Los deportistas pueden encontrar en el mercado local ropa de entrenamiento y competencia de calidad. Al menos dos marcas se destacan: Lifting Souls y Soche.
La primera es creada por Liss Fuentes y su primo Santiago Fuentes. Esta marca arrancó este año. Se caracteriza por usar telas con tecnología deportiva, como el ‘dry fit’, protección uv, antibacterial, pero con colores y diseños que están en tendencia. La línea de mujeres se vende desde enero en Designers Society (Cumbayá) y a través de redes sociales. La línea de hombres y una línea profesional para artes marciales mixtas serán lanzadas a partir de junio. Otra novedad es que desde esta semana atenderán en su ‘showroom’, en la Mariano Aguilera. Además, el fin de semana tenían previsto participar en el Runway, uno de los eventos de moda más importantes del país.
Soche es otra marca, que está en el mercado hace cuatro años y fue creada para cubrir la necesidad de los deportistas, quienes tienen como opciones marcas importadas, principalmente.
El enfoque de la marca es desarrollar ropa para deportistas de élite y la primera línea lanzada fue la de ciclismo. Ahora también diseñan productos para triatlón, montañismo, trail running y otros deportes de aventura.
Soche ofrece ropa de élite para niños desde los 4 años y además tiene ropa para ciclistas de talla grandes, hasta la 5XL.
La marca vende a través de su página web y en su tienda (av. Amazonas e Isla Floreana).
Soche se enfoca en los deportistas de élite. Las prendas tienen garantía de por vida. Foto: Cortesía
Artesanías Mallki (Ramas de Árbol, en español) es un taller que elabora bolsos, mochilas y billeteras fusionando los tapices indígenas con el cuero.
Esa combinación de productos interculturales es el valor agregado de este negocio. Los clientes los prefieren por los modelos y las texturas, explica Alonso Muenala.
Este artesano kichwa lleva 28 de sus 57 años, diseñando y cosiendo las piezas, que le han dado fama en Imbabura y en otras provincias. El oficio de trabajar en cuero lo aprendió cuando era joven, con unos hippies extranjeros que visitaron Otavalo. El pasatiempo se convertiría en su profesión. “Antes ningún artesano indígena utilizaba el cuero”, asegura.
Cecilia Lema, su esposa, comenta que Muenala fue el pionero en incluir este material en las artesanías otavaleñas. La mujer, que se encarga de las ventas, se dio cuenta de que esa fusión atraía especialmente a los turistas foráneos que visitan Otavalo.
Todo indicaba que este pasatiempo manual se transformaría en la principal actividad económica de la familia.
Previamente, renunció a su trabajo en la Federación de Indígenas y Campesinos de Imbabura. “El primer bolso que elaboré me sirvió para pagar los servicios de la partera que trajo al mundo a mi primer hijo”.
También le inspiró una mochila fabricada por indígenas de Bolivia que trajo su hermano, Germán, de uno de sus viajes. La cartera era de cuero con textiles que tenía diseños étnicos del altiplano.
Previamente, la pareja de emprendedores había probado suerte con la confección de chales, pero la iniciativa no prosperó por la alta competencia con la que se enfrentaba en el mercado. El taller empezó con dos telares de madera de la familia. Hoy posee cinco máquinas, cuatro para costura y una destalladora. De su mantenimiento se encarga el artesano.
El plantel ahora funciona en la primera planta de la vivienda familiar, ubicada en la comuna de Peguche. Eso le permite a Alonso Muenala y a Cecilia Lema estar al frente del proceso de producción.
La pareja se encarga de los diseños de los artículos y de la combinación de colores de los tapices y el cuero. En el proceso de fabricación, que incluye el corte, armado, acabado y control de calidad, les apoyan dos colaboradores externos.
Muenala también es el responsable de los pedidos a los proveedores. En el caso de los textiles, unos que se elaboran manualmente y otros a máquina, los adquiere en Salasaca (Tungurahua) y en Agato (Imbabura).
El tapiz salasaca, que tiene figuras como montañas, árboles, rectángulos…, es el que más se han adaptado a las necesidades de Mallki, explica el artesano. Resalta la calidad del material como la lana y los tintes y su manufactura.
Cuando el lienzo es elaborado en el telar manual el paño se hace a la medida porque su entretejido no permite realizar cortes. Por ahora, ese material, que tiene un labrado más uniforme, lo elabora William Morales, uno de los últimos tejedores de telar de cintura de la vecina comuna de Agato.
