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  • En México triunfa en el negocio de la panadería

    Carolina Enriquez

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    El tatuaje que luce en su brazo, de la primera palanqueta baguette que horneó, es el símbolo del triunfo de Diego Suárez en el mundo de la panadería. Para llegar a este momento, recorrer el mundo fue casi una obligación.

    Cuando era niño, este quiteño no tenía ninguna inclinación por su actual profesión. La mayor parte del tiempo pasaba con sus abuelos, pues sus padres trabajaban.

    Estudió en el colegio La Salle, del que se graduó en 1998. Se dejó guiar por su familia para estudiar una carrera tradicional e ingresó a Comercio Exterior en la UTE y luego a Administración. Ninguna la terminó, no eran lo suyo.

    Su primer vínculo con el mundo de la cocina se produjo cuando se abrió el primer McDonalds en Ecuador, a finales de la década de los 90. Fue su primer trabajo e influyó en su vocación.

    En esa época, su familia consideraba que la cocina no era una profesión seria. Por eso, cuando decidió dedicarse al mundo culinario, Diego prefirió decirle que tomaría un curso de inglés antes de que se inscribiría en el instituto Chef Center, para estudiar una carrera técnica en gastronomía. “Tenía que esconder mis uniformes”.

    Estudió dos años, pero cuando se graduó sentía que le faltaba muchísimo por conocer. Así que como dicen que más se aprende en la práctica, comenzó a trabajar por horas en diferentes restaurantes de Quito: desde mesero hasta empleado dentro de la cocina.

    Un día se puso a leer una revista sobre unos chefs españoles famosos y no entendió nada de las partes técnicas. Recuerda que entró en desesperación y decidió salir del país para aprender.

    Decidió sincerarse con su familia con respecto a sus intereses profesionales y viajó a Buenos Aires a estudiar en el Instituto Mausi Sebes. El sistema le encantó: práctica individual y 10 alumnos por clase. En las tardes consiguió un trabajo en un restaurante que ofrecía comida latina.

    Cuando terminó sus estudios en el Instituto, fue contratado allí mismo como instructor. Un año más tarde, una alumna iba a abrir un restaurante en Río Gallegos llamado British Club y llevó a Diego para que asesore.

    En esa época ya había conocido a la que ahora es su esposa, quien es mexicana. Ella le planteó ir a vivir a su país y lo hicieron en el 2009; allí abrieron la escuela de cocina GQB (Guadalajara, Quito y Buenos Aires, las ciudades que inspiraron en la vida de Diego) .

    “Decidí replicar el sistema de Mausi en mi Escuela. Era la misma parte técnica, pero mejorada. Entramos a competir con institutos gigantes”, relata el profesional.

    Matías Ruiz y Agustín Adelardi, amigos de Diego, lo conocieron en Mausi Sebes. El primero trabaja hace ocho años en GQB, en Guadalajara; destaca de él que siempre se pone retos nuevos y gracias a su pasión los concreta.

    Una de estas ideas nació de algo curioso. Diego odiaba enseñar la materia de panadería cuando estaba en Argentina, pero conforme dio clases se dio cuenta de que su preparación era en extremo compleja por lo que poco a poco le entró el gusto y abrió una panadería.

    En el 2014, comenzó a operar Yapa. Allí se hornea, como él dice, pan de verdad. Produce 4 000 piezas diarias que se distribuyen a negocios y hoteles; hace dos años cuenta con tres puntos de venta ubicados en Guadalajara.

    Sabía cómo hacer pan, pero quería competir con los mejores. Para ello, en el 2016 viajó a España para aprender en el Gremio de Panaderos de Barcelona; fue intensivo.
    Uno de sus retos siempre fue hacer baguettes. Una vez, se encerró tres meses en su panadería y tras prueba y error lo consiguió.

    Se tatuó la palanqueta en el brazo izquierdo y la foto la subió a redes sociales. La revista especializada de Europa Pastry Revolution’ vio la imagen, lo contactó y escribió un reportaje de ocho páginas que incluyó la historia de cómo fabricó pan con ocho tipo de chiles y su trayectoria.

    Esto permitió que lo conozcan en Pan es pan. A partir de octubre será representante de México en esta asociación de panaderos top mundiales, quienes respetan todo el proceso de elaboración.

    Diego es un hombre versátil. Tiene dos restaurantes que abren una vez al vez llamados La Hueca y La Fábrica, más un bar denominado Bestial; dice que todos los nombres de sus negocios deben estar relacionados con Ecuador.

    Asimismo, participa en un proyecto social que se denomina Paneando, que se ha desarrollado en la Amazonía y la Sierra. A través de este se enseña a comunidades a hacer pan con masa madre, se les dota de equipos y se les contacta con los clientes. Tanto para su amigo Agustín como para Juan Carlos Castillo, con quien ha trabajado en esta iniciativa, esto es parte de su espíritu altruista.

    Diego Suárez en una de sus clases en Guadalajara, donde abre restaurantes. También aparece con su esposa y sus hijas. En sus tiempos libres practica pádel y viaja. Fotos: Julio Estrella / LÍDERES y archivo particular
    Diego Suárez en una de sus clases en Guadalajara, donde abre restaurantes. También aparece con su esposa y sus hijas. En sus tiempos libres practica pádel y viaja. Fotos: Julio Estrella / LÍDERES y archivo particular
  • Las alpacas, la punta del negocio textil

    Agencia AFP

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    La industria textil, sometida en todo el planeta a la implacable competencia de Asia, está apostando en Perú a la codiciada lana de sus alpacas andinas, cuya floreciente producción sustentable genera empleo y valor agregado.

    En la granja Pacomarca, a pocos kilómetros de la localidad de Llalli, cerca del lago Titicaca en la región de Puno (sureste) , cientos de alpacas salen del corral para pastar en la soleada pradera. “Las alpacas son uno de los pocos animales que pueden sobrevivir y dar rentabilidad a sus productores, o a la gente que trabaja con ellas, por encima de los 4 000 metros”, explica el biólogo Alan Cruz, jefe de la granja, un centro experimental del grupo textil Inca que hace estudios genéticos en alpacas.

