará a los agricultores durante el proceso de siembra, cuidados y cosecha. “Creemos que este cultivo tiene potencial, por eso decidimos apoyar esta alianza estratégica. El objetivo es recuperar y mejorar la siembra de cebada para promover el desarrollo”, dijo Wilson López, director provincial del Magap en Chimborazo.

    En la primera fase del programa un equipo técnico se dedicó a investigar las variedades de cebada y a mejorar las semillas. Esto permitió que el rendimiento del cereal se incremente de media tonelada de cebada por hectárea, a dos toneladas.

    Los agricultores recibieron semillas de cebada escarlet y cañicapac. Ambas variedades son apetecidas por la industria molinera por su textura, además se adaptan fácilmente y tienen un alto rendimiento agrícola.

    El programa siembra cebada se inició en el norte del país con 13 familias que sembraron 23 hectáreas de cebada. Para el 2015 unas 300 familias se habían sumado a la iniciativa y se sembraron 1200 hectáreas de cebada.

    Ese mismo año Cervecería Nacional apoyó en la comercialización de 4 000 toneladas y los compradores fueron las industrias molineras del país. Cada agricultor recibió entre USD 23 y 25 por cada quintal del cereal.

    Este año se sumaron al proyecto los agricultores de Chimborazo, Bolívar y Cotopaxi y se sembraron 2 000 hectáreas que están en proceso de cosecha. La recuperación del Jaway, un ritual indígena que se realiza en esta época del año para agradecer a la tierra por los alimentos, también es parte del plan.

    “Cuando empezamos el programa aquí en Chimborazo nos encontramos con esta maravilla cultural. Nos propusimos difundirlo en los medios de comunicación para atraer también al sector turístico. Las prácticas ancestrales son parte de este programa que no solo es agrícola, sino también humano”, explica Hugo Orellana, responsable del programa de desarrollo sostenible de Cervecería Nacional.

    En el futuro, esta empresa espera convertirse en la principal compradora del producto de su propio programa. Con ese propósito, el Ministerio de Agricultura ya trabaja en las pruebas técnicas y trámites de importación de semillas de una variedad denominada mercafe.

    Detalles

    La cebada que se produce hoy en el país no es apta para la producción cerveza porque no es una variedad maltera.

    La variedad  mercafe, se importará desde Canadá y EE.UU. y es apta para la producción de Cervecería Nacional.

    El Jaway es un ritual indígena que se practica en las comunidades durante la cosecha de cereales, pero que estuvo cerca de desaparecer.

    Ejecutivos de Cervecería Nacional estuvieron hace dos semanas en los sectores donde se siembra cebada. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES
    Ejecutivos de Cervecería Nacional estuvieron hace dos semanas en los sectores donde se siembra cebada. Foto: Glenda Giacometti / LÍDERES