Por eso, el costo de cada artículo depende del tipo de textil que se emplee en la confección. Para ventas al por mayor hay monederos desde USD 3,50 y bolsos hasta de 32.
Cada sábado ofrecen su producto en la feria de la Plaza de los Ponchos, que es un imán para turistas extranjeros. Por eso, Muenala no duda en afirmar que sus bolsos ya han rebasado fronteras.
Ese contacto directo le ha permitido conocer las preferencias de los clientes. Los modelos son renovados cada cierto tiempo. Ahora reúne entre 12 y 15 diseños diferentes, para damas y caballeros.
Cuando Alonso Muenala decidió instalar su propio taller una de las cosas que más le motivó es que la artesanía de los Otavalo no desaparezca. Ahora, lamenta que a ninguno de sus tres hijos les atraiga este oficio que permite conservar la tradición.
Alonso Muenala y Cecilia Lema están al frente de este emprendimiento, que tiene su planta de producción en Peguche. Foto: Francisco Espinoza para LÍDERES
A Karina Alcoser le tomó siete años concretar su negocio. En el 2009, esta quiteña se mudó a una casa en el sector de El Bosque (norte de Quito) y buscaba macetas para su nuevo hogar. En ese entonces, notó que el mercado nacional ofrecía productos demasiado costosos y que esa era una oportunidad de negocio.
“Me di cuenta que en el mercado solo había macetas de barro que ya no van con los departamentos de hoy (…) Hoy la decoración es más bien moderna, rara o ecléctica que mezclas lo clásico con lo moderno”, dice Alcocer.
La mujer pensó que existía la forma de ofrecer macetas locales con diseños novedosos, que sigan las tendencias actuales y que sean de buena calidad.
Pese a que tenía la idea del negocio de sus sueños, la en ese entonces futura emprendedora decidió posponer su proyecto debido a que aceptó ofertas laborales. El segundo intento por emprender fue en el 2014. El nacimiento de su primer hijo impulsó aún más sus ganas de emprender, pero nuevamente, otra atractiva oferta de trabajo en una multinacional de telecomunicaciones hizo que otra vez postergue su plan.
La tercera fue la vencida. El año pasado, con la llegada de su segundo hijo, su empresa también nació. Alcocer requería más tiempo para su familia y puso en marcha su plan emprendedor.
Con una inversión de USD 200 -que se destinó para la elaboración de moldes de las primeras macetas- arrancó el negocio.
La emprendedora, hace seis, meses, viajó a Chimborazo para encontrar fabricantes que pudieran elaborar las macetas de acuerdo a sus exigencias.
Esta madre comenta que parte de los diseños de las macetas se inspiraron en viajes que realizó a México, Brasil, Argentina, entre otras naciones.
En octubre del año pasado empezó con ventas directas para probar el mercado. Tras determinar que tiene aceptación en el mercado, a finales del 2016, Terra Verde salió al mercado.
La emprendedora invierte cerca de USD 100 en publicidad en Facebook. La red social ha sido el principal medio de difusión para concretar ventas. Hasta la semana pasada, su página en la plataforma contaba con 7 198 ‘Me gusta’.
Entre los principales clientes, dice Alcocer, están paisajistas, arquitectos y también el comprador final. Cada mes vende unas 180 macetas, lo que le representa unos USD 4 600, en promedio.
Terra Verde tiene 16 modelos definidos de macetas. Una de las principales estrategias, dice Alcocer, es los bajos costos de sus productos. “Mi objetivo es que una maceta mía esté en cada casa del país”, dice.
Cristina Ávila, ejecutiva de una empresa del sector de consumo masivo, cuenta que adquirió macetas de Terra Verde hace cerca de un mes. Ella destaca la atención al cliente debido a que su propietaria le asesoró a la hora de escoger los modelos e incluso llevó el producto a su casa.
“Me parecen macetas super lindas, son hechas a manos y creo que eso le da un significado (…) los negocios nuevos tienen más corazón de los dueños”, sostiene Ávila. María Paz Terán, arquitecta de interiores, destaca el diseño y el buen precio. Además, sostiene que una de sus ventajas son sus colores neutros que se adaptan a cualquier espacio.