    Cada animal tiene una tarjeta con un número en su oreja que permite a los científicos consultar toda su información genealógica en una base de datos. Pero no hacen estas investigaciones con fines científicos sino económicos.

    Es que una fibra más delgada significa mayor precio para la lana, que ahora compite frente a las cotizadas prendas de cachemir de India y mohair de África del Sur en tiendas de lujo de todo el mundo.

    La lana de alpaca, un animal domesticado hace 6 000 años por los antiguos moradores de los Andes, está empujando la próspera industria textil de Perú (USD 1 400 millones de exportaciones en 2018) , en especial en Arequipa, la segunda ciudad del país (suroeste) .

    Fundada en 1931, Michell es la compañía líder de la industria alpaquera, con 2 500 empleados. En su planta cada día toneladas de lana bruta son sometidas a un proceso de lavado, secado e hilado. También hay fábricas de hilados y prendas medianas y pequeñas, incluidas unas dedicadas a la “maquila” , o sea, a producir para otros grandes productores. “El proceso de lavado y acabado es lo más importante en la alpaca”, dice Erika Muñoz mientras muestra orgullosa su pequeña fábrica de confecciones Brisan, donde trabajan 12 personas.

    Un caso de crecimiento vertiginoso es el de Art Atlas, que empezó como pequeño negocio de venta de suéteres hace dos décadas y ahora diseña, confecciona y exporta miles de prendas cada año, además de emplear a unas 500 personas, la mayoría mujeres.

    “ Hace cinco años decidimos lanzar nuestra propia marca y la producción, nuestra colección fue muy bien recibida en el mercado”, cuenta su fundadora, Jéssica Rodríguez.

    Las exportaciones de prendas de alpaca todavía no alcanzan los volúmenes de las de algodón (USD 744 millones en 2018) , pero tienen precio más elevado y crecen más rápido.

    En 2018, Perú exportó USD 308 millones de lana de alpaca, 22% más que en 2017, según la asociación de industriales. El kilo de prendas de alpaca se vendió en 2018 en USD 91, en promedio, frente a USD 44 de las de algodón. Este ‘boom’ favorece a unas 250 000 familias que viven directa e indirectamente de la alpaca, desde modestos pastores a grandes industriales.

    Las negras

    Como la vicuña, la llama y el guanaco, la alpaca tiene ancestros comunes con los camellos del Medio Oriente.

    Cada ejemplar, que vive en promedio unos 20 años, provee unos tres kilos de lana al año (la esquila se hace en noviembre) . La fibra más fina y valiosa, llamada “ baby alpaca ” , se extrae de la parte trasera del cuello.

    Por décadas, los fabricantes textiles privilegiaban la lana blanca de alpaca, que era teñida, pero ahora hay demanda creciente por los tonos naturales, que alcanzan la treintena.
    La lana negra es escasa, porque el 60% de las alpacas son blancas. Por esta razón, Pacomarca tiene un programa de “ recuperación ” de la alpaca negra, que ahora representa el 10% del total, explica Cruz.

    Dos mujeres trabajan en una de las empresas que procesa lana de alpaca en arequipa, al suroeste de Perú. La lana negra es escasa, porque el 60% de las alpacas son blancas. Fotos: AFP
    Dos mujeres trabajan en una de las empresas que procesa lana de alpaca en arequipa, al suroeste de Perú. La lana negra es escasa, porque el 60% de las alpacas son blancas. Fotos: AFP
  • Un negocio con 10 variedades de quesos maduros

    Redacción Cuenca

    (I)

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    Quesos El Bueste, del cuencano Patricio Muñoz, fue escogido como el mejor producto de los que estuvieron en la feria MercArt, que se cumplió entre el 10 y 12 de este mes en Cuenca. Este es un espacio de promoción e impulso para los emprendedores locales y nacionales, que se realiza desde el 2015.

    El Bueste ofrece 10 variedades de quesos maduros de orégano, mostaza Dijon, ajo, ahumado, hongos portobello, pimienta, aceituna, ají, entre otras. Estos son elaborados solo con la leche del hato de la Hacienda El Bueste, ubicada en el cantón cañarense de Biblián. Esta propiedad pertenece desde hace varias generaciones a la familia de Muñoz.

    Él señala que al tener el control de la alimentación y de la salud de su ganado puede garantizar la calidad de la leche, que es fundamental para el sabor de sus quesos. El proceso de maduración también se cumple en su hacienda.

    La elaboración de quesos artesanales maduros empezó hace tres años con gouda, que es una variedad holandesa en la que se adhiere un fermento.

    Posteriormente, fue incorporando las otras alternativas como ají y orégano de acuerdo con el conocimiento, gusto de su familia y de sus clientes. “Todas las 10 variedades tienen muy buena acogida”, señala el emprendedor, quien garantiza seis meses de duración “o, incluso, más”.

    Muñoz señala que es una oferta amplia, por lo que no planea incorporar nuevos sabores en la actualidad. Más bien su objetivo es aumentar las ventas y, posteriormente, la producción, pero solo usando leche que obtiene de sus vacas, para asegurar la calidad de sus productos.

    En la actualidad, El Bueste procesa 4 500 litros de leche al mes para elaborar 2 000 quesos en la presentación de 400 gramos. La intención es duplicar.

    Sus quesos son comercializados en presentaciones de 400 gramos a USD 6,50. También ofrece las ruedas grandes o quesos enteros, que se venden al peso.

    Sus productos están en locales cuencanos como Gran Sol, Plaza Europea, La Italiana, Megatienda del Sur (Chaullabamba), estaciones de servicio, locales de eventos sociales y otros espacios. Muñoz promociona mediante ferias, degustaciones y redes sociales como Facebook. Tuvo una invitación para asistir en una feria en Inglaterra y están por confirmarle para un concurso en Italia.