Karina Alcocer posa junto a sus macetas. Esta mujer emprendió su negocio el año pasado; sus clientes son arquitectos, paisajistas, etc. Foto: Diego Pallero / LÍDERES
En el alto costo de las zapatillas deportivas en el país, debido a impuestos y cargas arancelarias, Javier Porta vio una oportunidad para emprender.
Este español, que lleva dos años radicado en el país, decidió en el 2016 apostar por la industria del calzado ‘sport’, debido a que su negocio original de importación de maquinaria textil no atravesaba un buen momento económico.
“Este proyecto viene un poco por la crisis. En época de crisis hay que reinventarse”, dice Porta.
Este ingeniero textil vendía tejedoras en la región andina y gracias a su anterior negocio pudo apalancar su nuevo proyecto.
Para conseguirlo, hace un año, investigó materiales, modelos y nuevas tendencias en el mercado. Para ello viajó a Europa y Asia. Así, el emprendedor se inclinó por el zapato tejido que actualmente lo fabrican multinacionales como Nike, Adidas o Zara.
Para iniciar, invirtió cerca de USD 80 000 que los destinó a la compra de materiales, maquinaria, mano de obra y marketing.
Durante el proceso inicial de creación de su empresa, cuenta el español, le colaboró en logística la familia quiteña Romero Granja. Así, a inicios del año pasado, nació Looop, marca de zapatillas deportivas tejidas.
Actualmente, Looop importa materiales como suelas de EVA (etileno vinilo acetato, muy ligero de peso y además duradero), que emplean marcas internacionales, hilo de Pakistán y otros insumos. Con todos estos materiales, el calzado se arma en el país, en plantas de Quito y Ambato.
Porta sostiene que en la industria de calzado nacional encontró calidad y la mano de obra con experiencia. No obstante, considera que al productor local todavía le falta innovar y que para ello hace falta “pequeños impulsos” para crear nuevos productos.
El costo de un par de Looop está entre USD 60 y 70. Los canales de venta son a través de tiendas o de su sitio web: www.looop.rocks
Porta define a los zapatos como una mezcla entre casual y ‘sport’. “Están preparadas para un ‘running’, no uno profesional de 20 kilómetros, pero sí para correr en La Carolina (…) puedes utilizarlos para caminar, para ir al trabajo, etc.”, dice el gerente.
Al mes, Looop fabrica entre 600 y 700 pares de zapatos, lo que representa en ventas que van desde los USD 15 000 hasta 20 000.
Otra de las estrategias para dar a conocer la marca es comercializar el calzado en un ‘truck’ al que lo ha denominado el Loooptruck, que tiene el mismo diseño que un camión que vende comida.
“Hace nueve meses comenzaron a ponerse de moda los ‘foodtrucks’ en Quito y me dije: ¿Por qué no se venden otros productos así?”, comenta Porta.
Ahora, el Loooptruck circula por Quito y busca, además de vender su producto, expandir la naciente marca.
Pilar Pullas, diseñadora de modas, compró un par de zapatos la semana pasada. Ella comenta que conoció la marca gracias a un ‘flyer’. Ella dice que le gustaron por los colores y la comodidad del calzado. “Se adaptan bastante bien al pie”, añadió.
Andrea Villacís, gerenta de Servicios de Netlife, encontró a Looop en diciembre del año pasado en una feria. Ella cuenta que le llamó la atención el estilo, los diseños, los colores y el tejido.
“Me parece que es algo que tiene muchos estándares de calidad, eso se ve en los detalles del calzado”, sostiene Villacís.
Javier Porta es el propietario de la naciente compañía que fabrica sus zapatos en Quito y Ambato. Foto: Pavel Calahorrano / LÍDERES
Cuando decidieron emprender su negocio tenían claro que debía tener dos puntales: basarse en comercio justo y que su canal de distribución sea las redes sociales.
Michelle Pérez, graduada de ciencias políticas y relaciones internacionales, y Paúl Dávila, comunicador digital, escogieron las características de los nuevos negocios: que su base sea Internet que permite ahorrar costos y que tenga un impacto social.
El origen del negocio se remonta a un viaje que los jóvenes realizaron a Montañita (Santa Elena). En la playa se encontraron con un comerciante de botas y zapatos muy coloridos. Wilmer Pérez, un artesano riobambeño, manufactura el calzado junto con su familia y lo distribuía en el balneario.
Pérez cuenta que el artesano en principio elaboraba carteras y luego probó con calzado. Sus productos tuvieron éxito y poco a poco los fue perfeccionando.
El artesano creo diferentes líneas de zapatos y botas y sus creaciones se basan en tejidos con diferentes diseños y tonos vivos.
Los dos jóvenes emprendedores decidieron iniciar su negocio en septiembre del año pasado, con la expectativa de conseguir buenas ventas en la temporada navideña. Para arrancar invirtieron unos USD 3 000 con los que adquirieron 300 pares de zapatos, principalmente botas. Las ferias artesanales y de diseño que se realizan en la ciudad también han servido de plataforma de promoción para la naciente marca quiteña.
Así nació Capivara, una marca que busca reflejar la diversidad del país a través del animal típico de la Amazonía.
Gracias a las ventas, los jóvenes adquirieron un ‘stock’ de 500 pares de zapatos más para su comercialización, pero en esta ocasión los diseños tienen un concepto más veraniego, pensando en la próxima temporada.
Por las ventas desde septiembre, Capivara facturó unos USD 5 000. Los precios de los zapatos oscilan entre los USD 28 y 44.
Los canales de distribución también se han ampliado. Facebook ya no es su única vitrina y también consignan su producto a tiendas turísticas de la Quito.
Entre los proyectos de Capivara está consolidar la marca y exportar sus productos. Michelle Novillo, quien estudia un diplomado sobre migración en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), adquirió un par de botas de Capivara en diciembre del año pasado.
Ella comenta que actualmente usa las botas, al menos, tres veces por semana debido al invierno y las bajas temperaturas de la Sierra. Novillo destaca su comodidad y sobre todo el estilo del calzado.
Paúl Dávila y Michelle Pérez, compañeros desde el Colegio Rudolf Steiner, son los fundadores de Capivara. Foto: Patricio Terán / LÍDERES
Culturas ancestrales plasmadas en zapatos, bufandas, chales o cinturones. Con colores vivos como el rojo, turquesa o amarillo. Esa es la tendencia que quiere imponer Rukuyaya. La marca de ropa ecuatoriana nace desde la visión de rescatar la cultura de Ecuador, explica Vanessa Zúñiga, una lojana que tiene la visión de plasmar sus estampados a nivel local y en el extranjero.
La mujer de 39 años, nacida en Loja detalla que siempre le llamó la atención el área de diseño. Por eso en el 2000 estudió esta carrera en la Universidad del Azuay, en Cuenca. Durante sus estudios se enfocó en el rescate de los signos visuales de las culturas ecuatorianas, detalla. Este tema le interesó, pero durante cuatro años lo dejó en pausa hasta adquirir experiencia laboral como diseñadora.
Zúñiga cuenta que en el 2006 viajó a Argentina para estudiar una maestría en diseño y otra en Administración de Negocios, en la Universidad de Palermo.
La lojana recuerda que durante sus dos años en ese país nació su pasión por investigar, por lo que se involucró en el trabajo “Aproximación a un vocabulario visual básico andino”. En él descubrió las formas visuales de la cultura ecuatoriana.
En el 2007, Zúñiga regresó a Ecuador. Y en ese año inició una segunda investigación denominada Crónicas Visuales del Abya Yala. El estudio que concluyó en una primera fase en el 2014 recogió 50 registros antropológicos andinos del país.
Estos registros visuales son signos de las culturas Cañari, Huancavilca, Valdivia; y representan personajes de la sociedad andina como los chamanes por ejemplo.
Con esta información, Vanessa Zúñiga decidió darle forma al proyecto escrito y decidió emprender con la marca de ropa Rukuyaya.
El nombre tiene varios significados según la diseñadora lojana; uno es un talismán protector que aleja de malas energías: “representa a los ancestros que te protegen” .
La emprendedora lojana empezó con la producción de prueba en zapatos en diciembre del 2014. Y posteriormente comenzó a elaborar chales, túnicas, bufandas, cintillos y cinturones. Para esto buscó apoyo en empresas lojanas para la elaboración de sus diseños.
Édgar Tacuri, gerente general de Icalzalo, firma que elabora calzado, se encarga de fabricar esta línea de Rukuyaya. El empresario cuenta que conoció a Zúñiga durante una feria en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) en el 2014. Después de varias algunas conversaciones se aliaron estratégicamente.
Icalzalo utiliza técnicas mediante calor y presión para armar los zapatos. En este año, Rukuyaya junto a esta firma produjo 100 pares de zapatos dice Tacuri.