    Este emprendedor explica el proceso de elaboración y maduración de sus quesos. Este último tarda entre dos y cuatro meses, en la cámara de maduración. Allí, se da la vuelta cada semana.

    Según él, el ordeño en su propiedad es mecánico. La leche pasa a un tanque de acero inoxidable para elaborar los quesos. Luego la leche es pasteurizada a 75 grados y enfriada, se coloca un fermento láctico y cuajo y se corta, entre otros pasos. Dos personas le ayudan en la producción y su familia en la comercialización.

    Patricio Muñoz muestra parte de las variedades en la casa de la hacienda El Bueste, en el cantón Biblián, Cañar.
    Patricio Muñoz muestra parte de las variedades en la casa de la hacienda El Bueste, en el cantón Biblián, Cañar. Foto: Xavier Caivinagua / Líderes
  • Un giro de negocio en medio de la crisis

    Redacción Quito

    Redacción Quito  (I)
    redaccion@revistalideres.ec

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    Hace cinco años y medio, Franklin Tirira dejó su cargo de jefe de producción en la fábrica en la que trabajó durante 25 años y decidió emprender un negocio propio.

    Con una inversión inicial de USD 70 000, Tirira creó Frankplast, una pequeña empresa que se dedicaba a producir piezas plásticas para los sistemas de funcionamiento de sanitarios; sin embargo, en un momento de crisis, el empresario tuvo que analizar si cerraba el negocio o si optaba por darle un giro.

    “La producción cayó mucho. Prácticamente toda la utilidad se iba en pagar el arriendo del espacio en donde funcionaba la planta, los costos de mano de obra eran altos y la energía también. Tuve que buscar un cambio en el giro de negocio”, recuerda.

    Así, hace un año y medio Tirira dejó de producir las piezas de plástico y se dedicó solo a ensamblarlas, para reducir costos sin prescindir de toda la mano de obra. Con una inversión de USD 80 000, compró un local pequeño en el sur de Quito y estableció una planta con dos líneas de ensamblaje, en la que trabajan 13 operarios y ensamblan 3 000 piezas al día para sanitarios.

    Esta pequeña empresa tiene dos líneas de ensamblaje en las que laboran 13 personas. Foto: Galo Paguay / LÍDERES
    Esta pequeña empresa tiene dos líneas de ensamblaje en las que laboran 13 personas. Foto: Galo Paguay / LÍDERES

    La planta en la que se producían inicialmente las piezas de plástico funcionaba con 24 operarios. En ese espacio, con dos máquinas inyectoras, se procesaban unas ocho toneladas de plástico mensualmente.

    Pero a partir del 2015, junto con la recesión económica que vivió el país, la demanda se redujo y el empresario emprendió el proceso de cambio de su empresa. Actualmente cuenta con tres clientes, entre ellos, Edesa.

    Otro factor que incidió para que la demanda se redujera, recuerda el empresario, fue el crecimiento de la competencia, principalmente de piezas importadas de China.

    Cesar Ati, jefe de planta de Edesa, cuenta que contratar a Frankplast para que ensamble las piezas les permite ahorrar costos y optimizar tiempo. “No solo nos ahorra los gastos de comprar equipos y tener empleados en esas líneas de producción, también es un beneficio que ellos tienen la experiencia, el ‘know how’ y el control de calidad que se requiere para esto”.

    Tirira señala que con este nuevo giro de negocio ofrece a las empresas que producen sanitarios una reducción en sus costos de producción por pieza de entre un 10 y 12%, aproximadamente.

    En medio de la crisis, Tirira cuenta que su lema fue “zapatero a tus zapatos”, por eso, decidió quedarse en el rubro del plástico. No obstante, reconoce que la industria atraviesa un momento difícil.

    Según la Asociación Ecuatoriana de Plásticos (Aseplas), en el país existen 600 empresas que se dedican a fabricar productos de este material, principalmente en Guayaquil, en donde está un 64% de las empresas; y en Quito, que abarca al 27% de las firmas.

    Alfredo Hoyos, presidente de Aseplas, dice que uno de los factores que afectan a la industria es la poca estabilidad en temas normativos. “En el último trimestre del 2018 se han presentado en la Asamblea siete proyectos de ley, que han pretendido prohibir y/o eliminar el plástico de un solo uso. ¿Cómo se puede planificar con tantos eventuales cambios?”, cuestiona.

    Hoyos además advierte que en el 2019 se proyecta una reducción del tamaño de la economía que incidirá en el consumo de los ecuatorianos y que afectará al desempeño del sector.

    Cifras del sector

    Empleo. Según Aseplas, la industria del plástico representa el 1,2% del PIB y genera 19 000 empleos directos y 120 000 empleos indirectos, con lo que beneficia a 130 000 familias.
    Ciudades. El sector está compuesto por unas 600 empresas. Aseplas señala que se encuentran principalmente en Guayaquil (64%), Quito (27%), Cuenca (3,5%), Ambato (3,5%) y Machala (2%).

    Sectores
    . En Ecuador las industrias que consumen más cantidad de plástico son las del sector automotor, fundas de comercios, fundas para el sector bananero, el sector de embalaje, pañales y laminados, fundas para alimentos, entre otros rubros.

    Franklin Tirira está en la industria del plástico hace casi 30 años. Es el dueño de Frankplast. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
    Franklin Tirira está en la industria del plástico hace casi 30 años. Es el dueño de Frankplast. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
  • Ellos personalizan los cuentos infantiles

    Redacción Líderes

    (I)  
    redaccion@revistalideres.ec

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    Crecer en una imprenta y estar rodeado de literatura motivó a Marcelo Delgado, un apasionado por el comercio electrónico, a crear y comercializar cuentos infantiles en donde los clientes (niñas, niños y bebés) se convierten en los protagonistas de las historias.