La firma Stilo Internacional, que confecciona ropa deportiva, también ayuda con el diseño de camisetas y chaquetas de Rukuyaya.
Wendy Valarezo, administradora de la firma, detalla que 200 prendas se confeccionaron para la marca de Zúñiga. Valarezo afirma que el valor agregado del emprendimiento es que los diseños son exclusivos y no en serie.
A la fecha trabaja con aproximadamente tres artesanos para elaboración de las prendas de Rukuyaya. En el 2015, ampliaron con otras líneas como corbatines y calzado de taco. En producción elabora un ‘stock’ cada seis meses. Y diseñan unas 40 unidades por modelo y línea, dice la lojana.
En ventas, la marca lojana pese a que todavía no tiene una tienda propia cuenta con un ‘showroom’ y ventas en línea a escala nacional. Además, tiene un espacio en un mercado artesanal de Loja.
En cuanto a la materia prima, Rukuyaya utiliza telas importadas desde Colombia por ejemplo. En el 2016 Zúñiga tenía previsto participar en ferias artesanales para dar a conocer sus prendas en Quito, por ejemplo. Pero le fue imposible, por motivos diferentes.
Por lo que ahora su meta en el 2017 es retomar contactos en algunas ciudades del país, para un mejor posicionamiento. También se apoyará en su página web y en sus redes sociales. La diseñadora de la misma forma trabajará en ubicar sus prendas en el extranjero; por lo que está analizando posibles mercados en la región, así como en Norteamérica y en Europa.
Vanessa Zúñiga le da forma a las figuras visuales de las culturas Cañari o Valdivia con su marca de ropa. Foto: cortesía Rukuyaya
Han pasado 18 años y la alegría se mantiene en los ojos de Elena Izurieta, quien levantó La Esperanza. Esta empresa confecciona ropa para niños.
Izurieta no lo hizo sola, contó con la ayuda de su familia y de “manos generosas” que apoyaron su nacimiento y crecimiento.
La Esperanza es una empresa que se edificó en 1998 entre las calles Juncal y Los Eucaliptos, en el norte de Quito. Su historia es un ejemplo de superación y de trabajo constante de sus propietarios y de sus trabajadores, que apuestan por la confección de nuevas prendas de vestir a diario.
Este negocio comenzó con una inversión de USD 250, que se destinó a la compra de telas y muestras para empezar con los diseños de las piezas. Hoy tiene una variada oferta de ropa.
Los vestidos, camisetas, pantalones largos y cortos, buzos son parte de las diferentes colecciones que han elaborado durante los años de vida de esta empresa familiar, que cuenta con la colaboración y el trabajo arduo de los hijos y nietos de Izurieta.
La mujer recuerda que sus inicios no fueron fáciles, porque no tenían el dinero suficiente para la producción y la maquinaria.
La primera decisión fue contratar mano de obra externa a la empresa para cubrir los pedidos.
Izurieta recuerda que cada pedido significó un reto para ella, pero lo logró de la mano de la propietaria de una cadena de supermercados que le dio apoyo. “Ella me dijo que haga un proyecto y me dio el dinero por adelantado para poder hacer la ropa”.
Así empezó su apogeo. Los pedidos llegaban más seguido, por lo que tuvieron que contratar personal fijo. Al principio fueron cuatro empleados. Ahora suman 130 personas, que realizan las diferentes actividades dentro de la fábrica, como cortar, coser, planchar, doblar, empacar y demás.
“Todos somos una familia, que empujamos este trencito. Luchamos para salir adelante”. Para Izurieta, las manos solidarias de personas y de entidades financieras fueron determinantes para su crecimiento, porque confiaron en ella y en el potencial de su empresa, lo que la llena de orgullo y satisfacción.
La propietaria de la empresa que es dueña de las marcas Bambinos y Chiquitines señaló que la fábrica ha dado pasos gigantes como la implementación de tecnología para optimizar el trabajo.
Además, destaca la variedad y las últimas tendencias de moda, que están a cargo del equipo de desarrollo de producto. Está conformado por 28 jóvenes creativos. “Somos una empresa competitiva y eficiente”, señala Izurieta.
Una de las satisfacciones de esta emprendedora es que hay familias enteras que usan sus prendas de vestir. “Entran padre, madre y sus hijos y todos salen con una prenda, por lo que les brindamos un producto de calidad”.
Una de ellas es Pilar López, quien es madre de dos niñas. Ella acostumbra a comprar ropa de esta empresa por su calidad, diseños y variedad de colores.
Afirma que no sabía que la fábrica es ecuatoriana. Ahora que lo sabe espera adquirir más productos para apoyar a las familias que forman parte de esta empresa familiar de la capital.
La familia de La Esperanza reunida a las afueras de la fábrica en la que confeccionan prendas de vestir. Foto: Valeria Heredia / LÍDERES
Jaime Rivera cuenta que su negocio fue inspirado por el nacimiento de su hijo, hace ocho años. Con la llegada del nuevo miembro de la familia, rápidamente debieron adquirir sus prendas de vestir.
Monitos, pijamas, cobijas, zapatitos tejidos… llegaron a su hogar y plantearon la idea de iniciar su propio negocio. Además, sus amigos le comentaban que tenían buen gusto a la hora de elegir las prendas para su hijo y ese fue un factor adicional para emprender Rivera, junto a su esposa María José Monteros fundaron en el 2008 Babies Collection. Para iniciar, el joven matrimonio invirtió unos USD 16 000 que los consiguieron de un crédito familiar.
Otro de los factores para que la familia decida emprender fue que la madre de Monteros trabajó en la importación de textiles.
Así iniciaron su negocio que se dedicaba a la importación de ropa para bebé desde EE.UU. y Europa. Su primer local se abrió en el Centro Comercial El Bosque.
El negocio iba bien, no obstante, debido al cambio en las políticas de importación que incluían más aranceles y salvaguardias, traer ropa del exterior se volvió más costoso, por lo que los márgenes de ganancia se redujeron.
Esta fue la principal razón para que los emprendedores piensen en confeccionar las prendas por su cuenta. Con una inversión de USD 10 000 adquirieron insumos: telas, hilos, moldes, etc. Probaron diferentes prendas y se dieron cuenta de que el producto estrella eran las pijamas.
En principio, la firma tercerizaba la producción hasta que los dueños decidieron montar su propia planta. Con una inversión de USD 35 000 -de créditos bancarios- instalaron su planta ubicada en el sector del antiguo aeropuerto de Quito (norte de la ciudad).
Los insumos, las telas, los adquieren en fábricas nacionales e importan. Una diseñadora se encarga de los modelos de la ropa y adquieren derechos de imágenes para poder estampar en las prendas de Babies Collection.
Rivera y Monteros creen que el secreto de su negocio se basa en la atención al cliente y la calidad de los productos. Gracias a ello lograron expandirse. El año pasado abrieron una isla en el Centro Comercial Iñaquito (CCI). La demanda fue creciente y así abrieron su segundo local en este año.
Sin embargo, el negocio también ha afrontado la recesión económica y para poder superar el año complicado han implementado una política de promociones y ofertas. Para este año esperan facturar unos USD 300 000.
Carlos Torres, un abogado quiteño, es cliente de Babies Collection desde hace ocho años. Torres comenta que debido a la recomendación de su madre llegó a la tienda. Una de las anécdotas que cuenta el abogado es que algunas prendas que compró para su hija, hace ocho años, usa su hija que tiene un año y medio.
Por esta razón, Torres destaca la calidad y durabilidad de Babies Collection. En este año, Babies Collection adquirió la licencia de Liga Deportiva Universitaria de Quito para hacer prendas para bebés con el escudo albo. Ahora comercializan pijamas para bebé, gorras, entre otras prendas, con el escudo del club capitalino.
La familia de La Esperanza reunida a las afueras de la fábrica en la que confeccionan prendas de vestir. Foto: Valeria Heredia / LÍDERES
Nuestro único fracaso en la vida es cuando cesamos de arriesgar después de un fracaso”. Esta frase define a una joven diseñadora ecuatoriana que cruzó fronteras para alcanzar su sueño: el diseño.
Su nombre es Ángeles Ortiz y tiene 24 años. Hace uno se unió como residente de Diseño de Producto en la Fábrica, del Grupo Benetton, un centro que acoge a los jóvenes talentos, que muestran su creatividad y su compromiso con el cambio de la sociedad.
El diseño de producto no fue su primera opción. Recuerda que cuando fue adolescente anhelaba con ser bióloga marina o pensaba estudiar negociaciones ambientales. Sin embargo, los años pasaron y empezó a apasionarse con el diseño. Y lo logró.