    Así nació Cuenta.me en el 2017, un emprendimiento netamente ecuatoriano. En diciembre de ese año salió el primer libro, denominado El Baúl de Navidad, que involucra a los abuelos de los niños. Para el 2018 el negocio incorporó cuatro cuentos más y generó USD 15 000 en ventas.

    “Veo a Cuenta.me como un instrumento en el cual haces que la literatura sea divertida para los niños. Buscamos que los niños se interesen en la lectura a través de algo que a ellos les guste”, describe Maldonado.

    Con apenas un año, y con una inversión de USD 10 000, el negocio ha participado en importantes ferias a escala nacional, por lo que ha recibido destacados reconocimientos, como el primer lugar al mejor emprendimiento de e-commerce, por parte de Lab2change, Diners e Impaqto. También ganó el premio al mejor stand de la feria Grand Bazar.

    Los usuarios pueden adquirir los libros, en formato físico o digital, ingresando a la página web www.cuenta.me.

    La personalización del texto empieza introduciendo el nombre del niño. A continuación, se debe seleccionar uno de los cuentos, ingresar detalles y rasgos característicos de los personajes, escribir una dedicatoria, seleccionar una fecha especial y agregar una fotografía.

    Finalmente, el usuario escoge el formato del producto y registra los datos para la facturación. El libro demora alrededor de una semana en llegar a manos del propietario. La versión digital ofrece, en algunos cuentos, varias opciones para el final de la trama.

    Las historias son creadas por la pluma de tres escritoras ecuatorianas: Mónica Varea, Soledad Córdova y Silvia Larrea; próximamente se incorporará al equipo Fernanda Heredia.

    Cada una quiso incorporarse voluntariamente al proyecto con la motivación de expandir el hábito de la lectura en los infantes y, al mismo tiempo, ser un vínculo de unión familiar, comenta Cristina León, cofundadora de la marca.

    “Un detalle que nos diferencia es que en las historias no solo se involucra al niño sino también están sus familiares. Hay muchas opciones para personalizar el cuento, como ponerle nombra a la mascota, de qué color será el traje del superhéroe y más”, explica León.

    Elena Chiriboga adquirió hace un año dos libros para su hijo, Francisco, de 3 años de edad. Comenta que quedó cautivado por la originalidad de los cuentos. Uno de ellos aborda el periplo de un pequeño niño en la luna; el otro es una versión modificada y entretenida de la Caperucita roja.

    Chiriboga destaca las ilustraciones a todo color, pero asegura que lo valioso de los textos son sus contenidos, porque inspiran a su hijo a desarrollar la imaginación. “Son su juguete, siempre lleva uno consigo a cualquier parte”.

    Cada pedido que recibe Cuenta.me es procesado por la imprenta Imprevel, que desde hace 15 años se dedica a elaborar libros, catálogos, revistas y material publicitario. Actualmente el negocio incursiona en los libros digitales, mejor conocidos como ‘e-books’.

    Evelyn Arboleda, propietaria del establecimiento, explica que cada cuento requerido se diseña y fabrica por separado. La producción de cada libro demora un máximo de dos días.

    “Marcelo nos pasa el texto en un documento en formato PDF. Una vez que se imprime el cuento lo grapamos, pegamos, hacemos la pasta dura y se lo entregamos”, detalla Arboleda, quien se provee de insumos nacionales, con excepción del papel.

    Las historias de Cuenta.me ya han llegado a países como España, Francia y Estados Unidos. Sin embargo, la expansión hacia el exterior está en proceso. Los costos del producto final se incrementan, debido a los trámites y aranceles para la exportación, lo cual encarece la mercadería y la vuelve poco competitiva, cuentan sus fundadores.

    Cristina León (I) se encarga de la parte creativa. Marcelo Delgado (D) es resposable de lo administrativo.
    Cristina León (I) se encarga de la parte creativa. Marcelo Delgado (D) es resposable de lo administrativo. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
  • Un negocio que revaloriza la semilla de sambo nacional

    Redacción Quito

    redaccion@revistalideres.ec

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    Hace 15 meses, el ingeniero en diseño industrial Miguel Gutiérrez arrancó con el emprendimiento Kawsay Snack, que tiene el objetivo de revalorizar la semilla de sambo a través de una presentación y un enfoque comercial.

    El sambo es un fruto que se ha usado de forma extensa desde la época preincaica, debido a su facilidad de cultivo y propiedades alimenticias. En las familias ecuatorianas, su consumo es tradicional. De este producto se desprenden recetas de dulce y de sal.

    Una vez aprovechada la pulpa, quedan las pepas, que al tostarse se pueden consumir solo con sal. En los mercados, es común encontrar semillas de sambo en pequeñas bolsas plásticas, pero hasta ahora no habían llegado a los supermercados del país.

    Gutiérrez empezó su trabajo haciendo conexiones con los productores. Cuenta que sus principales proveedores son personas de la tercera edad, pues el cuidado de la planta es sencillo, aunque extraer las pepas y secarlas es un trabajo minucioso.

    Desde el sur del país le llegan costales de semillas secas cada semana, pero también está empezando a trabajar con agricultores de otras zonas. Para ello se alió con germinadores que le entregan plantas pequeñitas de sambo para que él, a su vez, las distribuya a los agricultores.

    Ocho meses deben transcurrir para obtener un sambo maduro, momento en el que se abre la fruta y se extraen y pelan manualmente las semillas.

    El siguiente paso del emprendedor fue desarrollar una fórmula atractiva al paladar. Tardó cinco meses hasta lograr la cantidad de humedad y sal exactas, para poder replicarlo en adelante.

    Sacó la primera presentación: bolsitas de 16 gramos que empezó a vender en las tiendas, minimercados y locales de bizcochos de Cayambe y sus alrededores.

    El reto que se planteó Gutiérrez fue llegar a las cadenas de supermercados nacionales y lo logró. Desde diciembre de 2018 comercializa la presentación de 70 gramos en funda sellable.