Hoy en día, Ortiz tiene una capacidad innata de transformar materiales como el vidrio, la madera o los textiles en diseños innovadores que mezclan texturas, colores y sensaciones en cada pieza.
Los proyectos en los que se involucra son variados. Van desde la creación de una pieza para una galería en Suiza; el diseño de mobiliario para diferentes etnias, para una exhibición en Milán o la colaboración con ONG en Ecuador.
Esto demuestra la versatilidad y la personalidad audaz de esta ecuatoriana, quien reside en la región del Véneto, donde gran parte de la economía llega de la mano de pymes de la zona, relata. “Exploro cuestiones como las diferencias culturales, sus hábitos, tradiciones e incluso los comportamientos sociales”, indica.
Uno de los hitos que le hicieron crecer como diseñadora y confiar en su talento fue Stomud, un proyecto que desarrolló en el Instituto Europeo di Design, en Madrid (España). En este centro realizó sus estudios como diseñadora.
Luego, en 2013, ganó el primer premio en el concurso denominado Nuevas Ideas, organizado por un museo de Ámsterdam.
Iván Vidal, director del Instituto, conoce bien a Ortiz y la describe como una mujer coherente, cuyo trabajo es impecable. Además, asegura que la joven ecuatoriana es detallista y tiene mucha sensibilidad. “Cada proyecto relata una historia, siempre cuenta algo”.
Según Vidal, el talento de Ortiz la llevó a Fábrica, de Benetton. “Tiene el carisma y la formación necesaria para seguir creciendo y ser de las mejores diseñadoras de Ecuador, si no lo es ya”. A sus 24 años hubo otro hito que marcó su vida: el terremoto que afectó a Manabí y a Esmeraldas. Ortiz, quien se considera como una mujer audaz, armó una exposición de arte para recolectar fondos para los damnificados de las dos provincias costeras ecuatorianas. Llevó el nombre de Inspired by Ecuador, que se convirtió en su bandera de lucha tras el movimiento telúrico que devastó localidades como Pedernales, Canoa, Manta, entre otros.
La idea se consolidó con la ayuda de 30 artistas pertenecientes a la red internacional de Fábrica, que se unieron a esta iniciativa con la donación de obras de arte, fotografías, ilustraciones, collages, pinturas y serigrafías, que expresaron las culturas, tradiciones, colores, naturaleza y la vibrante belleza de Ecuador.
La subasta, que se realizó el pasado 15 de octubre en el Teatro Nacional Sucre, en la capital, recaudó USD 12 600 que fueron donados a Unicef, a favor de las víctimas del terremoto. Se dará prioridad al fondo de educación para los niños.
Xavier Urbina es el Oficial de Alianzas Corporativas de Unicef Ecuador y quien laboró junto a Ortiz en este evento social. La actividad fue ardua porque se trataba de buscar piezas de calidad. “Cuando Ángeles vino al país nos dimos cuenta de la magnitud y la hermosura de la obra. Lo que nos permitió ofertar los trabajos a exponentes de calidad en el país”. Urbina cuenta que Ortiz mostró su profesionalismo. La comunicación debía ser exacta para que el evento sea impecable, asegura.
No descarta realizar otros proyectos junto a Ortiz.
Para la diseñadora, el éxito de la vida es ser flexible, ya que esto le permitió adaptarse a los cambios que se venían a cada segundo. “Soy sincera al decir que he cumplido todas mis aspiraciones porque he sido audaz en el sentido de que soy flexible conmigo misma y me permito redirigir mis planes y modificarlos de acuerdo con la situación. Siempre he creído que no existe una sola salida a una meta”.
El retorno a la tierra que le vio nacer está entre los planes de Ángeles Ortiz, la joven diseñadora que disfruta de la música de artistas latinoamericanos pese a estar fuera de estas tierras. “Es importante el construir una base hacia una cultura de diseño fundamentada en nuestra identidad”. Por ahora, Ortiz se alista para mostrar productos de calidad. Fábrica, el centro para explorar y crear
Fábrica es un centro de investigación de la comunicación, ubicado en Treviso (Italia) y es parte del Grupo Benetton. En 2015, Ángeles Ortiz, de 24 años, llegó a este centro después de un proceso riguroso de selección. Ella accedió a una beca de un año, que se otorga a los jóvenes talentos creativos de todo el mundo. El objetivo de este centro italiano es que los jóvenes afloren su creatividad y se constituyan en “catalizadores sociales” del cambio. Durante el año, los residentes comienzan un período de educación e investigación sobre proyectos reales basados en la convicción de que la comunicación, en todas sus aplicaciones, debe ser un vehículo de transformación social consciente. La diseñadora se considera como un puente entre la sociedad, el objeto, la industria y la artesanía. Al momento de crear nuevos proyectos hay un vínculo entre la practica y la investigación. El resultado final va desde un objeto, una instalación o una exhibición. Ortiz presentó varias piezas, que mezclan materiales como el vidrio o la madera. En su página web se observan objetos denominados como salak, glass stool, metamorphosis y stomud. Con este último ganó un premio. Además ha levantado instalaciones en la Fábrica de Treviso. Lo hizo en 2015. “El éxito de cada proyecto está en el vínculo social que genere, el impacto o el alcance que tenga”. En Fábrica hay otras ramas a las que se puede acceder, entre las cuales están la comunicación visual, la fotografía, la interacción, el vídeo, la música y el periodismo.
Ángeles Ortiz junto a sus compañeros del estudio de diseño de Fábrica. Foto: tercera de izq a der.
Al mudarse a su nuevo hogar, Luis Villavicencio se encontró con el problema de no tener muebles para llenar la sala. En Internet encontró muebles de palets para armarlos uno mismo. Así es como empezó Palets Ecuador, un emprendimiento que fabrica muebles personalizados con palets reciclados.
El proyecto se inició en el 2013. A la idea de Villavicencio se sumó Sebastián Iturralde. “Sebastián era carpintero y yo hacía consultorías ambientales, entonces era una combinación interesante para iniciar el negocio”, cuenta Villavicencio, quien se encarga de la construcción y acabado de los muebles.
Con una inversión inicial de USD 8 000 empezaron a comprar los palets en diferentes fábricas e industrias en el sector de Ponciano Alto, norte de Quito. Ahí se encuentra su taller de 1 000 metros cuadrados, espacio en el que los emprendedores han ido creciendo paulatinamente. Hasta agosto 2016 han invertido más de USD 20 000 en adecuaciones al taller y equipos especializados.
“Desde un principio nuestro objetivo era revalorizar el uso del palet. No solo reciclándolo sino brindando un diseño único y personalizado”, explica Iturralde, quien se encarga de la producción y diseño de los productos.
El trabajo de Villavicencio e Iturralde empieza al recoger un palet descartado por una fábrica o empresa. Después se lo desarma, cepilla y lija para tener un material listo para trabajar. En el momento poseen un certificado de Gestores Ambientales, esto les permite brindar el servicio de manejo de residuos a las empresas y así acceder a los palets descartados.
La madera obtenida, usualmente de pino, permite crear muebles totalmente reciclados. “Todavía hay una moda para hacer muebles con palets completos, algo que también hacemos, pero nosotros estamos apuntando a diseños únicos y personalizados, que solo utilicen el material”, agrega Iturralde.
Un velador pequeño puede costar entre USD 30 y 200; el diseño, cantidad de material y el tiempo empleado son factores en el precio. “La gente cree que por ser hechos de palets, los muebles siempre tienen que ser baratos, pero no consideran el tiempo que conlleva transformar un palet de 80 x 120 centímetros en un velador”, agrega Villavicencio.
Entre algunos de sus clientes se encuentran Café Galleti, Google Partnerships, Pizza Hut y Minga Lodge. Además, han auspiciado eventos como el concierto Terrasonica y la Distinción Ambiental Metropolitana de Quito. El tiempo de entrega en promedio puede variar entre una y dos semanas.
“La calidad de los muebles y la idea de reciclar material descartado nos llamó la atención. Además, la capacidad de adaptarse a las necesidades de nosotros como clientes hizo que el trabajo se destacara”, afirma Juan Pablo Cobo, cantante conocido como Guanaco, quién rediseñó su estudio musical con estos muebles.
Los fundadores aún se consideran “emprendedores” pero esperan para finales del 2016 formalizarse y crecer como pequeños empresarios. Esperan abrir un ‘showroom’ para exhibir todas las piezas realizadas. En el momento, las ventas son por pedido personalizado y se realizan a través de las redes sociales y su página web.
Sebastián Iturralde y Luis Villavicencio combinaron su interés por el cuidado del medioambiente en un exitoso negocio de diseño de muebles, que esperan ampliar en el 2017. Foto: Julio Estrella / LÍDERES