    Su producto tiene en estos momentos dos sabores disponibles: pepas de sambo saladas y condimentadas con romero y ají. Gutiérrez seguirá trabajando en nuevas fórmulas, asegura.

    Según información del ministerio de Cultura y Patrimonio, la semilla de sambo es muy apreciada en la cultura ecuatoriana. “Para prepararlas, se dejan primero secar, se pelan y luego se tuestan. Se usan como cucayo, acompañando, por ejemplo, al maíz tostado. También se preparan en salsa, moliéndolas en piedra o licuándolas; esta acompaña platos como el cuy asado o la gallina criolla”.

    El fruto tierno del sambo, “en el que aún se puede hundir la uña”, se usa en preparados de sal: sopa, locro o en fanesca.

    Con el sambo maduro se hace el dulce, que se come de distintas maneras. Por ejemplo, se usa como relleno de empanaditas o de las guaguas de pan, en finados.

    Se prepara colada de sambo, con choclo, panela y canela. Algunas personas le añaden leche.

    Si al dulce se le espesa hasta encofitar constituye una especie de mermelada llamada cabellos de ángel, indica el Ministerio.

    Miguel Gutiérrez es un emprendedor que comercializa semillas de sambo como snacks. Trabaja con agricultores de la tercera edad. Foto: Vicente Costales / LÍDERES
    Miguel Gutiérrez es un emprendedor que comercializa semillas de sambo como snacks. Trabaja con agricultores de la tercera edad. Foto: Vicente Costales / LÍDERES
  • Marianella Ubilla domina el negocio del banano

    Mónica Mendoza

    Macroeditora (I)

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    Marianella Ubilla tiene en su celular los últimos informes sobre banano. Las perspectivas de la producción para el 2019, el precio del mercado ‘spot’, las cajas de fruta exportadas desde Ecuador semana a semana.

    Conoce el pulso de la producción en las haciendas y la fluctuación del mercado externo. En las primeras semanas de enero mostraba su preocupación por el enfundado de matas que reflejaba un déficit de banano, en plena temporada alta de la demanda externa.

    Esa información es fundamental en su tarea de gerenta general de Agzulasa. En los últimos dos años esta compañía se ubicó en el ‘top ten’ de las mayores vendedoras de la fruta, según el ranking de la Asociación de Exportadores de Banano del Ecuador (AEBE).

    Agzulasa es una empresa familiar especializada en la producción de banano y plátanos con más de 30 años en la actividad agrícola.

    Ubilla asiste aproximadamente a cuatro ferias internacionales para negociar directamente con los compradores. Ha estado en Fruit Logística en Berlín (Alemania); Asia Fruit Logística, en China; World Food Moscow, en Rusia; en la Produce Show de Ámsterdam, New York y Londres.


    El año pasado se convirtió en la primera mujer en ocupar la Vicepresidencia del Directorio de AEBE (2018-2020). Eduardo Ledesma, director del gremio, reconoce que es una empresaria exitosa y emprendedora.

    Se siente cómoda manejarse en un negocio tradicionalmente manejado por hombres y conocer de cerca el sector. Dice que más que ser hombre o mujer, las relaciones comerciales están basadas en el trato para concretar a los clientes.

    Ella estuvo ligada desde pequeña al campo. Su familia se estableció en Quevedo (Los Ríos) y en ese cantón, netamente agrícola, nació el 18 de julio de 1977. Es la menor de tres hermanas. Su jornada comienza a las 05:00, envía a sus hijos al colegio, hace deporte y a las 08:00 llega a la oficina. A las 18:30 está de vuelta en su hogar para compartir con su esposo, Ignacio Lamas, y sus tres hijos.

    Se emociona cuando narra un hecho que la marcó. En 1987, su padre Eduardo Ubilla la llevó a Israel para visitar una empresa que vendía meristemas. Ese material vegetal fue el inicio de la incursión en la producción bananera. Conserva fotografías de la época en las plantaciones en Israel.

    Dice que ese fue el año del banano. Cambiaron de cultivos. Luis Noboa Naranjo ya había comenzado a exportar la fruta en cajas y fue el ‘boom’ en el país.

    Así que su padre les dijo “vamos a cambiar” y emprendió en el negocio que tuvo sus cultivos de fruta en 1980. En los primeros años las haciendas producían banano para vender a las empresas locales que se encargaban de exportarla.

    La empresa llegó a producir hasta 350 hectáreas de banano para entregar a las exportadoras. Hasta que en el año 2000 dio el salto en busca de mercados propios.

    Esa estrategia comercial está a cargo de Marianella desde hace 10 años que ocupa la gerencia. Ella tiene estudios de Ingeniería Agrónoma en la Universidad Earth, de Costa Rica. Una de las claves de la empresa es “crear confianza en base a resultados, cumplir los compromisos” con los compradores y proveedores de fruta local.

    Desde pequeña le gustaba el tema agrícola, pero confiesa que más le apasionada la ganadería. A los 12 años llegó a Guayaquil para estudiar en un colegio privado y quiso ir a la Universidad Zamorano. Sonríe y cuenta que amigos la hicieron desistir con las historias de ‘los bautizos’ para los novatos.

    En 1998 regresó recién graduada pero su padre no quiso que se involucrara con el banano. Le dio tierras y sembró 20 hectáreas de jengibre. Con una de su hermana Katherine crearon Hubimeza (Hermanas Ubilla Mendoza S.A.).

    Con esa empresa empezaron a exportar el jengibre, hasta que un comprador no les pagó. Luego cultivaron la piña MD2, un híbrido muy dulce. El negocio iba bien, pero la sobreproducción generó una caída de los precios.

    El Cv

    Formación. Es Ingeniera Agrónoma por la Universidad Earth, Costa Rica. Estudió el Bachillerato en Químico-Biológico en el Colegio Internacional SEK, Guayaquil.
    Experiencia. Gerenta general Agzulasa, desde el 2009-2019. Gerenta de Producción de Hubimeza, donde estuvo a cargo de impulsar la diversificación de la empresa familiar con nuevos cultivos. 2002-2009.

    La empresa cuenta con cuatro marcas propias

    Redacción Guayaquil (I)

    Agzulasa es conocida en el mercado mundial del banano a través de cuatro marcas: Ecuasabor, Akebana, Terravera y Kassandra.

    La empresa ha tenido un crecimiento en ventas del 12% anual, en los últimos tres años. Eso debido a su calidad y seriedad en sus compromisos pactados con los distintos importadores.

    Por semana exporta 200 contenedores de banano, que al año significaron más de 8 millones de cajas. Con esos niveles de ventas, el 2018 se ubicó en el puesto 10 del Ranking de Compañías Exportadoras de AEBE, que está liderado por Ubesa.

    El año pasado las exportaciones del país alcanzaron 344,8 millones de cajas de fruta.

    La fruta proviene de haciendas propias de la empresa en Los Ríos y también alquiladas. Cuenta con procesos de producción y empacadoras calificadas.

    Sistemas de drenaje, riego por aspersión, bombas de irrigación, piscinas de reciclaje de agua en estaciones de empaque, estacionamiento de contenedores. Todo el proceso está desarrollado por la estrategia de producción Globalgap y tiene certificación BASC. Tiene 520 empleados.

    La primera hacienda que compraron los padres de Marianella Ubilla fue Zulay, dedicada al cultivo de soya y maíz. Esa propiedad es un emblema familiar, pues años después se convirtió en Agrícola Zulay (Agzulasa).

    Entre sus principales mercados están Asia (40%), Europa (35%), Medio Oriente (15%) y Cono sur (10%). Ofrece todo el año cuatro productos: banano Cavendish, baby banano, red banano (rojo) y plátanos.

    Marianella Ubilla, gerenta de Agzulasa, dirige una de 10 exportadoras más grandes de banano del Ecuador.  Foto: Mario Faustos / LÍDERES
    Marianella Ubilla, gerenta de Agzulasa, dirige una de 10 exportadoras más grandes de banano del Ecuador. Foto: Mario Faustos / LÍDERES
  • La mashua es la estrella de su negocio

    Cristina Marquez

    (F)
    Contenido Intercultural

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    El yogurt que manufacturan las 16 socias de la organización Mushuc Kawsay tiene un sabor dulce, un toque frutal y el particular sabor de la mashua, un tubérculo andino similar a la oca. Ellas fundaron una empresa comunitaria para mejorar la calidad de vida de sus familias y simultáneamente cuidar el ambiente y rescatar el cultivo andino que estaba cerca de desaparecer en el mercado.

    Las socias son oriundas de la comunidad indígena Shobol Calerita, situada a 45 minutos de Riobamba, en las faldas del volcán Chimborazo. Allí, además del negocio comunitario, se dedican a la agricultura y a la crianza de especies menores.

    “Las mujeres aquí siempre han sido menospreciadas incluso por sus mismos esposos. Pensaban que solo tenían que dedicarse al cuidado de la casa y de los hijos, por eso un día decidimos fundar una organización de mujeres”, recuerda María Cutiupala, presidenta de la Asociación de Mujeres Indígenas Mushuk Kawsay.

    Eso ocurrió en el 2000. Según las mujeres, la asociatividad fue la antesala al emprendimiento que hoy tiene acogida en tres provincias del país.

    En un inicio, ellas tejían prendas con fibras de alpaca. Lo hicieron por casi 14 años, pero las ventas no eran rentables y el mercado era muy limitado debido a la distancia que hay entre su comunidad y los sitios estratégicos para el turismo en la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo.

    En el 2016, durante una reunión, empezaron a explorar otras opciones de negocio. La idea de rescatar la mashua y darle valor agregado surgió tras una conversación con los adultos mayores de la comunidad y la sugerencia de un técnico del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG).

    “Antes todos los campos de la comunidad tenían mashua. Pero debido a que nadie compraba el producto en el mercado, la gente dejó de sembrarlo desde hace casi una década”, dice Cutiupala.

    Los primeros experimentos que hicieron con el tubérculo fracasaron. “El yogurt se cortaba, no sabíamos cómo esterilizar los recipientes, el sabor no nos convencía”, cuenta otra socia.

    Para mejorar el sabor y la calidad del producto la asociación solicitó apoyo de capacitadores de varios organismos. El Gobierno Provincial y el MAG no solo les dotaron de capacitación, sino que también les entregaron equipos para mecanizar la producción.

    La asociación recibió ollas pasteurizadoras, una refrigeradora y una cocina, recipientes y mesas de acero inoxidable, entre otros enseres para equipar su planta de producción. Además, aprendieron todo sobre el manejo adecuado de la leche y cómo convertirla en yogurt, y prácticas de higiene.

    El primer éxito que alcanzaron juntas fue la compra de una infraestructura propia donde cuentan con un espacio para la fabricación del yogurt, sala de reuniones y una pequeña bodega. Por el buen mantenimiento de la fábrica y las prácticas higiénicas adecuadas, ellas obtuvieron el registro sanitario para su producto.

    La primera semana elaboraron de manera artesanal los primeros cinco litros de yogurt. El sabor agradable y diferente cautivó de inmediato al público, y pronto la cantidad se volvió insuficiente para la alta demanda.

    “Esos equipos marcaron un avance importante en nuestro emprendimiento. No podíamos creer que ese producto tan menospreciado nos iba a convertir en empresarias”, cuenta Carmen Borja, otra de las socias.

    Hoy producen cada semana 150 litros que se comercializan en Chimborazo, Azuay y Cañar. Las materias primas como la leche y las ocas se compran a las mismas socias, e incluso a otras mujeres de las comunidades cercanas a la planta de producción, que no forman parte de la organización.

    “Nuestro yogurt es especial para nosotras no solo por la ayuda económica para nuestras familias, también tiene parte de la herencia de nuestros abuelos, está muy relacionado con nuestra identidad cultural”, dice Cutiupala.

    El yogurt se envasa en recipientes de tres presentaciones. Ofrecen desde envases pequeños para consumo personal, hasta envases de 2.5 litros, y cuestan entre USD 0,50 y 3,50.

    Los planes para este año incluyen una nueva presentación para comercializar el yogurt en los bares escolares de la zona, y nuevos productos hechos a base de mashua como helados. La meta es duplicar las ventas.

    Las socias del emprendimiento se turnan para elaborar el yogurt. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
    Las socias del emprendimiento se turnan para elaborar el yogurt. Foto: Cristina Márquez / LÍDERES
  • La tradición y un toque italiano, sus fortalezas

    Cristina Marquez

    (I)

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    Una combinación de embutidos con una receta muy característica de vegetales y granos encurtidos es el producto estrella en el menú de Hugo’s, una fuente de soda que funciona en Riobamba desde 1936.

    El restaurante se inició como un pequeño puesto de venta de refrescos en el mercado La Merced, en Riobamba y hoy tiene tres sucursales. Hugo Murillo fundó el negocio y adaptó la tradicional receta italiana de los ‘picklets’ (pepinillos agrios), a la gastronomía tradicional riobambeña.

    Su hija, María del Carmen Murillo, cuenta que Hugo inició su negocio cuando era muy joven, debido a que debía mantener a su madre y a su esposa. “El puesto en un inicio era muy pequeño. Mi papá vendía agua de frutas, pero ya era reconocido por su amabilidad y carisma agradable”.

    La personalidad amena de Hugo le llevó a amistarse con un grupo de viajeros europeos que visitaban Riobamba. Ellos le compartieron una receta popular de ‘picklets’. “A él le encantó, así que empezó a experimentar en la cocina”, cuenta María del Carmen.

    Tras varios meses de pruebas, Murillo logró rediseñar la receta europea. Su versión de ‘picklets’ contiene, además de pepinillos, chochos, fréjol, arveja, zanahoria, alcaparras, cebollas y una variedad de productos andinos.

    “La selección de materias primas de calidad, algunas cosechadas por nosotros mismo, y la receta tan particular que mi abuelo nos dejó, son nuestra marca”, cuenta Verónica Murillo. Su papá, Vicente, es el encargado de manufacturar los ‘picklets’ y el queso de chancho, un embutido que también aprendió a elaborar con la guía de su papá.

    La receta se volvió famosa en Riobamba al poco tiempo de presentarse, por lo que Hugo no tardó más de dos años en convertir su pequeño puesto en una fuente de soda. Cuando inauguró el local agregó al menú jugos como el de fresa con guayaba, que en esa época era toda una novedad.

    Los sánduches que combinan varios tipos de embutidos con los ‘picklets’ también se convirtieron en un clásico del emprendimiento. Ya pasaron 86 años desde que se inició, pero el menú se mantiene intacto y continúa siendo apetecido por los riobambeños.

    “Es increíble que un negocio como este perdure en el tiempo. Mis papás me llevaban siempre cuando era niño, estuve casi 20 años fuera del país y cuando volví, el sabor seguía siendo el mismo”, cuenta Juan Cabezas, un cliente.

    El primer local, situado junto al mercado La Merced, también se mantiene como lo dejó su fundador, quien falleció hace diecinueve años. Está decorado con fotografías familiares y piezas antiguas de colección como lámparas de aceite y teléfonos antiguos.

    Hace dos años se incrementaron otras dos sucursales que conservan el nombre y el sabor auténtico de Hugo’s. “Nuestros productos ya son parte de la tradición riobambeña, por eso nuestra meta es continuar creciendo con nuestros locales sin modificar el menú ni nuestra receta original”, dice María del Carmen.

    Ella se asoció con su sobrina, Gabriela Murillo, para abrir una de las sucursales de la firma. Ambas invirtieron alrededor de USD 30 000 en la adecuación del local, que está decorado con un estilo rústico vintage.

    La sucursal se inauguró hace casi dos años y ha logrado captar a un nuevo público. Los jóvenes y adolescentes son los nuevos clientes frecuentes. “Estamos perpetuando la tradición. Queremos que los nuevos públicos conozcan nuestra historia y que también formen parte”, dice María del Carmen.

    Cinco miembros de la familia, de la segunda y tercera generación están al frente del negocio.

    Verónica, María Gabriela y María del Carmen Murillo continúan con la tradición que les heredó Hugo Murillo y lideran el negocio.
    Verónica, María Gabriela y María del Carmen Murillo continúan con la tradición que les heredó Hugo Murillo y lideran el negocio. Foto: Glenda Giacometti / Líderes
  • Innova en el negocio de la moda femenina en EE.UU.

    Pedro Maldonado

    Editor del Semanario LÍDERES

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    El gusto por las matemáticas es el pilar en el que Karla Gallardo se ha apoyado desde pequeña para estudiar, crecer y emprender. La afición por los números lo cultiva desde la infancia y le ha permitido destacar en el mundo de la banca, la tecnología y, desde el 2011, en su empresa de moda femenina que lleva el nombre de Cuyana.

    Gallardo vive en San Francisco, Estados Unidos, en donde se encuentra la base de operaciones de la empresa que cofundó con Shilpa Sha. Esta firma, que se enfoca en la moda femenina, innovó el sistema de confección, abastecimiento y distribución de prendas de lujo para obtener artículos a precios asequibles. Cuyana, que significa amar en  kichwa, se mueve en el mundo ‘on line’, pero también apuesta por tiendas tradicionales.

    Hoy en día el 85% de las ventas se hace por el canal digital. El 15% restante se mueve en los dos locales de Los Ángeles, uno en San Francisco y un cuarto en Nueva York. “La idea es que Cuyana sea una marca global”, dice Gallardo con entusiasmo.

    El recorrido para llegar a esta ciudad de la costa oeste de Estados Unidos se inició cuando esta ecuatoriana culminó sus estudios secundarios y decidió estudiar Matemáticas en la Universidad de Brown, en Estados Unidos, entre el 2001 y el 2005. Tras obtener su título se enroló en el banco de inversiones Goldman Sachs, en Nueva York.

    En las imágenes aparece junto a con modelos. Foto: Cortesía
    En las imágenes aparece junto a con modelos. Foto: Cortesía

    Estaba empezando su carrera profesional. Entre sus tareas estuvo ser parte de los equipos del banco que ayudaban a emitir bonos en países de América Latina. Las hojas de cálculo y los monitores de Bloomberg, la firma de servicios y noticias financieras, eran parte de sus herramientas de trabajo.

    “Trabajé con gobiernos de Brasil, Colombia y México. Fue una época de mucho aprendizaje. Pensé que estaba en la cumbre, pero llegó un punto de quiebre: me faltaba generar un impacto social”, dice esta emprendedora casada con un montenegrino, con quien tiene un hijo de dos años. Gallardo estuvo en Goldman Sachs entre el 2005 y el 2008.

    Para ese entonces ya pensaba en emprender. Por eso decidió estudiar un MBA en la Universidad de Stanford, en California. Con los conocimientos adquiridos volvió a pensar en su propio negocio. Sin embargo, no se sentía lista para el cambio y se vinculó a Apple. Allí trabajó en la tienda ‘on line’ de la tecnológica, por menos de un año.

    Finalmente, en el 2011, dio forma a Cuyana. La idea era levantar una plataforma digital de moda femenina, con artículos de lujo. Allí se encontró con varios desafíos: trabajar sola, saber que los demás no creían en su idea, aterrizar el concepto, buscar capital, entre otros.

    Karla Gallardo junto a la actriz Jessica Alba. Foto: Cortesía de Cuyana
    Karla Gallardo junto a la actriz Jessica Alba. Foto: Cortesía de Cuyana

    El primer artículo con el que probó suerte fue el sombrero de paja toquilla ecuatoriano. Con un préstamo de USD 20 000 de su padre, compró estas prendas a artesanos de Cuenca y los llevó a San Francisco. Aficionada al diseño y a la moda, Gallardo les dio su toque para ponerlos a la venta. Los artículos tuvieron demanda y el capital obtenido por las ventas sirvió para darle impulso a Cuyana.

    A los sombreros de paja toquilla sumó bufandas y chalecos de alpaca peruana, así como artículos elaborados con cuero argentino. La iniciativa que Gallardo había ideado empezaba a consolidarse y a ganar mercado gracias a un modelo que desarrolló esta ecuatoriana.

    Para el 2012, con el lanzamiento oficial de Cuyana, Gallardo y su socia participaron en una ronda para levantar financiamiento. Así consiguieron USD 1,5 millones. “Luego recibimos recursos en dos rondas más”. Las cifras se manejan con confidencialidad.

    Shilpa Sha, su socia, cuenta que Gallardo está muy enfocada en el crecimiento de Cuyana. “Opera con un código estricto para la toma de decisiones, siempre equilibrando las necesidades de la empresa y la marca. También modela el comportamiento que desea que emule su equipo. No es común encontrar una líder tan equilibrado y eficaz como ella”. Para Sha, una de las mayores habilidades de Gallardo es fusionar arte y ciencia.

    En octubre pasado la aceleradora de emprendimientos Buen Trip y la Embajada de EE.UU. organizaron en Quito el Women’s Pitch Night, en donde Gallardo contó su trayectoria. Carmen de la Cerda, directora de Buen Trip, escuchó sobre Gallardo hace cuatro años, pero la conoce desde hace un año. “De las conversaciones que he tenido con ella diría que es muy metódica, con una visión a futuro clara y es brillante. Además, alegre y de sangre ligera”.

    Karla Gallardo habla hoy de Cuyana llena de satisfacción. “Sé que tomé la decisión correcta y a pesar de que es complicado manejar un negocio que crece con el tiempo, cuento con un equipo en el que me apoyo y del que he aprendido”.

    Un modelo que evita intermediarios

    Cuyana tiene clara su meta. La empresa diseña artículos de lujo para mujeres y las distribuye de tal modo que permite ofertar precios competitivos

    La compañía aprovecha bien una coyuntura económica. A escala global, las grandes marcas de lujo empezaron a producir en China, por un tema de costos. Muchas de las empresas que trabajaban para firmas como Gucci o Chanel estaban subutilizadas. Allí se cuentan fábricas de cuero italiano o argentino, así como plantas textiles de cachemir escocés, entre otras.

    Karla Gallardo encontró allí una oportunidad. Durante dos años viajó por varios países, contactó con fábricas y creó un modelo de negocio que funciona bastante bien. “En la industria de la moda hay mucha gente en la cadena de distribución, demasiados intermediarios y cuando se hace una ‘limpieza’ se puede ofrecer un mejor precio, con alta calidad”.

    Así en lugar de producir para las cuatro estaciones del año, con el esfuerzo que implica, nuestro modelo es trabajar sin estaciones, dice esta empresaria ecuatoriana.

    “Lanzamos un producto cada semana y si tienen demanda los incluimos en el catálogo de productos permanentes”. De este modo, explica Gallardo, los proveedores trabajan con eficiencia y mejoran su productividad. A esto se suma un modelo de distribución que permite aminorar costos.

    Bajo ese modelo Cuyana sigue en expansión. Hoy en día cuenta con alrededor de 100 colaboradores. Gallardo se apoya en sus estudios y su ‘backgroundfinanciero. También aprovecha las habilidades de su equipo. “No me asusto cuando la presión sube”.

    Karla Gallardo  está conectada con el mundo de la moda. Foto: Patricio Terán / LÍDERES
    Karla Gallardo está conectada con el mundo de la moda. Foto: Patricio Terán / LÍDERES